Poesias Cortas

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   Dia del padre en los Estador Unidos  Dia Internacional de la amistad



Estanislao del Campo


TÚ Y YO

 

"Por ti fue mi dulce suspiro primero

Por ti mi secreto, constante anhelar".

C. Gómez de Avellaneda.


El alma del que sufre es noche triste:

Toldada está por el pesar sombrío,

Y las amargas lágrimas que vierte

Son, Lucila, sus gotas de rocío

Halla quien nace bajo estrella amiga,

Florida primavera en su existencia,

Y hasta el cielo, propicio, le sonríe

Del éter tras la clara transparencia.

Tú de mi amante corazón conoces

El secreto, Lucila, doloroso:

Aunque sólo de lejos, has oído

Su gemido profundo y angustioso.

Tú no sufriste ni lloraste nunca:

Tu vida, solo ha sido una alborada

Teñida, cual las plumas de un flamenco,

Por una luz dulcísima y rosada.

El fuego del amor que por ti siento,

Voraz, inextinguible, ya ha tornado

En cenizas las flores de mi alma.

¡La lava del volcán invadió el prado!

Tus amores de niña sólo fueron

Blandos gorjeos de canoras aves,

Brisas del sentimiento, juguetonas,

de las flores del alma, aromas suaves.

Tú, en el romance de la vida mía,

De mi existencia en la novela triste,

Hasta hoy llenaste el doloroso cuadro,

Hasta hoy, Lucila, la heroína fuiste.

Yo pasé por el cielo de tu vida

Como una nube que arrebata el viento,

Sin dejar un recuerdo en tu memoria,

Sin despertar en tu alma un sentimiento.

Tú eres el agua que me roza el labio,

La fruta que el sentido me enajena,

Y un Tántalo yo soy que en vano agito

Los anillos de mi áspera cadena.

Yo soy, Lucila, a tus divinos ojos,

Estrellas de brillantes resplandores,

Más bien que tu amador, un jardinero

De quien recibes con desdén las flores.

Tú eres la inconmovible y desdeñosa,

Aunque gentil y bella castellana;

Yo, el trovador que canta al pie del muro

Sin que se abra a su acento tu ventana.

Tú eres el astro que en el cielo gira

Derramando su lumbre refulgente:

Yo, el satélite humilde, condenado

A seguir ese giro eternamente.

Tu eres la llama que la brisa leve

Hace ondular, apenas, cariñosa;

Yo, la víctima triste de ese fuego,

la pobre, enamorada mariposa.

Tú, las aguas tranquilas de tu vida

Surcarás dando el lino al blando viento,

Como el céfiro corre entre las flores,

Como cruza la luna el firmamento.

Yo, el desierto, Lucila, de la mía

Recorreré infelice peregrino,

Mojando con el llanto de mis ojos

Las espinas y piedras del camino.

Yo, en ese largo, fatigoso viaje,

En mi alma llevaré tu imagen bella.

Tú... ¡ni tan solo pedirás al cielo

Un rayo de luz para mi huella! ¡ADIÓS!

 

(A Lucila, antes de ir a un duelo)

De pesar una lágrima sentida

No brote, no, de tus hermosos ojos:

¿Por qué llorar mi muerte si mi vida

Era un erial de espinas y de abrojos?

No puede ser mi luz el dulce brillo

Que derrama en efluvios tu pupila,

Y es mi infierno el que irradia del anillo

Que otro en tu mano colocó, Lucila.

¿Qué iba a hallar este pobre peregrino

A un desierto sin término lanzado?

¡Adelfas y cicuta en su camino?

¡Oh, no las hay en el sepulcro helado!

En el mar proceloso de la vida

El amor es el puerto de bonanza;

¿Y a dónde guiar mi nave combatida

Si mi amor es amor sin esperanza?

¡Venga el rayo de plomo, que hoy por suerte

Sobre mi frente, amenazante oscila;

Y en la mansión oscura de la muerte

La paz recobre el corazón, Lucila!

 


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CANTARES

Cuando yo tomo la pluma

Y saco a luz mi cuaderno,

Hagan de cuenta que agarro

Mi guitarra por el cuello

Para ver si soy poeta

Fíjate, niña, tan solo

En que lloro cuando canto

Y que canto cuando lloro.

Yo mojo en llanto mi pluma;

¡Sarcasmo de hado funesto

Que siendo mi alma tan blanca

Me ha de servir de tintero!

En tu casa me aborrecen

Sin más que porque te quiero:

Es decir que si te odiara

Me querrían con extremo.

Dicen que soy horroroso:

Por la lisonja, mil gracias:

Mirá tú mi corazón

Y prescinde de mi cara

La cicatrices del rostro

Poco me importan, o nada;

las que me importan, y mucho,

Son las que tengo en el alma.

Se me figuran que son

Tus lindos ojos, morena,

Dos legunas de azabache

En que la luna rïela.

¿Qué tienen, niña, tus labios,

Que cada vez que los miro

Siento, con sorpresa grande,

Que se me estiran los míos?

Mira: ---si fuera pastor

Y si tú, pastora fueras.

Me parece que andarían

Mezcladas nuestras ovejas.

Cuando te veo cavilo

En el contraste tremendo

Que hace tu vestido blanco

Con tu corazón tan negro.

Es tu ventana un altar,

Una deidad tu persona,

MI amor un ardiente culto,

--- ¿Podré contar con La Gloria?

Me enviaste un día una cruz

Y desde entonces me digo:

--- ¿Significa esto Fe

O querrá decir Martirio?

Ella vino en un pañuelo

De Cambray de hilo bordado;

¡Ay, Lucila! ¡Cuántas veces

Enjuagué con él mi llanto!

 

ÚLTIMA LÁGRIMA

 

"Consumatum est!"

Jesu-Cristo ¡Ya todo se acabó!...

Dejad que el pecho

Por un instante con mi mano oprima,

Dejad que el llanto de mis ojos corra,

Dejad que mi alma sollozando gima.

Es, señora, mi llanto postrimero,

Llanto del triste corazón herido,

Es mi último sollozo en este mundo,

Es en la tierra mi postrer gemido.

Llorar al pie de un tumulto, señora,

Nunca del noble corazón fue mengua;

Pues con el llanto el sentimiento dice

Lo que decir no puede con la lengua.

La antorcha que encendieron en el ara,

A cuyo pie fijasteis vuestra suerte,

A mis ojos, señora, sólo ha sido

El amarillo cirio de la muerte.

En la blanca guirnalda, que al cabello

Prendieron vuestras manos delicadas,

Mis ojos sólo han visto flores tristes

Sobre el paño de un féretro arrojadas.

En el Sí que dijeron vuestros labios

Sólo oí el estertor de una agonía,

El rechinar del enmohecido gozne

De un helado sepulcro que se abría.

¡Ya todo se acabó!... Dejad que el pecho

Por un instante con mi mano oprima,

Dejad que el llanto de mis ojos corra,

Dejad que mi alma sollozando gima.

¡No lloro ya!... la piedra funeraria

para siempre cayó pesada y fría...

¡Las losas de las tumbas nunca lloran,

Y una tumba es, señora, el alma mía!

 

 

EPÍLOGO

(Llorando la muerte de un mártir)

Ahora sí que eres mía...

En el sepulcro

Puedo llorarte solo mi Lucila.

Te envenenó el gusano, rico, enfermo,

Pero tu estrella para mí rutila.

En las joyantes noches del estío,

Cuando era tu vivir una alborada

teñida cual las plumas de un flamenco

Por una luz dulcísima y rosada;

Tu amor fue mi perfume, mi esperanza,

La novela de mi alma, mi alegría,

Cuando tú me decías: Mi poeta,

Me inundabas de luz y de poesía.

Y cuando te entregaron al gusano

Yo lloré en el altar del firmamento,

Pero si a mí me mata tu partida

¡Cómo los matará el remordimiento!

Yo he pedido el perdón para tus culpas

Y pido para Ti, toda delicia...

Tú eres, entre el rayo de la luna

El plateado fulgor que me acaricia.

TÚ Y YO "Por ti fue mi dulce suspiro primero

Por ti mi secreto, constante anhelar".

C. Gómez de Avellaneda.

El alma del que sufre es noche triste:

Toldada está por el pesar sombrío,

Y las amargas lágrimas que vierte

Son, Lucila, sus gotas de rocío

Halla quien nace bajo estrella amiga,

Florida primavera en su existencia,

Y hasta el cielo, propicio, le sonríe

Del éter tras la clara transparencia.

Tú de mi amante corazón conoces

El secreto, Lucila, doloroso:

Aunque sólo de lejos, has oído

Su gemido profundo y angustioso.

Tú no sufriste ni lloraste nunca:

Tu vida, solo ha sido una alborada

Teñida, cual las plumas de un flamenco

, Por una luz dulcísima y rosada.

El fuego del amor que por ti siento,

Voraz, inextinguible, ya ha tornado

En cenizas las flores de mi alma.

¡La lava del volcán invadió el prado!

Tus amores de niña sólo fueron

Blandos gorjeos de canoras aves,

Brisas del sentimiento, juguetonas,

de las flores del alma, aromas suaves.

Tú, en el romance de la vida mía,

De mi existencia en la novela triste,

Hasta hoy llenaste el doloroso cuadro,

Hasta hoy, Lucila, la heroína fuiste.

Yo pasé por el cielo de tu vida

Como una nube que arrebata el viento,

Sin dejar un recuerdo en tu memoria,

Sin despertar en tu alma un sentimiento.

Tú eres el agua que me roza el labio,

La fruta que el sentido me enajena,

Y un Tántalo yo soy que en vano agito

Los anillos de mi áspera cadena.

Yo soy, Lucila, a tus divinos ojos,

Estrellas de brillantes resplandores, Más bien que tu amador, un jardinero

De quien recibes con desdén las flores.

Tú eres la inconmovible y desdeñosa,

Aunque gentil y bella castellana;

Yo, el trovador que canta al pie del muro

Sin que se abra a su acento tu ventana.

Tú eres el astro que en el cielo gira

Derramando su lumbre refulgente:

Yo, el satélite humilde, condenado

A seguir ese giro eternamente.

Tu eres la llama que la brisa leve

Hace ondular, apenas, cariñosa;

Yo, la víctima triste de ese fuego,

la pobre, enamorada mariposa.

Tú, las aguas tranquilas de tu vida

Surcarás dando el lino al blando viento,

Como el céfiro corre entre las flores,

Como cruza la luna el firmamento.

Yo, el desierto, Lucila, de la mía

Recorreré infelice peregrino,

Mojando con el llanto de mis ojo

s Las espinas y piedras del camino.

Yo, en ese largo, fatigoso viaje,

En mi alma llevaré tu imagen bella.

Tú... ¡ni tan solo pedirás al cielo

Un rayo de luz para mi huella!

 

 

C. Gómez de Avellaneda.

 

El alma del que sufre es noche triste:
Toldada está por el pesar sombrío,
Y las amargas lágrimas que vierte
Son, Lucila, sus gotas de rocío

Halla quien nace bajo estrella amiga,
Florida primavera en su existencia,
Y hasta el cielo, propicio, le sonríe
Del éter tras la clara transparencia.

Tú de mi amante corazón conoces
El secreto, Lucila, doloroso:
Aunque sólo de lejos, has oído
Su gemido profundo y angustioso.

Tú no sufriste ni lloraste nunca:
Tu vida, solo ha sido una alborada
Teñida, cual las plumas de un flamenco,
Por una luz dulcísima y rosada.

El fuego del amor que por ti siento,
Voraz, inextinguible, ya ha tornado
En cenizas las flores de mi alma.
¡La lava del volcán invadió el prado!

Tus amores de niña sólo fueron
Blandos gorjeos de canoras aves,
Brisas del sentimiento, juguetonas,
de las flores del alma, aromas suaves.

Tú, en el romance de la vida mía,
De mi existencia en la novela triste,
Hasta hoy llenaste el doloroso cuadro,
Hasta hoy, Lucila, la heroína fuiste.

Yo pasé por el cielo de tu vida
Como una nube que arrebata el viento,
Sin dejar un recuerdo en tu memoria,
Sin despertar en tu alma un sentimiento.

Tú eres el agua que me roza el labio,
La fruta que el sentido me enajena,
Y un Tántalo yo soy que en vano agito
Los anillos de mi áspera cadena.

Yo soy, Lucila, a tus divinos ojos,
Estrellas de brillantes resplandores,
Más bien que tu amador, un jardinero
De quien recibes con desdén las flores.

Tú eres la inconmovible y desdeñosa,
Aunque gentil y bella castellana;
Yo, el trovador que canta al pie del muro
Sin que se abra a su acento tu ventana.

Tú eres el astro que en el cielo gira
Derramando su lumbre refulgente:
Yo, el satélite humilde, condenado
A seguir ese giro eternamente.

Tu eres la llama que la brisa leve
Hace ondular, apenas, cariñosa;
Yo, la víctima triste de ese fuego,
la pobre, enamorada mariposa.

Tú, las aguas tranquilas de tu vida
Surcarás dando el lino al blando viento,
Como el céfiro corre entre las flores,
Como cruza la luna el firmamento.

Yo, el desierto, Lucila, de la mía
Recorreré infelice peregrino,
Mojando con el llanto de mis ojos
Las espinas y piedras del camino.

Yo, en ese largo, fatigoso viaje,
En mi alma llevaré tu imagen bella.
Tú... ¡ni tan solo pedirás al cielo
Un rayo de luz para mi huella!

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¡ADIÓS!
(A Lucila, antes de ir a un duelo)

De pesar una lágrima sentida
No brote, no, de tus hermosos ojos:
¿Por qué llorar mi muerte si mi vida
Era un erial de espinas y de abrojos?

No puede ser mi luz el dulce brillo
Que derrama en efluvios tu pupila,
Y es mi infierno el que irradia del anillo
Que otro en tu mano colocó, Lucila.

¿Qué iba a hallar este pobre peregrino
A un desierto sin término lanzado?
¡Adelfas y cicuta en su camino?
¡Oh, no las hay en el sepulcro helado!

En el mar proceloso de la vida
El amor es el puerto de bonanza;
¿Y a dónde guiar mi nave combatida
Si mi amor es amor sin esperanza?

¡Venga el rayo de plomo, que hoy por suerte
Sobre mi frente, amenazante oscila;
Y en la mansión oscura de la muerte
La paz recobre el corazón, Lucila!

 

CANTARES

Cuando yo tomo la pluma
Y saco a luz mi cuaderno,
Hagan de cuenta que agarro
Mi guitarra por el cuello

Para ver si soy poeta
Fíjate, niña, tan solo
En que lloro cuando canto
Y que canto cuando lloro.

Yo mojo en llanto mi pluma;
¡Sarcasmo de hado funesto
Que siendo mi alma tan blanca
Me ha de servir de tintero!

En tu casa me aborrecen
Sin más que porque te quiero:
Es decir que si te odiara
Me querrían con extremo.

Dicen que soy horroroso:
Por la lisonja, mil gracias:
Mirá tú mi corazón
Y prescinde de mi cara

La cicatrices del rostro
Poco me importan, o nada;
las que me importan, y mucho,
Son las que tengo en el alma.

Se me figuran que son
Tus lindos ojos, morena,
Dos legunas de azabache
En que la luna rïela.

¿Qué tienen, niña, tus labios,
Que cada vez que los miro
Siento, con sorpresa grande,
Que se me estiran los míos?

Mira: ---si fuera pastor
Y si tú, pastora fueras.
Me parece que andarían
Mezcladas nuestras ovejas.

Cuando te veo cavilo
En el contraste tremendo
Que hace tu vestido blanco
Con tu corazón tan negro.

Es tu ventana un altar,
Una deidad tu persona,
MI amor un ardiente culto,
--- ¿Podré contar con La Gloria?

Me enviaste un día una cruz
Y desde entonces me digo: ---
¿Significa esto Fe
O querrá decir Martirio?

Ella vino en un pañuelo
De Cambray de hilo bordado;
¡Ay, Lucila! ¡Cuántas veces
Enjuagué con él mi llanto!

 

ÚLTIMA LÁGRIMA

"Consumatum est!" Jesu-Cristo

¡Ya todo se acabó!... Dejad que el pecho
Por un instante con mi mano oprima,
Dejad que el llanto de mis ojos corra,
Dejad que mi alma sollozando gima.

Es, señora, mi llanto postrimero,
Llanto del triste corazón herido,
Es mi último sollozo en este mundo,
Es en la tierra mi postrer gemido.

Llorar al pie de un tumulto, señora,
Nunca del noble corazón fue mengua;
Pues con el llanto el sentimiento dice
Lo que decir no puede con la lengua.

La antorcha que encendieron en el ara,
A cuyo pie fijasteis vuestra suerte,
A mis ojos, señora, sólo ha sido
El amarillo cirio de la muerte.

En la blanca guirnalda, que al cabello
Prendieron vuestras manos delicadas,
Mis ojos sólo han visto flores tristes
Sobre el paño de un féretro arrojadas.

En el Sí que dijeron vuestros labios
Sólo oí el estertor de una agonía,
El rechinar del enmohecido gozne
De un helado sepulcro que se abría.

¡Ya todo se acabó!... Dejad que el pecho
Por un instante con mi mano oprima,
Dejad que el llanto de mis ojos corra,
Dejad que mi alma sollozando gima.

¡No lloro ya!... la piedra funeraria
para siempre cayó pesada y fría...
¡Las losas de las tumbas nunca lloran,
Y una tumba es, señora, el alma mía!

 

EPÍLOGO

(Llorando la muerte de un mártir)

Ahora sí que eres mía... En el sepulcro
Puedo llorarte solo mi Lucila.
Te envenenó el gusano, rico, enfermo,
Pero tu estrella para mí rutila.

En las joyantes noches del estío,
Cuando era tu vivir una alborada
teñida cual las plumas de un flamenco
Por una luz dulcísima y rosada;

Tu amor fue mi perfume, mi esperanza,
La novela de mi alma, mi alegría,
Cuando tú me decías: Mi poeta,
Me inundabas de luz y de poesía.

Y cuando te entregaron al gusano
Yo lloré en el altar del firmamento,
Pero si a mí me mata tu partida
¡Cómo los matará el remordimiento!

Yo he pedido el perdón para tus culpas
Y pido para Ti, toda delicia...
Tú eres, entre el rayo de la luna
El plateado fulgor que me acaricia.

 

 

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