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Miguel de Cervantes Saavedra ,

poesias cortas

 


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Miguel de Cervantes Saavedra

A Dulcinea del Toboso

¡Oh, quién tuviera, hermosa Dulcinea, por más comodidad y más reposo, a Miraflores puesto en el Toboso, y trocara sus Londres con tu aldea! ¡Oh, quién de tus deseos y librea alma y cuerpo adornara, y del famoso caballero que hiciste venturoso mirara alguna desigual pelea! ¡Oh, quién tan castamente se escapara del señor Amadís como tú hiciste del comedido hidalgo don Quijote! Que así envidiada fuera, y no envidiara, y fuera alegre el tiempo que fue triste, y gozara los gustos sin escotes.

 

A Fray Pedro de Padilla

Cual vemos que renueva
el águila real la vieja y parda
pluma y con otra nueva
la detenida y tarda
pereza arroja y con subido vuelo
rompe las nubes y se llega al cielo:
tal, famoso Padilla,
has sacudido tus humanas plumas,
porque con maravilla
intentes y presumas
llegar con nuevo vuelo al alto asiento
donde aspiran las alas de tu intento.
Del sol el rayo ardiente
alza del duro rostro de la tierra,
con virtud excelente,
la humidad que en sí encierra,
la cual después, en lluvia convertida,
alegra al suelo y da a los hombres vida:
y d'esta mesma suerte
el sol divino te regala y toca
y en tal humor convierte
que, con tu pluma, apoca
la sequedad de la ignorancia nuestra
y a sciencia santa y santa vida adiestra.
¡Qué sancto trueco y cambio:
por las humanas, las divinas musas!
¡Qué interés y recambio!
¡Qué nuevos modos usas
de adquirir en el suelo una memoria
que dé fama a tu nombre, al alma gloria!;
que, pues es tu Parnaso
el monte del Calvario y son tus fuentes
de Aganipe y Pegaso
las sagradas corrientes
de las benditas llagas del Cordero,
eterno nombre de tu nombre espero.

 

 

 

A la reina Doña Isabel 

Serenísima reina, en quien se halla
lo que Dios pudo dar a un ser humano;
amparo universal del ser cristiano,
de quien la santa fama nunca calla;

arma feliz, de cuya fina malla
se viste el gran Felipe soberano,
ínclito rey del ancho suelo hispano
a quien Fortuna y Mundo se avasalla:

¿cuál ingenio podría aventurarse
a pregonar el bien que estás mostrando,
si ya en divino viese convertirse?

Que, en ser mortal, habrá de acobardarse,
y así, le va mejor sentir callando
aquello que es difícil de decirse.

 

 

 

A los éxtasis de Teresa de Jesús

Virgen fecunda, madre venturosa,
cuyos hijos, criados a tus pechos,
sobre sus fuerzas la virtud alzando,
pisan ahora los dorados techos
de la dulce región maravillosa
que está la gloria de su Dios mostrando:
tú, que ganaste obrando
un nombre en todo el mundo
y un grado sin segundo,
ahora estés ante tu Dios postrada,
en rogar por tus hijos ocupada,
o en cosas dignas de tu intento santo,
oye mi voz cansada
y esfuerza, ¡oh madre!, el desmayado canto.

Luego que de la cuna y las mantillas
sacó Dios tu niñez, diste señales
que Dios para ser suya te guardaba,
mostrando los impulsos celestiales
en ti, con ordinarias maravillas,
que a tu edad tu deseo aventajaba;
y si se descuidaba
de lo que hacer debía,
tal vez luego volvía
mejorado, mostrando codicioso
que el haber parecido perezoso
era un volver atrás para dar salto,
con curso más brïoso,
desde la tierra al cielo, que es más alto.

Creciste, y fue creciendo en ti la gana
de obrar en proporción de los favores
con que te regaló la mano eterna,
tales que, al parecer, se alzó a mayores
contigo alegre Dios en la mañana
de tu florida edad humilde y tierna;
y así tu ser gobierna
que poco a poco subes
sobre las densas nubes
de la suerte mortal, y así levantas
tu cuerpo al cielo, sin fijar las plantas,
que ligero tras sí el alma le lleva
a las regiones santas
con nueva suspensión, con virtud nueva.

Allí su humildad te muestra santa;
acullá se desposa Dios contigo,
aquí misterios altos te revela.
Tierno amante se muestra, dulce amigo,
y, siendo tu maestro, te levanta
al cielo, que señala por tu escuela;
parece se desvela
en hacerte mercedes;
rompe rejas y redes
para buscarte el Mágico divino,
tan tu llegado siempre y tan contino
que, si algún afligido a Dios buscara,
acortando camino
en tu pecho o en tu celda le hallara.

Aunque naciste en Ávila, se puede
decir que Alba fue donde naciste,
pues allí nace donde muere el justo;
desde Alba, ¡oh madre!, al cielo te partiste:
alba pura, hermosa, a quien sucede
el claro día del inmenso gusto.
Que le goces es justo
en éxtasis divinos
por todos los caminos
por donde Dios llevar a un alma sabe,
para darle de sí cuanto ella cabe,
y aun la ensancha, dilata y engrandece
y, con amor süave,
a sí y de sí la junta y enriquece.

Como las circunstancias convenibles
que acreditan los éxtasis, que suelen
indicios ser de santidad notoria,
en los tuyos se hallaron, nos impelen
a creer la verdad de los visibles
que nos describe tu discreta historia;
y el quedar con victoria,
honroso triunfo y palma
del infierno, y tu alma
más humilde, más sabia y obediente
al fin de tus arrobos, fue evidente
señal que todos fueron admirables
y sobrehumanamente
nuevos, continuos, sacros, inefables.

Ahora, pues, que al cielo te retiras,
menospreciando la mortal riqueza
en la inmortalidad que siempre dura,
y el visorrey de Dios nos da certeza
que sin enigma y sin espejo miras
de Dios la incomparable hermosura,
colma nuestra ventura:
oye, devota y pía,
los balidos que envía
el rebaño infinito que crïaste
cuando del suelo al cielo el vuelo alzaste,
que no porque dejaste nuestra vida
la caridad dejaste,
que en los cielos está más extendida.

Canción, de ser humilde has de preciarte
cuando quieras al cielo levantarte,
que tiene la humildad naturaleza
de ser el todo y parte
de alzar al cielo la mortal bajeza.

 

 

A quien irá mi doloroso canto

                                                Al Ilustrísimo y Reverendísimo Cardenal 
                                                                                             don Diego de Espinosa


¿A quién irá mi doloroso canto,
o en cúya oreja sonará su acento,
que no deshaga el corazón en llanto?
A ti, gran cardenal, yo le presento,
pues vemos te ha cabido tanta parte
del hado secutivo vïolento.
Aquí verás qu'el bien no tiene parte:
todo es dolor, tristeza y desconsuelo
lo que en mi triste canto se reparte.
¿Quién dijera, señor, que un solo vuelo
de una ánima beata al alta cumbre
pusiera en confusión al bajo suelo?
Mas, ¡ay!, que yace muerta nuestra lumbre:
el alma goza de perpetua gloria,
y el cuerpo de terrena pesadumbre.

No se pase, señor, de tu memoria
cómo en un punto la invincible muerte
lleva de nuestras vidas la victoria.
Al tiempo que esperaba nuestra suerte
poderse mejorar, la sancta mano
mostró por nuestro mal su furia fuerte.
Entristeció a la tierra su verano,
secó su paraíso fresco y tierno,
el ornato añubló del ser cristiano.

Volvió la primavera en frío invierno,
trocó en pesar su gusto y alegría,
tornó de arriba abajo su gobierno.
Pasóse ya aquel ser que ser solía
a nuestra obscuridad claro lucero,
sosiego del antigua tiranía.
A más andar el término postrero
llegó, que dividió con furia insana
del alma sancta el corazón sincero.
Cuanto ya nos venía la temprana
dulce fruta del árbol deseado,
vino sobre él la frígida mañana.

Quien detuvo el poder de Marte airado
que no pasase más el alto monte,
con prisiones de nieve aherrojado,
no pisará ya más nuestro horizonte,
que a los campos Elíseos es llevada
sin ver la obscura barca de Caronte.
A ti, fiel pastor de la manada
seguntina, es justo y te conviene
aligerarnos carga tan pesada.

Mira el dolor que el gran Filipo tiene:
allí tu discreción muestre el alteza
que en tu divino ingenio se contiene.
Bien sé que le dirás que a la bajeza
de nuestra humanidad es cosa cierta
no tener solo un punto de firmeza,
y que, si yace su esperanza muerta
y el dolor vida y alma le lastima,
que a do la cierra, Dios abre otra puerta.

Mas, ¿qué consuelo habrá, señor, que oprima
algún tanto sus lágrimas cansadas
si una prenda perdió de tanta estima?
Y más si considera las amadas
prendas que le dejó en la dulce vida
y con su amarga muerte lastimadas.
Alma bella, del cielo merescida,
mira cuál queda el miserable suelo
sin la luz de tu vista esclarescida:
verás que en árbor verde no hace vuelo
el ave más alegre, antes ofresce
en su amoroso canto triste duelo.

Contino en grave llanto se anochece
el triste día que te imaginamos
con aquella virtud que no perece;
mas deste imaginar nos consolamos
en ver que merescieron tus deseos
que goces ya del bien que deseamos.
Acá nos quedarán por tus trofeos
tu cristiandad, valor y gracia estraña,
de alma sancta sanctísimos arreos.
De hoy más, la sola y afligida España,
cuando más sus clamores levantare
al summo Hacedor y alta compaña,
cuando más por salud le importunare
al término postrero que perezca
y en el último trance se hallare,
sólo podrá pedirle que le ofrezca
otra paz, otro amparo, otra ventura
qu'en obras y virtudes le parezca.

El vano confiar y la hermosura,
¿de qué nos sirve si en pequeño instante
damos en manos de la sepultura?
Aquel firme esperar sancto y constante,
que concede a la fe su cierto asiento
y a la querida hermana ir adelante,
adonde mora Dios en su aposento
nos puede dar lugar dulce y sabroso,
libre de tempestad y humano viento.

Aquí, señor, el último reposo
no puede perturbarse, ni la vida
temer más otro trance doloroso;
aquí con nuevo ser es conducida
entre las almas del inmenso coro
nuestra Isabela, reina esclarescida;
con tal sinceridad guardó el decoro,
do al precepto divino más se aspira,
que meresce gozar de tal tesoro.
¡Ay muerte!, ¿contra quién tu amarga ira
quesiste ejecutar para templarme
con profundo dolor mi triste lira?
Si nos cansáis, señor, ya descucharme,
anudaré de nuevo el roto hilo,
que la ocasión es tal que ha d'esforzarme;
lágrimas pediré al corriente Nilo,
un nuevo corazón al alto cielo,
y a las más tristes musas triste estilo.
Diré que al duro mal, al grave duelo
que a España en brazos de la muerte tiene,
no quiso Dios dejarle sin consuelo:
dejóle al gran Filipo, que sostiene,
cual firme basa al alto firmamento,
el bien o desventura que le viene.

De aquesto, vos lleváis el vencimiento,
pues deja en vuestros hombros él la carga
del cielo y de la tierra, y pensamiento.
La vida que en la vuestra ansí se encarga
muy bien puede vivir leda y segura,
pues de tanto cuidado se descarga;
gozando, como goza, tal ventura
el gran señor del ancho suelo hispano,
su mal es menos y nuestra desventura.
Si el ánimo real, si el soberano
tesoro le robó en un solo día
la muerte airada con esquiva mano,
regalos son qu'el summo Dios envía
a aquél que ya le tiene aparejado
sublime asiento en l'alta jerarquía.

Quien goza quïetud siempre en su estado,
y el efecto le acude a la esperanza
y a lo que quiere nada le es trocado,
argúyese que poca confianza
se puede tener d'él que goce y vea
con claros ojos bienaventuranza.
Cuando más favorable el mundo sea,
cuando nos ría el bien todo delante
y venga al corazón lo que desea,
tiénese de esperar que en un instante
dará con ello la Fortuna en tierra,
que no fue ni será jamás constante.

Y aquel que no ha gustado de la guerra,
a do se aflige el cuerpo y la memoria,
paresce Dios del cielo le destierra,
porque no se coronan en la gloria
si no es los capitanes valerosos
que llevan de sí mesmos la victoria.
Los amargos sospiros dolorosos,
las lágrimas sin cuento que ha vertido
quien nos puede su vista hacer dichosos,
el perder a su hijo tan querido,
aquel mirarse y verse cuál se halla
de todo su placer desposeído,
¿qué se puede decir sino batalla
adonde l'hemos visto siempre armado
con la paciencia, qu'es muy fina malla?
Del alto cielo ha sido consolado
[con] concederle acá vuestra persona,
que mira por su honra y por su estado.

De aquí saldrá a gozar de una corona
más rica, más preciosa y muy más clara
que la que ciñe al hijo de Latona.
Con él vuestra virtud, al mundo rara,
se tiene de estender de gente en gente,
sin poderlo estorbar Fortuna avara;
resonará el valor tan excelente
que os ciñe, cubre, ampara y os rodea,
de donde sale el sol hasta occidente,
y allá en el alto alcázar do pasea
en mil contentos nuestra reina amada,
si puede desear, sólo desea
que sea por mil siglos levantada
vuestra grandeza, pues que se engrandece
el valor de su prenda deseada,
que [en] vuestro poderío se paresce
del católico rey la summa alteza,
que desde un polo al otro resplandesce.

De hoy más, deje del llanto la fiereza
el afligida España, levantando
con verde lauro ornada la cabeza,
que, mientra fuere el cielo mejorando
del soberano rey la larga vida,
no es bien que se consuma lamentando;
y, en tanto que arribare a la subida
de la inmortalidad vuestra alma pura,
no se entregue al dolor tan de corrida;
y más, qu'el grave rostro de hermosura,
por cuya ausencia vive sin consuelo,
goza de Dios en la celeste altura.
¡Oh trueco glorïoso, oh sancto celo,
pues con gozar la tierra has merecido
tender tus pasos por el alto cielo!
Con esto cese el canto dolorido,
magnánimo señor, que, por mal diestro,
queda tan temeroso y tan corrido
cuanto yo quedo, gran señor, por vuestro.

 

 

Al túmulo del rey que se hizo en Sevilla...

«¡Voto a Dios que me espanta esta grandeza
y que diera un doblón por describilla!;
porque, ¿a quién no suspende y maravilla
esta máquina insigne, esta braveza?

¡Por Jesucristo vivo, cada pieza
vale más que un millón, y que es mancilla
que esto no dure un siglo, ¡oh gran Sevilla,
Roma triunfante en ánimo y riqueza!

¡Apostaré que la ánima del muerto,
por gozar este sitio, hoy ha dejado
el cielo, de que goza eternamente!»
Esto oyó un valentón y dijo: «¡Es cierto

lo que dice voacé, seor soldado,
y quien dijere lo contrario miente!»
Y luego encontinente
caló el chapeo, requirió la espada,
miró al soslayo, fuese, y no hubo nada.

 

 

Bate, Fama veloz, las prestas alas...

Bate, Fama veloz, las prestas alas,
rompe del norte las cerradas nieblas,
aligera los pies, llega y destruye
el confuso rumor de nuevas malas
y con tu luz desparce las tinieblas
del crédito español, que de ti huye;
esta preñez concluye
en un parto dichoso que nos muestre
un fin alegre de la ilustre empresa,
cuyo fin nos suspende, alivia y pesa,
ya en contienda naval, ya en la terrestre,
hasta que, con tus ojos y tus lenguas,
diciendo ajenas menguas,
de los hijos de España el valor cantes,
con que admires al cielo, al suelo espantes.

Di con firme verdad, firme y sigura:
¿hizo el que pudo la victoria vuestra?
¿Sentenciado ha su causa el Padre eterno?
¿Bañada queda en roja sangre y pura
la católica espada y fuerte diestra?
En fin, de aquel que asiste a su gobierno,
¿poblado ha el hondo infierno
de nuevas almas, y de cuerpos lleno
el mar, que a los despojos y banderas
de las naciones pertinaces, fieras,
apenas dio lugar su inmenso seno,
del pirata mayor del occidente
ya inclinada la frente,
y puesto al cuello altivo y indomable
del vencimiento el yugo miserable?

Di (que al fin lo dirás): «allí volaron
por el aire los cuerpos, impelidos
de las fogosas máquinas de guerra;
aquí las aguas su color cambiaron,
y la sangre de pechos atrevidos
humedecieron la contraria tierra»;
cómo huye, o si afierra,
este y aquel navío; en cuántos modos
se aparecen las sombras de la muerte;
cómo juega Fortuna con la suerte,
no mostrándose igual ni firme a todos,
hasta que, por mil varios embarazos,
los españoles brazos,
rompiendo por el aire, tierra y fuego,
declararon por suyo el mortal juego.

Píntanos ya un diluvio con razones,
causado de un conflicto temeroso
y que le pinta la contraria parte:
mil cuerpos sobreaguados y en montones
confusos, otros naden cobdiciosos
d'entretener la vida en cualquier parte;
al descuido, y con arte,
pinta rotas entenas, jarcias rotas,
quillas sentidas, tablas desclavadas,
y, de impaciencia y de rigor armadas,
las dos (y no en valor) iguales flotas.
Exprime los gemidos excesivos
de aquellos semivivos
que, ardiendo, al agua fría se arrojaban
y, en la muerte del fuego, muerte hallaban.

Después d'esto dirás: «en espaciosas,
concertadas hileras va marchando
nuestro cristiano ejército invencible,
las cruzadas banderas victoriosas
al aire con donaire tremolando,
haciendo vista fiera y apacible.
Forma aquel son horrible
que el cóncavo metal despide y forma,
y aquel del atambor que engendra y cría
en el cobarde pecho valentía
y el temor natural trueca y reforma»;
haz los reflejos y vislumbres bellas
que, cual claras estrellas,
en las lucidas armas el sol hace
cuando mirar este escuadrón le place.

Esto dicho, revuelve presurosa
y en los oídos de los dos prudentes
famosos generales luego envía
una voz que les diga la gloriosa
estirpe de sus claros ascendientes,
cifra de más que humana valentía:
al que las naves guía
muéstrale sobre un muro un caballero,
más que de yerro, de valor armado,
y entre la turba mora un niño atado,
cual entre hambrientos lobos un cordero,
y al segundo Abrahán que dé la daga
con que el bárbaro haga
el sacrificio horrendo que en el suelo
le dio fama y imortal gloria en el cielo;

dirás al otro, que en sus venas tiene
la sangre de Austria, que con esto sólo
le dirás cien mil hechos señalados
que, en cuanto el ancho mar cerca y contiene,
y en lo que mira el uno y otro polo,
fueron por sus mayores acabados.
Éstos ansí informados,
entra en el escuadrón de nuestra gente
y allá verás, mirando a todas partes,
mil Cides, mil Roldanes y mil Martes,
valiente aquél, aquéste más valiente;
a estos solos les dirás que miren
para que luego aspiren
a concluir la más dudosa hazaña:
«Hijos, mirad que es vuestra madre España!,

la cual, desde que al viento y mar os distes,
cual viuda llora vuestra ausencia larga,
contrita, humilde, tierna, mansa y justa,
los ojos bajos, húmidos y tristes,
cubierto el cuerpo de una tosca sarga,
que de sus galas poco o nada gusta
hasta ver en la injusta
cerviz inglesa puesto el suave yugo
y sus puertas abrir, de herror cargadas,
con las romanas llaves dedicadas
[a] abrir el cielo como al cielo plugo.
Justa es la empresa, y vuestro brazo fuerte;
aun de la misma muerte
quitara la vitoria de la mano,
cuanto más del vicioso luterano».

Muéstrales, si es posible, un verdadero
retrato del católico monarca,
y verán de David la voz y el pecho,
las rodillas por el suelo y un cor[dero]
mirando, a quien encierra y guarda un arca,
mejor que aquélla quisier[a haber hecho],
puestos de trecho a trecho
doce descalzos ángeles mortales
en quien tanta virtud el cielo encierra
que con humilde voz desde la tierra
pasan del mismo cielo los umbrales.
Con tal cordero, tal monarca y luego
de tales doce el ruego,
diles que está siguro el triunfo y gloria,
y que ya España canta la victoria.

Canción, si vas despacio do te envío,
en todo el cielo fío
que has de cambiar por nuevas de alegría
el nombre de canción y profecía.


 

 

Bien donado sale al mundo...

Bien donado sale al mundo
este libro, do se encierra
la paz de amor y la guerra,
y aquel fruto sin segundo
de la castellana tierra;
que, aunque le da Maldonado,
va tan rico y bien donado
de sciencia y de discreción,
que me afirmo en la razón
de decir que es bien donado.
El sentimiento amoroso
del pecho más encendido
en fuego de amor, y herido
de su dardo ponzoñoso
y en la red suya cogido,
el temor y la esperanza
con que el bien y el mal se alcanza
en las empresas de amor:
aquí muestra su valor,
su buena o su mala andanza.
Sin flores, sin praderías
y sin los faunos silvanos,
sin ninfas, sin dioses vanos,
sin yerbas, sin aguas frías
y sin apacibles llanos,
en agradables conceptos
profundos, altos, discretos,
con verdad llana y distinta,
aquí el sabio autor nos pinta
del ciego dios los efetos.
Con declararnos la mengua
y el bien de su ardiente llama,
ha dado a su nombre fama
y enriquecido su lengua,
que ya la mejor se llama,
y hanos mostrado que es solo
favorecido de Apolo
con dones tan infinitos,
que su fama en sus escritos
irá d'éste al otro polo.

 

 

Cual vemos del rosado y rico oriente...

Cual vemos del rosado y rico oriente
la blanca y dura piedra señalarse
y en todo, aunque pequeña, aventajarse
a la mayor del Cáucaso eminente,

tal este (humilde al parecer) presente
puede y debe mirarse y admirarse,
no por la cantidad, mas por mostrarse
ser en su calidad tan excelente.

El que navega por el golfo insano
del mar de pretensiones verá al punto
del cortesano laberinto el hilo.

¡Felice ingenio y venturosa mano
qu'el deleite y provecho puso junto
en juego alegre, en dulce y claro estilo!

 

Cuando Preciosa el panderete toca ...

Cuando Preciosa el panderete toca 
y hiere el dulce son los aires vanos, 
perlas son que derrama con las manos; 
flores son que despide de la boca.

Suspensa el alma, y la cordura loca, 
queda a los dulces actos sobrehumanos, 
que, de limpios, de honestos y de sanos, 
su fama al cielo levantado toca.

Colgadas del menor de sus cabellos 
mil almas lleva, y a sus plantas tiene 
Amor rendidas una y otra flecha.

Ciega y alumbra con sus soles bellos, 
su imperio Amor por ellos le mantiene, 
y aún más grandezas de su ser sospecha.

 

 

Cuatro redondillas castellanas 

                                                          A la muerte de Su Majestad

Cuando un estado dichoso
esperaba nuestra suerte,
bien como ladrón famoso
vino la invencible muerte
a robar nuestro reposo;
y metió tanto la mano
aqueste fiero tirano,
por orden del alto cielo,
que nos llevó deste suelo
el valor del ser humano.

¡Cuán amarga es tu memoria,
oh dura y terrible faz!
Pero en aquesta victoria,
si llevaste nuestra paz,
fue para dalle más gloria;
y, aunqu'el dolor nos desvela,
una cosa nos consuela:
ver que al reino soberano
ha dado un vuelo temprano
nuestra muy cara Isabela.

Una alma tan limpia y bella,
tan enemiga de engaños,
¿qué pudo merecer ella,
para que en tan tiernos años
dejase el mundo de vella?
Dirás, Muerte, en quien se encierra
la causa de nuestra guerra,
para nuestro desconsuelo,
que cosas que son del cielo
no las merece la tierra.

Tanto de punto subiste
en el amor que mostraste,
que, ya que al cielo te fuiste,
en la tierra nos dejaste
las prendas que más quesiste.
¡Oh Isabela Eugenia Clara,
Catalina, a todos cara,
claros luceros las dos,
no quiera y permita Dios
se os muestre Fortuna avara!

 

 

De la Virgen sin par, santa y bendita...

De la Virgen sin par, santa y bendita
(digo, de sus loores), justamente
haces el rico, sin igual presente
a la sin par cristiana Margarita.

Dándole, quedas rico, y queda escrita
tu fama en hojas de metal luciente,
que, a despecho y pesar del diligente
tiempo, será en sus fines infinita:

¡felice en el sujeto que escogiste,
dichoso en la ocasión que te dio el cielo
de dar a Virgen el virgíneo canto;

venturoso también porque heciste
que den las musas del hispano suelo
admiración al griego, al tusco espanto.

 

 

De Turia el cisne más famoso hoy canta...

De Turia el cisne más famoso hoy canta,
y no para acabar la dulce vida,
que en sus divinas obras escondida
a los tiempos y edades se adelanta:

queda por él canonizada y santa
Teruel, vivos Marcilla y su homicida;
su pluma, por heroica conocida,
en quien se admira el cielo, el suelo espanta.

Su dotrina, su voz, su estilo raro,
que por tuyos, ¡oh Apolo!, reconoces,
según el vuelo de sus bellas alas,

grabadas por la Fama en mármol paro
y en láminas de bronce, harán que goces
siglo de eternidad, Yagüe de Salas.

 

 

El casto ardor de una amorosa llama...

El casto ardor de una amorosa llama,
un sabio pecho a su rigor sujeto,
un desdén sacudido y un afecto
blando, que al alma en dulce fuego inflama,

el bien y el mal a que convida y llama
de amor la fuerza y poderoso efecto,
eternamente, en son claro y perfecto,
con estas rimas cantará la fama,

llevando el nombre único y famoso
vuestro, felice López Maldonado,
del moreno etíope al cita blanco,

y hará que en balde de laurel honroso
espere alguno verse coronado
si no os imita y tiene por su blanco.

 

  

 

El que subió por sendas nunca usadas...

                                                       «Este soneto hice a la muerte de Fernando de Herrera;
                                     y, para entender el primer cuarteto, advierto que él celebraba 
                                                     en sus versos a una señora debajo deste nombre de Luz. 
                                                                Creo que es de los buenos que he hecho en mi vida»


El que subió por sendas nunca usadas
del sacro monte a la más alta cumbre;
el que a una Luz se hizo todo lumbre
y lágrimas, en dulce voz cantadas;

el que con culta vena las sagradas
de Helicón y Pirene en muchedumbre
(libre de toda humana pesadumbre)
bebió y dejó en divinas transformadas;

aquél a quien invidia tuvo Apolo
porque, a par de su Luz, tiene su fama
de donde nace a donde muere el día:

el agradable al cielo, al suelo solo,
vuelto en ceniza de su ardiente llama,
yace debajo desta losa fría.

 

 

En la memoria vive de las gentes...

                                                                             A don Diego de Mendoza y a su fama

En la memoria vive de las gentes,
varón famoso, siglos infinitos,
premio que le merecen tus escritos
por graves, puros, castos y excelentes.

Las ansias en honesta llama ardientes,
los Etnas, los Estigios, los Cocitos
que en ellos suavemente van descritos,
mira si es bien, ¡oh Fama!, que los cuentes,

y aun que los lleves en ligero vuelo
por cuanto ciñe el mar y el sol rodea,
y en láminas de bronce los esculpas;

que así el suelo sabrá que sabe el cielo
que el renombre inmortal que se desea
tal vez le alcanzan amorosas culpas.

 

En vuestra sin igual, dulce armonía...

                                                                                                 A la señora doña Alfonsa González, 
                                                                                                         monja profesa en el monasterio 
                                                                                            de Nuestra Señora de Constantinopla, 
                                                                       en la dirección deste libro de la Sacra Minerva


En vuestra sin igual, dulce armonía,
hermosísima Alfonsa, nos reserva
la nueva, la sin par sacra Minerva
cuanto de bueno y santo el cielo cría.

Llega el felice punto, llega el día
en que, si os oye la infernal caterva,
huye gimiendo al centro y, de la acerva
región, suspiros a la tierra envía.

En fin, vos convertís el suelo en cielo
con la voz celestial, con la hermosura
que os hacen parecer ángel divino;

y así, conviene que tal vez el velo
alcéis, y descubráis esa luz pura
que nos pone del cielo en el camino.

 

 

Epitafio

Aquí el valor de la española tierra,
aquí la flor de la francesa gente,
aquí quien concordó lo diferente,
de oliva coronando aquella guerra;

aquí en pequeño espacio veis se encierra
nuestro claro lucero de occidente;
aquí yace enterrada la excelente
causa que nuestro bien todo destierra.

Mirad quién es el mundo y su pujanza,
y cómo, de la más alegre vida,
la muerte lleva siempre la victoria;

también mirad la bienaventuranza
que goza nuestra reina esclarescida
en el eterno reino de la gloria.

 

 

Galatea

Tanto cuanto el amor convida y llama
al alma con sus gustos de apariencia,
tanto más huye su mortal dolencia
quien sabe el nombre que le da la fama.

Y el pecho opuesto a su amorosa llama,
armado de una honesta resistencia,
poco puede empecerle su inclemencia,
poco su fuego y su rigor le inflama.

Segura está, quien nunca fue querida
ni supo querer bien, de aquella lengua
que en su deshonra se adelgaza y lima;

mas si el querer y el no querer da mengua,
¿en qué ejercicios pasará la vida
la que más que al vivir la honra estima?

 

 

 

Jamás en el jardín de Falerina...

                                                                         A don Diego Rosel y Fuenllana, 
                                                                                       inventor de nuevos artes


Jamás en el jardín de Falerina
ni en la Parnasa, excesible cuesta,
se vio Rosel ni rosa cual es ésta,
por quien gimió la maga Dragontina;

atrás deja la flor que se recrina
en la del Tronto archiducal floresta,
dejando olor por vía manifesta
que a la región del cielo la avecina.

Crece, ¡oh muy felice planta!, crece,
y ocupen tus pimpollos todo el orbe,
retumbando, crujiendo y espantando;

el Betis calle, pues el Po enmudece,
y la muerte, que a todo humano sorbe,
sola esta rosa vaya eternizando.

 

 

Madre de los valientes de la guerra...

Madre de los valientes de la guerra,
archivo de católicos soldados,
crisol donde el amor de Dios se apura,
tierra donde se ve que el cielo entierra
los que han de ser al cielo trasladados
por defensores de la fe más pura:
no te parezca acaso desventura,
¡Oh España, madre nuestra!,
ver que tus hijos vuelven a tu seno
dejando el mar de sus desgracias lleno,
pues no los vuelve la contraria diestra:
vuélvelos la borrasca incontrastable
del viento, mar, y el cielo que consiente
que se alce un poco la enemiga frente,
odiosa al cielo, al suelo detestable,
porque entonces es cierta la caída
cuando es soberbia y vana la subida.

Abre tus brazos y recoge en ellos
los que vuelven confusos, no rendidos,
pues no se escusa lo que el cielo ordena,
ni puede en ningún tiempo los cabellos
tener alguno con la mano asidos
de la calva ocasión en suerte buena,
ni es de acero o diamante la cadena
con que se enlaza y tiene
el buen suceso en los marciales casos,
y los más fuertes bríos quedan lasos
del que a los brazos con el viento viene,
y esta vuelta que ves desordenada
sin duda entiendo que ha de ser la vuelta
del toro para dar mortal revuelta
a la gente con cuerpos desalmada,
que el cielo, aunque se tarda, no es amigo
de dejar las maldades sin castigo.

A tu león pisado le han la cola;
las vedijas sacude, y arrevuelve
a la justa venganza de su ofensa,
no sólo suya, que si fuera sola,
quizá la perdonara: sólo vuelve
por la de Dios, y en restaurarla piensa.
Único es su valor, su fuerza imensa,
claro su entendimiento,
indignado con causa, y tal que a un pecho
cristiano, aunque de mármol fuese hecho,
moviera a justo y vengativo intento.
Y más, que el galo, el tusco, el moro mira,
con vista aguda y ánimos perplejos,
cuáles son los comienzos y los dejos,
y dónde pone este león la mira,
porque entonces su suerte está lozana
en cuanto tiene este león cuartana.

Ea pues, ¡oh Felipe, señor nuestro,
Segundo en nombre y hombre sin segundo,
coluna de la fe segura y fuerte!,
vuelve en suceso más felice y diestro
este designio que fabrica el mundo,
que piensa manso y sin coraje verte,
como si no bastasen a moverte
tus puertos salteados
en las remotas Indias apartadas,
y en tus casas tus naves abrasadas,
y en la ajena los templos profanados;
tus mares llenos de piratas fieros,
por ellos tus armadas encogidas,
y en ellos mil haciendas y mil vidas
sujetos a mil bárbaros aceros,
cosas que cada cual por sí es posible
a hacer que se intente aun lo imposible.

Pide, toma, señor, que todo aquello
que tus vasallos tienen se te ofrece
con liberal y valerosa mano
a trueque que al inglés pérfido cuello
pongas el justo yugo que merece
su injusto pecho y proceder insano;
no sólo el oro que se adora en vano,
sino sus hijos caros
te darán, cual el suyo dio don Diego,
que, en propia sangre y en ajeno fuego,
acrisoló los hechos siempre raros
de la casa de Córdoba, que ha dado
catorce mayorazgos a las lanzas
moriscas, y, con firmes confianzas,
sus obras y su nombre han dilatado
por la espaciosa redondez del suelo,
que el que así muere vive y gana el cielo.

En tanto que los brazos levantares,
gran capitán de Dios, espera, espera
ver vencedor tu pueblo, y no vencido;
pero si de cansado los bajares,
los suyos alzará la gente fiera,
que para el mal el malo es atrevido;
y en tu perseverancia está inclüido
un felice suceso
de la empresa justísima que tomas,
y no con ella un solo reino domas,
que a muchos pones de temor el peso;
aseguras los tuyos, fortaleces
lo que la buena fama de ti canta,
que eres un justo horror que al malo espanta
y mano que a los justos favoreces;
alza los brazos, pues, Moisés cristiano,
y pondrálos por tierra el luterano.

Vosotros que, llevados de un deseo
justo y honroso, al mar os entregastes
y el ocio blando y el regalo huistes,
puesto que os imagino ahora y veo
entre el viento y el mar que contrastastes
y los mortales daños que sufristes,
d'entre Scila y Caribdis no tan tristes
salís que no se vea
en vuestro bravo, varonil semblante
que romperéis por montes de diamante
hasta igualar la desigual pelea;
que los bríos y brazos españoles
quilatan su valor, su fuerza y brío
con la hambre, sed, calor y frío
cual se quilata el oro en los crisoles,
y, apurados así, son cual la planta
que al cielo con la carga se levanta.
El diestro esgrimidor, cuando le toca
quien sabe menos que él, se enciende en ira
y con facilidad se desagravia;
y en la orilla del mar la fuerte roca,
mientras su furia a deshacerla aspira,
muy poco o nada su rigor la agravia;
y es común opinión de gente sabia
que cuanto más ofende
el malo al bueno, tanto más aumenta
el temor del alcance de la cuenta,
que siempre es malo del que mal espende.
Triunfe el pirata, pues, agora y haga
júbilo y fiestas, porque el mar y el viento
han respondido al justo de su intento
sin acordarse si el que debe paga,
que, al sumar de la cuenta, en el remate
se hará un alcance que le alcance y mate.

¡Oh España, oh rey, oh mílites famosos!,
ofrece, manda, obedeced, que el cielo
en fin ha de ayudar al justo celo,
puesto que los principios sean dudosos,
y en la justa ocasión y en la porfía
encierra la vitoria su alegría.

 

 

 

Muestra su ingenio el que es pintor curioso...

Muestra su ingenio el que es pintor curioso
cuando pinta al desnudo una figura,
donde la traza, el arte y compostura
ningún velo la cubra artificioso:

vos, seráfico padre, y vos, hermoso
retrato de Jesús, sois la pintura
al desnudo pintada, en tal hechura
que Dios nos muestra ser pintor famoso.

Las sombras de ser mártir descubristes,
los lejos, en que estáis allá en el cielo
en soberana silla colocado;

las colores, las llagas que tuvistes
tanto las suben que se admira el suelo,
y el pintor en la obra se ha pagado.

 

 

No ha menester el que tus hechos canta...

No ha menester el que tus hechos canta,
¡oh gran marqués!, el artificio humano,
que a la más sutil pluma y docta mano
ellos le ofrecen al que al orbe espanta;

y éste que sobre el cielo se levanta,
llevado de tu nombre soberano,
a par del griego y escritor toscano,
sus sienes ciñe con la verde planta;

y fue muy justa prevención del cielo
que a un tiempo ejercitases tú la espada
y él su prudente y verdadera pluma,

porque, rompiendo de la invidia el velo,
tu fama, en sus escritos dilatada,
ni olvido o tiempo o muerte la consuma.

 

 

 

¡Oh cuán claras señales habéis dado...

¡Oh cuán claras señales habéis dado,
alto Bartholomeo de Ruffino,
que de Parnaso y Ménalo el camino
habéis dichosamente paseado!

Del siempre verde lauro coronado
seréis, si yo no soy mal adivino,
si ya vuestra fortuna y cruel destino
os saca de tan triste y bajo estado,

pues, libre de cadenas vuestra mano,
reposando el ingenio, al alta cumbre
os podéis levantar seguramente,

oscureciendo al gran Livio romano,
dando de vuestras obras tanta lumbre
que bien merezca el lauro vuestra frente.

 

 

 

¡Oh venturosa, levantada pluma...

¡Oh venturosa, levantada pluma
que en la empresa más alta te ocupaste
que el mundo pudo, y al fin mostraste
al recibo y al gasto igual la suma!,

calle de hoy más el escriptor de Numa,
que nadie llegará donde llegaste,
pues en tan raros versos celebraste
tan raro capitán, virtud tan summa.

¡Dichoso el celebrado, y quien celebra,
y no menos dichoso todo el suelo,
que tanto bien goza en esta historia,

en quien envidia o tiempo no harán quiebra;
antes hará con justo celo el cielo
eterna más que el tiempo su memoria!

 

 

 

Oración

A Ti me vuelvo, gran Señor, que alzaste,
a costa de tu sangre y de tu vida,
la mísera de Adán primer caída
y adonde él nos perdió, Tú nos cobraste.

A Ti, Pastor bendito, que buscaste
de las cien ovejuelas, la perdida
y hallándola del lobo perseguida,
sobre tus hombros santos te la echaste.

A Ti me vuelvo en mi aflicción amarga
y a Ti toca, Señor, el darme ayuda,
que soy cordera de tu aprisco ausente

y temo que a carrera corta o larga,
cuando a mi daño tu favor no acuda
me ha de alcanzar esta infernal serpiente.

 

 

 

Ovillejos

¿Quién menoscaba mis bienes? ¡Desdenes! ¿Y quién aumenta mis duelos? ¡Los celos! ¿Y quién prueba mi paciencia? ¡Ausencia! De ese modo en mi dolencia ningún remedio me alcanza, pues me matan las esperanzas, desdenes, celos y ausencia. ¿Quién me causa este dolor? ¡Amor! ¿Y quién mi gloria repugna? ¡Fortuna! ¿Y quién consiente mi duelo? ¡El cielo! De ese modo yo recelo morir deste mal extraño, pues se aúnan en mi daño amor, fortuna y el cielo. ¿Quién mejorará mi suerte? ¡La muerte! Y el bien de amor, ¿quién le alcanza? ¡Mudanza! Y sus males, ¿quién los cura? ¡Locura! De ese modo no es cordura querer curar la pasión, cuando los remedios son muerte, mudanza y locura.

 

 

 

Por un sevillano rufo a lo valón...

Por un sevillano rufo a lo valón,
tengo socarrado todo el corazón.

Por un morenico de color verde,
¿cuál es la fogosa que no se pierde?

Riñen dos amantes; hácese la paz;
si el enojo es grande, es el gusto más.

Deténte, enojado, no me azotes más;
que si bien lo miras, a tus carnes das.

 

 

 

Redondillas al hábito de Fray Pedro de Padilla

Hoy el famoso Padilla
con las muestras de su celo
causa contento en el cielo
y en la tierra maravilla,
porque, llevado del cebo
de amor, temor y consejo,
se despoja el hombre viejo
para vestirse de nuevo.

Cual prudente sierpe ha sido,
pues, con nuevo corazón,
en la piedra de Simón
se deja el viejo vestido,
y esta mudanza que hace
lleva tan cierto compás
que en ella asiste lo más
de cuanto a Dios satisface.

Con las obras y la fe
hoy para el cielo se embarca
en mejor jarciada barca
que la que libró a Noé;
y, para hacer tal pasaje,
ha muchos años que ha hecho,
con sano y cristiano pecho,
cristiano matalotaje,
y no teme el mal tempero
ni anegarse en el profundo
porque en el mar d'este mundo
es plático marinero,
y ansí, mirando el aguja
divina, cual se requiere,
si el demonio a orza diere,
él dará al instante a puja.

Y llevando este concierto
con las ondas d'este mar,
a la fin vendrá a parar
a seguro y dulce puerto,
donde, sin áncoras ya,
estará la nave en calma
con la eternidad del alma,
que nunca se acabará.
En una verdad me fundo,
y mi ingenio aquí no yerra,
qu'en siendo sal de la tierra,
habéis de ser luz del mundo:
luz de gracia rodeada
que alumbre nuestro horizonte,
y sobre el Carmelo monte
fuerte ciudad levantada.

Para alcanzar el trofeo
d'estas santas profecías,
tendréis el carro de Elías
con el manto de Eliseo,
y, ardiendo en amor divino,
donde nuestro bien se fragua,
apartando el manto al agua,
por el fuego haréis camino;
porqu'el voto de humildad
promete segura alteza
y castidad y pobreza,
bienes de divinidad,
y ansí los cielos serenos
verán, cuando acabarás,
un cortesano allá más
y en la tierra un sabio menos.

 

 

 

Redondilla castellana

Cuando dejaba la guerra
libre nuestro hispano suelo,
con un repentino vuelo
la mejor flor de la tierra
fue trasplantada en el cielo;
y, al cortarla de su rama,
el mortífero accidente
fue tan oculto a la gente
como el que no ve la llama
hasta que quemar se siente.

 

 

 

Romance

Yace donde el sol se pone,
entre dos tajadas peñas,
una entrada de un abismo,
quiero decir, una cueva
profunda, lóbrega, escura,
aquí mojada, allí seca,
propio albergue de la noche,
del horror y las tinieblas.
Por la boca sale un aire
que al alma encendida yela,
y un fuego, de cuando en cuando,
que el pecho de yelo quema.
Óyese dentro un rüido
como crujir de cadenas
y unos ayes luengos, tristes,
envueltos en tristes quejas.
Por las funestas paredes,
por los resquicios y quiebras
mil víboras se descubren
y ponzoñosas culebras.
A la entrada tiene puesto[s],
en una amarilla piedra,
huesos de muerto encajados
de modo que forman letras,
las cuales, vistas del fuego
que arroja de sí la cueva,
dicen: «Ésta es la morada
de los celos y sospechas».
Y un pastor contaba a Lauso
esta maravilla cierta
de la cueva, fuego y yelo,
aullidos, sierpes y piedra,
el cual, oyendo, le dijo:
«Pastor, para que te crea,
no has menester juramentos
ni hacer la vista esperiencia.
Un vivo traslado es ése
de lo que mi pecho encierra,
el cual, como en cueva escura,
no tiene luz, ni la espera.
Seco le tienen desdenes
bañado en lágrimas tiernas;
aire, fuego y los suspiros
le abrasan contino y yelan.
Los lamentables aullidos,
son mis continuas querellas,
víboras mis pensamientos
que en mis entrañas se ceban.
La piedra escrita, amarilla,
es mi sin igual firmeza,
que mis huesos en la muerte
mostrarán que son de piedra.
Los celos son los que habitan
en esta morada estrecha,
que engendraron los descuidos
de mi querida Silena».
En pronunciando este nombre,
cayó como muerto en tierra,
que de memorias de celos
aquestos fines se esperan.


Otra versión:

Hacia donde el sol se pone,
entre dos partidas peñas,
una entrada de un abismo,
quiero decir, una cueva
oscura, lóbrega y triste,
aquí mojada, allí seca,
propio albergue de la noche,
del terror y de tinieblas.
Por su boca sale un aire
que al alma encendida yela,
y un fuego, de cuando en cuando,
que al pecho de nieve quema.
Óyese dentro un rüido
con crujir de cadenas
y unos ayes luengos, tristes,
envueltos en tristes quejas;
y en las funestas paredes,
por los resquicios y quiebras
mil víboras se descubren
y ponzoñosas culebras.
A la boca tiene puestos,
en una amarilla piedra,
güesos de muerto encajados
de modo que forman letras,
las cuales, vistas al fuego
que sale de la caverna,
dicen: «Ésta es la morada
de los celos y sospechas».
Un pastor contaba a Lauso
esta maravilla cierta
de la cueva, fuego y yelo,
aullidos, sierpes y piedras,
el cual, viéndole, le dijo:
«Pastor, para que te crean,
no has menester jurallo
ni hacer della esperiencia.
El mismo traslado es ése
de lo que mi pecho encierra,
el cual, como en cueva oscura,
ni siente luz, ni la espera.
Seco, le tienen desdenes
bañando lágrimas tiernas;
aire y fuego en los suspiros
arrójase, abrasa y yela.
Los lamentables aullidos,
son mis continuas endechas,
víboras mis pensamientos
que en mis entrañas se ceban.
La piedra escrita, amarilla,
es mis sin igual firmezas,
que los fuegos en mi muerte
dirán cómo fui de piedra.
Los celos son los que avisan
en esta morada estrecha,
que causaron los descuidos
cuidados de Silena».
En pronunciando este mal,
cayó como muerto en tierra,
que de memorias de celos
tales sucesos se esperan.

El cielo a la iglesia ofrece
hoy una piedra tan fina
que en la corona divina
del mismo Dios resplandece.

 

 

 

Si, ansí como de nuestro mal se canta...

Si, ansí como de nuestro mal se canta
en esta verdadera, clara historia,
se oyera de cristianos la victoria,
¡cuál fuera el fruto d'esta rica planta!

Ansí cual es, al cielo se levanta
y es digna de inmortal, larga memoria,
pues, libre de algún vicio y baja escoria,
al alto ingenio admira, al bajo espanta.

Verdad, orden, estilo claro y llano
cual a perfecto historiador conviene,
en esta breve summa está cifrado.

¡Felice ingenio, venturosa mano,
que, entre pesados yerros apretado,
tal arte y tal virtud en sí contiene!

 

 

Si el bajo son de la zampoña mía...

                                                                              A M. Vázquez, mi señor

Si el bajo son de la zampoña mía,
señor, a vuestro oído no ha llegado
en tiempo que sonar mejor debía,
no ha sido por la falta de cuidado
sino por sobra del que me ha traído
por estraños caminos desvïado.

También, por no adquirirme de atrevido
el nombre odioso, la cansada mano
ha encubierto las faltas del sentido.
Mas ya que el valor vuestro sobrehumano,
de quien tiene noticia todo el suelo,
la graciosa altivez, el trato llano
aniquilan el miedo y el recelo
que ha tenido hasta aquí mi humilde pluma
de no quereros descubrir su vuelo,
de vuestra alta bondad y virtud summa
diré lo menos, que lo más no siento
quién de cerrarlo en verso se presuma.

Aquél que os mira en el subido asiento
do el humano favor puede encumbrarse,
y que no cesa el favorable viento,
y él se ve entre las ondas anegarse
del mar de la privanza, do procura,
o por fas o por nefas, levantarse,
¿quién duda que no dice: «La ventura
ha dado en levantar este mancebo
hasta ponerle en la más alta altura:
ayer le vimos inesperto y nuevo
en las cosas que agora mide y trata
tan bien que tengo envidia y las apruebo»?

D'esta manera se congoja y mata
el envidioso, que la gloria ajena
le destruye, marchita y desbarata.
Pero aquél que con mente más serena
contempla vuestro trato y vida honrosa
y del alma dentro, de virtudes llena,
no la inconstante rueda presurosa
de la falsa fortuna, suerte o hado,
signo, ventura, estrella ni otra cosa
dice qu'es causa que en el buen estado
que agora poseéis os haya puesto,
con esperanza de más alto grado,
mas solo el modo del vivir honesto,
la virtud escogida que se muestra
en vuestras obras y apacible gesto,
ésta dice, señor, que os da su diestra
y os tiene asido con sus fuertes lazos
y a más y a más subir siempre os adiestra.

¡Oh sanctos, oh agradables dulces brazos
de la sancta virtud, alma y divina,
y sancto quien recibe sus abrazos!
Quien con tal guía, como vos, camina,
¿de qué se admira el ciego vulgo bajo
si a la silla más alta se avecina?
Y, puesto que no hay cosa sin trabajo,
quien va sin la virtud va por rodeo,
y el que la lleva va por el atajo.
Si no me engaña la experiencia, creo
que se ve mucha gente fatigada
de un solo pensamiento y un deseo:
pretenden más de dos llave dorada,
muchos un mesmo cargo, y quien aspira
a la fidelidad de una embajada.

Cada cual por sí mesmo al blanco tira
donde asestan otros mil, y sólo es uno
cuya saeta dio do fue la mira;
y éste quizá, qu'a nadie fue importuno
ni a la soberbia puerta del privado
se halló, después de vísperas, ayuno,
ni dio ni tuvo a quien pedir prestado:
sólo con la virtud se entretenía
y en Dios y en ella estaba confiado.
Vos sois, señor, por quien decir podría
(y lo digo y diré sin estar mudo)
que sola la virtud fue vuestra guía,
y que ella sola fue bastante y pudo
levantaros al bien do estáis agora,
privado humilde, de ambición desnudo.

¡Dichosa y felicísima la hora,
donde tuvo el real conoscimiento
noticia del valor que anida y mora
en vuestro reposado entendimiento,
cuya fidelidad, cuyo secreto
es de vuestras virtudes el cimiento!
Por la senda y camino más perfecto
van vuestros pies, que es la que el medio
tiene y la que alaba el seso más discreto;
quien por ella camina, vemos viene
a aquel dulce, süave paradero
que la felicidad en sí contiene.

Yo, que el camino más bajo y grosero
he caminado en fría noche escura,
he dado en manos del atolladero,
y en la esquiva prisión, amarga y dura,
adonde agora quedo, estoy llorando
mi corta, infelicísima ventura,
con quejas tierra y cielo importunando,
con suspiros el aire escuresciendo,
con lágrimas el mar acrescentando.
Vida es ésta, señor, do estoy muriendo,
entre bárbara gente descreída
la mal lograda juventud perdiendo.

No fue la causa aquí de mi venida
andar vagando por el mundo acaso
con la vergüenza y la razón perdida:
diez años ha que tiendo y mudo el paso
en servicio del gran Filipo nuestro,
ya con descanso, ya cansado y laso;
y, en el dichoso día que siniestro
tanto fue el hado a la enemiga armada
cuanto a la nuestra favorable y diestro,
de temor y de esfuerzo acompañada,
presente estuvo mi persona al hecho,
más d'esperanza que de hierro armada.

Vi el formado escuadrón roto y deshecho,
y de bárbara gente y de cristiana
rojo en mil partes de Neptuno el lecho;
la muerte airada con su furia insana
aquí y allí con priesa discurriendo,
mostrándose a quién tarda, a quién temprana;
el son confuso, el espantable estruendo,
los gestos de los tristes miserables
que entre el fuego y agua iban muriendo;
los profundos sospiros lamentables
que los heridos pechos despedían,
maldiciendo sus hados detestables.

Helóseles la sangre que tenían
cuando, en el son de la trompeta nuestra,
su daño y nuestra gloria conoscían;
con alta voz, de vencedora muestra,
rompiendo el aire claro, el son mostraba
ser vencedora la cristiana diestra.
A esta dulce sazón yo, triste, estaba
con la una mano de la espada asida,
y sangre de la otra derramaba;
el pecho mío de profunda herida
sentía llagado, y la siniestra mano
estaba por mil partes ya rompida.

Pero el contento fue tan soberano
qu'a mi alma llegó, viendo vencido
el crudo pueblo infiel por el cristiano,
que no echaba de ver si estaba herido,
aunque era tan mortal mi sentimiento,
que a veces me quitó todo el sentido.
Y en mi propia cabeza el escarmiento
no me pudo estorbar que el segundo año
no me pusiese a discreción del viento,
y al bárbaro, medroso pueblo estraño
vi recogido, triste, amedrentado
y con causa temiendo de su daño,
y al reino tan antiguo y celebrado,
a do la hermosa Dido fue rendida
al querer del troyano desterrado,
también, vertiendo sangre aún la herida
mayor, con otras dos, quise hallarme
por ver ir la morisma de vencida.

¡Dios sabe si quisiera allí quedarme
con los que allí quedaron esforzados
y perderme con ellos, o ganarme!
Pero mis cortos, implacables hados,
en tan honrosa empresa no quisieron
que acabase la vida y los cuidados,
y al fin por los cabellos me trujeron
a ser vencido por la valentía
de aquellos que después no la tuvieron.
En la galera Sol, que escurescía
mi ventura su luz, a pesar mío,
fue la pérdida de otros y la mía.
Valor mostramos al principio y brío,
pero después, con la esperiencia amarga,
conoscimos ser todo desvarío.

Sentí de ajeno yugo la gran carga,
y en las manos sacrílegas malditas
dos años ha que mi dolor se alarga.
Bien sé que mis maldades infinitas
y la poca atrición qu'en mí se encierra
me tiene entre estos falsos ismaelitas.
Cuando llegué vencido y vi la tierra
tan nombrada en el mundo, qu'en su seno
tantos piratas cubre, acoge y cierra,
no pude al llanto detener el freno,
que a mi despecho, sin saber lo que era,
me vi el marchito rostro de agua lleno.

Ofrescióse a mis ojos la ribera
y el monte donde el grande Carlo tuvo
levantada en el aire su bandera,
y el mar que tanto esfuerzo no sostuvo,
pues, movido de envidia de su gloria,
airado entonces más que nunca estuvo.
Estas cosas, volviendo en mi memoria,
las lágrimas trujeron a los ojos,
movidas de desgracia tan notoria.

Pero si el alto cielo en darme enojos
no está con mi ventura conjurado,
y aquí no lleva muerte mis despojos,
cuando me vea en más alegre estado,
si vuestra intercesión, señor, me ayuda
a verme ante Filipo arrodillado,
mi lengua balbuciente y cuasi muda
pienso mover en la real presencia,
de adulación y de mentir desnuda,
diciendo: «Alto señor, cuya potencia
sujetas trae mil bárbaras naciones
al desabrido yugo de obediencia,
a quien los negros indios con sus dones
reconoscen honesto vasallaje,
trayendo el oro acá de sus rincones:
despierte en tu real pecho el gran coraje,
la gran soberbia con que una bicoca
aspira de contino a hacerte ultraje.

La gente es mucha, mas su fuerza es poca,
desnuda, mal armada, que no tiene
en su defensa fuerte, muro o roca;
cada uno mira si tu armada viene
para dar a sus pies el cargo y cura
de conservar la vida que sostiene.
Del amarga prisión triste y escura,
adonde mueren veinte mil cristianos,
tienes la llave de su cerradura.
Todos, cual yo, de allá, puestas las manos,
las rodillas por tierra, sollozando,
cercados de tormentos inhumanos,
valeroso señor, te están rogando
vuelvas los ojos de misericordia
a los suyos, que están siempre llorando;
y, pues te deja agora la discordia,
que hasta aquí te ha oprimido y fatigado,
y gozas de pacífica concordia,
haz, ¡oh buen rey!, que sea por ti acabado
lo que con tanta audacia y valor tanto
fue por tu amado padre comenzado.

Sólo el pensar que vas pondrá un espanto
en la enemiga gente, que adevino
ya desde aquí su pérdida y quebranto».
¿Quién dubda que el real pecho begnino
no se muestre, escuchando la tristeza
en que están estos míseros contino?
Bien paresce que muestro la flaqueza
de mi tan torpe ingenio, que pretende
hablar tan bajo ante tan alta alteza,
pero el justo deseo la defiende.
Mas a todo silencio poner quiero,
que temo que mi pluma ya os ofende,
y al trabajo me llaman donde muero.

 

 

Si el lazo, el fuego, el dardo, el puro yelo...

                                                                                            Al señor Antonio Veneziani

Si el lazo, el fuego, el dardo, el puro yelo
que os tiene, abrasa, hiere y pone fría
vuestra alma, trae su origen desde el cielo,
ya que os aprieta, enciende, mata, enfría,
¿qué nudo, llama, llaga, nieve o celo
ciñe, arde, traspasa o yela hoy día,
con tan alta ocasión como aquí muestro,
un tierno pecho, Antonio, como el vuestro?
El cielo, que el ingenio vuestro mira,
en cosas que son d'él quiso emplearos
y, según lo que hacéis, vemos que aspira
por Celia al cielo empíreo levantaros;
ponéis en tal objecto vuestra mira,
que dais materia al mundo de envidiaros:
¡dichoso el desdichado a quien se tiene
envidia de las ansias que sostiene!

En los conceptos que la pluma
de la alma en el papel ha trasladado
nos dais no sólo indicio pero muestra
de que estáis en el cielo sepultado,
y allí os tiene de amor la fuerte diestra
vivo en la muerte, a vida reservado,
que no puede morir quien no es del suelo,
teniendo el alma en Celia, que es un cielo.
Sólo me admira el ver que aquel divino
cielo de Celia encierre un vivo infierno
y que la fuerza de su fuerza y sino
os tenga en pena y llanto sempiterno;
al cielo encamináis vuestro camino,
mas, según vuestra suerte, yo dicierno
que al cielo sube el alma y se apresura,
y en el suelo se queda la ventura.

Si con benino y favorable aspecto
a alguno mira el cielo acá en la tierra,
obra ascondidamente un bien perfeto
en el que cualquier mal de sí destierra;
mas si los ojos pone en el objeto
airados, le consume en llanto y guerra
ansí como a vos hace vuestro cielo:
ya os da guerra, ya paz, y[a] fuego y yelo.
No se ve el cielo en claridad serena
de tantas luces claro y alumbrado
cuantas con rica habéis y fértil vena
el vuestro de virtudes adornado;
ni hay tantos granos de menuda arena
en el desierto líbico apartado
cuantos loores creo que merece
el cielo que os abaja y engrandece.

En Scitia ardéis, sentís en Libia frío,
contraria operación y nunca vista;
flaqueza al bien mostráis, al daño brío;
más que un lince miráis, sin tener vista;
mostráis con discreción un desvarío,
que el alma prende, a la razón conquista,
y esta contrariedad nace de aquella
que es vuestro cielo, vuestro sol y estrella.
Si fuera un caos, una materia unida
sin forma vuestro cielo, no espantara
de que del alma vuestra entristecida
las continuas querellas no escuchara;
pero, estando ya en partes esparcida
que un fondo forman de virtud tan rara,
es maravilla tenga los oídos
sordos a vuestros tristes alaridos.

Si es lícito rogar por el amigo
que en estado se halla peligroso,
yo, como vuestro, desde aquí me obligo
de no mostrarme en esto perezoso;
mas si me he de oponer a lo que digo
y conducirlo a término dichoso,
no me deis la ventura, que es muy poca,
mas las palabras sí de vuestra boca.
Diré: «Celia gentil, en cuya mano
está la muerte y vida y pena y gloria
de un mísero captivo que, temprano
ni aun tarde, no saldrás de su memoria:
vuelve el hermoso rostro blando, humano,
a mirar de quien llevas la victoria;
verás el cuerpo en dura cárcel triste
del alma que primero tú rendiste.
Y, pues un pecho en la virtud constante
se mueve en casos de honra y muestra airado,
muévale al tuyo el ver que de delante
te han un firme amador arrebatado;
y si quiere pasar más adelante
y hacer un hecho heroico y estremado,
rescata allá su alma con querella,
que el cuerpo, que está acá, se irá tras ella.

El cuerpo acá y el alma allá captiva
tiene el mísero amante que padece
por ti, Celia hermosa, en quien se aviva
la luz que al cielo alumbra y esclarece;
mira que el ser ingrata, cruda, esquiva
mal con tanta beldad se compadece:
muéstrate agradecida y amorosa
al que te tiene por su cielo y diosa».

 

 

 

Soneto de Gelasia en la Galatea

¿Quién dejará, del verde prado umbroso,
las frescas yerbas y las frescas fuentes?
¿Quién de seguir con pasos diligentes
la suelta liebre o jabalí cerdoso? 

¿Quién, con el son amigo y sonoroso,
no detendrá las aves inocentes?
¿Quién, en las horas de la siesta, ardientes,
no buscará en las selvas el reposo,

por seguir los incendios, los temores,
los celos, iras, rabias, muertes, penas
del falso amor que tanto aflige al mundo?

Del campo son y han sido mis amores,
rosas son y jazmines mis cadenas,
libre nací, y en libertad me fundo.

 

 

 

Tal secretario formáis...

                                                             Al secretario Gabriel Pérez del Barrio Angulo

Tal secretario formáis,
Gabriel, en vuestros escritos,
que por siglos infinitos
en él os eternizáis;
de la ignorancia sacáis
la pluma, y en presto vuelo
de lo más bajo del suelo
al cielo la levantáis.

Desde hoy más, la discreción
quedará puesta en su punto,
y el hablar y escribir junto
en su mayor perfección,
que en esta nueva ocasión
nos muestra, en breve distancia,
Demóstenes su elegancia
y su estilo Cicerón.

España os está obligada,
y con ella el mundo todo,
por la subtileza y modo
de pluma tan bien cortada;
la adulación defraudada
queda, y la lisonja en ella;
la mentira se atropella,
y es la verdad levantada.

Vuestro libro nos informa
que sólo vos habéis dado
a la materia de estado
hermosa y cristiana forma;
con la razón se conforma
de tal suerte que en él veo
que, contentando al deseo,
al que es más libre reforma.

 

 

 

Tras los dones primitivos...

Tras los dones primitivos
que, en el fervor de su celo,
ofreció la iglesia al cielo,
a sus edificios vivos
dio nuevas piedras el suelo;
estos dones agradece
a su esposa y la ennoblece,
pues, de parte del esposo,
un Hiacinto, el más precioso,
el cielo a la iglesia ofrece.
Porque el hombre de su gracia
tantas veces se retira,
y el Jacinto, al que le mira,
es tan grande su eficacia
que le sosiega la ira,
su misma piedad lo inclina
a darlo por medicina,
que, en su jüicio profundo,
ve que ha menester el mundo,
hoy una piedra tan fina.
Obró tanto esta virtud,
viviendo Jacinto en él,
que, a los vivos rayos d'él,
en una y otra salud
se restituyó por él.
Crezca gloriosa la mina
que de su luz jacintina
tiene el cielo y tierra llenos,
pues no mereció estar menos
que en la corona divina.
Allá luce ante los ojos
del mismo autor de su gloria,
y acá en gloriosa memoria
de los triunfos y despojos
que sacó de la vitoria,
pues si otra luz desfallece
cuando el sol la suya ofrece,
¿qué tan viva y rutilante
será aquésta si delante
del mismo Dios resplandece?

 

 

 

Tú, que con nuevo y sin igual decoro...

                                                                    Al dotor Francisco Díaz

Tú, que con nuevo y sin igual decoro
tantos remedios para un mal ordenas,
bien puedes esperar d'estas arenas,
del sacro Tajo, las que son de oro,

y el lauro que se debe al que un tesoro
halla de ciencia, con tan ricas venas
de raro advertimiento y salud llenas,
contento y risa del enfermo lloro;

que por tu industria una deshecha piedra
mil mármoles, mil bronces a tu fama
dará sin invidiosas competencias;

daráte el cielo palma, el suelo yedra,
pues que el uno y el otro ya te llama
espíritu de Apolo en ambas ciencias.

 

 

 

Vimos en julio otra Semana Santa...

Vimos en julio otra Semana Santa
atestada de ciertas cofradías,
que los soldados llaman compañías,
de quien el vulgo, no el inglés, se espanta.

Hubo de plumas muchedumbre tanta,
que en menos de catorce o quince días
volaron sus pigmeos y Golías,
y cayó su edificio por la planta.

Bramó el becerro, y púsoles en sarta;
tronó la tierra, oscurecióse el cielo,
amenazando una total ruina;

y al cabo, en Cádiz, con mesura harta,
ido ya el conde sin ningún recelo,
triunfando entró el gran duque de Medina.

 

 

 

Virgen fecunda, madre venturosa...

                                                                          A los éxtasis de nuestra beata madre 
                                                                                                                             Teresa de Jesús


Virgen fecunda, madre venturosa,
cuyos hijos, criados a tus pechos,
sobre sus fuerzas la virtud alzando,
pisan ahora los dorados techos
de la dulce región maravillosa
que está la gloria de su Dios mostrando:
tú, que ganaste obrando
un nombre en todo el mundo
y un grado sin segundo,
ahora estés ante tu Dios prostrada,
en rogar por tus hijos ocupada,
o en cosas dignas de tu intento santo,
oye mi voz cansada
y esfuerza, ¡oh madre!, el desmayado canto.

Luego que de la cuna y las mantillas
sacó Dios tu niñez, diste señales
que Dios para ser suya te guardaba,
mostrando los impulsos celestiales
en ti, con ordinarias maravillas,
que a tu edad tu deseo aventajaba;
y si se descuidaba
de lo que hacer debía,
tal vez luego volvía
mejorado, mostrando codicioso
que el haber parecido perezoso
era un volver atrás para dar salto,
con curso más brïoso,
desde la tierra al cielo, que es más alto.

Creciste, y fue creciendo en ti la gana
de obrar en proporción de los favores
con que te regaló la mano eterna,
tales que, al parecer, se alzó a mayores
contigo alegre Dios en la mañana
de tu florida edad humilde y tierna;
y así tu ser gobierna
que poco a poco subes
sobre las densas nubes
de la suerte mortal, y así levantas
tu cuerpo al cielo, sin fijar las plantas,
que ligero tras sí el alma le lleva
a las regiones santas
con nueva suspensión, con virtud nueva.

Allí su humildad te muestra santa;
acullá se desposa Dios contigo,
aquí misterios altos te revela.
Tierno amante se muestra, dulce amigo,
y, siendo tu maestro, te levanta
al cielo, que señala por tu escuela;
parece se desvela
en hacerte mercedes;
rompe rejas y redes
para buscarte el Mágico divino,
tan tu llegado siempre y tan contino
que, si algún afligido a Dios buscara,
acortando camino
en tu pecho o en tu celda le hallara.

Aunque naciste en Ávila, se puede
decir que en Alba fue donde naciste,
pues allí nace donde muere el justo;
desde Alba, ¡oh madre!, al cielo te partiste:
alba pura, hermosa, a quien sucede
el claro día del inmenso gusto.
Que le goces es justo
en éxtasis divinos
por todos los caminos
por donde Dios llevar a un alma sabe,
para darle de sí cuanto ella cabe,
y aun la ensancha, dilata y engrandece
y, con amor süave,
a sí y de sí la junta y enriquece.

Como las circunstancias convenibles
que acreditan los éxtasis, que suelen
indicios ser de santidad notoria,
en los tuyos se hallaron, nos impelen
a creer la verdad de los visibles
que nos describe tu discreta historia;
y el quedar con vitoria,
honroso triunfo y palma
del infierno, y tu alma
más humilde, más sabia y obediente
al fin de tus arrobos, fue evidente
señal que todos fueron admirables
y sobrehumanamente
nuevos, continuos, sacros, inefables.

Ahora, pues, que al cielo te retiras,
menospreciando la mortal riqueza
en la inmortalidad que siempre dura,
y el visorrey de Dios nos da certeza
que sin enigma y sin espejo miras
de Dios la incomparable hermosura,
colma nuestra ventura:
oye, devota y pía,
los balidos que envía
el rebaño infinito que crïaste
cuando del suelo al cielo el vuelo alzaste,
que no porque dejaste nuestra vida
la caridad dejaste,
que en los cielos está más estendida.

Canción, de ser humilde has de preciarte
cuando quieras al cielo levantarte,
que tiene la humildad naturaleza
de ser el todo y parte
de alzar al cielo la mortal bajeza.

 

 

Voto a Dios que me espanta esta grandeza...

Voto a Dios que me espanta esta grandeza
y que diera un doblón por describilla,
porque, ¿a quién no sorprende y maravilla
esta máquina insigne, esta riqueza?

Por Jesucristo vivo, cada pieza
vale más de un millón, y que es mancilla
que esto no dure un siglo, ¡oh gran Sevilla!,
Roma triunfante en ánimo y nobleza.

Apostaré que el ánima del muerto
por gozar este sitio hoy ha dejado
la gloria donde vive eternamente.

Esto oyó un valentón, y dijo: «Es cierto
cuanto dice voacé, señor soldado.
Y el que dijere lo contrario, miente.»

 

 

 

Ya que del ciego dios habéis cantado...

Ya que del ciego dios habéis cantado
el bien y el mal, la dulce fuerza y arte,
en la primera y la segunda parte,
donde está de amor el todo señalado,

ahora, con aliento descansado
y con nueva virtud que en vos reparte
el cielo, nos cantáis del duro Marte
las fieras armas y el valor sobrado.

Nuevos ricos mineros se descubren
de vuestro ingenio en la famosa mina
que al más alto deseo satisfacen;

y, con dar menos de lo más que encubren,
a este menos lo que es más se inclina
del bien que Apolo y que Minerva hacen.

 

 

 

Ya que se ha llegado el día...

Ya que se ha llegado el día,
gran rey, de tus alabanzas,
de la humilde musa mía
escucha, entre las que alcanzas,
las llorosas que te envía;
que, puesto que ya caminas
pisando las perlas finas
de las aulas soberanas,
tal vez palabras humanas
oyen orejas divinas.

¿Por dónde comenzaré
a exagerar tus blasones,
después que te llamaré
padre de las religiones
y defensor de la fe?
Sin duda habré de llamarte
nuevo y pacífico Marte,
pues en sosiego venciste
lo más en cuanto quisiste,
y es mucha la menor parte.

Tembló el cita en el oriente,
el bárbaro al mediodía,
el luterano al poniente,
y en la tierra siempre fría
temió la indómita gente;
Arauco vio tus banderas
vencedoras, y las fieras
ondas del sangriento Egeo
te dieron como en trofeo
las otomanas banderas.

Las virtudes en su punto
en tu pecho se hallaron,
y el poder y el saber junto,
y jamás no te dejaron,
aun casi el cuerpo difunto;
y lo que más tu valor
sube al extremo mayor
es que fuiste, cual se advierte,
bueno en vida, bueno en muerte
y bueno en tu sucesor.

Esta memoria nos dejas,
que es la que el bueno cudicia,
que, amigables y sin quejas,
misericordia y justicia
corrieron en ti parejas,
como la llana humildad
al par de la majestad,
tan sin discrepar un tilde
que fuiste el rey más humilde
y de mayor gravedad.

Quedar las arcas vacías,
donde se encerraba el oro
que dicen que recogías,
nos muestra que tu tesoro
en el cielo lo escondías;
desde ahora en los serenos
Elíseos campos amenos
para siempre gozarás,
sin poder desear más
ni contentarte con menos.

 

 




Yace en la parte que es mejor de España...

Yace en la parte que es mejor de España
una apacible y siempre verde Vega
a quien Apolo su favor no niega,
pues con las aguas de Helicón la baña;

Júpiter, labrador por grande hazaña,
su ciencia toda en cultivarla entrega;
Cilenio, alegre, en ella se sosiega,
Minerva eternamente la acompaña;

las Musas su Parnaso en ella han hecho;
Venus, honesta, en ella aumenta y cría
la santa multitud de los amores.

Y así, con gusto y general provecho,
nuevos frutos ofrece cada día
de ángeles, de armas, santos y pastores.