Evaristo Rivera Chevremont, poemas y poesias


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Evaristo Rivera Chevremont

poemas




LA FORMA

Alcánzase el estado de ventura
cuando se cumple la elevada forma,
la cual ha de lucir, en su factura,
tal como el pensamiento que la informa.

Por ímpetus y llamas interiores,
se vuelve cuajo milagroso el brío
de los extracomunes cuidadores
del verbo, de inmancable poderío.

Y es por el pulcro y esencial secreto,
de la creación suprema que el vocablo
es, en silva, en romance o en soneto,
como el niño divino en el establo.

En los blancos pañales de la rima
se envuelve el nuevo y virginal poema;
y la expresión que en ritmos se arracima,
es flor y astro, manantial y gema.

CREACIÓN

Cuando el Señor, la mano fatigada
de modelar en barro las figuras,
quiso formarle a él, notó que el barro
era muy poco, preparó el que había
para plasmarle, y meditó un momento:

"Con el poco de barro lo haré enjuto,
pero lo apretaré con energía;
lo haré delgado, resistente, como
vara de acero".

Realizó la obra;
y después coronándola de gracia
para suplir la ausencia
de robustez, le transmitió un espíritu
de los mejores, y quedó gozoso:
a falta de la fuerza del atleta,
dotóle del poder maravilloso
de la inmortalidad: ¡Lo hizo poeta!

IDIOMA CASTELLANO

Verbo macizo y señorial, lenguaje
de recia y transparente arquitectura.
Voz extrañada de la tierra pura,
la tierra paridora del linaje.

Horadas la centurias de tu mensaje,
urdido de vigor y de finura,
de grande consistencia en su textura:
oro, marfil, piedra preciosa, encaje.

La rancidez de tu riqueza brilla
en los viejos infolios de Castilla,
que prestigiase el imperial sigilo.

Suma de eternidades, tus legados
ofrecen, por las gracias enhebrados,
los más nobles decires en su estilo.

LENGUA CASTELLANA

La lengua que arropara de vocablos mi cuna
es la lengua brotada del solar de Castilla.
Del Romancero a Lope, sin dejadez ninguna,
ofrécese en romance, soneto y redondilla.

Ni un átomo en mi forma corporal es reacio
al toque rutilante, musical y perfecto
de la lengua que en libro, cuartilla o cartapacio
le da, por su pureza, vigores al concepto.

Levántase la lengua de clásicos sabores
en los pergeñadores ciertos de la belleza.
Los doctores del canto, los puristas mayores,
me la sirven en cláusulas de altitud y justeza.

La lengua -voz de siglos-. a mi verbo se enlaza.
No habrán de destruirla, porque es la mejor parte
-lo substancial, lo eterno- del todo de mi raza.
Y mi raza es, en todo, fe, dolor, amor, arte.

LA DÉCIMA CRIOLLA

La décima criolla -jalón del continente,
puntal de lo indohispano- de espíritu se llena.

De autoctonía vasta, de espíritu potente,
corre por nuestras zonas de planta, mar y arena.
Propio es su contenido, propio es su continente.

La décima es caliente, la décima es morena;
y uña de gato y diente de perro juntamente
brinda cuando, con rústicos instrumentos, resuena.
Al cuerpo, que es flexible, la gracia se le anuda.

Pica si se sazona, quema si se desnuda.
Pegando o requiriendo, la décima es de bríos.

Son ácidos y dulces los jugos de su entraña;
y en mi país, vestida de sol y miel, huraña
y amante, se da en sombra de tierras y bohíos.

Suma de eternidades, tus legados
ofrecen, por las gracias enhebrados,
los más nobles decires en su estilo.

LA PALABRA

Palabra que te niegas a mi empeño;
palabra esquiva, más ardiente y pura,
cede al milagro de mi antiguo sueño
y entrégame tu amor y tu hermosura.

Yo sé que eres resumen y diseño.
Yo sé que eres espíritu y figura,
y que, si al dios de tu metal desdeño,
nunca podré tener tu arquitectura.

Sé para mí columna y también arco.
Sé para mí la flecha que del arco
hacia la luz del infinito parte.

Sé, por dominio creador, la cima
en la que, por empuje de la rima,
he de gozar la excelsitud del arte.

DEFINICIÓN

La frente, el ojo, el cuello y el cabello.
Fúlgidos oros el cabello exuda.
En luz desnuda el cuello se desnuda.
En luz desnuda se desnuda el cuello.

No sé que gracias a su gracia anuda
el semblante elegido, que no hay sello
que no sea de gracia en cuanto es bello
en la belleza sin posible muda.

No hay muda en la belleza. La mirada
-claror del ojo-, en honda y desvelada
dulzura, ciñe mundos de pureza.

No hay muda en la belleza. Consecuente
con sus tantas virtudes. Ojo y frente,
cabello y cuello en perennal belleza.

ESPUMA

De lo ligero de la madrugada;
de lo sutil en lo fugaz -neblina,
vapor o nube- queda en el mar fina,
fluyente y tremulante pincelada.

De lo que el mar en su extensión afina
-perla en matización, concha irisada-,
queda un halo brillante en la oleada.
Halo que en pulcra irradiación culmina.

Los pétalos del lirio da la tierra
al mar, y el mar los tiene. El mar encierra
gracias, y gracias a sus gracias suma.

Y va mostrando, cuando la aureola
de la belleza ciñe en mar y ola,
el blanco indecible de la espuma.

SAN JUAN

El sol cubre los muelles alongados y hundidos
en el mar, que salpican cáscaras y tablones.
En los muelles, azúcar, carbón, mulatos, ruidos;
y en el mar, buques, yates, bergantines, ancones.

La onda es azul, es verde; fulge, en lumbradas plenas,
desde el pétreo castillo que se yergue a la entrada
de la rada; en la orilla del mar, cocos, arenas.
La luz y los colores anclados en la rada.

Pintados caseríos; cortos y férreos puentes;
muros de España sobre la cambiadiza onda;
jardines polvorosos, quemantes y crujientes;
y el alcatraz, de agudo pico, que hace su ronda.

San Juan junta sus piedras, tal como el cielo junta
sus nubes; y su mole se abrillanta, se afina.
EL trópico sus pastas de ardor y sueño unta
al Morro, a San Cristóbal y a Santa Catalina.

SINFONIA EN AZUL

Voy cosechando azules en el azul escueto
de la zona del trópico. Los campos, invadidos
por vegetales masas, denuncian el secreto
de abril, el de los fuertes y lúbricos sentidos.

Por tanto azul, los aires se muestran exaltados;
palpita, en expansiones gozosas, la arboleda;
y revélanse lúcidos e hirvientes los poblados,
de los que se desprende brillante polvareda.

Vibra el azul, nutrido de fuerzas y alborozos,
sobre la verde isla; Refulgen escarlatas.
Esplenden amarillos y azules. Toques mozos
tienen en los jardines las resurrectas matas.

Algunas flores, túmidas y azules sus corolas,
se inmergen en las luces magnéticas del día.
En las riberas cálidas su azul curvan las olas.
Dice el azul su aérea, compleja sinfonía.


EL PATIO

EL patio, en su trinchera de alambres y cordeles,
goza la paz, templada de sol, del mediodía.
Advierto en sus rincones arrugados papeles,
montones de botellas, tirada trapería.

Soleados, orondos, maduros, dilatados,
irrumpen los tomates, irrumpen los pimientos.
Junto a los acentuados verdes, los encarnados
apuntan, con vigores sumos, sus ardimientos.

El aire se satura del olor de las tinas;
y, adueñados del simple, doméstico recinto,
su copula efectúan el gallo y las gallinas
en los desbordamientos vitales del instinto.

En detalles que indican simplicidad, abunda
el patio. Muy gozosa de su vida ligera,
de su vida que es vida llameante y fecunda,
descubre allí sus frutos colosales la higuera.

BAILA MANUEL

Un farol y dos velas. Baila Manuel. La bomba.
Se voltea en el fondo su tostada figura;
y, a los golpes del cuero primitivo, se comba.
Ardor de animal joven descubre su cintura.

Resalta su finura de estilo en el conjunto
de ágiles bailadores. Vigor el de su traza.
Su piel oscura y lisa tiene brillos de unto.
Cuanto hay en él, denuncia su calidad de raza.

Surge canto de niñas tras el brusco sonido
de la bomba. Hervorean de etíopes los senderos.
El cielo, de azul puro, fieramente mordido
de soles. En los campos, cocales, limoneros.

El aire está cargado dcl aroma caliente
de la tierra y los hombres. Baila Manuel. Sus manos,
sus pies dicen todo lo que es él. Raudamente,
cruzan en la noche sombras de cuadrumanos.

VALLE DE YABUCOA

Valle que al clima tórrido, basto y vital conformas
tus anchurosidades y tus renacimientos.
Valle que al clima ofreces tus multiformes formas;
formas de exuberancias y de desbordamientos.

Azul de radiaciones, cargado de crudezas,
de acentuación robusta, cubre tus extensiones.
Los picos que te ciñen, guardas de tus bellezas,
enarbolan su verde sobre el verde que expones.

En tu amplitud, con trazos calientes, encendidos,
con trazos decididos, brillan las palmas reales;
y, en tu silencio, impónense sinfonías y ruidos;
sinfonías de insectos y ruidos de cañales.

Anégome en tu aire de trópico, compacto,
en el que las guajanas aligeras enfilas;
y tu insondable esencia concentradora capto
en los bueyes de enormes y solares pupilas.

NOCHE DE SAN JUAN

Esta noche coruscan soles despavoridos
entre nubes monstruosas y en amontonamiento.
En la ciudad, cortada de voces y de ruidos,
vense irradiar los focos con enardecimiento.

Los buques aparecen negruzcos, irreales,
febriles, sonambólicas sus iluminaciones,
en el fuliginoso betún de los canales.
Las luces en el agua con finas reflexiones.

Su amplio fanal proyecta la farola del fuerte
sobre el mar, donde cárvase la endemoniada ola.
De orillas a horizontes, hervor blanco se advierte.
Alumbra las espumas la luz de la farola.

Música de otro tiempo desparrama la orquesta.
Ebulle el populacho, vivaz la fantasía.
Irrumpen en la noche de bullaje y de fiesta
los fuegos de artificio -fuego y policromía.

ELLOS

La tierra de las cumbres en su barro los cuaja.
Esplenden por el sobrio valor de sus figuras.
Muestran líneas del río, del matojo y la laja.
Ajustan sus espíritus a sus musculaturas.

Huelen a hierbas propias del solar. ¿Quién los guía?
¿Quién los defiende? Nadie. Pero, ¡qué resistencias
las de estos hombres! Tienen intacta la energía.
Sanas, como sus cuerpos, mantienen sus conciencias.

Como en la altura moran, de altura es su legado.
Dan lo que recibieran de los mejores cielos.
La precisión gozosa del día soleado
se capta en sus pupilas, que excluyen los recelos.

Suavizan su asperezas las sabias mansedumbres.
Bajo la piel quemada la sangre es generosa,
como es de generosa la vida de las cumbres,
donde la luz alcanza tonos de blanco y rosa.

EL JÍBARO

En su casa de campo, que es sencilla y pequeña,
veo al jíbaro nuestro. Triste es, como su casa.
Gris, cae sobre su frente, que es rugosa, la greña.
Su cuerpo es amarillo, de escasísima grasa.

Enfrente de la casa brilla un fuego de leña;
y, al calor de la brasa, plátano verde asa.
Mísero y dolorido, con lo más puro él sueña.
El es una gran forma de la más pobre masa.

Amante del terruño, con el terruño muere.
A un bienestar sin honra, pobreza honrosa quiere.
Su hierro, que es templado, dice de su bravura.

Su lengua es rural, pero muy abundante en tinos.
Barro dan a sus plantas los peores caminos.
Y es su deleite único la amarga mascadura.

EL TAMARINDO

EL verde tamarindo bríndale al patio estrecho,
sin hierbas y arenoso, sombra ceñida y mansa;
y, dulce de amistades y años, en el techo
de zinc de la vivienda su ramaje descansa.

De los soles blancuzcos, rígidos, no se cansa
el árbol oleoso, tremador y derecho;
junto a él, el extático rumiador se remansa,
distante del propósito, del afán y del hecho.

El patio reducido goza su compañía
en la uniforme y lenta seguridad del día,
persistente en un ritmo despejado de lutos.

Me exalto cuando el árbol, en su mejor momento,
esparce por el patio caliente y polvoriento,
donde el lagarto inflámase, sus agridulces frutos.

NOCHES DE PUERTO RICO

I

Esta noche de agosto, cuando la luna esplende
clorótica y pesada, yo noto la dureza
de la estación. Mi sangre, trastornada, se extiende
por mi cuerpo, apretándome corazón y cabeza.

Bajo el calor y el polvo curva el árbol las ramas,
aflojándose. El aire, durísimo y violento,
tal como traspasado por las salvajes llamas
de primitiva hoguera, dificulta el aliento.

Substancias corrompidas por la temperatura,
unen su olor maligno con el de fango y flores;
y multitud de insectos, de obstinación oscura,
en húmedos recintos roncan sus estridores.

En mitad de la cósmica tragedia, verdes, rojos
y azules, resplandecen los soles. Irritados,
hacia el brillante cielo levántanse mis ojos.
Los perros vigilantes ladran en los cercados.

2

La noche, larga en soles amarillos y azules,
desciende sobre el patio, dándole vaguedades;
y la tuna, ya altísima, relumbra en los gandules.
Profundas, en la noche, se sienten las edades.

El amor, el que nunca concluye, porque es puro,
trascendental y eterno, me envuelve y me acaricia.
La tuna da, con golpes de luz blanca, en el muro.
El sueño en su compleja virtualidad me inicia.

Y yo sueño, yo sueño. Me embriaga el cucubano,
que en el aire translúcido se enciende y se apaga;
y me embriaga la luna con su luz. Lo lejano,
lo que es inalcanzable, totalmente me embriaga.

La entonación del Cosmos a delirar me lleva.
En sus diversos pianos la noche se me ofrece;
y, al poseer la noche, que es fulgurante y nueva,
siento cómo mi carne palpita y se estremece.

3

En el pequeño parque, que al mar se aproxima,
oigo brotar el agua de la moderna fuente;
y en la fuente, tal como la onda que la mima,
irrumpe el loto místico, la excelsa flor de Oriente.

La fina luna deja caer su luz plateada
sobre la negra fuente, que en la noche rumora.
Golpeando los muelles, sube la marejada.
En los muelles respira, con lentitud, la hora.

Un gigantesco buque, todo él iluminado,
en mitad de la rada vivamente destella.
Yo veo cómo contra su parduzco costado
la sombra, de azulina diafanidad, se estrella.

Y me sacude el ansia vibradora del viaje.
Desde los toscos bancos de este parque pequeño
-parque de loto y tuna-, yo contemplo
el celaje que se entinta de tuna. Yo, capitán del sueño...

4

La luna da en el agua. Los muelles, soñolientos,
apuntan sus contornos. Y los barcos, unidos
a los muelles, vigilan. El mar, con ondeamientos
de agilidad, se muestra. Se enmohecen los ruidos.

Las firmes y elegantes construcciones de España
se imponen con orgullo. San Juan, de luces fuertes,
en las ondas pulidas por la luna, se baña.
Realzados de luna, también lucen los fuertes.

En el cielo, franjado de blancas nubecillas
e invadido de estrellas de pulcras radiaciones,
La luna sugestiona. Roñoso, en las orillas
del mar, se agrupa el barrio, de hostiles callejones.

Mientras la luna llena, por superabundante,
en el pomposo cielo, que le sirve de marco,
obsesiona, en el agua llena de luna, y ante
una boya de púrpura, se arrumba viejo barco.

5

En la ligera noche, la luna, pura y fría,
discurre por el patio, donde, hondamente inquietos,
los grillos confeccionan su agria sinfonía,
y donde se dibujan, blanqueados, los objetos.

Concéntrase en el patio la reflexión lechosa,
de tonalidad suave, de la delgada luna;
el chayote reluce; reluce la lechosa.
Reluce, entre las hierbas ordinarias, la luna.

Ubérrima, se brinda maravillosa planta;
planta que, en la riqueza de sus tantas bondades,
vertiendo sus sagrados olores, se adelanta.
La planta se adelanta, llena de claridades.

El coco, iluminado, fulge. El almendro mueve sus hojas.
El murciélago, veloz y fosco, vuela,
en tanto que, en la noche, la luciérnaga leve
fascina con el mágico verdor de su candela.

6

Una luna de cuernos punza la madrugada.
Yo contemplo su enorme carátula amarilla;
y su luz, que es luz mórbida, que es luz atormentada,
en mi carne se hunde, tal como una cuchilla.

Yo advierto la temible, la infernal influencia
de su luz en mi carne. Largamente me inquieto.
Esplende, apretujando, aporreando mi conciencia,
la luna, tercamente velada en su secreto.

Se alza en la luz, cargada de rítmica dulzura,
respiración de seres dormidos a mi lado.
La noche es una noche calientemente dura;
y arde, en pesada atmósfera sensual, el poblado.

Y mientras que la luna difunde en el ambiente
La magia venenosa de su vapor lucido,
mastín encandilado, La pupila candente,
aúllale a la luna con pertinaz aullido.

CANCIÓN EN BLANCO Y EN ROSA

Mujer blanca, mujer rosa.

Se me acerca o se va lejos.
Por virtud maravillosa,
se me vuelve mariposa
en un mundo de reflejos.

Mujer blanca, mujer rosa.

Se me acerca o se va lejos.
Incendiándose, se endiosa
en la luna misteriosa
del país de los espejos.

EL NIÑO Y EL FAROL

I

Por el jardín, de flores
de sombra, viene el niño;
un farol muy lustroso
le relumbra en la mano.

Alumbrada, la cara
del niño resplandece.
En su pelo, los años
dulcemente sonríen.

El niño, que levanta
el farol en su mano,
va hurgando los rincones
del jardín, ya sin nadie.

Va en busca de la gracia
de alguna fantasía.
El jardín sigue al niño,
agitadas sus plantas.

2

El niño, a la luz densa
de su farol, descubre
unos troncos negruzcos,
unas blancas paredes.

En las manchas de verde
del jardín, serpentea
el camino dorado
de las viejas ficciones.

El camino que, en sabias
madureces de tiempo,
reaparece, cargado
de sus mágicas lenguas.

Ir por ese camino
es hallarse en la gloria
de un pretérito pródigo
de ilusivas substancias.

3

Bajándolo y subiéndolo,
por el jardín el niño
lleva el farol. Las flores
de sombra se desmayan.

Contra amontonamiento
de masas vegetales,
se ven danzar figuras
de imaginario mundo.

Un chorro de colores
cae al jardín. El niño,
potente en su misterio,
domina esta belleza.

Más allá de las tapias
del jardín, es la noche
un tejido monstruoso
de tinieblas y astros.

4

Nada duerme. Las cosas,
en un vasto desvelo,
quitándose la mascara,
inmensamente arden.

Con el pulso ligero
de un demonio, en las manos
prodigiosas del niño,
el farol bailotea.

El jardín, deshojado
en sus flores de sombra,
hace tierna en el polvo
la pisada del niño,

Errabundo y sonámbulo,
anda el niño. Arco iris
de leyendas y cuentos
le ilumina la frente.,

5

Y ahora escucha en los árboles,
que llamean y esplenden,
un rumor conocido
de remotas palabras,

¿Quién le habla? ¿Qué genio,
arrancando raíces
y excitando ramajes,
le desnuda sus voces?

Tierra y madre le tocan,
con sus dedos untados
de ternura, la sangre,
la cual vibra y se inflama.

Otra vida lo mueve;
una vida que media
entre el musgo y el aire,
entre el aire y la nube.

6

Ni juguetes, ni juegos,
ni confites, ni pastas
valen más que este rumbo
de pintado alborozo.

El jardín, todo ojos,
se recrea en el niño,
que, borracho de fábulas,
su gobierno establece.

Agigántase el niño;
el farol agigántase,
y ambos cubren la noche,
de un azul que es de fuego.

Arropadas de estrellas,
se prolongan las calles,
donde vela el silencio
en su mística guarda.

7

En la noche, cruzada
de humedades y olores,
los insectos se agolpan
en su fiebre de música.

Mientras roncan los hombres
con un largo ronquido;
mientras ladran los perros,
vive el niño su noche.

En las manos del niño
el farol bailotea,
derramando un torrente
que es de soles y auroras.

Nunca, nunca la muerte
matará al niño. ¡Nunca!
Su farol milagroso
fulgirá ya por siempre.

A UNA CUBANA

Cubana de caña de azúcar,
cubana de rosa y clavel,
cubana de río y palmera,
con sol y salina en la piel.

Especias que pican y encienden
son menos que tú en el danzón,
cubana de dientes preciosos,
precioso y febril corazón.

Cubana, guajira y meneo
con rítmico y rápido pie,
la falda incendiada de sexo,
la boca olorosa a café.

El seno apretado y mordiente,
de brusco y carnoso temblor,
cortado de beso y mordisco,
quemado de sangre y sudor.

Cubana caliente y bonita,
bonita y caliente eres tú,
suave de hierbas y erguida
en tallo de fino bambú.

Y el dejo en la voz cariciosa,
untada de tórtolas
y sedosa de plumas y espumas
al darme los mimos a mí.

Cubana en la espesa manigua
con negro, mosquito y calor,
sonidos de huecas maracas
y truenos de congo tambor.

Cubana, guajira y refresco
de piña y de coco, y el son
batido, el tabaco veguero
y el vaso amarillo de ron.

EL NEGRO TUMBA LOS COCOS

Tumba los cocos, negro; tumba los cocos.
Túmbalos, túmbalos, túmbalos, negro.

Tumba los cocos, tumba los cocos.
Verdes por fuera, blancos par dentro.
Dulce es la pulpa del coco de agua.
Dulce es el agua del coca, negro.

Tumba los cocos, negro; tumba Los cocos.
Túmbalos, túmbalos, túmbalos negro.
Danza en el aire, con los pies prontos
al salto sobre los cocoteros.
Danza en la vasta y azul hoguera
del media día caribe, negro.

Tumba los cocos, negro; tumba Los cocos.
Támbalos, túmbalos, túmbalos, negro.
Empolla el coco que estás tumbando.
Empolla el coco que tumbas, negro.
Unos tras otros, los vas tajando.
Unos tras otros, los tajas, negro.

Tumba los cocos, negro; tumba los cocos.
Túmbalos, túmbalos, túmbalos, negro.
Tumba los cocos. Ralla los cocos,
ralla los cocos con rallos, negro.
Ralla los cocos; hazlos cachipa:
leche, manteca, pasta, refresco.

Tumba los cocos, negro; tumba los cocos.
Támbalos, ti7imbalos, támbalos, negro.
Entre los plátanos y los limones
la isla se mece, blanda de sueño,
mienttas el blanco, gordo de anillos,
goza su nada, rumiando tedios.

Tumba los cocos, negro; tumba los cocos.
Túmbalos, túmbalos, túmbalos, negro.
Cañaverales y bambudales.
Mueve la palina de cocos, negro.
Mueve la palma, mueve los cocos.
Mueve los cocos, túmbalos, negro.

Tumba los cocos, negro; tumba los cocos.
Túmbalos, túmbalos, túmbalos, negro.
Tumba los cocos, tumba los cocos.
Túmbalos, tájalos, rállalos, negro.
Tumba los cocos, hazlos cachipa:
leche, manteca, pasta, refresco.

Tumba los cocos, negro; tumba los cocos.
Túmbalos, túmbalos, túmbalos, negro.
Tumba los cocos que estás tumbando.
Tumba los cocos que tumbas, negro.
Dulce es el coco que estás tumbando.
Dulce es el coco que tumbas, negro.

LA NEGRA MUELE SU GRANO

LA negra muele su grano.
Muele su grano la negra.
Muele que muele su grano
en el pilón de madera.

La negra muele su grano.
La negra, que es mansa bestia.
La negra muele su grano
en el pilón de madera.

Y mientras que muele el grano
sus blancos dientes enseña.
La negra muele su grano
en el pilón de madera.

La negra muele su grano.
Muele su grano la negra.
El sol le toca los bronces
que por los brazos se templan.

La negra muele su grano
en el pilón de madera.
El grano -grano molido-
se torna blanca belleza.

La negra muele su grano
en el pilón de madera.
Y mueve negros y blancos
en cruda luz que marea.

Es su alegría salvaje
cuando lo blanco la llena,
cuando es el blanco el que toma
su ardiente masa de negra.

La negra muele su grano.
La negra, que es mansa bestia.
La negra muele su grano
en el pilón de madera.

LA SINFONIA DE LOS MARTILLOS

En el silencio áspero retumban los martillos.
Es una nueva música de vigoroso ritmo.
Es música que expone, con masculino empuje,
la rígida grandeza del proletario espíritu.

En el silencio áspero retumban los martillos.

Oyendo las canciones eróticas y burdas,
de tono desmayado, se cansan los oídos.
El hombre de hoy reclama la brusca sinfonía
forjada por la mano brutal de nuestro siglo.

En el silencio áspero retumban los martillos.

Retumban en talleres de llama y humareda.
Retumban, anchurosos, potentes, los martillos.
Y, al retumbar, descubren el alma del acero.
El alma del acero se entrega en el sonido.

En el silencio áspero retumban los martillos.

Retumban los martillos, retumban los martillos.
Retumban, anchurosos, potentes, los martillos.
Y apagan las dulzuras del piano y de la viola,
sutiles instrumentos de enervador fluido.

En el silencio áspero retumban los martillos.

Gavotas, minuetos, romanzas y oberturas
denuncian una época de magistral estilo;
pero la sinfonía de los martillos dice
de la pujanza cruda de un tiempo vasto en ímpetus.

En el silencio áspero retumban los martillos.

No es hora del perfume, ni es hora de las citas.
No es hora del deleite, ni es hora de los vinos.
No es hora del poema de untuosos maquillajes.
Es hora del poema del músculo y del grito.

En el silencio áspero retumban los martillos.

Retumban los martillos, retumban los martillos.
Retumban, anchurosos, potentes, los martillos.
Retumban los martillos. Su ruda sinfonía
me enseña la energía compacta de lo físico.

En el silencio áspero retumban los martillos.

En el silencio áspero retumban los martillos.
Es una nueva música de vigoroso ritmo.
Es música que expone, con masculino empuje,
la rígida grandeza del proletario espíritu.

En el silencio áspero retumban los martillos.


CANCJON MARINERA

Una canción marinera
ahora mismo he de cantar
en la amarilla ribera
de mi bienamado mar.

Una canción marinera
ahora mismo he de cantar.

Luz dulce, arenal maduro
y rocas color marrón.
Mi corazón en el muro
y el muro en mi corazón.

Luz dulce, arenal maduro
y rocas color marrón.

Torno a sentir el momento
que hace una década fue.
Voy doblando flor y viento,
agua y nube con mi pie.

Torno a sentir el momento
que hace una década fue.

Azul lechoso en la onda.
Lento, el pelícano va.
En la tarde, ya tan honda,
mi espíritu triste está.

Azul lechoso en la onda.
Lento, el pelícano va.

Un barco en el horizonte.
Punzándome, la ansiedad.
En la lejanía, un monte.
Junto a mí, la soledad.

Un barco en el horizonte.
Punzándome, la ansiedad.

Una canción marinera
ahora mismo he de cantar
en la amarilla ribera
de mi bienamado mar.

Una canción marinera
ahora mismo he de cantar.

PAISAJES EN NUESTRO CIELO

1

Palmas con movimiento que son hitos
en sus ágiles pencas brilladoras
y como en sed de milenarios mitos;
y, junto a tales palmas, trepadoras.

El punto cenital abierto al bloque
de la emoción negada a lo pequeño;
movibles masas en perenne choque;
y, sobre todo, ml porción de sueño.

2

El denso azul en denso gris se torna.
¿Qué se ha hecho la cálida alegría
de hace un minuto? ¿Qué dolor retorna
para la luz en el cambiante día?

Cede a las subitáneas reflexiones
de nuestra tropical naturaleza
mi espíritu. Las vastas frondazones
se aúpan en flor visible en su tristeza.

3

Hay una misteriosa semejanza
entre la tierra nuestra y nuestro cielo.
Ambos tienen idéntica pujanza.
Ambos son fuerzas en nervioso celo.

La tierra en vegetales se desborda.
El cielo se desborda en nubarrones.
Tal me parece que la tierra aborda
al cielo en sus tremendas expansiones.

LOS SONETOS DEL MAR

1

¿Qué viento viene cabalgando en onda
coronada de luz, y en mis oídos
deja vastos mensajes encendidos
de tantas islas de celaje y fronda?

Me imagino en azul agua redonda
barcos que parten produciendo ruidos,
y marcando, en los cielos aturdidos
por el solar hervor, velas en ronda.

Me imagino, en bermejo mediodía,
alacre y moceril marinería
en grupo de nervioso movimiento.

Las islas en un ritmo de palmeras;
y ardiente, en cruda luz, en las riberas,
el viento de la infancia, el mismo viento.

2

Velas que ayer rondaron. Todavía
se yen resplandecer en oro y plata.
El bergantín ondeante, la fragata
en largos vuelos por la lejanía.

Grata visión de mis niñeces, grata
y honda visión de iluminado día,
cuando la juvenil marinería
irradiaba en azul y en escarlata.

Cuadros que trae el mar a la ribera
donde danzan el lirio y la palmera
y ríen repintados caracoles.

Paisajes fulgurosos del mar mío.
Paisajes que se ofrecen, con el brío
de cielos traspasados por los soles.

3

Mar de Dios, mar velado y protegido
por la gracia de amor en la belleza...
Uno mi pequeñez a su grandeza
y hallo en su plenitud nuevo sentido.

Mar de Dios, mar en luz, mar poseído
del misterio del mundo. Su pureza
-La del pez y la nave en luz y alteza-
me mueve al pensamiento y al sonido.

No arrojo el ancla. Es perennal el viaje.
Borda flores la espuma en el bordaje.
En el azul ensortijado ahondo.

Dios me espera en el mar. Y Dios me llama.
Tal vez Él me amortaje con la rama
del coral de su sangre en su azul fondo.

4

Belleza misteriosa y fugitiva;
belleza que es belleza en ci instante.
Insinuación celeste en el errante
misterio. Azul y rosa en aguaviva.

En lúcida presencia, en deslumbrante
y súbita apariencia, llama esquiva,
ostentada en la faz de quien la aviva
para el contemplador, para el amante.

En sus tres pianos, transitorio vuelo.
Auroras y arco iris en ci cielo.
En la tierra, las aguas y las flores.

Y ¿en el mar? En el mar, mayor riqueza:
en ondas verdeazules, la belleza
que pasa, con vejamen de primores.

5

¡Cómo se mueve el mar, cómo fulgura;
cómo verdes y azules eslabona;
cómo establece, en la caribe zona,
su bella y resonante dictadura!

¡Cómo, en la vena transparente y pura
de las aguas, sus brillos amontona;
cómo, en sus marejadas, se corona
de luz, llevando al aire su tersura!

¡Cómo a su superficie trae el hondo,
el vivo y claro impulso de su fondo,
el fuerte hervor de su punzante celo!

Cómo, en sus ligazones con el mito,
es, en su eternidad y en su infinito,
como Dios y las líneas de su cielo!

 




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