Miguel Arteche Salinas, poemas y poesias


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Miguel Arteche Salinas

Amargo amor
Teje tu tela, teje de nuevo tu tela;
Deja que el mes de junio azote el invierno de mi patria;
Teje la tela de acero y de cemento;
Junta tus hilos uno a uno, oh hermoso tejedor;
Forma tu tela con fuertes lazos,
Con orgullosos rastros de sueño.

Toda la tierra está en las colas del amor;
En las ciénagas del amor podridas están las manzanas.
Cada día tiene un eco, un paso, un rastro, gemido;
Cada día la estancia recibe la visita del cuerpo en el lecho;
Cada día hay una mano que desnuda;
Cada día descansa la ropa en las sillas brillantes por el polvo.
Teje tu tela, oh hermoso tejedor;
Teje los restos de los cuerpos que se unieron.

Entre tus hondos pechos de relámpagos quietos,
Entre tu vientre oculto de cesto dividido,
En la cálida ráfaga que viene de tu abrazo,
Fui un día tu sombra, el "cuándo" entristecido,
El "adónde" que lleva hacia una muerte cierta.
Ya moriré algún día sin preguntar qué pasa,
Qué pasa entre tus hombros, en el temblor de espiga
De tu escorzo de nieve,
Qué viene por los ecos que acarician tu pelo,
Qué flechas encendidas acumulan tus manos,
Qué enamorado encuentro ha de tocar tu beso.

No es para volver, no es para cantar
Sino tu verde corazón transfigurado,
La melodiosa sombra que duerme en tus pupilas,
El afán escondido que tenía tu ausencia.

Recógeme, amor mío, con tus cálidas plumas;
Recógeme y húndeme tu ternura llagada;
Colócame en tu olvido, recógeme cantando.
No es para que preguntes, no es para que indagues
El sitio donde puse mi corazón hundido;
Recógeme, ahora, para estar en lo ausente,
Sin preguntar qué ocurre, qué pasa, por qué vuelves
Tu cabeza de ausente firmamento.

Cae ahora hacia mi lado; vuelve
A dividir tu cuerpo, a derramar tu furia,
Hasta que te estremezca el nombre del combate
Que a muerte libraremos, esa pasión a muerte
Entre tú y yo: un huracán de manos
Nos hallará apretados en los dones sin término
De una tierra total.

Arriba
Arpa rota en la lluvia

Cuando la lluvia tenue detiene los recuerdos
Sobre el mar solitario; cuando el tren ha pasado
Dejando en los durmientes sus metálicas furias;
Cuando tiembla el almendro tocado por los muertos;
Cuando la breve música te borra las distancias
Y silencioso escuchas que tu cuerpo ha partido,
Que sólo estás en otro cuerpo que te recuerda,
Vibra tu mano rota mordida por la lluvia.
Murmullos de la muerte, que ascienden lentamente
Por tu cuerpo deshecho, hace brotar la lluvia,
Cuando alguien pisotea tu cabello extendido
Y tu ramaje yerto poblado por el viento.

Arriba

Canción a una muchacha ajedrecista muerta
Llueve sobre el verano del tablero.
En blanco y negro llueve sobre ti.
Nadie controla tu reloj: te espero
Para jugar allí.

¿Tú mueves o yo muevo? Quién lo sabe.
Quién sabe si allá juega o juega aquí.
De pronto tu tablero es una nave
Que te lleva y nos lleva hacia un jardín.

Hacia un jardín remoto de caballos
Que inmóviles nos miran, y a un alfil
Que negro lanza rayos, rayos, rayos,
Y hace mil años que está de perfil.

Hacia un jardín remoto de tres torres
Donde una dama blanca va hacia ti,
Te llama a ti, y tú hacia ella corres
Y no hay en ella fin.

Donde un peón ha roto ya los sellos
Y te ciñe las sienes de marfil,
Y un rey recoge ahora tus cabellos
Para cubrir con ellos su país.

Hacia un jardín remoto al mediodía,
Donde el agua se tiende en su dormir,
Y ya no hay sed y nunca hay todavía
Y hay un árbol de sol en el jardín.

Sólo que tú no estás. Y está la luna
Cayendo interminable en el jardín
Sobre las soledades de una cuna.
Y hay olor de silencio y de partir.

Arriba

Canción del río indiferente
Cuando las soledades metálicas de las ruedas hicieron
Vibrar tu cabeza rasgada por estrellas
-Rápido, señorial, antiguo,
Inmutable, prisionero por las islas de arena-,
Reposaste fluyendo, en la noche, en la muerte.

Cuando la punta yerta de la flecha se hundió en tierra,
Y el cuerpo sigiloso del conquistador, vencido, cayó en tierra
Haciéndose igualmente hueso: tú entrabas en el mar,
Te detenías huyendo, en la noche, en la muerte.

Cuando todo sea olvidado (porque todo será olvidado);
Cuando no recordemos quiénes fuimos bajo ese árbol que ha de ser una mesa,
Y cuando la mesa se transforme en el fuego,
Y cuando todo se restituya en ti -¡oh madre tierra!-, en tu terrón amargo:
Tú fluirás cantando, seguramente cantando
En la noche, en la muerte.

Arriba

Canto de partida
¡Recíbeme, recíbeme en la noche, oh viejo viento de junio,
Mientras regreso bajo las suaves estrellas silenciosas;
Viento amado del invierno, viento de lluvia y eco,
Recíbeme hasta el último suspiro de tu pecho,
Y, ahora que regreso, oh noche, espérame en tu puerta!

Y de improviso todo el viento se ha soltado,
Todo el viento se ha puesto a gemir por la tierra,
Pero a mi lado, mientras regreso,
Alguien resguarda mis pasos,
Y siento una suave sombra
Venir hasta mi encuentro.

¿Eres tú, fuiste tú, eres tú en esa noche,
Eras tú en esa triste, delgada espera sombría,
Eras aquel fantasma que surgía en mi cama
A medianoche? ¿O eras una mañana
Llena de fugitivos pájaros
Que pasaban amándose sobre el asfalto fresco?
¿Eras tú, fuiste tú esa pequeña
Llama que por mi espalda sentía silenciosa?
¿Eras tú, amor final, amor que nunca
Resbaló por tus ojos -¡oh luz ausente y querida!-,
Eras como ese encuentro que el amor abre a tajos
Para dejar ternura con soledad y frío?

No, no eras eso. Pero tal vez fuiste eso.
Tal vez abres los ojos para mirar la suave
Luz de otra primavera pasada por tus ojos;
Tal vez sientes de nuevo que el tiempo no ha pasado
Por tu cuerpo delgado (o que tal vez ha pasado),
Tal vez preguntas algo, y en tu boca se duerme
Como otras veces la trágica y oscura luz de la ausencia.

Amor olvido, amor lluvia, amor deseo, amor distancia:
He regresado a mi casa, atravesando
El parque silencioso, bajo las sombras
De junio -cansado y solitario-,
Mientras giraba todo en mi cabeza
Como las hojas que escapaban: cantando
Por adentro, pensando qué es lo que fluye,
Qué es lo que parte, qué es lo que vuelve;
Y aunque me he perdido sin nada, con algunos
Nobles amigos, sin poder retener
Lo que vivieron y amaron y compartieron conmigo,
Pido sólo el temblor del viento entre la tierra
Húmeda de este parque bañado por los pasos
Fugitivos: amor viento, amor agua, amor distancia.

Temblando fue la estrella recorrida, temblando.
Temblaba el cuerpo estrella ceñido entre mi labio.
Temblando mi distancia se acercó a tu distancia.
Temblando entró el recuerdo desde que nos encontramos.

No quiero volver, no quiero
Regresar a tu vida, pero tal vez quiero
Volver a tu distancia. ¿Recuerdas que me hablabas
Desde un lugar lejano, aunque estuvieras cerca?
¿Recuerdas que estudiabas con tormento
Cuando en el patio la lluvia
Empezaba a caer, menudamente, y los viejos compañeros
Corrían a refugiarse al corredor marmóreo
Y espectral, en la luz del invierno?
No, no recuerdas, pero yo recuerdo
El vidrio frío donde apoyaste tu mano
Para dejar apenas una ráfaga triste
Y encendida y lejana.

Y ahora ha llegado junio y en la noche callada
Miles de corazones duermen en la penumbra,
Y recuerdo la dorada leyenda de los años
De juventud furiosa en la ciudad, las tardes
De verano ardoroso, los pies sobre escaleras
De metal, los avisos eléctricos cansados
Con pupilas de rojos párpados, los libros
De poesía mordidos en la noche. ¡Y ahora, adiós,
Adiós calles, adiós conversaciones
Sobre el destino del hombre, adiós señuelo amargo
Que encandiló los ojos de nuestra adolescencia,
Adiós suave medusa, adiós puerta cerrada!

Es la hora, es la hora en que debemos morir;
Es la hora para rodar en la noche
Abrazados, besando de estrella a estrella,
De furia a furia, de hueso a hueso;
Es la hora para apretar la angustia
De pecho a pecho, para dejar la muerte
Derrotada, perdida, moribunda en el suelo;
Es la hora para morir cantando
De nuestras muertes; es la hora para que tú dejes
Tu muerte entre mi muerte, amor, amor mío.
Quiero el amor dejar escrito entre tu pelo,
Quiero dejar ardiendo tus ojos silenciosos,
Para que no haya olvido, porque es la hora
En que debemos morir, es la hora
De la partida, sí. ¡La hora, la hora, por favor!
¡La hora, por favor, dígame, dígame el tiempo
Para rodar cantando, apretados, mordiendo,
Para rodar los dos en una sola muerte!

Arriba

Comienzo
El jardín se ha posado en mi jardín.
Toda su galaxia resplandece a medianoche.
Los árboles destellan, las flores fulgen.
Tiene el césped una tersura de nimbo.
Bajan los transparentes
Y de sus cuerpos surgen peldaños de escala.
Los radiantes me llaman con sus cristales.
Mis años descienden en el cáliz de un instante.
Los centelleantes me han rodeado
Y me tienden sus ojos de oro.
El amor es una paloma de fuego que elevan.
Por fin llegaron.

Arriba

Cuando se fue Magdalena
Cuando se fue Magdalena.
Cuando tan lejos se fue.

Nadie supo si llovía
La noche de su partida
Cuando se fue Magdalena,
Cuando se fue.

Nadie vio si se alejaba
Por el mar y la montaña.
Nunca se fue Magdalena,
Nunca tan lejos se fue.

Nadie dijo si algún día
Magdalena volvería.
Nadie sabe.
... Yo lo sé.

Nunca volvió Magdalena.
Yo, que estoy muerto, lo sé.

Arriba

Dama
Esta dama sin cara ni camisa,
Alta de cuello, suave de cintura,
Tiene todo el temblor de la hermosura
Que el tiempo oculta y el amor desliza.

Esta dama que viene de la brisa
Y el rango lleva de su propia altura,
Tiene ese no sé qué de la ternura
De una dama sin fin, bella y precisa.

Aunque esta dama nunca duerma en cama
Parece dama sin que sea dama
Y domina desnuda el mundo entero.
Esta dama perdona y no perdona.
Y para eso luce una corona
Esta dama que reina en el tablero.

Arriba

De pronto en una playa interminable
Toco en la oscuridad las cerraduras.
¿Cómo llegué hasta aquí?
Es una extraña casa
Que rodean tinieblas, y me llaman.
¿Quién eres tú, la que me canta?
Recuerdo ahora el mar. ¡El mar! Si yo pudiera
Volver al mar a aquella playa
Donde llovía siempre. Allá arriba las verdes colinas
Y más allá la tierra escarlata, y la Gran Cordillera
Que vigila volcanes, el viento que sopla desde allí,
Y el cielo de cristal.
Nadie en las dunas.
La lluvia ahuyenta
Y me deja solo en esta playa de pronto interminable.

Como el mar es la casa, como la lluvia sus muros.
Siento mis pasos: ya están aquí, y abro la puerta.
¿Cómo cruzar el fuego que arde entre tus pasos y los míos?
¿Quién me trajo a estos muros que se encienden y se apagan?

Y entro en otros cuartos que se abren a otros cuartos,
Y el silencio es un cíngulo dormido en los dinteles.
La imperceptible niebla empapa las recámaras,
Pisa los zócalos, roza ventanas, hunde los lechos.

Mis pasos se adelantan al llegar a la sala, al llegar a la mesa,
Al llegar al libro abierto de polvo,
Al libro y a la mesa que nadie ha tocado en mil años,
Y nadie vendrá.
Pero ahora la niebla
Toca con su frente los umbrales.
Ya no hay nadie en la casa. (Si hubiera alguien,
¿A quién amar ahora?). Toco la mesa
Y la mesa se ilumina.
Toco las cerraduras
Y las cerraduras se abren.
Toco en la oscuridad los muros,
Y los muros se apartan,
Y escucho en el silencio de la sangre el río que me habla
Sobre esta oscuridad.

Arriba

Distancia de dos
¿Desde dónde surgiste para encender la llama
Sobre la nieve sola? ¿Desde dónde los suaves
Besos se levantaron sobre tu piel perdida,
Enamorada sombra de unos días lejanos?

Cuando hacia ayer subimos, bajaba tu silencio
De la nieve y los ríos. No teníamos nada
Sino un pasado apenas dibujado en el cuerpo
Y un encuentro de estrellas dormidas en las manos.

Tiembla el viento en la noche, tiembla otra vez la noche
Bajo el ansia que vuelve. Temblabas de nostalgia.
Amor, hasta la muerte la noche se hizo tenue,
Se hizo larga caricia sobre tu pelo amargo.

Lo distante es aquello que apenas ha pasado.
Por eso nombro ahora la primavera lenta
Que subiste cantando, sin nada más, con viento
Sobre la enamorada distancia de los campos.

No sé, no sé hasta dónde quedaré repitiendo
Tu nombre, la mirada de tus ojos distantes,
Fugaz entre la dura cordillera de nieve,
Presente ausencia apenas derramada en mi brazo.

No sé, no sé hasta cuándo durará la distancia
Y ese espacio de adiós dormido en tu garganta.
No sé, no sé en qué tiempo se hará ceniza y humo,
Amor, bajo la noche, todo lo que juntamos.

Arriba

El agua
A media noche desperté.
Toda la casa navegaba.
Era la lluvia con la lluvia
De la postrera madrugada.
Toda la casa era silencio,
Y eran silencio las montañas
De aquella noche. No se oía
Sino caer el agua.

Me vi despierto a medianoche
Buscando a tientas la ventana;
Pero en la casa y sobre el mundo
No había hermanos, madre, nada.

Y hacia el espacio oscuro y frío
Y frío el barco caminaba
Conmigo. ¿Quién movía
Todas las velas solitarias?

Nadie me dijo que saliera.
Nadie me dijo que me entrara,
Y adentro, adentro de mí mismo
Me retiré: toda la casa.

Me vio en el tiempo que yo fui,
Y en el seré la vi lejana,
Y ya no pude reclinar
Mi juventud sobre la almohada.

A medianoche busqué
Mientras la casa navegaba.
Y sobre el mundo no se oyó
Sino caer el agua.

Arriba

El café
Sentado en el café cuentas el día,
El año, no sé qué, cuentas la taza
Que bebes yerto; y en tu adiós, la casa
Del ojo, muerta, sin color, vacía.

Sentado en el ayer la taza fría
Se mueve y mueve, y en la luz escasa
La muerte en traje de francesa pasa
Royendo, a solas, la melancolía.

Sentado en el café oyes el río
Correr, correr, y el aletazo frío
De no sé qué: tal vez de ese momento.

Y en medio del café queda la taza
Vacía, sola, y a través del asa
Temblando el viento, nada más, el viento.

Arriba

El regreso
El viento trae arenas, pero en la arena viene
Escondida la nueva semilla de la sangre.
El invierno infinito pasó sobre nosotros.

En la altura los filos de la nieve perdieron
Su transparencia aguda, sus varas de furores,
Y penetró en la roca la mañana.

Pupilas
Rodaron jubilosas. Trajo el beso de ese año
Olor de amor, ¿recuerdas?, y las islas estaban
Cubiertas por la lluvia.

Nunca sabe uno en dónde
Encontrará la puerta, nunca sabe si el viento
Sopla desde los huesos o viene hacia los últimos
Aposentos huraños de los huesos marchitos:

Uno sólo pregunta en dónde nace; se oye
Soplar, gemir; se mueve entre las manos; sube
Hasta los ojos; taja los vértices del sueño,
Y luego escapa solo.

Nunca sabe uno en dónde
Encontrará la puerta: mas cuando ya está cerca,
Uno toca asombrado las ígneas llaves: toma

Todo el largo camino -¡la sal, el pan,
El corazón oscuro del pasado, los ídolos
Acurrucados, negros, la estación de los huesos,

Los idos para siempre! Y ve que la mañana
Gloriosa se alza, mueve las ramas vigorosas
De los árboles nuevos, y fulmínea arremete contra los campos.

Solos, bajo el azul henchido
Contemplamos el valle silencioso.

Cansados nos detuvimos.
Todos los brotes parecían
Aguardar la llegada del nacimiento.

¡Mundos extendidos, lejanos! ¡Centelleantes corrientes!;
¡Morosos animales recibían la tibia
Resonancia de soles! ¡La tierra adelantaba
El sonido perfecto de la estación!

¡Oh espacio núbil, nuevo del cielo!
¡Sobre los cuerpos, árboles que aguardaban los sellos!

¡Oh valle extenso y solo,
Cuánto te recordamos en el desierto, cuántas
Veces te recorrimos, cuántas veces te odiamos bajo la lluvia negra!

Los dos miramos.
Solos
Descendimos cantando. Todo el aire se hundía
En nuestros pechos.

Trajo el viento hacia los dedos
Las semillas que luego metidas en la muerte
Surgirán en alguna madrugada terrible,
Y espadas luminosas volaron sobre el cielo
Hendido. Nadie.

Solos entramos en las calles;
Vimos surgir entonces las furiosas raíces,
Y zumbaron las alas, los ojos membranosos;

Las pezuñas golpearon los techos.
¡Ay, ciudad
Sitiada por los peces y los gélidos hombros
De las rocas!

¡Murmullos de voces sigilosas
Roían los umbrales!

En las plazas desiertas
Vacíos trajes vimos con vacíos señores
Que buscaban, a ciegas, ese estrecho y sombrío

Pasadizo que corre de un cuerpo a otro cuerpo.
¡Oh muro ennegrecido!
Llovió sobre la tarde:
Combada en pétreo filo entró la noche.

¡Muros
Solos del parto, muros poblados de la tumba!
¡Paredes llenas de ojos felinos!
Nadie.

Llueve
Inmensamente. Toda la oscuridad penetra
Entre las calles, muerde, astilla las ventanas;
Esteros sucios tragan tinieblas.

Llueve.
Llegan
Voces, las olas braman trayendo negros truenos,
Devorando las costas.

¿Dónde entrar? ¿Dónde entraron?
Los oficios se han ido, los nombres brillan solos
Sobre el bronce, las copas se llenan de agua -¿dónde
Están?-, el agua arrastra los trabajos, la tinta
Y el tiempo de los verbos.

¡Oh lluvia: limpia, lava
Los cimientos del polvo! ¡Oh lluvia: criba el tuétano
De la edad: bate, bate!

La calle se estremece.
¡Vamos a volver, vamos a regresar!
¡No vamos
A regresar!

El viento sopla un amanecer.
Detrás de las columnas del mundo se levantan
Las puertas poderosas.

El agua estaba cerca
Del horizonte: toda la lluvia sube al cielo.

¡Ay madrugada: vienes, no tan pronto, tan pronto
Sobre nosotros; llegas interminable; subes
Al trono incandescente de la nube; caminas
Sobre el fuego del ojo! ¡La inminencia, inminencia
De las copas que vuelan por el aire! ¡Vendimias
De la cólera! Vienes, madrugada, tan pronto
Sobre el lagar oscuro de la ira.

¡Despiertas
En medio de la noche que termina: te llaman
Con los escalofríos porque alguien está ahí,
Porque alguien ya te lleva, te arrastra hacia otra parte
Oscura, tenebrosa!

¡Oh madrugada, deja
Tu sello inmarcesible sobre nosotros!

¡Toda la mañana arrebata las últimas esquirlas
De la sombra, dispersa todas las formaciones
Del polvo muerto, cae en los rincones verdes
De la planta, ilumina los trigos inmortales de la sabiduría!

¡Se cierran los cerrojos
Del abismo! ¡Murmullos antifonales ruedan
En el azul! ¡Se encienden las paredes altísimas
En las habitaciones del sol!

De la distancia
Rueda un silbido apenas, ¡el llamado atraviesa
Los látigos lejanos del pasado!

Y el año corre, avanza.
Por eso corremos en la tarde,
Mientras tocan campanas debajo de los muertos,
Y el mundo está cambiando, y en los huesos nos canta
Un murmullo.

¡Raíces rodean la alta roca!,
¡Los árboles inundan la mañana esplendente!,
¡El torbellino silba las nubes que se cierran
Y un vértigo de cascos atraviesa los filos
Del horizonte! ¡Suben los humos!

¡Árbol, panes para lavar tristeza!
Despiertos esperamos
Todo el amor, la gloria terrible de los besos inmortales.

¡Oh muerte!, ¿dónde está tu victoria,
El aguijón perenne?
Cantamos.
Toda el agua
Cayó sobre nosotros.

¡Oh corazón, oh roca
En que se apoya el mundo!, ¡oh fuente nueva, tiende,
Tu corazón encima del granito flamígero!

¡El aceite encendido desciende desde el árbol!
¡Manan panes!

¡Oh piedra! ¡Oh roca majestuosa!
¡Sobre tus fundamentos tú sostienes el mundo!

Arriba

Escrito al amanecer
... la más suave doncella
me vierte el aguamanos en jofaina de plata;
me sirve pan y vino sobre mesa pulida
antes de que se acerque la noche.

Y me dormí pensando en él, mientras la nieve
Cae profundamente en mi pasado, y cae
Sobre este mar de tinta. Por la noche y el alba
Siguió la nave sola.
La esperanza perdí
De encontrarlo.
Nadie había en la nave;
Y en las islas del viento
Nadie me dio noticias de mi padre,
Ni más allá en la tierra de la pócima mágica.
Por el alba y la noche siguió sola la nave.

Ahora sé que está muerto, que es inútil la nave,
Inútil es el mar y todos los conjuros;
No importa donde esté, si en alguna ribera
Sus huesos se deshacen en los dientes del viento:
Inútil suena todo. Nunca estuvo conmigo,
Ni siquiera el sueño me ha traído sus ojos.

Por el alba y la noche volvió la nave al puerto.

Arriba

Este es el fin del Cristo abandonado
Este es el fin del Cristo abandonado,
El fin de la lanzada, el clavo y el vinagre,
El nunca más de la Resurrección,
El siempre de la muerte en el Sepulcro,
El fin del pan que multiplica
La sangre, el fin del buen ladrón y Magdalena,
El fin del hombre Lázaro sin muerte.
Este es el fin del traidor en Judas,
Del cobarde en tu Juan,
El fin de la ramera perdonada,
La huida en Mercader y a latigazos,
El balbucear del rico que entra al cielo
Cada cien mil años, y el sisear del pobre
Descoyuntado a huesos por el rico.

Esta es la fuga a noches en el asno,
El apagarse de la estrella,
El reventar de los belenes, el estallido
De la pregunta que no dice
José de Arimatea.
Este es el fin
Del centurión y de los lirios
Del campo (mirad los lirios del campo, y Salomón
Con toda su gloria
No pudo alimentarte).
Este es el fin: buscadme ahora,
Decidme ahora que no sea
El fin de la Palabra
(En el principio de la Palabra, en el principio
Las Tinieblas que jamás
Se van), y el Río que a los mares
Se va, según el Cristo, y el Cristo no regresa:
Se va, se fue: lo dejo escrito
A ver si no es el fin, a ver si en esta noche
Tú no me has abandonado.

Arriba

Hay hombres que nunca partirán
Hay hombres que nunca partirán,
Y se les ve en los ojos,
Pues uno recuerda sus ojos
Muchos años después de que han partido.

Pueden estar lejanos,
Pueden aparecer a medianoche
(Si están muertos)
Y jugar a que viven.
Pero siempre, con la desolación de su ausencia,
Uno comprende que no han vivido en vano,
Y que su esperanza
Es la única esperanza digna de ser vivida.

Y los hombres que nunca partirán
Suelen no aparecer en los periódicos,
No se habla de ellos en las radios,
Su imagen no gesticula en la televisión:
No son gente importante,
No circulan entre las altas esferas.

Son aquellos
Que aceptaron el sufrimiento
Y lo hicieron suyo para la salvación de otros hombres
Sin decir una sola palabra:
Pero dejaron abiertos, bien abiertos sus ojos
Para que nunca los olvidemos cuando ellos hayan partido.

Arriba

Himno al dios del otoño
Cuando soñando baja
De los cielos perdidos tu silueta,
Alguna niebla entre los cuerpos
Recuerda a las terrestres criaturas
Que tu reino comienza.

Temprana ya la lámpara
Abandona su luz sobre la estancia,
Cuando el poeta contempla en la ventana
El mar alado, mirando su amor en soledad
Diluirse entre las nubes ligeras.

Tu mano, como regalo hermoso,
Deja caer en nuestros pechos
El amarillo baño de tus bucles,
Bajo la incierta luz,
En tanto allá los ángeles
Aumentan la tristeza
Del amor perdido, y con gestos melancólicos
Abren sus ojos lentamente,
Bendiciendo tus serenas miradas en la noche.

Vas llenando el espacio aéreo con sonidos,
Doblando por los muros cansados,
Y acompañas los deseos de los amantes,
Mientras enamorados abren hacia tus ojos
Sus deslumbrantes pechos adormecidos.

¿Qué ave gozará de tu cuerpo
Sin posarse ligera sobre las ramas solas?

Hacia el silencio oscuro,
Sobre las frentes lentas,
Sueñan los dioses que a la tierra te envían,
Adoran tu voz de niebla
Y tus sonrisas tristes,
Cuando llegando caes
Sobre los campos bellos,
Girando en las espigas altas,
Muriendo en los zaguanes,
Haciendo renacer la tristeza entre los patios.

Cuando en antiguos bosques pasas,
El viento del sur
Esconde tu recuerdo en las maderas,
Clarísimos olvidos de tristeza
Ciñen tu frente melancólica.
Vagando de costa a costa
El frío claro y azul que de tus venas
Infundes con gozo, de graciosa manera
Siento renacer: el hábito del sueño,
El sueño en el sueño, el agua en el agua,
Todo aquello que siendo hermoso
Pasa sobre nuestras impuras frentes;
Todo aquello que siendo triste
Alcanza nuestros labios, besa nuestros ojos,
Roza a los amantes que cohabitan en silencio:
Así cubres con gracia bondadosa
La dolorosa fatiga de sus cuerpos,
Abandonados y tristes cuando el deseo escapa.

¿Hay algo, Dios ausente, que el poeta
No puede penetrar tras los lejanos cielos?

Bello hermano, las brumas
Esbeltos vahos de tu boca;
Tus alas, lentas nubes
Sobre tu corazón que adentro
Oculta el verde, el azul,
La planta dulce de la primavera.

Memoria del aire, cuerpo amado,
Genio bondadoso que entre los hombres cantas,
En la soledad de mi nocturno lecho
Vives conmigo, con las imágenes amadas.
Sobre la madrugada, apenas la lluvia
Cae como una rosa oscura
Delicadamente sobre tejados oscuros,
A mi lado, con la tristeza de quien no tiene a nadie,
Cuando mueres,
No sé si muere alguna cosa dentro de este cuerpo mío;
Cuando escapas,
Así la vida escapa hacia las nubes.

Arriba

La ascensión
El viento arrastra al mar las arenas y escapa.
Fue en el verano viejo. Las raíces y el sueño
Cubrieron ya los cuerpos enterrados. Entonces

Vino otra vez el viento. Luego fue la partida.
Los imperiales fuegos devoraban terrones,
Arañaban las bocas troqueladas en tiempo.

La invencible mañana: las fuentes del estío:
La vastedad de piedra dilatada: el silencio
De la tierra: y el júbilo de aquella madrugada.

El aire nos talaba y adelantó las ruedas.
En ti nos recogimos, rayo extenso del águila
Sentada en el extremo del mundo. Tren pequeño:

El continente entero respiraba en tu espalda.
Entonces nos llevaste. De dos en dos subimos.
Te mirabas. Reías. Cantó el verano. Nadie.

Atrás dejamos todo, y lo perdimos todo:
La pesadez del ojo bajo el azul caliente
De la mañana; el húmedo restallar de los labios;

Tus cabellos tejidos; el anillo de llamas
Mordido en la cintura; los días, esas manos
Sobre amarillos ramos; esas voces sumidas

Por la grandiosa roca del año.
... Así viajamos.
El mediodía estaba desprendido en la altura.
Y subimos. ¡Y el viento! ¡El granito! ¡El silencio

Del aire! Nosotros cuatro juntos.
Y ya no somos. Fuimos. ¿Y serenos, recuerdas?
Todavía en la sombra brilla alguna mirada

Fosforescente, vuelve todavía el pasado.
Lo terrible no es eso. Cuando se cumple el tiempo
De los viejos, y un niño renace de esa muerte,

Y está todo en el término que fuera señalado:
Sólo hay un hueco, un hijo de la tierra, una cifra
Para este mundo seco. Pero nosotros, ¿dónde

Cumpliremos los meses que olvidamos un día?
Hace falta ser viejo para entrar en la muerte,
Y entonces sólo había cuatro rostros perdidos.

Y ascendimos. ¡La brisa! ¡El escollo! ¡El silencio
Terrible de la noche combada en pétreo filo!
Y subimos. Y estaba toda la gran altura

Quemándose en la curva del espacio. Buscamos
Toda esa noche el río. Y cuando estuvo cerca:
Nos miramos los rostros sin encontrar los ojos;

Nos vimos separados por una luz extraña.
No hay regreso; hay partida de regreso: hay lugares
Para ver el pasado -en la fotografía

Amarilla, en la lluvia del adiós, en el cuerpo
Besado-: y hay momentos para tomar las llaves
Y arrojarlas al vado tenebroso, al bramido

De la ola y el trueno. Pero el tiempo más duro
Es el que nos impide seguir en el camino.
Entonces nos cantaron las voces sigilosas,

Nos vimos separados por esa luz extraña.
Y era un frío, ¿no es cierto?, y era un torrente helado,
Mi amor, ¿ya no recuerdas?, ¿no es verdad que temblaste

Bajo la inmensa tela de tinieblas? Y el río
Sonaba en su pequeño pulso de agua escondida.
Temblando sumergimos los cuerpos largamente

Desnudos, solitarios. Pensé en la casa entonces:
Pensé en el viaje muerto y en el muerto que fuimos:
Recordé la partida del barco: el golpe

De Castilla y el polvo
De España dividido por los antepasados.
Volví a escuchar sonidos de mis pasos: estaban

Las cartas que fluían sobre el hueco del tiempo.
Ya no soy y eso he sido. Nuestras vidas: perdidas.
Pero algo enseña siempre la carrera del año.

Ninguno de nosotros podrá ser lo que ha sido.
A lo más tendrá ausencia, si es que puede pensarla
Cuando llegue la tarde con la vejez de silla.

Todo será palabra referida a palabra:
Miedo, rabia en la tarde, temor del viejo que oye
Llegar la tarde: sombra, locura que aparenta

Indiferencia: frío del polvo justiciero.
¿Y estaremos entonces para decir lo escrito?
¿Qué ha sido de nosotros? Tantos idos por siempre...

Ignorados los nombres... las manos... y los ojos.
Sin ser, sin estar siendo, a pesar de que fuimos.
Sumergirnos temblando los cuerpos y esperamos

Siete días al borde de la corriente: cartas
Llegaron. Luego: alguna. Luego: la carta noche.
El puente estaba roto: la marca derrumbada

Del granito pesaba sobre nuestras espaldas.
No podemos volvernos. Tal vez ya no podemos
Volvernos. No pudimos volvernos. ¿Y a qué altura

Sacamos nuestros panes y extendimos las mantas?
"Es la hora del hambre, pues suenan ya los timbres
Del hambre. Y dime entonces: ¿Ya ha llegado? ¿No es cierto?

Y dime -no te vayas-, ¿es que sabes la hora
En esta altura donde los relojes se paran?"
La fuerza de la luna sujetaba los ojos:

El gran rostro magnético del espacio: la estrella
Oteando, traidora, los cuerpos ensañados:
El aliento de escarcha de las piedras inmóviles:
La quietud espantosa de estar algo aguardando:
Y azul, azul profundo: profundo azul oscuro
Más profundo: insondable: y negro azul y negro

Volviéndose infinito: y la luna más negra
Y el espacio y la estrella negreándose, negreándose.
Y vino el frío oscuro... Pero en la noche oímos

Respirar suavemente. Una, dos, tres estrellas
Brillaron en el pecho del sur... voces ignotas
Gritaron nuestros nombres. Levantamos los rostros.

El agua estaba cerca. Subió la luz de nuevo
Cantando: jubilosa entró en nuestras pupilas,
Y cuando nos llamaron, entramos en las aguas

De fuego y esperanza. Sobre la madrugada
Creció el árbol inmenso. Y encima de sus ramas
Temblando vimos toda la eternidad del mundo.

Arriba

La dama sola
Qué tiempo aquel dorado de mi Dama la sola,
Cuántas olas oscuras viniéronla a abrazar:
En qué secretas cámaras vi su cuerpo desnudo,
Y en su cuerpo la noche que a veces tiene el mar.

Qué playas de este mundo, qué soles cuando siento
Que muy sola mi Dama me convida a beber
Su vino del pasado, y el vino en mi garganta
Me hacen joven de nuevo con otro amanecer.

Qué lluvia hay en las sienes de mi Dama la sola.
Me levanto y le digo: cuánto frío hay aquí.
Y en el fondo del vino miro volar un pájaro
Negro, y está nevando, y deseo partir.

Y la Dama me sigue: qué insistente es mi Dama:
Cuánta niebla en sus manos, cómo sus ojos son
Países desolados por el hambre y la luna
Y las redes bermejas que le lanza el terror.

Cuánta nieve de antaño me ha traído mi Dama.
Cómo sus ojos brillan si la trato de tú.
Y siento que envejezco cuando me da una rosa,
La rosa que cortara allá en mi juventud.

Arriba

La encantada
La encantada, la ofendida,
La trocada y trastocada,
La que a mí me mudaron
Como árbol sin hojas,
Como sombra sin cuerpo.
Dios sabe si es fantástica o no es fantástica,
Si en el Mundo se encuentra o no se encuentra.
La que veo y se esconde,
La que los niños siempre miran,
La que jamás verán los Mercaderes,
La que aparece
Y desaparece.
La que conmigo muere
Y me desmuere.
La visible,
La invisible
Dulcinea.

Arriba

La niña de la oscuridad
La niña de la oscuridad,
La niña que tiene el rostro en la oscuridad
De los jardines sombríos:
En donde llueve y nadie sabe
O sólo sabe que la niña lleva
La mitad de su rostro,
La mitad de sus ojos:
La niña
De la oscuridad,
Volado el rostro,
El rostro en sangre que derrama
Sobre las flores: la niña que me llama
Sobre la lluvia que no cae,
En su mitad perdida,
En los jardines sombríos de la tierra.

Arriba

Lágrimas que dejé tras la montaña
Lágrimas que dejé tras la montaña.
Ojos que no veré sino en la muerte.
A través del adiós, ¿quién me acompaña
Si mis ojos que ven no pueden verte?
Lágrimas y ojos que estarán mañana
Tan atrás del ayer.
Aquí, donde no se abre la ventana:
Aquí la tierra mana
Lágrimas y ojos que no te han de ver.

Arriba

Los días que la ausencia ha devorado
Nunca olvidarás la calle bajo la luz extraña
De septiembre, una tarde; no olvidarás
Olores del café que dormía en la taza,
Pero tal vez olvides algo, tal vez se ausente algo.
Y ahora sólo escucho el sonido de la noche
Que cae de la playa, y no hay nadie,
Nadie que te recuerde, nadie
Sino los vientos
Marítimos, las voces de los niños, y el perro
Que duerme todo el día como espejo aburrido,
Nadie sino el azul dormido por la playa.

Entonces la penumbra rodeaba los sillones
Y desde alguna parte la música subía,
La música mojaba tu ardiente corazón,
Y desde alguna parte, desde una parte gloriosa,
Tu voz que conversaba derramaba los días
Futuros de nuestras vidas, acentuando, invisible,
Lo que apenas pensaba la memoria lejana.

Compañero presente, no queda nada
Sino el silencio de la casa,
Los días que el amor ha devorado,
Tu rostro que brilla en las paredes
Acentuando la nostálgica luz de la luna,
Los pasos que acercaron su carga de deseos
Hacia el río desierto; y sólo el eco
De esas largas conversaciones rotas
En la orgullosa y perdida tarde final de un año,
Las palabras llenas de alcohol bailando
Delante de nuestros ojos; es decir, queda un nombre
Que recorrió veredas sucias, pobres, tiznadas
Por la luz de un crepúsculo;
Y ahora, compañero, las mañanas ansiosas
De estudio interrumpido caen entre mis manos
Y desde el parque viene la bocanada amarga
De aquello que responde sólo a un pasado muerto.

Abrid, abrid las puertas silenciosas
Que el tiempo no ha tocado; dejad que entren los cuerpos
A ocupar su lugar; dejad que el lecho curve
Un arco distendido de pieles ardorosas;
Dejad que alguien devore los días. Sólo queda
En la casa de antaño un viento que recorre
Cuerpos aletargados: un viento que levanta
Días donde las ciénagas reciben cuerpos muertos,
Días que retroceden del día que dejaron,
Días que sostenían una nueva estela,
Una burbuja apenas
Sobre el agua callada que alguien bebiera solo.

Arriba

Los que resplandecen en la noche
Están aquí en la noche
Más jóvenes que nunca, albores de sus venas,
Fulgores de sus ojos inviolados:
Llamas que arden sin arder, pies y manos
Sellados por el óleo:
Esplendores que giran sin moverse
Con el sol nocturno que corona sus cabezas:
Interminables cuerpos
De fuego que se extingue y no se extingue;
Transparentes de ser cuerpos
Que nos tocan:
Bocas gloriosas que desprenden estrellas:
Están en todas partes y no están en todas partes,
Y están sin espacio,
Sin espacio sin espacio sin espacio
De nunca estar estando: ágiles
Como todo el relámpago: purísimos
De ser siempre nuestra compañía: tiernos
Cuando nos tocan en el sueño,
Cuando nos besan y decimos que es la brisa.

Están aquí para que los miremos sin mirarlos,
Los únicos que nos borran la tristeza de estar vivos,
Los únicos que nos dicen que a la Casa no hemos regresado.
Están aquí más jóvenes que nunca
En sus radiantes cuerpos,
En sus perfectos cuerpos esta noche,
Vestidos por el agua y por el fuego,
Más jóvenes que siempre en la sustancia de la luz,
Los Resplandecientes.

Arriba

No hay tiempo
No hay tiempo si en el agua de diamante
Que roza nuestros cuerpos
Tú y yo nos sumergimos: el agua tuya con el agua mía
De tu boca, y apenas el hundir
De los secretos labios en el mar.
Sólo tu piel abierta
Como la abierta noche de la noche
Donde tus muslos amanecen.
Y el silencio en los olivos.

Arriba

No tiene
Los mocasines negros,
La sangre púrpura,
El corazón negro,
El solideo púrpura
Las uñas negras,
La fascia púrpura
Que rodea una barriga negra,
Los labios purpúreos,
Las hebillas de oro del poder negro,
La sotana negra de sedosos frufrúes
Que silban si el prelado
Muy airoso en perfume camina.
Todo esto se vende
En las tiendas de Roma exclusivas.

Y no tiene el hijo del hombre dónde
Reclinar la cabeza.

Arriba

No tuvo
No tuvo príncipes,
No tuvo tiranos de botones dorados
No tuvo simoníacos
Que intentaran comprar los dones del Espíritu
No tuvo consejeros falsificadores
Ni biombos bípedos
No tuvo traidores salvo dos
(Uno murió crucificado,
El otro en los colmillos de Lucifer).
Sobre todo no tuvo príncipes.
¿Por qué príncipes?
¿Por estar entre los primeros,
Ser los primeros o ser los últimos?
Sobre todo no tuvo aduladores.
Los aduladores, como se sabe, están
Hundidos hasta el cuello
En una laguna de excrementos.
No tuvo cardenales trepadores
Ni papas que murieran en olor de maldad.
No tuvo.

Que Dios se apiade de ellos.
Y de nosotros.

Arriba

Noche perdurable
Apóyate, noche, sobre nuestros pechos: éntranos
En tu centelleante oscuridad.

Noche de los amantes que yacen sepultados,
Nnoche de la serpiente que nos acecha siempre.
Solemne y alerta
Apóyate para cantar en nuestros pechos. Apoya
Tu cabeza en los muslos del solitario:
Hazlo fulgir, haz que su llama brille un momento,
Haz que su fuego se eleve a tu cabello estrellado.
Sobre las llamas de nuestras vidas desiertas,
Tú, la gran errante, vienes sobre nosotros.

Arriba

Primera madrugada
Escucha, susurrante, el tiempo de las estrellas,
La silabeante madrugada que se acerca.
Escúchate el cuerpo que tembloroso aguarda,
La llave desolada del abrazo, el trémulo contacto,
La mano que te cierra los ojos, la tierra que se abre
Con ignorados frutos. ¡Levántate, dormida!
La noche final te atraviesa,
Todo el mundo nos atraviesa, nos envuelve.

Mi cuerpo está en ti.
Nuestros cuerpos gimen a través de la tierra.
Muerdo el gozo del rocío y levantamos las banderas del amor
En lo alto de los edificios orgullosos.
Y en ti tomo la humedad de los bosques,
Las solitarias fuentes escondidas.
Y liberto en tu sangre los ríos en esta hora de las colinas que se
Estremecen,
Ahora que tú rasgas la noche que se aleja,
Y yo surjo de ti, nutrido de tu amorosa profundidad.

Arriba

Si no es a oscuras no te veo
Si no es a oscuras no te veo.
Si no es a noche no te alcanzo.
Si no es en ay donde me tiemblo.
Si no es perdido cuando parto.
Si apenas agua sobre el fuego.
Si apenas fuego sin la mano.
Si apenas mano con el beso.
Si no es perdido cuando parto.
Si apenas siempre cuando encuentro.
Si nunca encuentro cuando espero.
Si toda muerte en el abrazo.
Si nunca llego cuando llego.
Si nunca muero cuando muero.
Si no es perdido cuando parto.

Arriba

Soliloquio de la enamorada de la noche
Pero ayer no fue tu tiempo. Tu tiempo comenzaba
Detrás de la oscuridad, en las doradas
Tumbas de algún otoño. Porque tu tiempo
No es el de ayer, ni siquiera será el que me arranques
El día de la mirada. Pasé yo junto a ti,
Y te miraba. Y era el tiempo sobre los sellos del amor.

Las calles en que no estás se han tornado vacías:
La alegría furiosa estalla en el pavimento:
Brotan las extrañas flores de los rostros
Recibiendo la luz gloriosa: y en la tarde
La juventud es inmortal bajo la cólera de la vieja primavera.
Y tiemblo al recordarte: escucho siempre tus palabras:
Temblaba cuando abandonaste tu mano sobre mi vientre,
Porque me sentía herida: y eran tus palabras
Las que me penetraban. Y era el óleo primero del amor.

Ay: el tiempo y las tinieblas del amor están perdidos,
Y no tengo raíz que me haga renacer,
Y no puedo despedirme entre estas cuatro paredes muertas.
Ay: el tiempo del amor derrotado, el minuto del viento que pregunta
Fluyen en mí, manan de mi cuerpo como los ríos claustrales de la ausencia,
Y estoy despierta en la noche mientras el cielo arde desde que amanece
Y la gloria de abril se escucha afuera.

Todo era hermoso entonces. Estabas
Siempre partiendo de ti mismo. Y yo partía
De ti para encontrarme. Si te inclinabas
El agua del amor me borraba los ojos. Si te inclinabas
Era como si tu vientre se uniera con el mío dentro del vientre de tu madre,
Y yo no hacía sino quemarme interminablemente,
Y mirando todo el mundo pasar ante mis ojos, tú entrabas
En mi muerte, mudo, y la penetrabas,
Cuando descendías sobre mi cuerpo, y cuando mi cuerpo era
Tu agricultura sedienta.

¿Es él el que regresa preguntando cuánto ha durado el tiempo y cuántos siglos espero?
Yace en otro país y otro tiempo late para él, otro tiempo distinto del mío:
Duerme mientras yo camino y converso con otras personas:
Y yo no puedo estar en ninguna de esas cosas,
Y no es él el que vuelve sino la lluvia que amenaza a la capital desde el norte
Y los millones de miradas estremecidas por el repentino otoño que ha llegado.
¿Quién llama, amor mío, desde las torres de los edificios altivos?
¿Eres tú el que pregunta en el silencio de la noche?
Los pasos se alejan por la calle y los muros envejecidos:
Y no eres tú el que regresa,
Porque sólo se tienden sobre mi rostro todas las insignias del amor derrotado
Y nada queda en mi corazón sino los ecos que repiten largamente
Las campanas de la oscuridad.

Arriba

Thomas Wolfe camina por Virginia
A Guillermo Trejo.

A través de la noche vas dejando tu ausencia,
Sin hojas que desde el bosque anuncien lo que has dejado,
Sin puertas que penetren tus pasos oscurecidos.
Oh impalpable, oh músico de viejas y enterradas ciudades,
Escucho, uno a uno, tus pasos bajo la noche
-La noche sobre Virginia- cuando llegaste a Richmond
Mordiendo tu corazón, abandonado en vida
Como una profunda ola en un mar lejano.
Pardas y tristes glorias cubrieron tus tristes ojos.

We shall not come again.
We never shall come back again.

No pasarán los aires sobre tu lento cuerpo.
Tú, el más extraño, el eco de un amor oscurecido,
El más lejano en tu aventura por la tierra,
Ven a recibir la mano que no encontraste,
Ven a abrir la puerta, ven
A recordar los nombres que en tu memoria huyeron,
Ven a buscar el niño delicado y confuso,
Perdido en la colina,
Ausente porque el tiempo pasaba entre los arces.

Desde entonces, desde ahora
Entras sobre la mano rugosa de nuestra América,
Thomas, Tomás, apellidado angustia,
Thomas, Tomás, apellidado furia,
Thomas, Tomás, apellidado muerte;
Vienes sobre los hombros del caballista duro,
Caes sobre los pasos cansinos del solitario,
Cantas en los fogones tu extraña vidalita;
Thomas, Tomás, tu cuerpo se ha extendido
Y en la noche profunda tú has mordido el relámpago
Y has muerto de la última muerte que deseaste.

We shall not come again.
We never shall come back again.

En el océano lechoso de una antártica niebla
Un día atravesaste los caminos de Francia.
Fuiste sucesivamente rompiendo tu vida,
Fuiste destrozando callado el aire que te rodeaba:
Eras demasiado amor para el estrecho círculo
De Asheville, de Park Avenue, de París o de Londres,
Eras demasiada angustia para Esther desolada:
Mrs. Jack, su mundo planetario,
La joya derrotada de su amor en la noche.
Oh corazón: pregunta en nuestra América oculta
Si tu efímero sonido de hombre destrozado
Encontré, por fin, un eco que se volviera piedra,
Un canto hecho de furia, un canto hecho de viento.

Virginia, los pinos de Virginia, las playas con secretos,
La estación neblinosa,
El mar como mujer dormida:
Todo pasa a tu lado, pero tu amor persiste;
Cada paso tuyo es un paso hacia la muerte,
Así como los tristes fantasmas de las hojas
Tras tu espalda cansada, así como esperan
Al llegar a tu casa la muerte de tu hermano.
Y alguien entona al tiempo de morir solitario
Una antigua canción de angustia y de nostalgia.

We shall not come again.
We never shall come back again.

Vuelve, vuelve ahora, reposa, hermano,
Para que desde lejos, de todas partes vengan
A recibir tu cuerpo que traspasan las sales,
Para que pongan calma en tu cuerpo dormido,
Para que llenen de música tu nombre,
Para que cubran de silencio tu angustia.

Arriba

Relación de medianoche
Si entras a esa casa, a medianoche,
Si entras en ese mundo,
Y sigiloso y en puntillas dejas
Quietas las manos, con cuidado
No respiras, y si los ojos fijas
En una hoja de papel en blanco
Por algunas semanas, y luego te desprendes,
Aunque es difícil, de tu cuerpo,
O si lo dejas en los años que te quedan
Por vivir, y nadie hay en la casa,
Y nadie hay en el mundo de la casa:

Verás que el cigarrillo enciende al fumador,
Y el vino se bebe al embriagado,
Y el libro lee a su lector,
Y la chaqueta se viste de su dueño,
Y el pan engulle a sus hambrientos, y el espejo
Se mira en el azogue de la dama,
Y de improviso se enciende una pared,
Y asoma una cabeza, y la saludas,
O muy de súbito sale de tus hombros
El niño que serías, y lo besas,
O una mano en el aire arroja de improviso
Abejas de oro sobre tu cabeza,
O ves llegar la madrugada
Y te duermes
En otra casa, y en el sueño tratas
De buscar lo que has perdido:
Ese mundo real que ya no tienes,
Porque entraste en el mundo de los ojos irreales.

Salvo que entraras de nuevo en esa casa...

Arriba

Tierra ausente, no has de volver jamás
Por eso, cuando el vientre sinuoso del alcohol te rodea;
Cuando las luces de las calles resbalan por tus ojos
Como extrañas bocas planetarias;
Cuando -con los puños ardientes-, preguntas por el pasado que te
Escupe las entrañas,
Tú escuchas, bajo el eterno
Y solitario corazón de la noche,
El respirar, la angustia, las historias anónimas
De millares de cuerpos ya desvanecidos
Bajo embelesos negros y el incansable
Sueño del tiempo que hunde sus cinturas heladas.

¡Si pudiéramos volver, si en los amargos grumos de la noche
Oyéramos el incesante rumor distanciado
Del tren que avanza al sur! ¡Si fueses tú el que vuelve,
En la inminencia fría de nieve melancólica,
Sin nada más! Pero, ¿por qué el regreso,
Para qué ese silencio de otras caras marchitas
Que han de mirar sin conocerte? Preguntarás en vano,
Por qué eres un extranjero en el hogar de arena
Que elegiste. Dirán con gestos de cansancio:
¿Quién es este que vuelve encallecido?

Y ahora recuerdas el regreso de la vieja tormenta que sacude la casa.
Sientes la jubilosa garganta de la tierra
En octubre encantado, cerca de los volcanes.
Oyes la voz helada, las funerales sílabas
Del padre tenebroso que nunca conociste.
Recuerdas unos inmensos ojos de ternura inclinados
Al borde de tu noche. Y la tormenta oscura
-Que muerde, temblorosa, la casa desierta-
Vuelve a inundar las piezas solitarias.
Aparece en el cielo el incendio de los bosques;
Las cenizas cubren la provincia. En la mañana
Te despiertas y escuchas las campanadas
De la lluvia y el violento
Golpe de las ciruelas al caer en el suelo.
Oyes que los vecinos comentan, sigilosos,
Los recientes temblores, y un hálito de brujos
Corrobora sus voces. De improviso, y gloriosa,
Ves surgir la mañana -rápida, limpia, fría-
Sobre el azul secreto del lago, y en sensuales
Sábanas desperezas tus miembros recordando
La herida del amor y de la amante.

¡Oh, vuelve,
Vuelve, mágica noche, si abrazados rodamos
Por un espacio tibio! ¡Mágica noche tuya
Y del amor, ya nunca ha de caer tu tierra
Rota con hachas asesinas! ¡Ya nunca, oscura boca,
Has de volver a destrozar olvidos,
Mientras el tiempo oscuro te trae, silencioso
-En esta habitación que el Guadarrama mira-,
Reunidos recuerdos! ¿No escuchaste en la noche
La voz del pájaro maligno perdido entre los bosques,
No sentiste el brutal desgarrón de la sangre
En cierta primavera, cuando te despertabas solo
Y un tibio resonar de inmortales promesas
Y deseos te mordían en el lecho?

Y ahora sólo el sueño
Y la ausencia del tiempo tiemblan en tu garganta.
La prodigiosa, insondable, luz de Castilla surge,
Brota desde la tarde y sin embargo vuelves
Las memorias a inmensas cordilleras de nieve.
¡Oh días de promesas solitarias sin nombre
Junto a la lasciva nieve, mientras la rata muerta
Del silencio se alzaba desde la cordillera!
¡Oh retorno imposible de la amante escondida
Que sepultada yace buscando unas raíces!
Oyes las voces de muchachos que vuelven
De un verano marino y un letargo de arenas.

¡Oh, gira, gira, noche!,
¿No estás tranquila, no esperas nada
De todo lo que duerme detrás de aquellos pasos
Sembrados en tu pecho? Y algo se mueve ahora
En la noche y recorre los corazones yertos,
Y algo grita en salvaje, desconocido llanto,
El lenguaje de oscuras profecías. Y sientes la madrugada,
La inevitable y gloriosa y desierta madrugada.
¡Oh tierra, tierra ausente, no has de volver jamás!

Arriba

Última primavera
La luz bajaba desde la colina.
El sonido de un tren, un paso que he perdido.
Juventud, herida de otro tiempo,
Te alejas soñolienta
Como una verde lámpara sepultada en la noche.

Algo silencioso
Estaba junto a mí. La lluvia
Penetraba los techos perfumados.
Juventud, perdiste tu campana antigua,
Tu yelmo mágico,
Tu vara transparente.

Esta es mi habitación. Esta tu llama.
Este el vestido. Esta tu cintura.
"Tu nombre", dijiste, "se ha perdido en la sombra
Búscalo más allá, detrás de las colinas".

Era yo el que cantaba.
Nadie ha de saciar nuestro encuentro perdido.
Me perdí en el bosque. Partiste a los canales.
La luz bajaba desde la colina.

Arriba

Vagabundos en la noche
Te llama el sur esta noche, te llama como nunca
El corazón secreto de la lluvia, te llama un perfume
Dejado en la distancia y que regresa ahora.
¿Hay algo para el cuerpo que espera con nostalgia,
Algo para su sed, para el canto que escapa;
Hay algo, viene algo por el cielo, no oculta la cordillera
Nuestra pregunta insomne, no guarda su pecho oscuro
La respuesta a ese tiempo que desde el mar avanza?

¿Es eso lo que recuerdas, es ese ser oculto que por las calles canta,
Es ese vagabundo que duerme en la basura,
Con los zapatos rotos y la cara hacia el cielo,
En una horrible mueca?
¿Es eso lo que recuerdas, es eso que por las ramas
Insiste en la primavera:
La joven esposa muerta, la huella de los hombres
En el parque mojado? ¿Era eso en la noche,
Eran las luces secas de brillos petrificados
En las calles del lujo?

Para ti, tierra, las vidas de los hombres solitarios,
Los niños harapientos jugando entre la lluvia,
Los nombres, las fechas y las personas muertas;
Para ti las tormentas, las colinas purpúreas,
Las castañas en duros zurrones afilados,
Las lámparas en grandes
Habitaciones, los vientos,
Los vientos sobre plazas desiertas,
Mientras las hojas secas en el sediento asfalto
Acumulan la futura lluvia que aparece.

Es cierto: porque cuando pasas sobre la noche;
Cuando, sigilosamente, aparece la lluvia,
Y recuerdo los seres que pasaron,
El calor de unas sienes doradas por el vino;
Cuando cruza el otoño -rojo de furia triste-
Por semáforos, autobuses, tiernas escalinatas,
¿Hay algo en esa cara que interroga hacia el aire
De un día que soporta otro día lejano?

Para aquellos las luces llenas de terciopelo,
Las sibilinas voces de perfumes, las vagas
Promesas de placer en cálidos recintos;
Para ellos las noches de promesas ocultas,
Las estampas de un invierno pasado,
El entierro lejano, el humo
Sobre el parque. Papeles enloquecidos
Caen hacia un otoño rabioso que se acerca.
Están sobre los puentes acumulando angustia,
El agua tiene secos reflejos afiebrados,
Sus ojos se adormecen, fiebre y frío penetran
Los ansiados retornos que por el río pasan.

¿Qué han perdido en las noches,
En la esquina poblada qué interrogan sus caras?
Hablan del mar cercano (el viento se estremece,
El viento cruza y pasa) y apretados esperan
Un ayer imposible para un futuro incierto.

Tierra, tierra sobre deseos, sobre puentes y ramas,
Sobre arenas desiertas, sobre pasos que mueren,
¿Qué buscas, qué esperas
Para alcanzar un rostro, un harapo, una mano quemada
Por la moneda avara? ¿Es que esperas sus muertes
En la noche, sólo sus vidas hoscas
Consumidas sin haber conocido
El hueco de un calor,
El sueño sin temores, el alba
Por fin mágica y buena?