Vallace Stevens,

poemas

 


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Wallace Stevens


De "Las auroras de otoño" (1950):

I
Aquí es donde vive la serpiente, la sin cuerpo.
Su cabeza es aire. En cada cielo, por la noche,
Debajo de su cola se abren ojos que nos miran.

¿O esto es otro culebrear fuera del huevo,
Otra imagen al final de la caverna,
Otra sin cuerpo para la vieja piel?

Aquí es donde vive la serpiente. Éste es su nido,
Estos campos, estas colinas, estas teñidas distancias,
y los pinos encima, ya lo largo y al costado del mar.

Esto es forma engullendo lo informe,
Piel relampagueando hacia desapariciones anheladas,
Y el cuerpo de la serpiente relampagueando sin piel.

Ésta es la altura emergiendo y su base
Estas luces pueden finalmente alcanzar un polo
En la semi cerrada medianoche y encontrar la serpiente allí,

En otro nido, el amo del laberinto
De cuerpo y aire e imágenes y formas,
Inexorablemente en posesión de la felicidad.

Éste es su veneno: que hemos de desconfiar
Incluso de esto. Sus meditaciones en los helechos,
Cuando se movía tan apenas para estar segura del sol,

Nos hizo no menos seguros. Vimos en su cabeza,
Anillada de negro sobre la roca, el animal moteado,
La hierba móvil, el Indio en su claro del bosque.

II
Adiós a una idea... Una cabaña en pie,
Abandonada, sobre una playa. Es blanca,
Como de Costumbre o de acuerdo con

Un tema ancestral o como consecuencia
De un rumbo infinito. Las flores contra el muro
Son blancas, están mustias, una especie de marca

Recordando, intentando recordar una blancura
Que era diferente, otra cosa, el año pasado
O antes, no la blancura de una tarde al envejecer,

No sé si más fresca o más apagada, si de nube de invierno
O de cielo invernal, de un horizonte a otro.
El viento arrastra la arena por el suelo.

Aquí, ser visible es ser blanco,
Es tener la solidez del blanco, la realización
De un extremista en un ejercicio...

Cambia la estación. Un viento frío congela la playa.
Sus largas líneas se hacen más largas, y vacías,
Una oscuridad se acumula aunque no cae

Y la blancura crece menos vívida en el muro.
El hombre que camina se vuelve sobre la arena con estupor.
Observa cómo el norte siempre engrandece el cambio,

Con sus brillos helados, sus curvas rojiazules
Y ráfagas de grandes ascuas, su verde polar,
El color del hielo, del fuego y de la soledad.

IV
Adiós a una idea. ..Las cancelaciones, las negaciones
Nunca son definitivas. El padre está sentado en el espacio,
Dondequiera que sea, con aspecto no amable,

Como alguien que es fuerte en los arbustos de sus ojos.
Dice no al no y sí al sí. Dice sí
Al no; y al decir sí dice adiós.

Mide las velocidades del cambio.
Salta de cielo en cielo más rápidamente
Que los ángeles malos del cielo al infierno en llamas.

Pero ahora está sentado en un tranquilo y verde día.
Asume las grandes velocidades del espacio y las agita
De nube a cielo despejado, de cielo sin nubes a un claro glacial

En vuelos de oído y ojo, el ojo más alto
Y el más bajo oído, el profundo oído que discierne,
Al atardecer, cosas que lo asisten hasta que oye

Sus propios preludios sobrenaturales
En el momento en que el ojo angélico define
A sus actores, acercándose unidos, con sus máscaras.

Señor Oh señor sentado junto al fuego
Y aun así en el espacio, inmóvil y aun así
Origen siempre resplandeciente del movimiento,

Profundo, y aun así el rey y la corona,
Mira el trono presente. ¿Qué compañía, enmascarada,
Puede hacerle de coro con el viento desnudo?

VII
¿Existe una imaginación que entronizada reúna
Tan inexorable como benevolente, lo justo
Y lo injusto, que en medio del verano se detenga

Para imaginar el invierno? Cuando las hojas mueren,
¿Se asienta en el norte y se envuelve a sí misma,
Con la agilidad de una cabra, cristalizada y luminosa,

En la más alta noche? ¿Yesos cielos la adornan
Y la proclaman, la blanca creadora de negro, propulsada
Por extinciones, tal vez incluso de planetas,

Incluso de tierra, de mirada, en la nieve,
Excepto cuando es necesario a modo de majestad,
En el firmamento, como cábala de coronas y diamantes?

Salta a través nuestro, a través de todos nuestros cielos,
Extinguiendo nuestros planetas, uno a uno,
Dejando, de donde estábamos y mirábamos, de donde

Nos conocíamos unos a otros y pensábamos de cada uno,
Un residuo tembloroso, congelado y concluso,
Salvo esa corona y esta cábala mística.

Pero no se atreve a saltar por azar en su propia oscuridad.
Debe cambiar de destino a frágil capricho.
Y así, su impulsada tragedia, su estela

Y su forma y su fúnebre hacerse se mueven para hallar
Lo que deba o, al menos, pueda deshacerla,
Digamos, una ligera comunicación bajo la luna.

VIII
Siempre puede haber un tiempo de inocencia.
Nunca existe un lugar. O si no existe un tiempo,
Si no es cosa de tiempo, ni de espacio,

Existiendo, a solas, en su idea,
En el sentido contra la calamidad, no es por ello
Menos real. Para el filósofo más frío y más anciano

Hay o debe de haber un tiempo de inocencia
Como puro principio. Su naturaleza es su fin,
Que debería ser y no ser a un tiempo, una cosa

Que estimula la piedad de un hombre piadoso,
Como un libro al atardecer, hermoso pero falso.
Como un libro al alba, hermoso y verdadero.

Es como una cosa de éter que existe
Casi como predicado. Pero existe,
Existe, y es visible, existe, es.

Así, entonces, estas luces, no son un hechizo de luz,
Un refrán caído de una nube, sino inocencia.
Inocencia de la tierra y no un signo falso

O un símbolo de malicia. Que participamos
De eso mismo, yacemos como niños en esta santidad,
Como si, despiertos, yaciésemos en la quietud del sueño,

Como si la madre inocente cantase en la oscuridad
De la habitación y en un acordeón ¡ apenas oído,
Crease el tiempo y el espacio en el que respirábamos...

X
Gente infeliz en un mundo feliz-
Lee, rabino, las fases de esta diferencia.
Gente infeliz en un mundo infeliz-

Hay aquí demasiados espejos para la desdicha.
Gente feliz en un mundo infeliz-
No puede ser. No hay nada allí que lubrifique

La lengua expresiva, el colmillo descubridor.
Gente feliz en un mundo feliz-
¡Buffo! Una bar, una ópera, un baile.

Volver adonde estábamos al comienzo:
Gente infeliz en un mundo feliz.
Ahora, solemnizar las sílabas reservadas.

Leer a la congregación, para hoy
Y para mañana, esta extrema necesidad,
Este artilugio del espectro de las esferas,

Tramando un equilibrio para inventar un todo,
El genio vital que nunca flaquea,
Cumpliendo con sus meditaciones, grandes y pequeñas.

En éstas, infelices, él medita una totalidad,
El pleno de fortuna y el pleno de destino,
Como si viviera todas las vidas que pudiese conocer,

En el pasaje de la bruja, no el paraíso silencioso,
Para una disputa de viento y tiempo, junto a esas luces
Como una llamarada de paja estival, en el cenit del invierno.

Versión de Jenaro Talens

Otros poemas:

Trece maneras de mirar un mirlo

1
Entre veinte cerros nevados
lo único que se movía
era el ojo de un mirlo.

2
Yo era de tres pareceres,
como un árbol
en el que hay tres mirlos.

3
En el viento de otoño giraba el mirlo.
Tenía un papel muy breve en la pantomima.

4
Un hombre y una mujer
son uno.
Un hombre y una mujer y un mirlo
son uno.

5
Yo no sé si prefiero
la belleza de las inflexiones
o la belleza de las insinuaciones,
si el nido silbando
o después.

6
El hielo cubría el ventanal
de cristales bárbaros.
La sombra del mirlo
lo cruzaba de un lado a otro.
La fantasía
trazaba en la sombra
una causa indescifrable.

7
Oh, delgados hombres de Haddam,
¿por qué imagináis pájaros dorados?
¿No veis cómo el mirlo
anda entre los pies
de las mujeres que os rodean?

8
Conozco nobles acentos
e inevitables ritmos lúcidos;
pero también conozco
que el mirlo anda complicado
en lo que conozco.

9
Cuando el mirlo se perdió de vista
señaló el límite
de un círculo entre otros muchos.

10
Al ver mirlos
volar en la luz verde,
hasta los charlatanes de la eufonía
gritarían agudamente.

11
Viajaba por Connecticut
en un coche de cristal.
Una vez le entró el miedo,
por haber confundido
la sombra de su equipaje
con mirlos.

12
El río se mueve.
Estará volando el mirlo.

13
Toda la tarde fue de noche.
Nevaba,
iba a seguir nevando.
El mirlo se detuvo
en la rama del cedro.

Versión de Raúl Gustavo Aguirre

 


El comienzo

Así llega al fin el verano hasta estas pocas manchas
Y al óxido y la podredumbre de la puerta por donde ella se fue.

La casa está vacía. Pero es aquí donde ella se sentaba
Para peinar su cabello húmedo de rocío, una luz intangible,

Perpleja por sus más oscuras iridiscencias.
Éste era el espejo donde solía mirar

Al ser momentáneo, sin historia,
La identidad del verano perfectamente percibido,

Y sentir su alegría campestre y sonreír
Yser sorprendida y temblar, mano y labio.

Ésta es la silla de la que recogía
Su vestido, el más esmerado y favorecedor de los tejidos

Al que un tejedor cosió doce campanas ...
El vestido yace, abandonado, sobre el suelo.

Ahora, los primeros tuteadores de tragedia,
Para empezar, hablan con suavidad en los aleros.

El poema de la mente en el acto de hallar...

El poema de la mente en el acto de hallar
Lo que habrá de bastarle. No siempre hubo de hallar:
La escena era precisa: repetía
Lo que había en el guión.
Entonces el teatro
Cambiaba en algo más. Y su pasado era un recuerdo.

Ha de vivir. Saber el habla del lugar.
Ha de encarar a los hombres del tiempo,
Hallar a las mujeres del tiempo; pensar acerca de la guerra
Y hallar lo que habrá de bastarle. He de
Edificar un escenario nuevo, estar sobre el escenario
Y, tal actor insaciable, lentamente y con
Meditación decir palabras que en el oído
En el más delicado oído de la mente, repitan
Exactamente lo que quiere oír, en cuyo
Sonido, un invisible auditorio escucha
No la pieza, sino a sí mismo, expresada en una
Emoción como de dos personas, como de
Dos emociones convirtiéndose en una. El acto r es
Un autor metafísico en lo oscuro, tañendo
Un instrumento, tañendo tensas cuerdas que producen
Sonidos que atraviesan súbita equidad, que contienen
En su totalidad la mente, debajo de la cual no puede
Descender, fuera de la que no habrá de subir. Debe
Ser el encuentro de una satisfacción, y
Quizá de un hombre patinando, una mujer que baila, una
Mujer peinándose. El poema del acto de la mente.

Versión de Andrés Sánchez Robayna

El poema que ocupó el lugar de una montaña

Allí estaba, palabra tras palabra,
El poema que ocupó el lugar de una montaña.

Él aspiraba de su oxígeno,
Incluso cuando el libro yacía del revés sobre el polvo, en su mesa.

Le trajo a la memoria cómo necesitó
De algún lugar para seguir su rumbo,

Cómo llegó a recomponer los pinos,
A trasladar las rocas, abrir camino entre las nubes,

Para una perspectiva que sería perfecta,
Donde él se consumase en una inexplicable consunción:

La exacta roca en donde sus inexactitudes
Descubriesen, al fin, el panorama hacia el que había tendido,

Donde pudiese yacer y, contemplando el mar,
Reconocer su hogar, único y solitario.

En el elemento de antagonismos

Si es un mundo sin genios, está bien
Ideado. Aquí, entonces,

Nos preguntamos qué significa más, todos los genios
O un hombre que, para nosotros, sea más grande que ellos,

Montado en su caballo de oro, como una bestia evocada,
Milagrosa, con su penacho y su relincho?

Los pájaros gorjean pandemoniums en torno
A la idea del chevaliers de los c;hevaliers,

El bien-compuesto en su bruñida soledad,
La torre, el acento antiguo, la dimensión glacial.

Y, ¡ay! el poderoso coturno del viento del norte
Parece caer en un excesivo corredor.

Homunculus et la Belle Ètoile

En el mar de Vizcaya se adorna
la joven esmeralda, estrella de la tarde,
buena luz para los ebrios, las viudas, los poetas
y las damas próximas a casarse.
Por esta luz los peces salobres
se arquean en el mar como ramas de árboles,
mezclando muchos rumbos
hacia arriba, hacia abajo.
Qué plácida resulta una existencia
en la que esta esmeralda encanta a los filósofos,
hasta que negligentemente se inclinan
a bañar sus corazones en una luna tardía.
Sabiendo que pueden traer de vuelta el pensamiento
en la noche que ha de ser aún silenciosa,
reflejando esto o aquello,
antes del sueño.
Aun mejor será si, como escolares,
ellos piensan fuertemente en los puños oscuros
de capas voluminosas,
y se afeitan el cuerpo y la cabeza.
Puede bien ser que sus amantes
no sean flacos fantasmas huidizos.
Pueden después de todo ser frívolas,
fecundas,
exuberantemente bellas, ansiosas,
desde cuyo estar bajo las estrellas, en la margen del mar,
el íntimo bien de sus búsquedas
se vuelque en las más simples frases.
Es una buena luz, entonces,
para aquellos que conocen el Platón último,
tranquilizando con esta joya
los tormentos de la confusión.

Versión de Elilzabeth Azcona Cranwell

La mujer al sol

Ocurre solamente que el movimiento y el calor
Son como el calor y el movimiento de una mujer.

No es que exista ninguna imagen en el aire
Ni el principio o el fin de una forma:

Hay un vacío. Pero la mujer en un oro sin hebras
Nos quema con los cepillados de su traje

Y una disociada abundancia de ser,
Más categórica por lo que ella es-

Porque está desencarnada
Llevando los olores de los campos de estío,

Confesando el taciturno y aun así indiferente,
Invisiblemente claro, único amor.

Mañana de domingo

I. El placer de ir en bata, ya muy entrado el día,
El café y las naranjas, en una silla al sol,
La verde libertad del papagayo
Sobre un tapiz se funden para disipar
El sagrado silencio de un sacrificio antiguo.
Ella sueña un instante y siente
La oscura intromisión de esa vieja catástrofe
Como la calma se oscurece en las luces acuáticas.
Naranjas acres, y las brillantes alas
Verdes parecen cosas que en un cortejo fúnebre
Cruzan serpenteando un agua ancha, sin sonido.
El día es como un agua ancha, sin sonido,
Silenciado por el paso de sus pies soñadores
Por encima de océanos, hacia la silenciosa Palestina,
Dominio de la sangre y el sepulcro.

II. ¿Y por qué dar su tesoro a los muertos?
¿Qué es la divinidad si sólo acude
En sigilosas sombras y en el sueño?
¿No ha de hallar en el consuelo que da el sol, en los
Frutos acres, en las brillantes alas verdes,
U otro bálsamo o belleza terrena
Cosas que amar, como se ama el pensamiento
De los cielos? El dios debe habitar dentro de ella:
Pasiones de lluvia, o el ansia en la nieve que cae;
Dolores de soledad o un fervor insumiso
Cuando el bosque florece: algunas borrascosas emociones
Por húmedas carreteras en las noches de otoño;
Todo, placeres, penas, recordando
Las ramas del estío, los ramajes de invierno.
Éstas son las medidas de su alma.

III. Entre las nubes Júpiter fue a nacer, inhumano.
No amamantado por ninguna madre, ninguna tierra dulce
Dio porte distinguido a su mítica mente.
Anduvo entre nosotros como
Un rey magnífico y gruñón en medio de sus súbditos,
Hasta que nuestra sangre virginal, mezclada con el cielo
Satisfizo el deseo de tal modo que los súbditos mismos
Quisieron percibirle en una estrella.
¿Irá al fracaso nuestra sangre? ¿O se convertirá
En la sangre, tal vez, del paraíso? ¿Semejará la tierra
Todo lo que del paraíso hemos de conocer?
El firmamento será entonces más amistoso de lo que es ahora,
Una parte trabajo, otra parte, dolor,
y casi tan glorioso como un amor sin fin,
No este azul tan hostil e indiferente.

IV. Dice ella: "Me siento contenta cuando los pájaros al despertarse
y antes de alzar el vuelo, prueban la realidad
De neblinosos campos, con sus dulces preguntas;
Pero cuando se han ido y sus cálidos campos
Ya no regresan nunca, ¿dónde encontrar el paraíso?"
No existe guarida alguna para las profecías,
Ni la vieja quimera del sepulcro,
Tampoco el áureo subterráneo, ni melodiosa isla
En donde los espíritus vuelvan al hogar,
Ni visionario sur, ni sombría palmera que haya perdurado
Allá remota sobre alguna colina celestial
Lo que el verde de abril; o que perdure
Cuanto sus recuerdos de pájaros despiertos,
O su deseo de junio y del atardecer, anunciado
Por la consunción del vuelo de la golondrina.

V. Dice ella: "Sin embargo en la satisfacción aún siento
La falta de un deleite que jamás pereciese".
La muerte es madre de belleza; de ahí que sólo ella
Pueda hacer realizables nuestros sueños
y nuestros deseos, aunque nos esparza
Hojas de destrucción por los caminos,
El del negro dolor, los múltiples caminos
Donde tañía el triunfo sus metálicos sones
O el amor susurraba apenas de ternura,
Ella hace que el sauce tiemble al sol para aquellas muchachas
Que solían sentarse y, abandonadas, contemplar la hierba
Bajo sus pies. Induce a los muchachos
A amontonar las peras, las ciruelas maduras
Sobre una fuente descuidada. Las muchachas las prueban
y apasionadamente se dispersan sobre las hojas en desorden.

VI. ¿No habrá en el paraíso otro tipo de muerte?
¿No cae la fruta cuando madura, o cuelgan
Las ramas siempre grávidas en el cielo perfecto,
Inmutable, aunque tan parecido a nuestra tierra mortal,
Con ríos como los nuestros, siempre en busca de mares
Que nunca encuentran, de las mismas playas menguantes
Que nunca tocan con un dolor inexpresable?
¿Por qué plantar allí el peral, sobre aquellos ribazos,
O perfumar las playas con el aroma del ciruelo?
¡Ay, que luzcan allí nuestros colores,
La trama sedosa de nuestros atardeceres,
Y suenen las cuerdas de insípidos laúdes!...
La muerte es mística madre de belleza,
En cuyo seno ardiente inventamos
A nuestras madres terrenales, despiertas, esperando.

VII. Ágil y turbulento, un círculo de hombres
Cantará entre la orgía de una mañana de verano
Su borrascosa devoción al sol,
No como un dios, sino como podría ser un dios,
Desnudo entre ellos, como fuente salvaje.
Su canto habrá de ser canto de paraíso,
Salido de su sangre, de regreso al cielo;
y entrarán en su canto con cada una de las voces
El lago ventoso donde goza el señor,
Árboles como serafines y colinas con ecos
Que reverberan en coro hasta mucho después.
Ellos conocerán la amistad celestial
De los hombres que mueren y de la mañana de estío.
y el rocío sobre sus pies será el que muestre
De dónde vienen y hacia dónde van.

VIII. Ella escucha, sobre ese agua sin sonido,
Cómo grita una voz: "La tumba en Palestina
No es Pórtico de espíritus que se demoren.
Es tumba de Jesús, donde yació".
Vivimos en el viejo caos del sol,
O en la vieja dependencia del día y de la noche,
O en soledad de isla, libres y sin tutela
De esas anchas aguas de las que no podemos escapar.
Los ciervos recorren nuestros montes y la codorniz
Silba en torno a nosotros sus espontáneos gritos;
Dulces bayas maduran en el páramo,
Y en el cielo aislado, cuando cae la tarde,
Casuales bandadas de palomas describen
Equívocas ondulaciones, al hundirse en la sombra
Con las alas abiertas.

Seis paisajes significativos

I
Un hombre viejo está sentado
A la sombra de un pino
En China.
Ve una consólida,
Blanquiazul,
Al borde de la sombra,
Moverse con el viento.
Su barba ondea con el viento.
El pino ondea con el viento.
Así el agua fluye
Sobre la maleza.

II
La noche es del color
De un brazo de mujer:
Noche, la hembra,
Oscura
Fragante y flexible,
Se oculta.
Una charca brilla
Como un brazalete
Que se agita en la danza.

III
Me mido a mí mismo
En un árbol alto.
Descubro que yo soy mucho más alto,
Porque alcanzo directamente al sol,
Con mi ojo;
y alcanzo a la orilla del mar
Con mi oído.
Aún así, no me gusta
La forma en que las hormigas
Entran y salen de mi sombra.

IV
Cuando mi sueño estaba cerca de la luna
Los blancos pliegues de su falda
Se llenaron de luz amarilla.
Las plantas de sus pies
Enrojecieron.
Su cabellera se llenó
De azules cristalizaciones
Provenientes de estrellas
No lejanas.

V
Ni todas las cuchillas de los postes,
Ni los escoplos de las largas calles,
Ni los mazos de las cúpulas
Y altas torres
Pueden tallar
Lo que puede tallar una estrella
Cuando brilla a través de las hojas de parra.

VI
Los racionalistas, con sombreros cuadrados,
Piensan, en estancias cuadradas,
Mirando al suelo,
Mirando al techo.
Se limitan
A triángulos rectángulos.
Si intentasen romboides,
Conos, sinuosidades, elipses
-Como, por ejemplo, la elipse de la media luna-
Los racionalistas llevarían sombreros.

Soliloquio final del amante interior

Luz, primera luz de la noche, como en un cuarto
En el que descansamos y, casi por nada, pensamos
Que el mundo imaginado es bien esencial.

Este es, por tanto, el más intenso rendez-vous.
Es en esta idea en la que nos recogemos,
Fuera de todas las indiferencias, en una sola cosa:

Dentro de una sola cosa, un solo chal
Que nos abriga bien, pues somos pobres, un calor,
Una luz, un poder, la milagrosa influencia.

Ahora, aquí, nos olvidamos el uno al otro y de nosotros.
Sentimos la oscuridad de un orden, una totalidad,
Un conocer, lo que arregló la cita,

Dentro de su vital circunscripción, en la mente.
Decimos: Dios y la imaginación son uno.
La candela más alta, que alta ilumina lo oscuro…

Y fuera de esta luz, de esta mente central,
Hacemos nuestra casa en el aire nocturno,
Donde estar los dos juntos es lo suficiente.

Versión de Andrés Sánchez Robayna