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Javier Egea,

poesias cortas

 


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Javier Egea

 

Coplas de Carmen Romero

Díselo, Carmen Romero,
dile que estamos aquí,
que él parece estar allí
y es aquí donde lo espero;
dile que ningún obrero
entiende que un presidente
mande guardias a su gente
en vez de mandar trabajo,
dile que va cuesta abajo
frente a la Cuesta de Enero,
díselo, Carmen Romero.

Dile que están encendidos
los faros de un pueblo oscuro,
dile que mire al futuro,
no a los Estados Unidos;
dile que estamos perdidos
en medio del capital,
que una rosa sin rosal
naufraga en las oficinas
dile que por las esquinas
anda el sueño prisionero, 
díselo, Carmen Romero.

Dile tú, Primera Dama,
cuando hagas su equipaje,
que a veces también viajé
por los campos de Ketama
y dile, cuando la cama
anula la presidencia
y el amor dicta sentencia
contra todos los misiles,
que aún florecen a miles
banderas del sueño obrero,
díselo, Carmen Romero.

 

 

 

Cuando dijiste ¡basta! era diciembre...

Cuando dijiste ¡basta! era diciembre
y sólo tú templabas el vacío.

Pensé que nada estaba,
que se perdió contigo la llave de la vida.

Después miré a la calle
y era la misma puerta para todos:
la vida no existía.

Desde el mismo cerrojo
la herrumbre del expolio nos miraba.

 

 

 

Dicen que no quiere ser...

                                                "Para la libertad
                                                 sangro, lucho, pervivo"
                                                           Miguel Hernández


Dicen que no quiere ser
ni vendida ni comprada, 
que aquí la cercan los lobos,
allá le minan sus aguas
y en sus orillas acechan
sombras de flores quemadas.
Joven aún, peligrosa,
en los sueños empeñada,
me mira desde una paz
herida sobre su mapa.
Dicen que en ella resisten
fusiles de la esperanza.
Hoy me pueblan el deseo
su promesa y su batalla,
hoy puede ser que comprendan
por qué soy ciego en Granada.
Si la ve un día, viajero,
dígale que me acompaña,
ponga las manos al fuego
que limpia su madrugada,
cuente su luz por el mundo.
Está entrando en Nicaragua.

 

 

 

El viajero

(De Miguel, camarada viajero con el frío)

III
Pretendieran tus ojos estos mares felices,
esta orilla encendida.
Pretendiera esta luz tu corazón viajero.

Desde el muelle miramos,
contemplamos los mares que se agrandan ya tuyos.
Fue en ellos que tu casa levantaste de nuevo,
en estas luces cálidas,
en estas aguas
adonde está tendida,
verde y grande la mano de las algas,
blanca y fresca la boca de la espuma.

Aquí, donde la paz adivinamos
por las grutas azules que ha poblado tu cuerpo,
aquí, donde caballos presentimos
como un galope verde en la memoria,
aquí, donde traineras y velámenes
amaneciendo están
y sorprendidos.

Es tuya tanta luz.
                                    En este puerto
donde los marineros aparejan el aire
y nos mira la obra sumergida
es tuya tanta luz.
Hemos querido hablarte
cuando el sueño te quema como tú pretendías,
hemos venido a verte desde el miedo
hasta esta casa nueva
donde brillan tus ojos como peces de fuego
por si acaso tuvieras noticias de ese barco
en el que un día zarparon los hombres y la historia.

Es tuya tanta luz. Hoy todo está contigo.

Y baja la marea
y cantan los dormidos
y gaviotas llegan con el viento encendido
y hemos de volver
y tú no estás pero tu voz nos llama.

Para los que quedamos es más triste el camino.

Quizás alguna tarde,
en alta mar tu sueño y las primeras algas,
como un octubre nuevo,
florecerá en las gavias
una bandera roja, Miguel, que nos reclama.

 

 

 

Entre cuatro paredes...

                                            "Ellos los vencedores"
                                                             Luis Cernuda



Entre cuatro paredes
comenzaba la noche del asedio

Ellos, los asesinos,
alentaban la larga collera de los perros.

El hambre por las sábanas
se agazapaba oscura como un cepo.

Ellos, los asesinos,
nos pusieron el pan sobre unos ojos bellos.

Fuimos muriendo todos
hasta que todo se volvió desierto.

Ellos, los asesinos,
vigilaban la caza del amor en silencio.

 

 

 

Epigrama

Sueño y trabajo nos costó saberlo:
ternura es patrimonio de los rojos.

Pero los rojos, Claudia,
en estas noches bárbaras,
sólo somos tú y yo.

 

 

 

Epigrama 2

¿Qué cómo me enamoré?
-No podrán con nosotros, le dije.
Y seguí mi paseo solitario.

 

 

 

 

Eran tiempos muy duros. No era fácil vivir...

Eran tiempos muy duros. No era fácil vivir.
Por eso madrugué por los despachos,
volví mañana, les expuse el caso
y conseguí un empleo para ella:
tras mirarla a los ojos -al menos eso dijo-
le entregaron la llave más preciada,
pusieron a su cargo el alumbrado.
Yo hice lo que pude, lo que en mi mano estaba.
y no la he vuelto a ver:
aquella misma noche me cortaron la luz.

 

 

 

Espumas de la escollera...

                                                                         A Rafael Alberti

                                                           Si Garcilaso volviera,
                                                           yo sería su escudero;
                                                           que buen caballero era"

                                                                              Rafael Alberti

Espumas de la escollera,
Puerto de Santa María,
si Garcilaso volviera
yo sé que preguntaría
por su joven escudero
que quiso ser marinero
y se quedó en tierra un día.
Si Garcilaso volviera
seguro que encontraría
sus armas tan bien veladas
que entre claveles y espadas
le entregaría su arnés
y el luminoso vigía
del pueblo de la poesía
yo sé que respondería: 
¡qué buen camarada es!

 

 

 


La casada infiel

                                         "con la pasión que da el conocimiento"
                                                                             Jaime Gil de Biedma

Hoy está triste el juglar
sólo canta para ella,
que también la juglaría
tiene parte en la tristeza.
Sepan que de mal de amores
nadie está libre en la tierra.
Demasiado enamorado
-aunque ya no pueda verla-
y demasiada pasión
esta noche de tormenta,
el juglar siente en sus manos
caer el agua y la sueña.
Sueña que ve su sonrisa
-de labio a labio le tiembla-
cruzar las calles sin medio,
poner el asfalto en siembra,
hacer libre el corazón,
bajar del sueño la fiesta,
abrir los brazos de un mundo
que es otro cuando se acerca,
adelantada de abril
y la nueva primavera.
Hoy está triste el juglar,
pues es con ella que sueña.
y le reconoce al tacto
la luna de sus caderas
cuando ya, ciego en Granada,
la noche toma las riendas
y uno, sin luz, dice en versos
las soledades eternas.
Hace ya tiempo, señores,
que el juglar no puede verla,
pero a pesar de sus ojos
entre la lluvia le espera.
¿Quién le trae un lazarillo
para buscarla en la niebla?
Le canta a los cuatro vientos
y nunca halla respuesta.
Llévenle mientras el alba
un poco de buena yerba.
Den la mano a este juglar
cansado que la recuerda.
Por hoy cesa en la romanza,
perdónele su clientela:
él es un juglar de ésos
que a veces rompen las cuerdas,
de los que han amado tanto,
que diría Gil de Biedma.
Hoy está triste el juglar,
sólo canta para ella.
Se me fue con su marido,
pero yo sigo queriéndola.

 

 

 

Lo que pueda contaros…

Lo que pueda contaros
es todo lo que sé desde el dolor
y eso nunca se inventa.

Porque llegar aquí fue una larga sentina,
un extraño viaje,
una curva de sangre sobre el río,
mientras todo era un grito
y ya se perfilaba resuelto en latigazos
el crepúsculo.

Las historias se cuentan con los ojos del frío 
y algún sabor a sal y paso a paso
-lengua y camino-
porque la sangre se nos va despacio,
sin borbotón apenas,
desmadejadamente por los labios.

Las historias se cuentan una vez y se pierden.

 

 

 

Noche canalla

Yo no sé si la quise pero andaba conmigo,
me guiaba su risa por la ciudad tan gris.
Ella tenía en su boca colinas de Ketama
y el cielo de sus ojos me pintaba de añil.

Yo vi tantas estrellas como ella puso siempre
en aquel cielo raso como un paño de tul.
Ella llevaba el pelo como la Janis Joplin
y los labios morados como el Parfait-Amour.

La he perdido en un bosque de jeringas brillantes
por donde nos decían que se llegaba al mar;
se fue sobre un caballo de hermosos ojos negros,
por más que yo me muera no la podré olvidar.

Bajo el cielo ceniza me conducen mis piernas.
Esta noche no tengo ni esperanza ni amor.
Sólo queda el calor de mi pobre navaja.
Hoy me he visto la cara de un retrato-robot.

A pesar de sus ojos he salido a la calle,
a pesar de sus ojos me ha tocado vivir .
En un barrio de muertos me trajeron al mundo.
Esta noche canalla no respondo de mí.

 

 

 

Otro romanticismo

                                                 "...las aguas del olvido "
                                                                             Garcilaso
  
 "Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé!"
                                                                       César Vallejo

Te escribo nuevamente desde una tarde helada
de esas en que nos puede el sentimiento
y la obsesión -ese pingajo de la soledad-
te derriba, te ocupa, sienta plaza en tu cuerpo
y, lo más peligroso, te alumbra, te interroga.

Y ves que los renglones se estrechan,
las letras se amontonan
y comprendes el hueco imposible,
el espacio que nunca compartimos
y este bello recurso de contarte la vida
poblando de historia y de sueños
las hojas tibias del dolor
que tanto me recuerdan tus muslos o tu espalda.
Por ellos navegué durante tanto tiempo,
en ellos aprendí tantas cosas extrañas,
tanto golpe de mar,
que parece imposible olvidarte así, de pronto,
como quien tira la luz por la ventana,
como quien se despuebla de golpe de esperanza.

¿Quién puede responder sin ningún truco
a las preguntas viejas, enquistadas,
hechas parte de ti?

¿Quién cruzará de un salto las aguas del olvido
sin sentir cómo quema en la carne la sorpresa de un día,
las sábanas de un día, los cuerpos ofreciéndose,
las ojeras del gozo al amanecer?

¿No volverá el amor ,
aquel juego con náufragos y cofres,
a sorprendernos con su mano abierta,
a dejar en la playa de un hombro
como alga de plata que reposa
la saliva brillante del deseo?

Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé!

Por eso he de decirte -aunque sea por escrito-
f que está la casa abierta para ti,
que te esperan los libros, el té, mi soledad,
las dudas de las tardes de domingo,
la pequeña verdad
que no se tiene en pie sin tus palabras.

No es posible saber cuando todo enmudece
y la vida se ha vuelto una sórdida esquina
si nos falló el presentimiento
o será que el mercado nos fue tragando
con sus comadres y su algarabía,
que no supimos vernos ni hablarnos
entre anuncios de sopas luminosas,
promesas y altavoces
pregonando los últimos saldos
de la felicidad.

Será que llevaremos inevitablemente
un lenguaje podrido que amarga el paladar
y te pone a escupir en mitad de la urgencia
cuando toda la historia apenas si consiste
en decirnos que sí, que nos amamos.

Y los golpes, tan fuertes, las aguas del olvido,
                                                                 tan hondas... Yo no sé!

Hay cosas en la vida
que sólo se resuelven junto a un cuerpo que ama.

Y cartas que se escriben
cuando la prisa clava su aguijón
y te deja colgando del alero
y te da por pensar
que es posible que no nos conociéramos
aunque fuimos viviendo el mismo frío,
la misma explotación,
el mismo compromiso de seguir adelante
a pesar del dolor.

 

 

 

Paseo de los tristes

Entonces,
                     en aquella ciudad
o en la intuición primera, vaga, de su cuerpo,
el pensamiento aún flotaba en bucólicos careos,
en versos aprendidos sin historia
y no era posible amar
entre unas calles donde todo era sucio,
carne sin brillo,
cuando aún en el mar, la nube y las espigas
sin historia y sin tiempo, vanos,
estábamos durmiendo
                                              o ignorando
esa gota de sangre que cuelga del amor
-su blanco cuello herido-,
ignorando la clase oscura en que nacimos,
sin consciencia de naves hundidas,
de rubios náufragos,
condenados a vivir una historia perdida
de explotación y soledad, de muerte enamorada,
sin saberlo.

Y sin embargo,
entre los autobuses, el gentío,
en la dulce ignorancia,
fue creciendo una luz
que nos hizo sentir un crujido brillante
después que allí, en la sórdida pensión
donde siempre se asilan viajeros sin destino,
gentes oscuras,
en un lugar sin esperanza,
dos cuerpos se sintieron indefensos
sudando en el asombro de la primera felicidad.

 

 

 

Poética

                                                                         A Aurora de Albornoz

                                  Mas se fue desnudando. y yo le sonreía. "
                                                                          Juan Ramón Jiménez



Vino primero frívola -yo niño con ojeras-
y nos puso en los dedos un sueño de esperanza
o alguna perversión: sus velos y su danza
le ceñían las sílabas, los ritmos, las caderas.

Mas quisimos su cuerpo sobre las escombreras
porque también manchase su ropa en la tardanza
de luz y libertad: esa tierna venganza
de llevarla por calles y lunas prisioneras.

Luego nos visitaba con extraños abrigos,
mas se fue desnudando, y yo le sonreía
con la sonrisa nueva de la complicidad.

Porque a pesar de todo nos hicimos amigos
y me mantengo firme gracias a ti, poesía,
pequeño pueblo en armas contra la soledad.

 

 

 

¿Qué luz extraña, dime, ha poblado este cuerpo...

¿Qué luz extraña, dime, ha poblado este cuerpo
repetido en portales, escaparates, brumas,
ingenuo paseante de la ciudad, hermano,
caminante del mismo aturdimiento
que estos siglos de expolio pusieron en los ojos, 
qué luz extraña, dime,
hay en la soledad y en la memoria?

Así nos fuimos viendo nítidamente fríos,
enfrentados,
de una margen a otra de la calle en ruinas, 
con la clarividencia de los obreros viejos
que abanderan los pasos del taller a la muerte
aprendiendo el futuro.

Sobre nosotros pasan los balcones cerrados,
las farolas con frío, 
los aleros mellados y este viento,
como un enjambre inhóspito,
y la piel de la tierra huele a ropa quemada,
mas tiritan los huesos
y hay tan sólo el calor de la sangre que alumbra 
desde el abrazo grande de tu fuerza y la mía.

Es cierto que la historia
nos condenó a las calles ateridas
y no el azar que llega maldito restallando.

¿Qué luz extraña, dime, 
hay en la soledad y en la memoria?
Hoy supimos, mirándonos las manos,
a pesar del estrago y las ojeras mustias,
al fin reconocidas,
que siempre es tarde, siempre, para volver a casa 
como se vuelve al sitio de las túnicas rotas,
de las máscaras frías,
del polvo atrincherado,
de los andrajos de la luz.
 

 


 


Quizá me confundí de calle y de aventura...

Quizá me confundí de calle y de aventura
pero ya me conocen sus farolas y el alba,
ya conocen mi sombra, mi canción, mi tristeza
y esta costumbre vieja de andar erguido y solo.

 

 

 

Te trajeron de golpe los violines...

Te trajeron de golpe los violines
y eras algo más rubia de lo que yo esperaba
pero bella y letal como veneno.

Y era una especie de traición tu cuerpo.

Mientras ibas tomando mi casa pieza a pieza,
para alcanzar los últimos rincones
te adelgazaste en besos, pasos, ecos.