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Gerardo Diego,

poesias cortas

 


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Gerardo Diego

Adentro, más adentro...

Adentro, más adentro,
hasta encontrar en mí todas las cosas.
Afuera, más afuera,
hasta llegar a ti en todas las cosas.

secreto panteísmo.
Mi oración es así.
Tú estás en todo
y todo en mí.

 

 

 

Ahogo

Déjame hacer un árbol con tus trenzas. 

Mañana me hallarán ahorcado 
en el nudo celeste de tus venas. 

Se va a casar la novia 
del marinerito. 

Haré una gran pajarita 
con sus cartas cruzadas. 
Y luego romperé 
la luna de una pedrada. 
Neurastenia, dice el doctor. 

Gulliver 
ha hundido todos sus navíos. 

Codicilo: dejo a mi novia 
un puñal y una carcajada.

 

 

 

Amor

Dentro, en tus ojos, donde calla y duerme
un palpitar de acuario submarino,
quisiera - licor tenue al difumino -
hundirme, decantarme, adormecerme.

Y a través de tu espalda, pura, inerme,
que me trasluce el ritmo de andantino
de tu anhelar, si en ella me reclino,
quisiera trasvasarme y extenderme.

Multiplicar mi nido en tus regazos
innumerables, que al cerrar los brazos
no encontrases mi carne, en ti disuelta.

Y que mi alma, en bulto y tacto vuelta,
te resbalase en torno, transparente
como tu frente, amor, como tu frente.

 

 

 

Autorretrato

Todo lo que llevo dentro 
está ahí fuera. 
Se ha hecho -fiel a sí mismo- 
mi evidencia. 
Mis pensamientos son montes, 
mares, selvas, 
bloques de sal cegadora, 
flores lentas. 
El sol realiza mis sueños, 
me los crea 
y el viento pintor, errante, 
-luz, tormenta- 
pule y barniza mis óleos, 
mis poemas, 
y el crepúsculo y la luna 
los avientan. 

Podéis tocar con las manos 
mi conciencia. 
Gozar podéis con los ojos 
-negro y sepia- 
los colores y las tintas 
de mis penas. 
Y eso que os roza el labio, 
bruma o seda, 
es mi amor -flores o pájaros 
que revuelan- 
mis amores, criaturas 
libres, sueltas. 

Todo lo que fuera duerme, 
queda o pasa, 
todo lo que huele o sabe, 
toca o canta, 
conmigo dentro se ha hecho 
viva entraña, 
víscera oscura y distinta, 
sueño y alma. 
Si pudierais traspasarme 
os pasmarais. 
Todo está aquí, aquí dormido. 
Dibujada 
llevo en mi sangre y mi cuerpo 
cuerpo y sangre de mi patria. 
Luces y luces de cielo, 
cosas santas. 
Todo lo que está aquí dentro 
fuera estaba. 
Todo lo que estaba ahí fuera 
dentro calca. 
El universo infinito 
me enmaraña; 
auscultadme, soy su cárcel 
sin ventanas. 

Escuchadme, dentro, fuera, 
donde os plazca. 
Mis más íntimos secretos 
por el aire los pregonan 
y los cantan.

 

 

 

Ayer soñaba

Ayer soñaba.
Tú eras un árbol manso
- isla morada, abanico de brisa -
entre la siesta densa.
Y yo me adormecía.

Después yo era un arroyo
Y arqueaba mi lomo de agua limpia,
como un gato mimado,
para rozarte al paso.

 

 

 

Continuidad

Las campanas en flor 
no se han hecho para los senos de oficina 
ni el tallo esbelto de los lápices 
remata en cáliz de condescendencia 
La presencia de la muerte 
se hace cristal de roca discreta 
para no estorbar 
el intenso olor a envidia joven 
que exhalan los impermeables 

Y yo quiero romper a hablar a hablar 
en palabras de nobles 
agujeros dominó del destino 
Yo quiero hacer del eterno futuro 
un limpio solo de clarinete 
con opción al aplauso 
que salga y entre libremente 
por mis intersticios de amor y de odio 
que se prolongue en el aire y más allá del aire 
con intenso reflejo en jaspe de conciencias 

Ahora que van a caer oblicuamente 
las últimas escamas de los llantos errantes 
ahora que puedo descorrer la lluvia 
y sorprender el beso tiernísimo 
de las hojas y el buen tiempo 
ahora que las miradas de hembra y macho 
chocan sonoramente y se hacen trizas 
mientras aguzan los árboles sus orejas de lobo 
dejadme salir en busca de mis guantes 
perdidos en un desmayo de cielo 
acostumbrado a mudar de pechera 

La vida es favorable al viento 
y el viento propicio al claro ascendiente 
de los frascos de esencia 
y a la iluminación transversal de mis dedos 
Un álbum de palomas rumoroso a efemérides 
me persuade al empleo selecto 
de las uñas bruñidas 
Transparencia o reflejo 
el amor diafaniza y viaja sin billete 
de alma a alma o de cuerpo a cuerpo 
según todas las reglas que la mecánica canta 

Ciertamente las campanas maduras 
no saben que se cierran como los senos 
de oficina 
cuando cae el relente 
ni el tallo erguido de los lápices 
comprende que ha llegado 
el momento de coronarse de gloria 
Pero yo sí lo sé 
y porque lo sé lo canto ardientemente 
Los dioses los dioses miradlos han vuelto 
sin una sola cicatriz en la frente.


 

 

El sueño

Apoya en mí la cabeza,
si tienes sueño.
apoya en mí la cabeza,
aquí, en mi pecho.
Descansa, duérmete, sueña,
no tengas miedo del mundo,
que yo te velo.
Levanta hacia mí tus ojos,
tus ojos lentos,
y ciérralos poco a poco
conmigo dentro;
ciérralos, aunque no quieras,
muertos de sueño.

Ya estás dormida. Ya sube,
baja tu pecho,
y el mío al compás del tuyo
mide el silencio,
almohada de tu cabeza,
celeste peso.
Mi pecho de varón duro,
tabla de esfuerzo,
por ti se vuelve de plumas,
cojín de sueños.
Navega en dulce oleaje,
ritmo sereno,
ritmo de olas perezosas
el de tus pechos.
De cuando en cuando una grande,
espuma al viento,
suspiro que se te escapa
volando al cielo,
y otra vez navegas lenta
mares de sueño,
y soy yo quien te conduce
yo que te velo,
que para que te abandones
te abrí mi pecho.
¿Qué sueñas?  ¿Sueñas?  ¿Qué buscan
- palabras, besos - 
tus labios que se te mueven,
dormido rezo?
Si sueñas que estás conmigo,
no es sólo sueño;
lo que te acuna y te mece
soy yo, es mi pecho.

Despacio, brisas, despacio,
que tiene sueño.
Mundo sonoro que rondas,
hazte silencio,
que está durmiendo mi niña,
que está durmiendo
al compás que de los suyos
copia mi pecho.
Que cuando se me despierte
buscando el cielo
encuentre arriba mis ojos
limpios y abiertos.

 

 

 

Ella

¿No la conocéis? Entonces
imaginadla, soñadla.
¿Quién será capaz de hacer
el retrato de la amada?

Yo sólo podría hablaros
vagamente de su lánguida
figura, de su aureola
triste, profunda y romántica.

Os diría que sus trenzas
rizadas sobre la espalda
son tan negras que iluminan
en la noche. Que cuando anda,

no parece que se apoya,
flota, navega, resbala...
Os hablaría de un gesto
muy suyo..., de sus palabras,

a la vez desdén y mimo,
a un tiempo reproche y lágrimas,
distantes como en un éxtasis,
como en un beso cercanas...

Pero no: cerrad los ojos,
imaginadla, soñadla,
reflejada en el cambiante
espejo de vuestra alma.

 

 

 

Fábula de equis y zeta

Amor
Góngora 1927


Era el mes que aplicaba sus teorías
cada vez que un amor nacía en torno
cediendo dócil peso y calorías
cuándo por caridad ya para adorno
en beneficio de esos amadores
que hurtan siempre relámpagos y flores

Ella llevaba por vestido combo
un proyecto de arcángel en relieve
Del hombro al pie su línea exacta un rombo
que a armonizar con el clavel se atreve
A su paso en dos lunas o en dos frutos
se abrían los espacios absolutos

Amor amor obesidad hermana
soplo de fuelle hasta abombar las horas
y encontrarse al salir una mañana
que Dios es Dios sin colaboradoras
y que es azul la mano del grumete
-amor amor amor- de seis a siete

Así con la mirada en lo improviso
barajando en la mano alas remotas
iba el galán ladrándole el aviso
de plumas blancas casi gaviotas
por las calles que huelen a pintura
siempre buscando a ella en cuadratura

Y vedla aquí equipando en jabón tierno
globos que nunca han visto las espumas
vedla extrayendo de su propio invierno
la nieve en tiras la pasión en sumas
y en margaritas que pacerá el chivo
su porvenir listado en subjuntivo

Desde el plano sincero del diedro
que se queja al girar su arista viva
contempla el amador nivel de cedro
la amada que en su hipótesis estriba
y acariciando el lomo del instante
disuelve sus dos manos en menguante

«A ti la bella entre las iniciales
la más genuina en tinta verde impresa
a ti imposible y lenta cuando sales
tangente cuando el céfiro regresa
a ti envío mi amada caravana
larga como el amor por la mañana

Si tus piernas que vencen los compases
silencioso el resorte de sus grados
si más difícil que los cuatro ases
telegrama en tu estela de venados
mis geometrías y mi sed desdeñas
no olvides canjear mis contraseñas

Luna en el horno tibio de aburridas
bien inflada de un gas que silba apenas
contempla mis rodillas doloridas
así no estallen tus mejillas llenas
contempla y dime si hay otro infortunio
comparable al desdén y al plenilunio

Y tú inicial del más esbelto cuello
que a tu tacto haces sólida la espera
no me abandones no Yo haré un camello
del viento que en tus pechos desaltera
y para perseguir tu fuga en chasis
yo te daré un desierto y un oasis

Yo extraeré para ti la presuntuosa
raíz de la columna vespertina
Yo en fiel teorema de volumen rosa
te expondré el caso de la mandolina
Yo peces te traeré -entre crisantemos-
tan diminutos que los dos lloremos

Para ti el fruto de dos suaves nalgas
que al abrirse dan paso a una moneda
Para ti el arrebato de las algas
y el alelí de sálvese el que pueda
y los gusanos de pasar el rato
príncipes del azar en campeonato

Príncipes del azar Así el tecleo
en ritmo y luz de mecanografía
hace olvidar tu nombre y mi deseo
tu nombre que una estrella ama y enfría
Príncipes del azar gusanos leves
para pasar el rato entre las nieves

Pero tú voladora no te obstines
Para cantar de ti dame tu huella
La cruzaré de cuerdas de violines
y he de esperar que el sol se ponga en ella
Yo inscribiré en tu rombo mi programa
conocido del mar desde que ama»

Y resumiendo el amador su dicho
recogió los suspiros redondeles
y abandonando al humo del capricho
se dejó resbalar por dos rieles
Una sesión de circo se iniciaba
en la constelación decimoctava.

 

 

 

Gesto

A la brisa, a la abeja, a la hermosa
el rosal puede dedicar la rosa.

Al poeta, al grumete, a la doncella
la noche puede dedicar la estrella.
Si eres tú misma el rosal y las rosas,
la noche de mi verso y sus estrellas,
¿a quién dedicaré este breve cielo,
este arbusto, esta fuente, este desvelo?

 

 

 

Glosa

Déjame vivir verdades:
la verdad de tus miradas,
la de tus apasionadas
promesas de eternidades,
y entre tus sinceridades,
la doble verdad querida
con que llaman a la vida
tus dos palmas amorosas
cuando estrechan, perezosas,
mi mano desfallecida.

 

 

 

Insinuación

Oh, ven, ven, ¿a qué esperas?
Los árboles te llaman
agitando sus miembros infinitos.
La tierra abre sedienta
la boca, y modifica
la incómoda postura de sus muslos.
Sus párpados entoldan los tejados.
Alborotan los niños de la escuela.
Se hace más tersa y suave
la mejilla frutal de las mujeres.
Y acarician mi frente anubarrada,
barriéndola de duros pensamientos
los plumeros de seda de la brisa.
Oh, ven pronto
a adormecer  -silencio-  nuestros sueños,
contándoles tu historia sin sentido,
tan casta y voluptuosa,
toda de besos mudos
y calladas sorpresas.

 

 

 

Insomnio

Tú y tu desnudo sueño. No lo sabes. 
Duermes.  No. No lo sabes. Yo en desvelo, 
y tú, inocente, duermes bajo el cielo. 
Tú por tu sueño, y por el mar las naves.

En cárceles de espacio, aéreas llaves 
te me encierran, recluyen, roban. Hielo, 
cristal de aire en mil hojas. No. No hay vuelo 
que alce hasta ti las alas de mis aves.

Saber que duermes tú, cierta, segura 
- cauce fiel de abandono, línea pura -, 
tan cerca de mis brazos maniatados.

Qué pavorosa esclavitud de isleño, 
yo, insomne, loco, en los acantilados, 
las naves por el mar, tú por tu sueño.

 

 

 

La despedida

Aquel día  -estoy seguro-
me amaste con toda el alma.
Yo no sé por qué sería.
Tal vez porque me marchaba...

-Me vas a olvidar  -dijiste- .
Ay, tu ausencia será larga,
y ojos que no ven... Presente
Has de estar siempre en mi alma.

Ya lo verás cuando vuelva.
Te escribiré muchas cartas.
Adiós, adiós...  -Me entregaste
tu mano suave y rosada,

y, entre mis dedos, tu mano,
fría de emoción, temblaba.
...Sentí el roce de un anillo
como una promesa vaga...

Yo no me atreví a mirarte,
pero sin verte, notaba
que los ojos dulcemente
se te empañaban las lágrimas.

Me lo decía tu mano
en la mía abandonada,
y aquel estremecimiento
y aquel temblor de tu alma.

Ya nunca más me quisiste
como entonces, muda y pálida.
...Hacía apenas tres días
que eran novias nuestras almas.

 

 

 

Madrigal

A Juan Ramón Jiménez

Estabas en el agua
                    estabas que yo te vi

Todas las ciudades
                            lloraban por ti
                            Las ciudades desnudas
           balando como bestias en manada.

A tu paso
              las palabras eran gestos 
como éstos que ahora te ofrezco

Creían poseerte 
porque sabían teclear en tu abanico

Pero
            No
Tú 
     no estabas allí

Estabas en el agua
                              que yo te vi.

 

 

 

Me estás enseñando a amar...

Me estás enseñando a amar.
               Yo no sabía.
Amar es no pedir, es dar,
                noche tras día.

La Noche ama al Día, el claro
                ama a la Oscura.
Qué amor tan perfecto y tan raro.
                Tú mi ventura.

El Día a la Noche alza, besa
                sólo un instante.
la Noche al Día -alba, promesa-
                beso de amante.

Me estás enseñando a amar.
                 Yo no sabía.
Amar es no pedir, es dar.
                  Mi alma, vacía.

 

 

 

Mujer de ausencia

Mujer de ausencia,
escultura de música en el tiempo.
Cuando modelo el busto
faltan los pies y el rostro se deshizo.
Ni el retrato me fija con su química
el momento justo.
Es un silencio muerto
en la infinita melodía.
Mujer de ausencia, estatua
de sal que se disuelve, y la tortura
de forma sin materia.

 

 

 

No está el aire propicio para estampar mejillas...

No está el aire propicio para estampar mejillas.
Se borraron la flechas que indicaban la ruta
más copiosa de pájaros para los que agonizan.
Se arrastran por los suelos nubes sin corazón
y a la garganta trepa la impostura del mundo.

No está el aire propicio para cantar tus labios,
tu nuca en desacuerdo con las leyes de física
ni tu pecho de interna geografía afectuosa.
Las tijeras gorjean mejor que las calandrias
y no vuelven ya nunca si remontan el vuelo
y aquí en mi cercanía tres libros se aproximan,
abiertos en la página donde muere una reina.

Qué dulce despertar el del amor que existe
y qué existencia clara la del ojo que duerme,
velado por las alas remotas de los párpados.

Pétalos de difuntas miradas, llueven, llueven
y llueven, llueven, llueven. Me sepultan los pies,
las rodillas, el vientre, la cintura, los hombros.
Van a enterrarme vivo; van a enterrarme vivo;

No está el aire propicio para soñar contigo.

 

 

 

Nocturno XI

Sentadas sobre un pozo alabastrino
una mujer desnuda  -amor profano-
y una blanca doncella  -amor divino-.
¿No recordáis el cuadro de Tiziano?

También en el nocturno chopiniano
se oye primero el cántico argentino
que nos dice las rosas del camino,
que al goce invita del amor profano.

El ave del amor borda su trino
escondida en el bíblico manzano,
y un cupidillo frívolo y pagano
apunta al cielo el chorro cristalino.

Es todo risas. Se respira un vano
perfume anacreóntico; y el vino
tiñe acaso el paisaje veneciano
como en una vendimia de Bassano
o en una bacanal del Aretino.

Un acorde litúrgico; imagino
que lo trenza algún órgano cristiano.
Es la aureola del amor divino
la que ilumina el corazón humano.

Renunciamiento, paz, quietud, lejano
son de plegarias místicas. El lino
de un cuento nazareno y peregrino
devana el dulce corazón del piano.

Y se piensa en el claustro; el vespertino
toque de Ángelus, trémulo y lontano,
un conventual jardín benedictino,
azucenas, cipreses, una mano
blanca en las sombras lentas adivino...

Pasa el encanto del amor divino.
Vuelve el triunfo del amor pagano.
Ya conoces los dos, mi buen hermano.
Pero tú no decides tu camino.
Es tan bello el amor a lo profano...
Es tan bello el amor a lo divino...

 

 


 

Nocturno XII

A Santiago de la Escalera

La noche resbala
con mansa dulzura.
Como una azucena
de nevada túnica,
inocente y lírica,
florece la luna.
las estrellas cantan
su cantiga muda
y sueña el paisaje
dormido en la bruma.
¡Qué suave sosiego!
¡Qué paz tan profunda!
Cual blandas cadencias
de canción de cuna,
únicos rumores
que el silencio surcan,
se estremece el bosque,
la brisa susurra
y abajo en el río
rezan las espumas.

Sólo dos zagales
- él fuerte, ella rubia -
velan en el valle
Por gozar la albura
de la noche clara,
de la noche rústica.

- Juan, ¿estoy soñando?
¡Oh, qué dulce música!
- Parecen campanas;
no las sentí nunca.
- Quién las toca, di?
-No sé; pero escucha.
María, te quiero.
- Si serán las brujas?
- María, si vieras...
_ O serán los ángeles
allá en las alturas...
- María, te adoro...
- ¿Campanas, o guzlas?
- Me atiendes, María?
- Qué paz, qué dulzura...
¿oyes las campanas?
- ¿María, me escuchas?
- Campanas celestes
¿sonáis en la luna?
Tañido divino...
¡Oh, Juan, esa música!...
- María, ¿me quieres?

-...No puedo ser tuya.

 

 

 

Nocturno XIV

A Enrique Menéndez

Ha cruzado divina y desnuda.
Es la Forma, es la Forma, es la Forma.
El artista, sujeto en la Norma,
la llama en su ayuda.

Cuando pasa sonríe y promete
y saluda cordial y exquisita,
más que breve es su breve visita,
su azar de cohete.

Es celeste como hecha de astros,
perfumada de incógnita esencia.
Es la Amada de la adolescencia,
toda de alabastros.

No se sabe si es sueño o es niebla.
No se sabe si túnica o nube.
Deja un rastro de luz cuando sube, 
y el aire despuebla.

Es la imagen del ángel más leve
que Jacob vio en las blancas escalas.
Al trasluz transparenta sus alas
sutiles de nieve.

Sólo muestra su carne de estrella
en la magia de luna en el río.
Es espíritu, es aire, es vacío
sin molde y sin huella.

En la virgen cuartilla se posa.
Sobre el piano despliega su ala.
y si vamos a asirla, resbala
esquiva, medrosa.

La queremos cazar prisionera
y el intento en seguida comprende,
y batiendo las alas, asciende
feliz, a su esfera.

¡Quién pudiera seguirla en su vuelo
Y arrobado en dichoso desmayo,
patinar por el hilo de un rayo
de luna hasta el cielo!

 

 

 

Otoño

Mujer densa de horas
y amarilla de frutos
como el sol del ayer

El reloj de los vientos te vio florecer
cuando en su jaula antigua
se arrancaba las plumas el terco atardecer

El reloj de los vientos
despertador de pájaros pascuales
que ha dado la vuelta al mundo
y hace juegos de agua en los advientos

De tus ojos la arena fluye en un río estéril

Y tantas mariposas distraídas
han fallecido en tu mirada
que las estrellas ya no alumbran nada

Mujer cultivadora
de semillas y auroras

Mujer en donde nacen las abejas
que fabrican las horas

Mujer puntual como la luna llena

Abre tu cabellera
                            origen de los vientos
que vacía y sin muebles
mi colmena te espera.

 

 

 

Por qué cuando te hablo...

¿Por qué cuando te hablo
cierro los ojos?
Yo pienso en aquel día
y en que tú me los cierres
- esperanza infinita -,
a ver si mis palabras
- costumbre larga mía -
pueden más que la muerte.

 

 

 

Posesión

Fue una tarde de enero. Mi entereza
de cántabro se defendía, encastillaba.
Mis amigos pensaban persuadirme,
no conocían aún la irrebatible
casta de mi carácter. Insistían,
razonaban volvían, apremiaban.
Yo, numantino.
Y por dentro un supliciado.
No poder ser, Dios mío, como ellos.
Los comprendía. Y ellos a mí, no.

Y para hacerles ver que era verdad
la mía, hube de volverme niño
y dejar que asomaran a mis ojos
unas lágrimas de hombre.
Entonces comprendieron. Y callaron.

Yo salí a la calle, al paseo, aprisa, aprisa,
al campo, a la sagrada libertad.
Empezaba a llover, gotas menudas,
hijas de las nieves.
Qué caricia de besos en mi frente.
Qué hora feliz, yo absuelto,
perdonado.

Aquel domingo decisivo
tomé posesión, no de un cargo,
de mi vida modesta, transparente.

 

 

 

Quisiera ser convexo...

Quisiera ser convexo
para tu mano cóncava.
Y como un tronco hueco
para acogerte en mi regazo
y darte sombra y sueño.
Suave y horizontal e interminable
para la huella alterna y presurosa
de tu pie izquierdo
y de tu pie derecho.
Ser de todas las formas
como agua siempre a gusto en cualquier vaso
siempre abrazándote por dentro.
Y también como vaso
para abrazar por fuera al mismo tiempo.
Como el agua hecha vaso
tu confín - dentro y fuera - siempre exacto.

 

 

 

Rosa mística

Era ella.

             Y nadie lo sabía.

Pero cuando pasaba
los árboles se arrodillaban.

Anidaba en sus ojos

               el Ave María

y en su cabellera

               se trenzaban las letanías,

Era ella.

              Era ella.

Me desmayé en sus manos
como una hoja muerta

                  sus manos ojivales
                  que daban de comer a las estrellas.

Por el aire volaban
romanzas sin sonido.

                   Y en su almohada de pasos
                   me quedé dormido.

Mujer de ausencia
escultura de música en el tiempo.
Cuando modelo el busto
faltan los pies y el rostro se deshizo.
Ni el retrato me fija con su química
el momento justo.
Es un silencio muerto
en la infinita melodía.
Mujer de ausencia, estatua
de sal que se disuelve, y la tortura
de forma sin materia.

 

 

 

Siempre abiertos tus ojos...

Siempre abiertos tus ojos
(muchas veces se dijo) como un faro.
Pero la luz que exhalan
no derrama su chorro en los naufragios.
Enjuto, aunque desnudo,
voy derivando orillas de tu radio.
Soy yo el que giro
como un satélite imantado.
Y dime. Esta luz mía - tuya - que devuelvo,
¿a qué te sabe muerta en tu regazo?
¿Puede aumentar tu lumbre
este selenio resplandor lejano?

 

 

 

Sueños

Anoche soñé contigo.
Ya no me acuerdo qué era.
Pero tú aún eras mía,
eras mi novia. ¡Qué bella

mentira! Las blancas alas
del sueño nos traen, nos llevan
por un mundo de imposibles,
por un cielo de quimeras.

Anoche tal vez te vi
salir lenta de la iglesia,
en las manos el rosario,
cabizbaja y recoleta.

O acaso junto al arroyo,
allá en la paz de la aldea,
urdíamos nuestros sueños
divinos de primavera.

Quizás tú fueras aún niña
-¡oh remota y dulce época!-
y cantaras en el coro,
al aire sueltas las trenzas.

Y yo sería un rapaz
de los que van a la escuela,
de los que hablan a las niñas,
de los que juegan con ellas.

El sueño es algo tan lánguido
tan sin forma, tan de nieblas...
¡Quién pudiera soñar siempre!
Dormir siempre  ¡quién pudiera!

¡Quién pudiera ser tu novio
(alma, vístete de fiesta)
en un sueño eterno y dulce,
blanco como las estrellas!...

 

 

 

Sucesiva

Déjame acariciarte lentamente,
déjame lentamente comprobarte,
ver que eres de verdad, un continuarte
de ti misma a ti misma extensamente.

Onda tras onda irradian de tu frente
y mansamente, apenas sin rizarte,
rompen sus diez espumas al besarte
de tus pies en la playa adolescente.

Así te quiero, fluida y sucesiva,
manantial tú de ti, agua furtiva,
música para el tacto perezosa.

Así te quiero, en límites pequeños,
aquí y allá, fragmentos, lirio, rosa,
y tu unidad después, luz de mis sueños.

 

 

 

Te diré el secreto de la vida

El secreto de la vida es intercalar
entre palmera y palmera un hijo pródigo
y a la derecha del viento y a la izquierda del loco
conseguir que se filtre una corona real
Levántate cada día a hora distinta
y entre hora y hora
compóntelas para incrustar un ángel

Nada hay como un suspiro intercalado
y entre suspiro y suspiro
la melodía ininterrumpida

Déjame que te cante
la grieta azul y el intervalo.

 

 

 

Tentación

No. De noche no. De noche
no, porque me miran ellas.
Sería un mudo reproche
el rubor de las estrellas.

Tan inocentes, tan puras,
con sus ojos ignorantes,
latiendo como diamantes
allá arriba en las alturas.

-Entonces, mira. Mañana
bajo el sol viejo y ardiente.
La luz ciega, muerde, aplana.
El alma duerme... y consiente.

-¿De día? No. Las estrellas
en el cielo están también.
¿No lo sabías? Sí. Ellas,
aunque invisibles, nos ven.

 

 

 

Tú me miras, amor, al fin me miras...

Tú me miras, amor, al fin me miras
de frente, tú me miras y te entregas
y de tus ojos líricos trasiegas
tu inocencia a los míos. No retiras

tu onda y onda dulcísima, mentiras
que yo soñaba y son verdad, no juegas.
Me miras ya sin ver, mirando a ciegas
tu propio amor que en mi mirar respiras.

No ves mis ojos, no mi amor de fuente,
miras para no ver, miras cantando
cantas mirando, oh música del cielo.

Oh mi ciega del alma, incandescente,
mi melodía en que mi ser revelo.
Tú me miras, amor, me estás mirando.

 

 

 

Una a una desmonté las piezas de tu alma...

Una a una desmonté las piezas de tu alma.
Vi cómo era por dentro:
sus suaves coyunturas,
la resistencia esbelta de sus trazos.
Te aprendí palmo a palmo.
Pero perdí el secreto
de componerte.
Sé de tu alma menos que tú misma,
y el juguete difícil
es ya insoluble enigma.

Adiós a Pedro Salinas

El cielo se serena 
Salinas cuando suena 
Cantan los verbos en vacaciones 
jaculatorias y conjugaciones 
Yo seré tú serás él será 
La imagen de ayer mañana volverá 
La imagen duplica el presagio 
¿Rezas cuando truena el trisagio? 
El mundo se envenena 
Salinas cuando no suena 
La música más extremada 
es el silencio de la boca amada 
Amar amar y siempre amar 
haber amado haber de amar 
Y de la media de la abuela 
caen las onzas oliendo a canela 
El cielo se enrojece 
Salinas cuando te mece 
Era tu reino el del rubor 
Tanta hermosura alrededor 
Rosa y azul azul y rosa 
Cuidado que no se te rompa 
Y por tus ojos la borrasca 
y la ventisca y el miedo a las hadas 
El cielo se aceituna 
Salinas cuando te acuna 
¿No habéis visto en flor el olivo? 
Sí no sí no azar del subjuntivo 
¿Nunca visteis el otoño del ciervo 
no habéis sabido deshojar un verbo? 
Llega diciembre y llora el roble 
y el cocotero de Puertopobre 
El mundo se espanta 
Salinas cuando no canta 
Cantan los verbos en la escuela 
Redondo está el cielo a toda vela 
¿Pedro Salinas Serrano? Falta 
Y los niños de pronto se callan 
Unos en otros buscan amparo 
Todo más claro mucho más claro 
El cielo quiere quererme 
Salinas cuando te duerme

 

 

 

Ahogo

Déjame hacer un árbol con tus trenzas.

Mañana me hallarán ahorcado 
en el nudo celeste de tus venas.

Se va a casar la novia 
      del marinerito.

Haré una gran pajarita 
con sus cartas cruzadas. 
      Y luego romperé 
      la luna de una pedrada. 
Neurastenia, dice el doctor.

Gulliver 
ha hundido todos sus navíos.

Codicilo: dejo a mi novia 
un puñal y una carcajada.

 

 

 

Ante las torres de Compostela

También la piedra, si hay estrellas, vuela. 
Sobre la noche biselada y fría 
creced, mellizos lirios de osadía; 
creced, pujad, torres de Compostela. 
Campo de estrellas vuestra frente anhela, 
silenciosas maestras de porfía. 
En mi pecho —ay, amor— mi fantasía 
torres más altas labra. El alma vela. 
Y ella -tú- aquí, 
conmigo, aunque no alcanzas 
con tus dedos mis torres de esperanzas 
como yo estas de piedra con los míos, 
contempla entre mis torres las estrellas, 
no estas de otoño, bórralas; aquellas 
de nuestro agosto ardiendo en sueños fríos.


 

 


 

Canción al Niño Jesús

Si la palmera pudiera
volverse tan niña, niña,
como cuando era una niña
con cintura de pulsera.
Para que el Niño la viera...
Si la palmera tuviera
las patas del borriquillo,
las alas de Gabrielillo.
Para cuando el Niño quiera,
correr, volar a su vera...
Si la palmera supiera
que sus palmas algún día...
Si la palmera supiera
por qué la Virgen María
la mira... Si ella tuviera...
Si la palmera pudiera...
...la palmera...


 

 

 

Caracol silencioso ...

Caracol silencioso 
en búsqueda del fuego 
de la red de obsidiana 
donde caen recuerdos 
del minúsculo espejo 
garabato del tiempo 
tensa cuerda de luna 
en arpegios despiertos.

Sombra clara y profunda 
el margen de tu cuerpo. 
 

 

 

 

Columpio

A caballo en el quicio del mundo
un soñador jugaba al sí y al no.
Las lluvias de colores
emigraban al país de los amores.
Bandadas de flores.
Flores de sí. Flores de n
Cuchillos en el aire
que le rasguen las carnes
forman un puente.
Sí. No.
Cabalga el soñador .
Pájaros arlequines
cantan el sí, cantan el no.

 

 

 

Decir de La Rioja

No sabe la que es vida quien en ti no reposa,
Rioja, de tan abierta, secreta y misteriosa,
sabor de los sentidos confirmando a la rosa,
estribo de los Ángeles que alzan a la Gloriosa.

Sí. Yo también quisiera loarte y romanzarte
y, sin pedir ni un sorbo al rubricar mi encarte,
¿un cantar? No, un decir, un dictado rezarte,
rozarte en vuelo bajo, tus registros pulsarte.

Un ábaco mis sílabas, tetragrama y razón.
Juan, Gonzalo, acorredme. Dobles de corazón.
bailas y semitonos de tan pausado son
hagan bajar los párpados y enlabiar la oración.

¿Te acuerdas? Me llamaste a izar tu primavera.
Ya verdeaba el soto su niebla tempranera,
y cantaban juglares su rima porque era
desde el balcón la hoja logroñesa y puntera.

Provincia prometida: mía al fin. Calendario
de las cuatro estaciones en torno al campanario,
sazón, témpora y temple, mi paraíso agrario.
Monje soy sin cogulla ni becerro o breviario.

Tus alamedas músicas, tus aguas de sonata,
tus rodales romeros, tus huellas de reata,
el cáñamo apretado de mi humilde alpargata
quisiera recorrerlas en total caminata.

Que ya desde el otero tu vastedad diviso
y oigo cantar al gallo su puntual compromiso,
subido a la veleta porque la luz lo quiso.
Doce quiquiriquíes enronquecen su aviso.

Y veo a la gallina, tan medrosa y pedresa,
y, azotando sus alas vuelan una toesa
los ánades rastreros, camino de la presa
y flechan golondrinas su flecha que no cesa.

Pero aunque me propuse no remontarme, «anda
-me tienta una voz íntima- por más alta baranda».
Pues, ¿cómo dominarte, Rioja, banda a banda,
sino a vista de águila por toda La Demanda?

Tiempo, espacio me alejan. Sierra de San Lorenzo,
que desde Urbión un día contemplé como un lienzo.
El mundo se estrenaba a mis pies: fue el comienzo
de este pasmo tan mío que no me avergüenzo.

Qué bultos y qué angostos de virginal relieve,
que aristas poderosas, qué olvidos de la nieve,
que verdes, rosas, cárdenos, qué azul de cielo leve,
tan leve que en sí mismo se disuelve y se embebe.

Y a bajar ya siguiendo las risas de tus ríos.
de Cámeros al Ebro cantan sus desafíos,
torrentes, sombras, peces, remansos, pozos fríos.
Regatead los Siete Infantes, hijos míos.

Que el padre Ebro os llama, os urge y os devora.
Quién te ve y quién te vio en tu nacer sin hora,
cuando eras onda pura, inocencia sonora. 
Quién te verá en La Rápita tragando sal traidora.

Os busco en Calahorra, aguas que memoraban.
Veo las dos cabezas mártires, navegaban
siempre a estribor por Calpe, Finisterre. Ya entraban,
horadaban la roca, en mi escudo anidaban.

Renacía el milagro a cada nueva luna,
y de los dos nombrados, el de mejor fortuna 
se abreviaba en tres sílabas, ya para siempre cuna
que mece a mi poesía entre el muelle y la duna. 

Quise, tierra de santos, sorguiñas y sagaces, 
tierra de viña y huerta, de panes y de paces, 
decirte estos loores cotidianos, solaces
de sus tercos trabajos, tus costumbres tenaces. 

Te he dicho, no contado. Cuatro bueyes araron, 
no grifos de Alexandre que el cielo alborotaron.
Cuatropeas pesadas terrones desbrozaron, 
vía cuaderna y ancha con el rollo asentaron. 
 

 

 

 

El ciprés de Silos

Enhiesto surtidor de sombra y sueño
que acongojas el cielo con tu lanza.
Chorro que a las estrellas casi alcanza
devanado a sí mismo en loco empeño.

Mástil de soledad, prodigio isleño;
flecha de fe, saeta de esperanza.
Hoy llegó a ti, riberas del Arlanza,
peregrina al azar, mi alma sin dueño.

Cuando te vi, señero, dulce, firme,
qué ansiedades sentí de diluirme
y ascender como tú, vuelto en cristales,

como tú, negra torre de arduos filos,
ejemplo de delirios verticales,
mudo ciprés en el fervor de Silos.

 

 

 

En mitad de un verso

Murió en mitad de un verso,
cantándolo, floreciéndole,
y quedó el verso abierto, disponible
para la eternidad,
mecido por la brisa,
la brisa que jamás concluye,
verso sin terminar, poeta eterno.

Quién muriera así
al aire de una sílaba.
Y al conocer esa muerte de poeta,
recordé otra de mis oraciones.
«Quiero vivir, morir, siempre cantando
y no quiero saber por qué ni cuándo.»
Sí, en el seno del verso,
que le concluya y me concluya Dios.

 

 

 

La sombra del nogal

                                                                Homenaje a Vicente Aleixandre. 

La sombra del nogal es peligrosa 
Tupido en el octubre como bóveda 
como cúpula inmóvil 
nos cobija e invita 
a su caricia fresca 
y van cayendo frutos uno a uno 
torturados cerebros nueces nueces 
Por las noches 
sombra de luna muerta de el nogal 
y van suicidándose una a una 
sus hojas quejumbrosas 
y pies desconocidos invisibles 
las huellan las quebrantan las sepultan 
librándolas así 
del torbellino eólico 
que azota a lo mortal abandonado 
sobre la haz funesta de la tierra 
impenetrable 
Pero ¿quién pasa quién posa? 
¿De quién los pies piadosos redentores?.


 


 

Otra casa aventada

También aquí me han aventado la casa.
¿No me dejaréis una siquiera
de aquellas pocas de mis nacimientos
para que alguien pueda, al fin, vivirme,
renacerme,
después que yo me muera?

¿Cómo saber dónde se nace
al amor, a la vida?
Fiebre de incubación: por ella supe
que estabas otra vez naciendo.

Pero no me obliguéis a señalar:
aquí fue.
Ya que no me dejáis portal y nido,
respetad mi leyenda.
Imprecisión, polémica os pido.

 

 

 

Revelación

Era en Numancia, al tiempo que declina
la tarde del agosto augusto y lento,
Numancia del silencio y de la ruina,
alma de libertad, trono del viento.

La luz se hacía por momentos mina
de transparencia y desvanecimiento,
diafanidad de ausencia vespertina,
esperanza, esperanza del portento.

Súbito ¿dónde? un pájaro sin lira,
sin rama, sin atril, canta, del ira,
flota en la cima de su fiebre aguda.

Vivo latir de Dios nos goteaba,
risa y charla de Dios, libre y desnuda.
Y el pájaro, sabiéndolo, cantaba...

 

 

 

Río Duero, río Duero...

Río Duero, río Duero, 
nadie a acompañarte baja, 
nadie se detiene a oír 
tu eterna estrofa de agua. 

Indiferente o cobarde 
la ciudad vuelve la espalda. 
No quiere ver en tu espejo 
su muralla desdentada. 

Tú, viejo Duero, sonríes 
entre tus barbas de plata, 
moliendo con tus romances 
las cosechas mal logradas. 

Y entre los santos de piedra 
y los álamos de magia 
pasas llevando en tus ondas 
palabras de amor, palabras. 

Quién pudiera como tú, 
a la vez quieto y en marcha 
cantar siempre el mismo verso 
pero con distinta agua. 

Río Duero, río Duero, 
nadie a estar contigo baja, 
ya nadie quiere atender 
tu eterna estrofa olvidada 

sino los enamorados 
que preguntan por sus almas 
y siembran en tus espumas 
palabras de amor, palabras.

 

 

 

Romance del Júcar

Agua verde, verde, verde, 
agua encantada del Júcar, 
verde del pinar serrano 
que casi te vio en la cuna

-bosques de san sebastianes 
en la serranía oscura, 
que por el costado herido 
resinas de oro rezuman-;

verde de corpiños verdes, 
ojos verdes, verdes lunas, 
de las colmenas, palacios 
menores de la dulzura,

y verde -rubor temprano 
que te asoma a las espumas- 
de soñar, soñar -tan niña- 
con mediterráneas nupcias.

Álamos, y cuántos álamos 
se suicidan por tu culpa, 
rompiendo cristales verdes 
de tu verde, verde urna.

Cuenca, toda de plata, 
quiere en ti verse desnuda, 
y se estira, de puntillas, 
sobre sus treinta columnas.

No pienses tanto en tus bodas, 
no pienses, agua del Júcar, 
que de tan verde te añilas, 
te amoratas y te azulas.

No te pintes ya tan pronto 
colores que no son tuyas. 
Tus labios sabrán a sal, 
tus pechos sabrán a azúcar

cuando de tan verde, verde, 
¿dónde corpiños y lunas, 
pinos, álamos y torres 
y sueños del alto Júcar?

 

 

 

Silencio

La voz, la blanca voz que me llamaba
ya apenas entre sueños la adivino.
Suena su son angélico
cada día más tímido.
Bajo el agua del lago va enterrándose,
va hundiéndose en el fondo del abismo.
Los años van tejiendo
densas capas de limo.
Ella se esfuerza por romper las ondas,
por dejar su cristal en mis oídos.
Y yo apenas la escucho
como un leve suspiro.
Más que la voz percibo ya el armónico.
Ya más que timbre es vacilante espíritu.
Me ronda, helado, mudo,
el silencio infinito.

 

 

 

Sonidos y perfumes, Claudio Aquiles...

Sonidos y perfumes, Claudio Aquiles,
giran al aire de la noche hermosa.
Tú sabes dónde yerra un son de rosa,
una fragancia rara de añafiles

con sordina, de crótalos sutiles
y luna de guitarras. Perezosa
tu orquesta, mariposa a mariposa,
hasta noventa te abren sus atriles.

Iberia, Andalucía, España en sueños,
lentas Granadas, frágiles Sevillas,
Giraldas tres por ocho, altas Comares.

Y metales en flor, celestes leños
elevan al nivel de las mejillas
lágrimas de claveles y azahares.

 

 

 

Torerillo de Triana

Torerillo en Triana
frente a Sevilla.
Cántale a la Sultana
tu seguidilla.
Sultana de mis penas
y mi esperanza.
Plaza de las arenas
de la Maestranza.
Arenas amarillas,
palcos de oro.
Quién viera a las mulillas
llevarme el toro.
Relumbrar de faroles
por mí encendidos.
Y un estallido de
oles en los tendidos.
Arenal de Sevilla,
Torre del Oro.
Azulejo a la orilla
del río moro.
Azulejo bermejo,
sol de la tarde.
No mientas, azulejo,
que soy cobarde.
Guadalquivir tan verde
de aceite antiguo.
Si el barquero me pierde
yo me santiguo.
La puente no la paso,
no la atravieso.
Envuelto en oro y raso
no se hace eso.
Ay, río de Triana,
muerto entre luces,
no embarca la chalana
los andaluces.
Ay, río de Sevilla,
quién te cruzase
sin que mi zapatilla
se me mojase.
Zapatilla escotada
para el estribo.
Media rosa estirada
y alamar vivo.
Tabaco y oro. Faja
salmón. Montera.
Tirilla verde baja
por la chorrera.
Copote de paseo.
Seda amarilla.
Prieta para el toreo
la taleguilla.
La verónica cruje.
Suenan caireles.
Que nadie la dibuje.
Fuera pinceles.
Banderillas al quiebro.
Cose el miúra
el arco que le enhebro
con la cintura.
Torneados en rueda
tres naturales.
Y una hélice de seda
con arrabales.
Me perfilo. La espada.
Los dedos mojo.
Abanico y mirada.
Clavel y antojo.
En hombros por tu orilla,
Torre del Oro.
En tu azulejo brilla
sangre de toro.
Si salgo en la Maestranza,
te bordo un manto,
Virgen de la Esperanza,
de Viernes Santo.
Adiós, torero nuevo,
Triana y Sevilla,
que a Sanlúcar me llevo
tu seguidilla.

 

 

 

Tuya

Ya sólo existe una palabra: tuya.
Ángeles por el mar la están salvando
cuando ya se iba a hundir, la están alzando,
calentando sus alas. ¡Aleluya!

Las criaturas cantan: «Aunque huya,
aunque se esconda a ciegas sollozando,
es tuya, tuya, tuya. Aunque nevando
se borre, aunque en el agua se diluya» .

«Tuya» , cantan los pájaros, los peces
mudos lo escriben con sus colas de oro:
Te, u, y griega, a, sí, tuya, tuya.

Cantádmela otra vez y tantas veces,
a ver si a fuerza de cantar a coro.
« ¿Tú? ¿Ya? ¿De veras?»  «Sí. Yo, Tuya. Tuya.
»