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Francisco de Figueroa,

poesias cortas

 


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Francisco de Figueroa

 

Blanco marfil, en ébano tallado...

Blanco marfil, en ébano tallado;
suve voz indignamente oída;
dulce mirar -por quien tan larga herida
traigo en el corazón- mal ocupado.

Blanco pie por ajeno pie guiado,
oreja sorda a remediar mi vida,
y atenta al son de la razón perdida,
lado -no sé por qué- junto a tal lado;

raras, altas fortunas, ¿no me diera
la Fortuna cortés durar un hora
de alto bien desde vos reparte

o el sol, que cuanto mira, orna y colora
no me faltara aquí, porque no viera
un sol más claro en tan oscura parte?

 

 

 

Esta niña se lleva la flor...

Esta niña se lleva la flor, 
¡que las otras no! 
Esta niña hermosa 
cuyos rizos son 
la cuna en que el día 
se recuesta al sol, 
cuya blanca frente 
la aurora nevó 
con bruñidos copos 
de su blanco humor. 
Pues en cuerpo y manos 
tal mano le dio 
de carmín nevado 
cual nunca se vio. 
Esta niña se lleva la flor, 
¡que las otras no! 

Arcos son sus cejas 
con que hiere Amor, 
con tan linda vista 
que a ninguno erró. 
Canela y azúcar 
sus mejillas son, 
y quien las divide, 
de leche y arroz. 
No es nada la boca, 
pero allí encontró 
sus perlas la aurora, 
su coral el sol. 
Esta niña se lleva la flor, 
¡que las otras no! 

No lava la cara 
con el alcanfor 
porque avergonzado 
de verla quedó. 
Y en sus descuidillos 
siempre confió 
como en los cuidados 
de mi tierno amor. 
Pues si canto, canta, 
llora cuando yo, 
ríe cuando río 
y baila a mi son. 
Esta niña se lleva la flor, 
¡que las otras no!

 

 

 

Partiendo de la luz, donde solía...

Partiendo de la luz, donde solía
venir su luz, mis ojos me han cegado;
perdió también el corazón cuitado
el precioso manjar de que vivía.

El alma desechó la compañía
del cuerpo, y fuese tras el rostro amado;
así en mi triste ausencia he siempre estado
ciego y con hambre y sin el alma mía.

Agora que al lugar, que el pensamiento
nunca dejó, mis pasos presurosos
después de mil trabajos me han traído,

cobraron luz mis ojos tenebrosos
y su pastura el corazón hambriento,
pero no tornará el alma a su nido.

 

 

 

Perdido ando, señora, entre la gente...

Perdido ando, señora, entre la gente,
sin vos, sin mí, sin ser, sin Dios, sin vida:
sin vos, porque no sois de mí servida;
sin mí, porque no estoy con vos presente;

sin ser, porque de vos estando ausente
no hay cosa que del ser no me despida;
sin dios, porque mi alma a dios olvida
por contemplar en vos continuamente;

sin vida, porque ya que haya vivido,
cien mil veces mejor morir me fuera
que no un dolor tan grave y tan extraño.

¡Que preso yo por vos, por vos herido,
y muerto yo por vos d'esta manera,
estéis tan descuidada de mi daño!