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Carmen Conde
Adolescencia
En el Alba de su vida el deseo 
    le surgió en su boca la sonrisa 
    por hallarse ante el amor.
Era niña que vivía hasta en sueños 
    su ardor, y la sangre palpitaba 
    al hallarse con su amor.
Sin el Alba ni en la Tarde 
    ella un día preguntó: 
    Si posible era guardar 
    aquel su primer amor.
Amante
    
    Es igual que reír dentro de una campana:
    sin el aire, ni oírte, ni saber a qué hueles.
    Con gesto vas gastando la noche de tu cuerpo
    y yo te transparento: soy tú para la vida.
No se acaban tus ojos; son los otros los ciegos.
    No te juntan a mí, nadie sabe que es tuya
    esta mortal ausencia que se duerme en mi boca,
    cuando clama la voz en desiertos de llanto.
Brotan tiernos laureles en las frentes ajenas,
    y el amor se consuela prodigando su alma.
    Todo es luz y desmayo donde nacen los hijos,
    y la tierra es de flor y en la flor hay un cielo.
Solamente tú y yo (una mujer al fondo
    de ese cristal sin brillo que es campana caliente),
    vamos considerando que la vida..., la vida
    puede ser el amor, cuando el amor embriaga;
    es sin duda sufrir, cuando se está dichosa;
    es, segura, la luz, porque tenemos ojos.
Pero ¿reír, cantar, estremecernos libres
    de desear y ser mucho más que la vida...?
    No. Ya lo sé. Todo es algo que supe
    y por ello, por ti, permanezco en el Mundo.
Amor
    
                        Ofrecimiento.
    
    Acércate.
    Junto a la noche te espero.
    Nádame.
Fuentes profundas y frías
    avivan mi corriente.
    
    Mira qué puras son mis charcas.
    ¡Qué gozo el de mi yelo!
Porque siendo tú el mismo, eres distinto
    y distante de todos los que miran
    esa rosa de luz que viertes siempre
    de tu cielo a tu mar, campo que amo.
    
    Campo mío, de amor nunca confeso;
    de un amor recatado y pudoroso,
    como virgen antigua que perdura
    en mi cuerpo contiguo al tuyo eterno.
    
    He venido a quererte, a que me digas
    tus palabras de mar y de palmeras;
    tus molinos de lienzo que salobres
    me refrescan la sed de tanto tiempo.
    
    Me abandono en tu mar, me dejo tuya
    como darse hay que hacerlo para serte.
    Si cerrara los ojos quedaría
    hecha un ser y una voz: ahogada viva.
    
    ¿He venido, y me fui; me iré mañana
    y vendré como hoy...? ¿qué otra criatura
    volverá para ti, para quedarse
    o escaparse en tu luz hacia lo nunca?
     
Aunque te diga No, empéñate en Sí...
    
    Aunque te diga No, empéñate en Sí,
    y si te empujo, procura tú vencerme.
    Así que te rechace de mi vida
    azotará mi espíritu el perderte.
    ¡Intuyo que una hoguera tan perfecta
    nunca nadie podría ya encenderme...!
    Y es duro y es cruel que yo batalle
    quitándote de mí. Resueltamente
    cortándome de ti, para librarme
    de este sordo luchar en que me vences.
    
    Sólo pienso en ti. Repito tu presencia
    en un continuado nacer de tus palabras.
    Imágenes que son imágenes ya fijas
    de tanto recordarlas me turban y enloquecen.
    Te veo como un día que fuiste una brevísima
    criatura sorprendida por labios repentinos.
    Te veo en alta noche, temiendo que tus ojos
    mintieran por amor que era yo la que buscabas.
    
    Oh, cómo te contemplo, oh, cómo te persigo;
    das vueltas en el aire en rueda que no para!
    Yo sólo pienso en ti. Te odio. Te deseo.
    Libértame de verte en todo lo que miro;
    auséntame de ti, martirizante imagen,
    ¡que te ven en mis ojos anhelantes, los ciegos!
Tus ojos son las fuentes donde beben los tigres,
    que cuando tienen sed no respetan las selvas;
    y arrancan, mientras rugen, esas flores sencillas
    que entre el romero mueven su poderoso olor.
    
    A tus ojos se vuelcan las entrañas del monte,
    y por nacer en ellas, oh, líquido delgado,
    consienten que las lenguas vellosas de las fieras,
    lamiéndolos con furia, sequen ríos de ojos.
    
    Tanto como el romero florido, cuyo aceite
    persistirá en la piel de los fieros sedientos,
    huelen cortas raíces y esbeltos anticipos
    de las flores oscuras del secreto deseo...
    
    La luna se deshoja como un ave en tu agua.
    A los tigres con celo esa luz los persigue
    como loco fantasma de una caza suprema
    que en el río, tus ojos, es posible alcanzar.
    
    Tengo frío ante ti. Porque fuentes tan frías
    no se encienden sin ángel que su calor otorgue.
    Y ese ángel que a ti, a tus charcas bajara,
    no lo oigo cantar ni lo siento fluir.
    
    ¡Ah, tus tigres con sed! Déjalos que nos beban,
    y cuando ya mi boca reseca se deshaga,
    suéltalos sobre mí, no detengas su ataque:
    ¡para tus fieras tengo una cierva en mi cuerpo!
    
    Dejarte perder me duele, porque duele en la tierra
    que una raíz se seque sin romperse en el tallo
    y alumbrar en la flor, para que el aire sepa
    lo que la tierra sabe, porque tuvo raíces.
    
    Resignarme a que fluyas por otros cauces, me duele;
    porque yo soy un cauce del grueso de tu fuente.
    Y para correr en otros tendrás que derramarlos
    o que volcarte hondo, rompiéndolos por dentro.
    
    Es que soy tu medida, es que ninguna tierra
    será capaz de darte lo que yo te daría,
    si en lugar de negarme a que germines, corras,
    yo te hiciera mi agua, calentara tu grano.
    
    ¡Qué delirio de fuerza que se opone a tu empuje;
    qué frenética para que no quiere cedérsete!
     
     
He vuelto por el camino sin hierba.
    Voy al río en busca de mi sombra.
    Qué soledad sellada de luna fría.
    Qué soledad de agua sin sirenas rojas.
    Qué soledad de pinos ácidos errantes...
    Voy a recoger mis ojos
    abandonados en la orilla.
Cuando eres, como ahora, hermoso y fuerte,
    yo te amo.
    Cuando el viento se doblega para ti,
    cuando a la tierra tú la rindes, yo te amo.
    Yo te amo por osado,
    y te amo por heroico, por audaz y porque ofreces
    tu hermosura y tu valor. Por derramado.
    Firme tú sobre las nubes, navegando los espacios.
    Duro tú sobre las aguas, descollante tu estatura
    en lo azul del océano... Hombre joven que lo afrontas
    cual un elemento más, siendo tú el lazo
    de elementos de creación. Yo así te amo.
Desde lejos y despacio, torpemente en el comienzo,
    tu andadura cada siglo acelerando...
    así has llegado.
    Y ya domas a los mares y a los cielos; los cabalgas
    como potros tan salvajes como fuiste. A los astros
    los asedias sin temor. Igual que un astro, que otro astro
    participas del secreto compartido, constelando
    como ellos mi cenit. Hombre, te amo.
Yo te amo y te contemplo, yo te admiro y yo te exalto.
    E ignorando cómo cantan los arcángeles, te canto.
    Mientras seas como eres, una luz entre las sombras,
    una luz sobre los bosques, un clamor desde los labios;
    mientras cantes y sonrías, esperanza de otro tú
    ya menos agrio,
    hombre joven, hombre fuerte, hombre hermoso,
    yo te amo.
Aunque guardas en tus ojos viejas piedras del basalto
    que formaba las murallas de Proverbios y del Cántico,
    ya despierta tu mirada a la ternura 
    enajenados resplandores fugitivos de piedad por lo creado.
    Como un hacha cortas tú, y eres tan blando
    que te rayan las plegarias y el amor.
    Eres compacto
    y flexible, quebradizo, vulnerable... 
    ¿De qué rayo fulminose lo divino contra ti? 
    No te ha abrasado ni la cólera de Dios, ni su contacto.
    Sobrepasas a tu propia lava impura, en sobresalto
    de promesas y derrotas... Ajeno y amplio
    como tierra y como el mar, como el espacio.
Pero, hermoso; pero, audaz. Loco de siembras
    que, no estrellas sino mundos, vas hincando.
    Empujaste las cavernas, destrozaste las pirámides,
    desecaste los diluvios, apagaste los volcanes,
    arrancan dando del planeta a los bienaventurados.
    ¡No volvías la cabeza de oro puro a lo pasado!
    Por cruel y por ardiente, yo te amo.
¿Quién no aleja para ti lo que has huido;
    quién no llora por tu amor lo que has matado?
    Nunca yo que te contemplo; nunca yo 
    que me he entregado
    a la sangre y al gemir de tantos duelos
    como pueblan tu yacer y tus contactos.
Ahora, no. Que te liberas y me llevas por el aire,
    confiando
    en tu propia inteligencia, en tu arrebato.
    ¡Ah, los vuelos que gobiernas con sonrisa 
    y dócil mundo
    de instrumentos que tú mismo has inventado!
    Y te sirven, como sirven los esclavos.
No desciendas, no me abatas. Hombre amado,
    te sostengo y me sostiene un interminable rapto.
    No eres rojo ni eres negro. Eres blanco,
    el fúlgido centellear de intactos arcos.
    ¡Atrévete con el Bien, sujétalo con tus brazos!
Hermoso varón que tanto presentía 
    y que he soñado. 
    Porque eres mi mejor yo, he ahí por qué te amo.
No te quiero cuando débil, sometido, acobardado.
    Aunque torvo si acometes, más te busco despiadado
    que humillando la cerviz como un toro sin sus mandos.
Que eres viejo, bien lo sé. Sé que debajo
    de esta túnica de piel que te envuelve, 
    estás cansado de los siglos de rodar 
    para ver de Dios el brazo
    que fulmina y que fulmina... Y, ¿no es cansancio
    contemplar cómo te hundes en mi vientre, 
    deslizando tu niñez y tu vigor entre mis flancos
    para luego desgajármelos despacio...?
¡Ah, si halláramos la brisa, si encontráramos el látigo
    que flagela y que consuma a los más enamorados!
    ¡Por todo lo que venciste van tus piernas
    de cobre forjando ajorcas para sujetar tu paso,
    criatura que apretaría eternamente entre mis brazos!
    Más allá de la vida y de la muerte, 
    Hombre, te amo.
    
  
Confusión
    
    Ahora empezarás, mi vida,
    a no dejarme vivir.
    A que los días y sus noches sólo sean
    el ahogo feroz de tu encuentro.
    De tu incorporación a mí,
    de tu revestimiento de mí.
    A que mi sangre no sepa detenerse sola,
    y se arroje a la tuya, a ti,
    con la furiosa alegría de amarte,
    del éxtasis de saberse tuya;
    y de la angustia,
    del tremendo milagro oscuro
    ¡que es pertenecerte!
    
    Ahora sí; ahora.
    Cuando no me busca nadie, ni yo busco.
    Porque tu voz llena de altos ecos la tierra,
    y tu olor los jardines más sombríos,
    y de tu pecho caen las campanas de mis deseos
    de ti, de mí que por ti me recobro
    y aprendo, vida mía, alma mía, amor,
    que es verdad que soy de carne,
    que es verdad que duelo,
    y gozo, y sufro, y grito
    porque soy tuya.
    
    ¡Momento agotado del mundo,
    éste en que te sé lejos de mí!
    
    Apúralo todo, regresa a nuestro abismo
    y déjame en ti sumida,
    fuerza que se te dio sin lágrimas
    de rebeldía; aunque con llanto de violencia
    por verse tuya,
    yo que no era de nadie,
    ¡ni siquiera mía nunca!,
    esclava tuya, entregada tuya, amante.
     
Cuán delicada luz es la del joven...
¡Cuán delicada luz es la del joven
    y qué perfumada sombra la suya
    junto a la mía, opaca, envolviendo el ascua
    del indomable anhelo!
    ¡Cuánta fragilidad en su paso,
    en su atención a lo inaudible
    que le atrae desde mi distancia...!
Joven y lejano, remoto y esperanzado
    muchacho que inauguras vacilante
    tu diálogo conmigo.
    No quiero respirar por no mustiarlas,
    por no despojarte de hojas;
    porque me gusta el verdor que trepa ávido
    alcanzándote los ojos.
Limpios ojos tuyos, sin cenizas
    de hogueras; sin racimos
    de imágenes temblorosas.
    Ojos tuyos intactos,
    sobre tu boca que no prometió
    ni mintió seguridades.
Y tu pecho nuevo y fresco,
    la yerba olorosa de tu cabeza,
    la firme inseguridad de tu paso...!
No duelo nostalgia de juventud;
    si fuera joven no te amaría.
    Es porque llevo tiempo en el corazón
    y en las sienes,
    por lo que tú, inesperado joven,
    apareces adorablemente imposible.
    Un chopo junto a la orilla
    de mi agua cargada de paisajes
    oscura de cielo oscuro de amanecer.
O un delicioso caballo moreno
    piafando en los tréboles húmedos.
    La copa del árbol que verdea alegre
    arriba del oro otoñal que se deshoja
    enfriando los jardines.
Eso eres tú. Te oigo afirmar que eres futuro
    mientras no hay un presente que te ignore
    ni te iguale, del cielo a la tierra!
Bendito sea el arranque
    de tu vida deslumbrada y cálida,
    ansiosa de apartar lo que conoces.
    Corre, huye, no detengas tu paso
    junto a ninguna fuente.
    No mires los estanques -mis ojos-,
    ni siquiera los ríos -mis brazos-,
    muchísimo menos la mar:
    mi boca fría y melancólica.
Espérate a ti mismo
    en las locas encrucijadas del futuro.
    ¡Vete ya contigo!
¡Cuán dulce es el saber que eres ligero,
    y sin memoria y sin piedad; 
    que eres un ciervo atravesando los montes!
    Ágil muchacho esquivo,
    impreciso y cierto, vulnerable y duro
    como una palabra 
    que no me atrevo a decirte...
    Como una pena inesperada
    que me acumula el corazón.
     
Sí. Yo tuve un mar sobre mi arena.
    Un mar grande sin límites, compacto.
    La tierra de oro que abrasa soledades
    estuvo henchida augusta del mar que ya no soy.
    
    Picaban gaviotas mi cuerpo remeciente,
    movíanse las naves arriba de mis olas.
    Pues yo era el mar que hervía sobre la arena rubia,
    la arena saturada que hoy clama por su agua.
    
    ¡Oh el mar aquí fantasma, el mar que finge el viento,
    desmelenando dunas, al aventar mi arena!
    ¡Ay mar del agua espesa, la que corpórea y dura
    ansían caminantes de mi desierto blando!
    
    ¿Qué arcángeles de fuego evaporar pudieron
    tanto mar que hube, llevándolo a un abismo?
    Es mi arena abrasada la más sedienta boca
    que clama por un agua que le bebieron dioses.
Los hombres me caminan, soñándome poblado
    de aquel mar que fue mío, el mar sobre el desierto.
    Yo les mullo mi carne, les recibe mi arena
    y se quejan de sed junto a mi sede sin huelgo.
¡Ay mar de mi génesis, el mar que me escurrieron
    a una zanja de llamas: cuánto pesa la arena!
Dominio
    
    Necesito tener el alma mansa
    como una triste fiera dominada,
    complacerle con púas la tersura
    de su piel deslumbrada en mansedumbre.
    
    Es preciso domarla, que su fiebre
    no me tiemble en la sangre ni un minuto.
    Que la aneguen los fuegos del aceite
    más espeso de horror, y que resista.
    
    ¡Oh, mi alma suave y sometida,
    dulce fiera encerrándose en mi cuerpo!
    Rayos, gritos, helor, y hasta personas
    acuciándola a salir. Y ella, oscura.
    
    Yo te pido, amor, que me permitas
    acabar con mi tigre encarcelado.
    Para darte (y librarme de esta furia),
    una quieta fragancia inmarchitable.
    
    
     
El universo tiene ojos
    
    Nos miran;
    nos ven, nos están viendo, nos miran
    múltiples ojos invisibles que conocemos de antiguo,
    desde todos los rincones del mundo. Los sentimos
    fijos, movedizos, esclavos y esclavizantes.
    Y, a veces, nos asfixian.
    
    Querríamos gritar, gritamos cuando los clavos
    de las interminables vigías acosan y extenúan.
    Cumplen su misión de mirarnos y de vemos;
    pero quisiéramos meter los dedos entre sus párpados.
    
    Para que vieran,
    para que viéramos frente a frente,
    pestañas contra pestañas, soslayando el aliento
    denso de inquietudes, de temores y de ansias,
    la absoluta visión que todos perseguimos.
    
    ¡Ah, si los sorprendiéramos, concretos,
    coincidiendo en la fluida superficie del espejo!
    
    Nos mirarán eternamente,
    lo sabemos.
    Y andaremos reunidos, sin hallarnos como mortales
    en tomo a la misma criatura intacta
    que rechaza a los ojos que ha creado.
    ¿Para qué, si no vamos a verla, aunque nos ciegue,
    hizo aquellos y estos innumerables ojos?
    
    Enajenado mirar (1962-1964)
En la tierra de nadie
    
    En la tierra de nadie, sobre el polvo
    que pisan los que van y los que vienen,
    he plantado mi tienda sin amparo
    y contemplo si van como si vuelven.
    Unos dicen que soy de los que van,
    aunque estoy descansando del camino.
    Otros "saben" que vuelvo, aunque me calle;
    y mi ruta más cierta yo no digo.
    Intenté demostrar que a donde voy
    es a mí, sólo a mí, para tenerme.
    Y sonríen al oír, porque ellos todos
    son la gente que va, pero que vuelve.
    Escuchadme una vez: ya no me importan
    los caminos de aquí, que tanto valen.
    Porque anduve una vez, ya me he parado
    para ahincarme en la tierra que es de nadie.
    
     
Encuentro
    
    ¡Gloria de tu hallazgo!
    Bautismo inicial de la primavera
    en oleaje de pájaros.
    
    Se movieron las selvas inefables.
    Se deshizo el otoño de sus plumas
    cubriendo inviernos cándidos.
    
    Venías tú, gentil criatura,
    desnudando los ríos a tu paso.
  
Guardaré mi voz en un pozo de lumbre 
    y será crepúsculo toda la vida.
Ya girarán más leves los cuchillos
    porque no encontrarán dónde herirme.
    Erguida de rocíos negros,
    para ti cantaré.
¡Que no me busquen los sin vista,
    que no me llamen los ahogados,
    que no me sientan los que huyo!
A mi soledad de reflejos,
    amor,
    sólo tú.
  
Fuga en los jardines
    
    Las más jóvenes, deseándoos, avanzan
    por estas avenidas de árboles fragantes.
    Evaden primavera que a las flores oxida
    con un ardor oliendo a frutas, a corceles. ..
    ¡Qué salvaje presencia la de las hembras púberes
    entre glicinias cálidas, entre celindas vívidas!
    Exigen que las amen, que las sigan corriendo
    para volcarles júbilos sobre la orilla ebria.
    
    ¡Muchachas, corred más: corred hasta la aurora!
    Estos grandes varones de los pechos revueltos
    ansían desgranaros, ¡oh mazorcas crujientes!,
    con su hambre de bocas y su hambre de frutos.
    Hasta el río, que es tajo delimitando sueños,
    huele a amor ya festines...
    
    Han temblado los álamos al estallar unánimes
    los oscuros latidos de dobles ruiseñores.
    Los regazos del musgo, el frior de los juncos,
    contemplando el encuentro aceleran su verde.
    Es un cántico trémulo, en gargantas sorbido
    por el amor abierto en mitad de la selva.
    
    ¡Corred siempre, muchachas, que el seguiros excita
    el ardor de cogeros, suyas todas, a hombres
    que de fieros esgrimen el ademán tan sólo!
    Y envolveos en ropas de blanco lino puro
    para mojar con ellas esos cuerpos calientes,
    y amanecer ceñidas, ante el amor que vibra,
    por el celo del agua posesor de las vírgenes.
  
Gracia
    
    Van a cantar las aves. Lo siento en mis costados.
    Porque me tiemblan alas que nunca vi crecer.
    Y súbitos los árboles sacuden sus mensajes
    para que yo los coja y lleve por el viento.
    
    Van a brotar más fuertes. Escucho que la tierra
    desliza por mis plantas sus tibias humedades;
    y un arroyo no nace si una mujer no quiere
    que le ciña las piernas con su lienzo delgado.
    
    Sé que vienen jardines. Sé que brincan corceles.
    Aprender todo eso me ha costado la vida.
    Y os la dejo en el mármol, por si alguno la hallara
    y quisiera saber cómo se olvida tanto.
Desnuda y adherida a tu desnudez.
    Mis pechos como hielos recién cortados,
    en el agua plana de tu pecho.
    Mis hombros abiertos bajo tus hombros.
    Y tú, flotante en mi desnudez.
Alzaré los brazos y sostendré tu aire.
    Podrás desceñir mi sueño
    porque el cielo descansará en mi frente.
    Afluentes de tus ríos serán mis ríos.
    Navegaremos juntos, tú serás mi vela,
    y yo te llevaré por mares escondidos.
¡Qué suprema efusión de geografías!
    Tus manos sobre mis manos.
    Tus ojos, aves de mi árbol,
    en la yerba de mi cabeza.
Hay dolores fluidos, del color de la sangre...
Hay dolores fluidos, del color de la sangre,
    que transcurren del pecho dulcemente, ligeros.
    Y hay dolores oscuros, sinuosos, tan lentos
    que poco a poco empapan hasta un henchirnos ebrio
    
    Dolores de locura, como vinos malditos
    que nos arrojan, ciegos, a la plétora turbia
    de una angustia sin ley, sin un fin, sin un eco!
    
    ¿Y ese dolor viscoso, como un líquido negro,
    y espeso y resbalante, sangre densa, ya muerta,
    que avanza por el suelo de nuestro ser...,
    que avanza y deja frío el marmóreo piso
    que somos, rezumándolo, los que estamos dolientes;
    Dolores que acribillan esta piel vulnerable
    del alma en desamparo, cuando Él no la escuda;
    dolores que nos hacen poco a poco insensibles,
    dolores sin un pliegue, dolores de coraza.
    
    ¿Y ese dolor compacto, cuajarón de betunes
    que el fuego derritió y ahora va despacio,
    dejándonos teñidos de una noche sin alba?
    
    ¡Ese dolor del preso, del que espera su muerte
    cogido por grilletes, por cadenas sin quiebro!
    Ese dolor del cuello que se espera tajado
    por un hacha que corta aunque una madre rece.
    
    Ese dolor tan ancho, tan creciente, es el mío:
    el que mi nuca sufre quedándose sujeta
    por la masa de sangre negra, muerta, incesante...
    
    ¡Parad el mundo ciego, paradlo en la mañana
    de una mañana abierta como una rosa entera!
    ¡Pararos, por piedad, que mi dolor se vuelca
    y toda soy un charco de gritos de agonía!
Esos hombres del violín llevan su voz en el brazo 
    como la vena firme de una canción muchacha. 
    Van celándola dulces, con los ojos cerrados, 
    todos brasa y suspiro del ensueño que llueve 
    diminuto rocío de aprisionadas flores 
    en los cuerpos fragrantes de tus violines músicos, 
    aun con hojas y aromas del encendido bosque. 
    
    Un violín es la voz de una fuente con viento 
    a la que brizan ásperos y dulcísimos soplos, 
    lo sabe quien lo pulsa, y flotan sus cabellos 
    como hierba que sube por el tronco de un árbol, 
    mientras la mano empuja hacia el cielo las cuerdas 
    y la otra recorre con el arco un zodíaco.
En rubio; huele a nardo en la noche con luna, 
    y de jazmines siembra la abandonada tarde. 
    Tan delgado y ligero como fueron las ninfas, 
    sinuoso y con algas, como verde sirena. 
    Es la voz que prefiere la primavera fría. 
    Y al otoño le cuenta que se fueron las aves. 
    Los cipreses la exhalan. El calor de los vuelos 
    en los violines junta con las plumas los nidos.
Identificación
    
    ¡Mis ojos no te buscan sobre la tierra inmensa!
    eres tú mis ojos dilatándose.
    Mis ojos te contienen; si lloras tú por ellos
    soy yo que me libero de mí para que llores.
    
    ¡Cuán tú soy yo conmigo, amor; qué me enajenas!
    ¡Qué mío tu vivir y qué mía tu muerte
    viniéndote de mí, muriéndome contigo!
    
    Le trama del latir en cuerpo que no es tuyo,
    ni mío solamente: un cuerpo de dos seres
    que funden la unidad de dos que ya son uno.
Esperar es peor que nacer,
    porque solamente espera el que se muere
    de esperar sin hacerse con la vida
    otra cosa que esperar. El esperarte.
Y atada a esa tu espera que me gasta
    y que gasta tu vida sin traerte,
    aquí me estoy muriendo de ansiedades
    porque cabe, tremenda, esta esperanza.
Cada día, ¡oh tú que te retrasas!
    sin saber que nos vamos alejando,
    es menor la distancia irreparable
    de pensar, de esperar, que nos aleje.
Y aquí sigo esperando, nada intento
    por huir al tormento de tu espera.
    Ya no sé si allá fuera de mi vida
    quedan otros o no, queda quien ande!
solamente por ti, por cuando llegues,
    a solas esperándote te espero.
     
Inquietud
    
    ¿Dónde se guarda la estrella mía,
    mi cristal de amor?
    
    La noche me niega su torso de aurora
    y vamos extrañas, desprendidas,
    sin coincidir jamás.
    
    ¿Para qué, si a nada le soy amor
    soy yo amor en lo desconocido mío?
    
    Y esta ternura que ciñe mis hombros,
    que entolda el oro de mi corazón,
    ¿Para qué, si estoy buscando el agua
    y sólo conozco el eco de la fuente?
     
     
Límite
    
    Esfera ceñida de esferas que no pueden
    escaparse de la esfera única.
    Manos esféricas ciñéndose a unas piernas
    que se abrazan redondas, perfectísimas.
    Si esta esfera que soy ya, que fui yo siempre,
    desgajara de sí un anillo y lo arrojara,
    se caería
    cogido por su extremo, prolongándose
    hasta pisar el polvo.
    
    Ondularía siglos, y su música
    subiría por temblores a la esfera
    que le retiene siempre jamás, tan suyo.
    Sería vertical, hasta que un siglo
    la curva reclamara ser redonda
    desde un albor sin ritmo. subiría
    otra vez a ser anillo, anegándose
    por amor de querencia inmarchitable,
    en la esfera total.
Yo he sido anillo
    tembloroso al caer, y erguida
    me dejaba correr desde los tiempos...
    Mas la esfera sintió que al fin mi esencia
    debía descansar en lo redondo.
     
Lo infinito
    
    Tú vives en el alba.
    Los pájaros te aclaman.
    De túnicas de aves te viste la alegría.
    ¡Qué aurora la que exaltas!
    ¡Qué noble luz la tuya!
    Te escuchan las mañanas y las noches
    porque eres como un cirio,
    porque eres como un corzo. 
    Sentirte a ti que pasas
    rozándome las rosas  y los ayes...
    Doler en tus rodillas, estrujada
    por riscos y malezas.
    
    Y que un céfiro de alondras venga dulce,
    que tú llegues aventando mis heridas...
    Ser mujer y tuya, ¡qué inefable
    fundirse la conciencia entre tus brazos!
     
1. Recuperada
Sí. Eres el hueso de mi madre,
    pero tu voz ya no es su voz tampoco.
    La memoria de ella te rodea...
    ¡Su joven estatura, su alegría,
    aquel ímpetu que me dio la vida!
    su palabra fue marcando mi camino.
    Y aquella voz tan alta y vibradora
    llega muerta dentro de tu voz.
¿Y tus cabellos...; dónde tus ojos?
    ¿Dónde el brillo de la luz que me alumbrara?
    Están secos como frutos sin estío.
    No los veo ni me guían ya tus ojos.
    ¿Estos son los pechos que yo tuve
    en mis labios sin la voz con que los nombro?
    ¿Es el cuerpo que me hizo, esta traza
    de carne ya dormida...?
    
    ¡Pesas poco, madre!
    En mis duras piernas yo te mezo,
    en mis brazos te recuesto como a hija.
    Te responden maternales
    las entrañas que me diste.
    
    ¡Cuánto dueles! Cual un parto
    me desgarra tu vejez inesperada.
    A tu lado hay una sombra de mi sangre...
    El amor con que me hicisteis
    aún resuena en mis arterias.
    
    Fue tu tronco el más caliente a mi contacto.
    Siempre anduve yo cubierta con tu apoyo.
    La conciencia, la lealtad, la fortaleza
    ante la vida son las tuyas.
    ¡Y ahora vienes como un niño ante mis ojos:
    no sonríes ni esperas nada!
  
2. Apagada
    
    Los senos flotan cual hojas secas en el agua.
    Senos arrugados, vergonzantes, casi huidizos...
    ¡Oh senos de las madres viejas,
    ayer henchidos de vida, rezumándonos
    la vida blanca, espesa y dulce, de la leche!
    
    Con besos los cerraban nuestros padres.
    Con suspiros velaron cuando novios
    los pequeños volcanes de los senos.
    Grandes flores tersas, bienolientes,
    emergían en las nupcias, con su cándido
    iniciarse en el amor.
    
    Son palomas, les dijeron. Estos senos son palomas.
    Las manos se ahuecaban por su espuma,
    desnudándolos...
    Y debajo del amor estaba el hijo:
    otra boca que prendía su contacto vacilante
    a los picos, a las alas de los senos.
3. Mi llama
    
    ¿Es que sabe mi madre de dónde trajo mi vida?
    Se encontró conmigo un día como con una tormenta.
    No sabría tampoco qué hay que hacer con el rayo.
    Ni si a la lluvia frenética es posible oponerle
    una orilla inflamada de llamas.
    
    He buscado en torno mío hasta saberme sola.
    Antes de mí, en mi raza, no conozco a otros seres.
    ¿Quiénes fueron los míos, dentro ya de mi sangre?
    ¿A qué otros mi cuerpo, a qué otros mi alma
    continúa en la tierra?
    
    Si se lo dijera a ella no sabría contestarme.
    Tan ajena es mi lengua como le son mis ojos.
    Madre, ¿sabes tú por ventura
    por qué soy así yo, de quién es la nostalgia
    de tantos paraísos?
    
    La poblaría el silencio buscándole en su entraña
    la raíz de las mías, y el hontanar violento
    que manó mi corriente como un corcel de espuma.
    Entonces se podría escuchar la distancia
    que entre nosotras hay, siendo ella mi origen.
    
    Una madre es la cueva de donde arranca el río.
    Una madre es la tierra por donde corre el agua.
    Pero el río..., ¡va tan lejos a buscarse océanos!
    Y la tierra: en lo hondo, silenciosa, ignorante,
    encima de otra tierra que también desconoce.
Mil años ante Ti son como sueño.
    Como de aguas el grosor de una avenida.
    Hierba que en la mañana crece,
    florece y crece en la mañana
    aunque a la tarde es cortada y se seca.
    
    ¿Qué es el tiempo ante Ti, qué son los truenos
    que blandes contra mí cuando me nombras?
    Pavor siento a tu idea, te veo hosco
    mirándome en la lumbre de tu Arcángel.
    La espada Tú también, eres el filo
    y el pomo que se aprieta con el puño.
    
    Para verte a Ti mismo me has nacido.
    Por no estar solo con tu omnipotencia.
    Soy la nada, soy de tiempo, soy un sueño...
    Agua que te fluye, hierba ácida
    que cortas sin amor...
    Tú no me quieres.
Posesión
    
    Caías en mí.
    Eco de tu pesantez mi vida
    era una canción precipitándose
    en la eternidad.
    
    Inmerso en mi silencio
    eres el cielo que sostiene un arroyo,
    que levanta un árbol.
    En que un lucero corta su voz
    de eternidad.
    
    
     
¡Qué sorpresa tu cuerpo, qué inefable vehemencia! 
    Ser todo esto tuyo, poder gozar de todo 
    sin haberlo soñado, sin que nunca 
    un ligero esperar prometiera la dicha. 
    Esta dicha de fuego que vacía tu testa, 
    que te empuja de espaldas, 
    te derriba a un abismo 
    que no tiene medida ni fondo. 
    ¡Abismo y solo abismo de ti hasta la muerte! 
    
    ¡Tus brazos! Son tus brazos los mismos de otros días, 
    y tiemblan y se cierran en torno de tu cuerpo. 
    Tu pecho, el que suspira, ajeno, estremecido 
    de cosas que tú ignoras, 
    de mundos que lo mueven... 
    ¡Oh pecho de tu cuerpo, tan firme y tan sensible 
    que un vaho lo pone turbio 
    y un beso lo traspasa! 
    ¡Si nunca nadie dijo que así se amaba tanto! 
    ¿Podías tú esperar que ardieran tus cabellos, 
    que toda cuanta eres cayeras como lumbre 
    en un grito sin cifra, 
    desde una cordillera gritada por la aurora? 
    
    ¿Ceniza tú algún día? ¿Ceniza esta locura 
    que estrenas con la vida recién brotada al mundo? 
    ¡Tú no te acabas nunca, tú no te apagas nunca! 
    Aquí tenéis la lumbre, la que lo coge todo 
    para quemar el cielo subiéndole la tierra. 
    
     
     
Suma transida
    
    Encerrarte en palabras...
    ¡Que tú, tú, quepas en verbos, nombres,
    y adjetivos intactos!
    Que yo lo pueda decir todo:
    lo nuestro, esto que hacemos
    y estaremos haciendo siempre,
    eternísimamente:
    hablar, callar, ser tú y yo
    siéndonos nuestros.
    
    Darte una dimensión humana,
    representación de ti en la tierra:
    estatua, color, arrebatado paso,
    y sereno mirar con esos ojos tuyos
    y míos: nuestra mirada del mundo.
    
    Que un día, los mortales sin remedio sepan
    cómo tuviste sangre,
    y abierta pasión por todo;
    y te diste cantando, sufriendo,
    a mis brazos locos, y lentos, y débiles,
    y fuertes, y fríos, y pobres de luz,
    pero enamorados tuyos.
    Para saber que has sido verdad,
    que has sido, ¡pero no eres entonces!
    
    Buscar las palabras de cuando no vivas,
    para que vivas mientras se hable.
    Dios de dolor, nunca decir podré
    cómo eres tú, mi amor, amor mío,
    criatura de glorificación que hallo
    derramada en océanos,
    cielos, campos, ríos y árboles;
    y hasta en palomas tristes que en la aurora
    ¡te despiertan a mi amor por ti!
Voy ausentándome de mí...
    
    Voy ausentándome de mí.
    Poco a poco, el lastre de ensueño cede
    su sitio a la realidad doble
    que es mi vida en transcurso.
    ¡otro ser dentro de mi carne
    fragua su carne, su piel,
    su corazón diminuto, mi estrella!
    
    Asisto a la escisión silenciosa
    con pasmo anhelante, con gozo
    nuevo de verme en otros ojos míos,
    de mis ojos hechos,
    de mi sangre coloreados,
    ¡ay!, de toda cuanta soy.
    
    Día por día el latido
    es golpe que me recuerda, urgente,
    valor que no tengo,
    heroísmo que nunca soñé.
    
    Y temo por el que estoy creando
    en convenido misterio
    dentro de mi soledad sin orillas
    cerca de mi corazón, su estrella.
    Yo no te pregunto adónde me llevas...
Yo no te pregunto adónde me llevas.
    Ni por qué.
    Ni para qué.
    ¿Tú quieres caminar?, pues yo te sigo.
    
    Llevo luceros, luceros, en la mano derecha. Y llevo estrellas,
    estrellas, en la mano izquierda.
    Dime, hombre de todas las noches de luna, ¿qué mano va a
    besarme?
    
    ¿Por qué me has quitado tus manos, tanto y tan bien como
    acariciaban mi frente?
    Para que me quisieras otra vez, te regalaría un collar de
    islas, un sistema nervioso de horizontes.
    ¡Me abriría, para ti, todas las mañanas en tus labios!
    
    Yo soy más fuerte que tú, porque me apoyo en ti.
    
    ¡Asómate a mí, que soy una torre! 
    ¡Asómate a mí: soy aquella palmera de tu huerto, que latía
                                                                                 contigo!
    ¡Echa al aire mis campanas y mis palmas! 
    Yo soy tu panorama.