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Manuel del Cabral,

poesias cortas

 


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Manuel del Cabral

Aire durando ¿Quién ha matado este hombre que su voz no está enterrada?
Hay muertos que van subiendo cuanto más su ataúd baja...
Este sudor... ¿por quién muere? ¿por qué cosa muere un pobre?
¿Quién ha matado estas manos? ¡No cabe en la muerte un hombre!
Hay muertos que van subiendo cuanto más su ataúd baja...
¿Quién acostó su estatura que su voz está parada? Hay muertos como raíces que hundidas... dan fruto al ala.
¿Quién ha matado estas manos, este sudor, esta cara?
Hay muertos que van subiendo cuanto más su ataúd baja...

 

Donde la voz parece más del árbol

Donde el hombre es un árbol.
Aquí, donde los ojos de los niños...
Tal vez aquí no puedo decir nada.
Tan cerca estoy de cosas 
que están siempre desnudas.
Puede mi tiempo ahora herir la tarde.
Yo vengo de tan lejos y de tantas palabras,
vengo de tantas manos y de carne con precio,
vengo de tantos vientres con inéditos gritos,
que me sube la voz igual que un ojo.
Aquí, donde este hombre
para decirme que no tiene ropa
desentierra los huesos de su sonrisa:
su azucena valiente y definida,
su azucena harapienta.

 

 

 

El huésped de los pájaros  Yo sé bien que se hiere cuando silva. Comprendo que la tarde la va haciendo su canto. Me sé bien de memoria que su garganta pone más azul en los charcos que pisan los boyeros; y pone unas tierras extrañas en las bárbaras guitarras de los pinos.  Comprendo que en el cutis del mar escribe cartas que sólo leen durmiendo los marinos; comprendo que su pico empuja a la mañana como el río sus rizos, la lleva con el calor de un viento hasta los hombres. Comprendo que sólo cuando él mueve las palabras, las cosas van cayendo en la tierra con la novedosa inutilidad que tiene siempre el árbol para dejar caer sus profundos frutos, inevitables de ser un poco Dios. Sin embargo, si no lo viera, si no lo tocara, me sería difícil comprender su presencia. No siempre baja a tierra, pero siempre bebe en el ojo suelto de un rocío.  

 

 

El huésped de piedra

Recordando el tatuaje ritual de los marinos,
los náufragos de ojos redondos como el miedo,
firman con arañazos en mis carnes su nombre.
Pero un náufrago terco
de mar equivocado por mi sangre 
arañazos me hace tan secretos
que me llena de hondas escrituras de clave.
Huésped mío,
¿qué buscas?
¿qué quieres,
que a fuerza de ser mudo me golpeas
como un odio sin puertas?
¿Qué más quieres?
¿No oíste?
¿No me oyes?
¿Son tan hondos tus ruidos?
¿Qué cincel hace tiempo le da golpes azules 
a esta piedra triste tirada aquí...
mi cráneo?
Ahora tú, tú sola.

¡Oh muerte que me pones ya tan joven!

 

 

 

El mueble
Por escupir secretos en tu vientre,  por el notario  que juntó nuestros besos con un lápiz,  por los paisajes que quedaron presos  en nuestra almohada a trinos desplumados,  por la pantera aún que hay en un dedo,  por tu lengua  que de pronto desprecia superficies,  por las vueltas al mundo sin orillas  en tu ola con náufragos: tu vientre;  y por el lujo que se dan tus senos  de que los limpie un perro que te lame,  un ángel que te ladra si te vistes,  cuatro patas que piensan cuando celan;  todo esto me cuesta solamente tu cuerpo,  un volumen insólito de sueldos regateados,  un ponerme a coser silencios rotos,  un ponerme por dentro detectives,  cuidarme en las esquinas de tu origen,  remendar mi heroísmo de fonógrafo antiguo  todo el año lavando mis bolsillos ingenuos  atrasando el reloj de mi sonrisa,  haciendo blanco el día cuando llega visita,  poniéndole gramática a tus ruidos  poniendo en orden  el manicomio cuerdo de tu sexo;  déjame ahora  que le junte mis dudas a la escoba,  quiero quedarme limpio como un plato de pobre;  tú,  que llenaste mi sangre de caballos,  tú,  que si te miro me relincha el ojo,  dobla tu instinto como en una esquina  y hablemos allí solos,  sin el uso,  sin el ruido  del alquilado mueble de tu cuerpo.

 

Ellos

Ellos no tienen lecho,
pero sus manos
son las que hicieron nuestras casas.

Ellos comen cuando pueden
pero por ellos comemos cuando queremos.

Ellos
son zapateros pero están descalzos.

Ellos nos visten pero están desnudos.

Ellos
son los dueños del aire cuando manejan alas,
mas son los limosneros del aire de la tierra.

Ellos no hablan,
tienen palabras vírgenes... Hacen nuevo lo viejo...

La mañana lo sabe y los espera...

 

 

 

Huésped desenterrado 

Toda la noche 
la cotorra del brujo picoteando el silencio. 
Toda la noche 
estuvieron los hombres bregando con trozos de tinieblas. 
Toda la noche 
el farol casi humanos con su poco de día, 
matando la mirada dulce-azul del cocuyo. 
Y nada. 
El sepultado ni siquiera hedía. 
Todo aire de muerto lo mataban las flores. 
¿Es que se hundió como si fuera en agua? 
Ayer, precisamente, se le vio en la bodega, 
luchando entre penumbra con unos diosecillos 
que saltaban sin tregua 
desde el tonel del vino hasta la copa, 
y corrían, 
corrían, 
como un grupo caliente de cosquillas 
por su cuerpo varón y su neblina. 
Toda la noche 
estuvieron los hombres cucuteando, 
registrando la tierra. 
Sin embargo, mi perro está ladrando, 
hoy a las siete de la mañana 
mi perro está ladrando, 
ladra junto a una mano que parece de náufrago fijo. 
¡Creció el cadáver 
igual que un árbol para dar su fruto!

 

 

 

Huésped súbito

Ahora estás aquí. 
¿Pero puedes estar? 
Tú dices que te llamas... Pero no, no te llamas... 
Desde que tengas nombre comienzo a no respirarte, 
a confirmar que no existes, 
y es probable que desde entonces no te nombre, 
porque cualquier detalle, una línea, una curva, 
es material de fuga; 
porque cada palabra es un poco de forma, 
un poco de tu muerte. 
Tu puro ser se muere de presente. 
Se muere hacia el contorno. 
Se muere hacia la vida.

 

 

 

La carga

Mi cuerpo estaba allí... nadie lo usaba. Yo lo puse a sufrir... le metí un hombre. Pero este equino triste de materia si tiene hambre me relincha versos, si sueña, me patea el horizonte; lo pongo a discutir y suelta bosques, sólo a mí se parece cuando besa... No sé qué hacer con este cuerpo mío, alguien me lo alquiló, yo no sé cuándo... Me lo dieron desnudo, limpio, manso, era inocente cuando me lo puse, pero a ratos, la razón me lo ensucia y lo adorable... Yo quiero devolverlo como me lo entregaron; sin embargo, yo sé que es tiempo lo que a mí me dieron.

 

 

 

La mano de Onán se queja
Yo soy el sexo de los condenados.  No el juguete de alcoba que economiza vida.  Yo soy la amante de los que no amaron.  Yo soy la esposa de los miserables.  Soy el minuto antes del suicida.  Sola de amor, mas nunca solitaria,  limitada de piel, saco raíces...  Se me llenan de ángeles los dedos,  se me llenan de sexos no tocados.  Me parezco al silencio de los héroes.  No trabajo con carne solamente...  Va más allá de digital mi oficio.  En mi labor hay un obrero alto...  Un Quijote se ahoga entre mis dedos,  una novia también que no se tuvo.  Yo apenas soy violenta intermediaria,  porque también hay verso en mis temblores,  sonrisas que se cuajan en mi tacto,  misas que se derriten sin iglesias,  discursos fracasados que resbalan,  besos que bajan desde el cráneo a un dedo,  toda la tierra suave en un instante.  Es mi carne que huye de mi carne;  horizontes que saco de una gota,  una gota que junta  todos los ríos en mi piel, borrachos;  un goterón que trae  todas las aguas de un ciclón oculto,  todas las venas que prisión dejaron  y suben con un viento de licores  a mojarse de abismo en cada uña,  a sacarme la vida de mi muerte. 

 

 

Letra

Letra:
esqueleto de mi grito, 
pongo mi corazón sobre tu muerte,
pongo mis más secretas cualidades de pétalo,
pongo
la novia que he guardado entre el aire y mi cuerpo,
mi enfermedad de ángel con cuchillo,
mi caballero ausente cuando muerdo manzanas,
y el niño que hay en mí, el niño
que sale en cierto día, el día
en que la mano casi no trabaja,
el día en que sencillos
mis pies pisan los duendes que están en el rocío
haciendo el oro joven del domingo.

Todo lo pongo en ti,
y tú siempre lo mismo:
estatua de mis vientos,
ataúd de presencias invisibles,
letra inútil.

Todo, 
todo lo pongo en ti, sobre tu muerte.

La letra no me entiende.

Sin embargo...

 

 

 

Los hombres no saben morirse...

Los hombres no saben morirse...
Unos mueren no queriendo la muerte;
otros 
la encuentran en un beso, pero sin estatura...
otros 
saben que cuando cantan no le verán la cara.

Los hombres no se mueren completos, 
no saben irse enteros...
Unos reparten en el viaje sus retazos de muerte;
otros 
dejan el odio para cuando vuelvan...

Otros se van tocando el cuerpo
para saber si salen de la trampa...

Los hombres no saben morirse...
Unos van dejando su yo sin comprenderlo;
van dejando basura para esciba esotérica;
otros
se vuelven hacia adentro ante el vacío...

Pero todos,
con el cadáver de su tiempo al hombro,
todos,
todos son el Uno,
el Uno
que sólo por amor vuelve a la tierra.

 

 

Mi sangre Tantos ríos que soltaron bajo mi piel. Mas no sé por qué lo que me golpea siendo agua tiene sed. Viajero que dentro el pecho a caballo siempre vas. Por la herida sales, pero... no creo que a descansar Es estrecha la salida para aquello que se va. ¿Va el río adonde, si el río la sed no le quita al mar?
Viajero que dentro el pecho oigo que quieres beber... ¿Para qué, si eres la fuente, para qué corres con sed?
Tú galopas aquí adentro como queriendo llegar... ¿Pero a dónde vas, viajero, si eres tú la eternidad?

 

 

 

Negro sin zapatos

Hay en tus pies descalzos: graves amaneceres. 
(Ya no podrán decir que es un siglo pequeño.) 
El cielo se derrite rodando por tu espalda: 
húmeda de trabajo, brillante de trabajo, 
pero oscura de sueldo.

Yo no te vi dormido... Yo no te vi dormido... 
aquellos pies descalzos 
no te dejan dormir.

Tú ganas diez centavos, diez centavos por día. 
Sin embargo, 
tú los ganas tan limpios 
tienes manos tan limpias, 
que puede que tu casa sólo tenga. 
Ropa sucia, 
catre sucio, 
carne sucia, 
pero lavada la palabra: Hombre.


 

 

 

Oda escrita en la piedra

Hay algo mas que el viento buscando ser instinto,
algo más que la ola
que quiere andar de pie como la sangre.
Hay algo más que aquello que rezaba a las piedras,
suave como la muerte del cabello del indio,
simple como el secreto transparente del agua.

Hoy aquellos que fueron siempre mudos,
los que siempre llevaron en la sombra
la dignidad del loto que crece sobre el cieno,
se acercan a la tierra,
y echan voces por granos, como quien va regando
la conciencia.

Llegan horas que nacen para la alondra insigne.
La tierra tiene ahora la cualidad del ave.
Y el horizonte crece, crece en aquellas manos
que saquearon a sangre la esperanza.

Aquellas manos simples,
que traen en los filos de picas y hachas
el oro de las minas de los amaneceres.

Es la América inédita,
la que estaba en el tacto,
la que estaba en la carne, 
como aquello que a veces se nos queda
en el vientre materno que se revienta en vida.

La América que un día se quedó entre los hombres
y creció entre sus manos como el río en el mar.

América también:
la que pinta de verde el aguacero,
la que suena en el fuerte como un tiro de paz,
la que muerde en la miga dura de tiempo el negro,
la que un poco se duerme tirada en una esquina
mientras la sangre antigua moja aun las espadas,
mientras todos los siglos caben en la garganta,
mientras el indio andino no conoce a Bolívar,
mientras por los caminos de los Andes las llamas
bajan a paso manso sin que lo sepa el mundo
una pequeña caja de pino en donde viene
tal vez no un niño muerto, sino el sueño profundo
de toda la montaña.

Ya la mañana viene sobre carretas pobres,
carretas que traen de lejos su catedral de fatiga.

Parece gente el aire que da contra la frente.
Viene la sangre niña como el agua primera.
Raíz de madrugada, canta el indio remoto.
La sonrisa se ha puesto de pie como una hazaña.
La mañana de ahora trae durezas de estatua.
Hoy la tierra que sube municipal es cósmica.
Nadie fundó la urbe... Fueron antiguas rocas
que crecieron a fuerza de pensar en las alas.
Hoy no lanza el hondero la piedra suelta al tiempo
sino que se levanta con ella misma el hombre.

Mientras pasa la muerte resucitando espadas.
 

 

 

 

Oda para otro idioma 

Hombre que hablas inglés,
tu sonrisa
viene cuando hace ratos que han llegado
tus pies.

Hombre que estás callado no callando,
dímelo, tú, no hablando:
¿Con qué metal acuñas
este brillo que hoy juega en tu sonrisa:
la que nos llega tarde, más tarde que tus uñas?

Pero aún en la espuma de tu sonrisa hay olas,
hay un pez educado que a su hora es cuchilla.
La geografía misma no quiere ser sencilla,
y parece que a ratos hasta piensa tu roca:
¡no ves que ante el Caribe, como si nos buscara,
la Florida es un diente que le crece a tu boca!

Pero no, que no es
el cocotero simple que gotea su coco
lo más duro que ves:
si la isla que tiembla en este poco
de sudor de pupila, se le rueda a los negros,
con esa gota lavan algo más que la piel...

Esto el aire lo sabe, mientras tanto
el ron escribe equis con tus pies de turista,
y la isla, la isla, me la pisa tu vista.

Se ve que por aquí,
tú vienes blanco, pero tus negocios...
como la piel de Haití.

Mas ya pisando el blanco silencio del mulato,
con sus ruidos redondos ... tu barato
volumen anatómico pasa fragante a pipa,
y así, sobando perlas para cuidar tus tripas,
llegas oliendo a superficie cuando,
el hombre es por aquí
duro por fuera, mas por dentro, blando:
es como el coco que lo parten y...
para aquel que lo pica,
le da blancas entrañas, como cuando sufriendo
se parte en dos la cara, riendo la Martinica.

Sí, esto también lo sé, sí,
cubriendo el horizonte sólo veo
tu corpulento instinto de civil jabalí.
Y también todavía mi casa es grande, pero...
siento ahora que pesan, más que ayer, tus zapatos.
A fuerza de tu sombra, se hace el sol más mulato,
Del tamaño del mapa se te ponen los pies.
Es que de pronto suelta tu sonoro amarillo
un huracán que viene del bolsillo,
huracán que a la vez
juega con las Antillas,
y como la sotana cuando pasa,
pone de rodillas
los de casa...

Ya ves,
hombre que hablas inglés.

Tu sonrisa
viene cuando hace ratos que han llegado tus manos
y tus pies...
 

 

 

 

Pequeña carta a una rosa

Déjame ver qué lloras, que tienes tantos párpados.
Déjame ver qué gozas, sexo de tantos labios.
Ya sé que mi mirada te hace crecer espinas.
Ya sé que eres tan vieja como yo cuando callo.
Pero tú que en tus pétalos coleccionas mañanas,
tú que apretando alas, todo el amor del bosque 
me lo das en tu breve primavera, 
déjame que la mano te conserve, 
déjame ...
Digital biografía de los duendes,
cerebro del jardín, pasto del sueño,
tú, 
que encuadernada en pétalos no vuelas, 
pero en el aire estás, te vas muriendo 
cuando te respiramos, 
cuando empieza a vivir tu vegetal cadáver,
cuando a vivir empiezas como pájaro,
como trino extraviado que oye sólo el olfato.
Ya sé que eres tan vieja como yo cuando canto, 
sin embargo, yo que en tu poco espacio, tanto aprendo, 
que veo en tu rocío que hay párpados secretos, 
vuelvo a tocar tu abismo que cabe en una mano.
Tú, que guillotinada, vives ya de los vidrios
de mi fluvial mirada, siempre triste, 
tú que creces de súbito 
cuando te da estatura mi llanto jardinero, 
tú, que sin comprenderlo,
indefensa en mis manos me defiendes.

 

 

 

Sangre mayor

¿No sientes que mi sangre suelta de pronto pájaros? Si yo pudiera ahora ponerme a juntar ojos, a llenarme las manos de habitantes que duelen, y a enterrarme sus dientes lo mismo que semillas... ¿No sientes que mis brazos crecen como dos ramas? Si yo pudiera ahora dárselos a los ciegos. Yo crezco entre los cines, peluqueros, modistos, igual que un lento fruto que crece entre su cáscara. Vuelvo y me digo ahora: la raíz no es del hombre; debe haber otra vez huéspedes en mis venas, recorriéndolo todo, penetrándolo todo, como un largo cuchillo vestido de palabra. Ya siento que me duele la piedra sin tocarme. Aquí la fuga es mía, la disgregada cosa. Hacedme herida, tiempo; golpeadme tiempo el sueño, que por mi herida sale la estatua de un silencio. Algo tendré que busco los pétalos obreros, ¿tendré altura de rosa? ¿No mediré ya el viento? Alguien busca y encuentra por mis perdidas venas la familia de luces que la epidermis calla. Estos huesos que siempre los números dirigen, si el armazón no fueran de una palabra, un hambre; si la mano en la sombra no viniera pensando, ¡oh qué cerca estuvieran de la rosa los hombres! No me siento caído ni pegado a la tierra. ¿Para qué paso entonces por entre Ios harapos de voces sin zapatos, pero con pies azules? (Por algo hay en mí sangre pesadilla de alondras.) ¿Pero por qué los brillos de este metal que crece en los filos del ojo? ¿Tendré yo todavía que perseguir esencias y misteriosos vientos enemigos del pan y fuerza de jardines? La guitarra se pudre en las manos sin hambre... Por algo está este viento enterrado y sin gente. Quiero sacar mis dedos y fabricar presencias en el aire del cuerdo que duerme la guitarra. Ponedme aquí a la puerta por donde viene alguien que tiene entre las manos el cadáver del tiempo, Aquí, sólo con sangre, aquí yo diré cosas que tienen el tamaño simplemente del hombre. Lucho con la neblina que se pega a la voz. ¿Pero hace tanto tiempo que me arranqué los ojos? ¿Tendrá que ver la tierra con estas cosas mías? Ella que anda desnuda desde que estoy sin ojos. De cosa calculada y amargo paso hecho se me cae este duro pasaporte de sangre. Yo quiero simplemente saber si por mi herida la tierra seca busca su esperanto de río. Hay, ya sé, comerciantes con pasos de azucena. No invitadas palabras casi arrugan el aire. Hay alguien que podría ver hacia arriba y verme joven de azul y siempre tan viejo de preguntas. La cosa innecesaria que se pesa y se mide, este inútil idioma: cáscara de tu alma; además, en desuso... en desuso si alguien... si no fuese tan joven la vejez de este viento. Cabe, dice la niebla, la nada en este hombre, ¿sufre tal vez la nada? Voy a decir y grito que estoy en cada cosa, que cada cosa duele cuando yo pienso y veo. Voy a cuidarme ahora en la nada y la rosa. Yo vigilo mi origen descuidando las cosas más pequeñas del hombre... Alguien me dirá entonces que hago sufrir distancias. ¿Estaré yo en las piedras buscando mi palabra? ¿Y qué puede esta dura reunión de mi cuerpo, aquí, perdida en sombra, inútil, agarrada? ¿Pero de qué se agarra? ¿Qué le duele a mi niebla, y al aire que hay en mí de partida y sin viaje? ¿Para qué son entonces este lujo en la rama, y el otro que congrega la rosa en el olfato? Mi tacto; que es varón, busca soltar palomas, y hacer cosas de aire sin edad y ser hombre. De caballo y de pétalos está hecha mi frente. ¡Qué enemigo que estoy de la piel y mi nombre! Mi defensa de esencias mata los calendarios, y otras cosas presentes como los cementerios. La pobre cal que viste de novia las paredes, y este rumor de olas que no quiere venir de donde viene el tiempo. Por la herida los huesos como letras perdidas salen a usar la noche.

 

 

 

Sexo cumpliendo

Digitales delicias gobiernan superficies.
El lecho cruje,
cruje de pueblo fabricado a besos.
De pronto un sudor blanco roba el futuro en gotas,
y un sabor hay de mar que busca no ser agua,
sabor de ropa derrotada a clima,
a ternura de plumas prisioneras,
a mañana que anda por su cuerpo,
por su aluvión de tibia nieve a sueldo:
censo precipitado, derretido,
pequeña muerte desprendida viva.

Desprendida,
invadiendo dominios de líquidas raíces,
y a ocultos empujones azules, por sus venas:
nadadores extraños, materiales secretos
que galopan cruzándose de vida;
un resbaloso mundo de minutos con siglos,
un semental tumulto que anónimo prepara
espacios dolorosos,
números obligados a levantarse como héroes...

Sin embargo, gomas hay ataúdes,
redes para mariscos terrenales,
se coagulan sus ángeles sin puerta,
cielo de caucho eunuco los ahoga,
mata sus puros empujones blancos,
mata sus furias de humedad reunida.

Pero terca,
toda la zoología se le sube a su cuerpo,
por sus manos elásticas como palabras,
por el valiente oficio de pan que hay en los senos,
anda un blando, anda un suave,
anda un dulce silencio de leopardo.

Y la materia tiembla,
tiembla sobre boticas y birretes,
sobre encuadernadores de siglos educados,
y como un dios que entra
apartando trigales enlutados,
sólo su clima sólido de súbito
abre auroras profundas, vigiladas,
para poner de pie cada año a la tierra.

 

 

 

Tono cuarto

Yo recuerdo, Darío, que allá en mi adolescencia,
yo decía estas cosas llenas de transparencia.
Estas mismas que ahora tienen otra fragancia,
a pesar de aquel vaho de tus bueyes de infancia.
Mas por entre la niebla de mis barbas de loma
me salen los recuerdos, frescos como palomas.
Así, Rubén, lo mismo que una mano da trigo,
el pasado se cae de mis labios, y digo:
Era el tiempo en que tenía
piececitos-aviones
ante el fantasma de la policía.
Y madrugaba nuestra fantasía
para robar centavos,
antes que la mañana
tras la fragancia tibia de la panadería,
fuese de puerta en puerta
por la calle aldeana.
Blanca de mundo y de cuidados vanos
te me fugabas cuanto más crecía,
igual que el globo que se me rompía
si mucho le aventaba entre mis manos.
Y tú, como aquel globo, te pusiste a crecer.
Hoy ya no puedo, infancia, correr como corría.
Me pesa tanto el hombre que no puedo correr.
Ya ves Rubén, aquello, fue siempre manso, bueno:
corría con la lluvia, temblaba con el trueno.
¿Tú también lo recuerdas?
La barriga desnuda se chorreaba de miel,
mientras los astilleros dedotes del abuelo
a ratos fabricaban barquitos de papel.
Era un juguete el tiempo. Pero, luego a la cosa,
como tú ya lo sabes, le pusieron
más espina que rosa.
Yo no te estoy diciendo que hoy existe un Atila,
pero tiene parientes... Los que ven mis pupilas.
¿No sientes un caballo, y la gran negra capa
de un jinete que corre pisoteando este mapa?
Esto pone a la infancia a crecer de repente,
lo mismo que de súbito crece un agua de fuente.
¿Y qué pueden los Sócrates? ¿Qué pueden los Darío,
cuando como temblores subterráneos
pasan patas equinas que hacen brotar un río
de venas de llantos sobre campos de cráneos?
Mientras en las esquinas, de una ciudad remota,
la novela de un brazo que alza una mano rota,
dando cuerdas a un débil monótono organillo,
le regala a la infancia su sonoro castillo,
algo que ya no tienen los hombres de la tierra,
hoy que haciendo las paces, es que hacemos la guerra
Mañana pelearemos sin ir a la batalla,
pues es la que nos mata, la guerra que se calla,
y sólo encontraremos -si algo encontramos hecho-,
a la muerte perfecta como un odio en el lecho.
Pero ahora no quiero seguir estos detalles,
déjame que te hable de nuevo de mis cosas,
tal como si de pronto te hallaras por la calle
unos zapatos rotos...
donde un canario tiene su más cómodo nido
de poeta remoto...
Así, Rubén, ayer, y quizá con razón,
le dije cosas raras a mi Compadre Mon.
Por ejemplo:
Óyeme, Mon, un día, me enseñó a ser poeta
el retazo de cielo de un viejo callejón,
que siendo tan pequeño, me ensanchó el corazón.
Limpio como los vientos del molino aldeano
he salido desnudo en carne de conciencia,
y parece que tengo la mañana en la mano.
Hoy puede verme el hombre por mi abierta ventana.
Me hallará transparente como el agua con cielo.
¡Me enseñó a hacer mi casa la mañana!
Ya ves, Rubén, ya ves. Estas cosas las pudo
sólo escribir la mano de una vida que tiene
aún todo desnudo.
¿Cómo me haré contigo, infancia, que de nuevo,
como un traje ya viejo, pero querido, uso?
Nunca dejé de usarte. Todavía te llevo.

Lloras un agua tan clara,
que no parece dolor.
Hoy está triste tu cara.
Pero no tu corazón.

Mira un niño que corre por la playa, parece
que el otro niño, el mar, habla con él, y crece.
Allí llena de cosmos su voz la caracola,
donde nos habla en seco sólo Dios, de la ola.
Allí, también, oh mar, tú solos, ¡sin nacer!
Porque al nacer tan grandes
no te vimos crecer.
Oh tú que no te pudres, primavera del gnomo:
suma sólo del cuándo, secreto fiel del cómo.
Así, Rubén, tú rondas, tan transparente y fuerte
que de pie ya te vemos, tú velando a la Muerte.