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Luisa Castro,

poesias cortas

 


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Luisa Castro

 

Agonía

Tú no vienes.
Te sientas a mi lado
y te gusta hacer preguntas
y esperas
que yo extraiga un pez brillante
del fondo del lago.

Pescadora no soy.
Nadie me ha visto enturbiando la orilla del río
con unas botas de agua.

Lo que estremece al buscador de oro,
ese brillo convulso,
para mí es dolor.

De "De mí haré una estatua ecuestre" 1997

 

 

 

Antes de ser árbol fui cazador...

Antes de ser árbol fui cazador,
cacé ciervos,
cacé orugas,
cacé negros caballos de río,
cacé pájaros distintos en el ala de la noche,
cacé nobles dentaduras de conejo,
cacé un asno antiguo en el ojo de la higuera,
cacé vacas gordas con el cuerno habitado de pistilos.
cacé larvas para ti de pequeñita muerte,
cacé libélulas con el cuello dibujado
y rostros de sirena en el culo del invierno
cacé.

Antes de ser puente fui incendiaria
y en cada cabello abrí una brecha
como un barco.
Sabía el fuego,
conocía las artes. Parte de mis dedos
se ardieron y así vistes: piel bajo
                                                 la piel, en el útero
cenizas
y así nazco.

Ahora soy domador. Vivo en el circo
y luego lo peor
cuando la fatiga y la tarde
y una plantación de eunucos que regar
en el corazón imberbe de la tierra.

De "Los versos del Eunuco" 1986

 

 

 

Aunque se rían de los versos que te escribo...

Aunque se rían de los versos que te escribo
y que dejo escondidos en las mantas del catre,
pedaleo.
Y Vegadeo es de lejos un fósforo encendido,
llevo alas en las ruedas,
voy en llanta,
pero conozco el paisaje y tengo alma
porque hago amistades
con recuas de perros de varios pueblos
y diversa índole.

                Me ladran porque te amo.
                Se arrojan a mis zapatos como fanecas salvajes.

De "Ballenas" 1988

 

 

 

Bucea

No llenes el foso de cocodrilos,
no lo hagas, bésame,
yo luego no podré tirarme de cabeza
y todo terminará como siempre
sin haber empezado.
Llévate mi vida, deja en paz mi pelo,
lleva todo lo que tengo, nunca encontrarás
el nudo oculto de mi cabeza, no me des
la lata más, no me dejes un regalo
ni quieras beberte mi copa, llévate
mi vida
y no me mires más.

Sólo bucea,
clava el arpón en tu presa,
afina y discierne
porque ya no eres joven.

De "De mí haré una estatua ecuestre" 1997

 

 

 

Buenas noches 

Yo sólo espero
que llegue la noche para poder dormir.

Darán las once -no es la hora
todavía
de que se acuesten los niños-.

Un poco más y podré cerrar los ojos
hasta mañana.

El día me despertará
con la misma disculpa de siempre.

Le perdonaré, sí.
 

**


Yo sólo deseo
que pase el tiempo y por fin llegue la muerte.
Que pase sobre mi cabeza y mi cuerpo
corriendo
hasta que pueda decir
basta, ya me has bautizado,
nada nuevo sucederá
si dejas caer sobre mí
el agua y tus bendiciones.

Sólo deseo eso.
Que pase el tiempo deprisa,
que llegue la vejez
y ya nada importe,
sólo lo que a solas en mi corazón sobreviva,
sólo lo que me acompañe hasta allí
y también allí
todo eso me abandone.

De "De mí haré una estatua ecuestre" 1997

 

 

 

Cae impenitente una lluvia de palos una virgen se lamenta

De noche cuando el eunuco
duerme
soñando con mi tercera muerte y mi corazón
divide el oro de la sangre
un pequeño temblor me habita por la boca.

Pulsar útiles arpas
entonces,
templar cálido hierro, cerrar
sobre algún sexo las manos aún gritando
sólo puedo morir, sólo puedo morir,
quizás signifique
estar cerca
de mi soledad con un nudo.
Quizás signifique verter fotografías en una zona
a menudo extranjera
golpeando una arena cimentada.

Pero cuando duerme o se empeña en la venta de
mis bienes,
en mi rostro sobre el palo, sólo queda
morir, sólo
queda morir, lo doloroso
es la mañana con himno y camareras,
lo doloroso
es mi cuerpo con andamiaje de ola como edificio
de
aire.

A las cinco se llena de mujeres como
un parque.

A las seis un viento que oscurece
lo recorre como un
sable.

De "Los versos del Eunuco" 1986
 


 

Casi mediodía


Pero te dejo ir, te marchas, y yo ya no recuerdo
si debo sufrir, si es mi hora, mi llanto, 
mi Penélope,
mi asiento duro y fácil
de tejedora a la sombra de una espera inconmovible:
te dejo ir y la mañana
cae espesa y ruidosa,
se postra en mis pasillos,
invade las cocinas y yo ya no te amo
porque no, no es del todo cierto un dolor tan constatable.

Te dejo ir y avanzas confusamente entre los parques,
estropeándolo todo con las huellas de
tus botas
grandes de soldado rubio.
Te vas a la guerra y decir miedo,
verte desaparecer diciendo hambre,
verte caminar con la muerte sonriéndote en la espalda,
prostituta de quince minutos estrechos
en la primera esquina, junto
a la tienda de puñales.

II
Y no, no es del todo cierto un dolor tan apreciable
porque hay una cosa entre los frigoríficos
que se llama resurrección
y cada hora decapitada, cada segundo
mutilado, cada vinculación ahí afuera
supone que los perros van a desaparecer algún día
con su fidelidad que traiciona rebaños,
con su estúpida conducta de amor incondicional y severo.
No es del todo cierto eso de que yo sufra,
pregúntale a una esfinge sin brazos
y con la nariz incompleta
si me ha visto pasar con lágrimas y duelo.
Quieren responderte con la misma frase lapidaria,
hija de siglos,
¡ah!, qué terrible llanto las cariátides, qué terrible llanto, 
pero yo
no pertenezco a la historia
y no tengo amistades de piedra.
Yo, dulcemente, he llegado a la desmesura del amor,
a la cintura estrechísima de la soledad, dulcemente,
etcétera,
y mi alma alargada por el uso, estirada
y ensanchada
por los viajes fugitivos de tu cuerpo
acumula el aire y flota,
mi alma floja, preguntándose
qué es esa cosa de que te miren
todas las ciudades, de que te acojan todas las
Venecias.

De "Odisea definitiva" 1984
 

 

 

Dejé de transmitir sus señales e interpreté las mías

Cuando las gaviotas se lo coman todo
y en los esqueletos de los barcos proliferen
los insectos,
seguirás preguntándote qué hice contigo
después de recordarte.

Porque después del recuerdo vienen otras cosas
que no conociste,
que tampoco conocí porque desaparecían
al ritmo ligero de lo no deseado.
Pequeñas rozaduras que envejecían el instinto
de retenerte
y que no hacían daño, como ahora las gaviotas.

Todavía no, pero las veo gordas
sobre sus patas tiesas de aferrarse a los ahogados
y comerles los ojos
sin movimiento.

Porque no opone resistencia la carroña
engordarán tranquilas.

Pero todavía no,
aunque las vea.

De "Los hábitos del artillero" 1990

 

 

 

Divido el mundo por dos

I
Divido el mundo por dos.
No hace falta ser antigua para comprenderlo:
de un lado está mi cabeza,
del otro está mi padre pescando pez espada
en las costas irlandesas, en las heladas aguas
donde mis abuelos tenían
amantes jovencísimas
e hijos confundidos con nombres de botella.

Mi cabeza es pura inteligencia.
El trabajo de mi padre es domesticador.
Mi cabeza cabe en la boca del león.

Es siniestro
que yo me criase en la boca del león. Todas las noches
salíamos a echarles comida a los leones.
Me acuesto cansada,
Silvia,
todo el día
arrojando comida a los leones.
Mi padre me llama a gritos y tengo miedo
todo el día. Trabajo
todo el día.
Les tengo un miedo a los leones, un miedo...

Me acuesto con una pierna de menos
pero pienso en la otra y en los leones.
la ley de la selva es dura. Trabajo todo el día
y los romanos tienen unos látigos que dan un miedo...

Mi padre pescaba pez espada para que yo pudiese
-es siniestro-
alimentar al león con mi cabeza hermosísima.
Nunca puedo dormir sin que el bostezo de un león
me interrumpa el descanso.
Como tengo un cuerpo lindo
los leones me prefieren;
Comen con ojos y dientes.
Los romanos tienen unos látigos que dan un miedo...

Yo pienso de camino, sobre una sola pierna,
en la pierna que me queda.
Voy feliz porque soy inteligente.
Me acuesto
y enseguida me levanto: tienen hambre los leones.
¡Ah, maricón!,
los leones tienen un cerebro de mosquito
y yo soy inteligente.
Los romanos tienen unos látigos que dan un miedo...

Sobrevivo sin las piernas, este león
me devora la última, ¡ah, maricón!, qué cerebro
de mosquito,
quien me obligará a trabajar ahora
que no tengo piernas
para alimentar al león.

Me acuesto cansada de cintura para arriba.
De cintura para abajo soy pura inteligencia.
Los hijos de mi padre
se llamaban ron, caña, pez espada
yo
soy hija de mi padre,
el domesticador.

Quiero ver esas caras de jabón imperial.
Nunca me acariciaron.
Yo le metía mi inteligencia al león hasta el estómago
y no tenía miedo.

En la oreja izquierda llevo el pendiente
de una amante hermosísima.
Un día
mi abuelo me dijo: llevarás este pendiente
mientras la interpol permanezca
en aguas irlandesas,
vigilarás las mareas
mientras los labios de tu padre huelan a contrabando.

Dividido el mundo por dos.

De cintura para arriba soy pura inteligencia.
De cintura para abajo me gustan los leones.

Divido el mundo por dos.
Mi padre tiene las manos terminadas en punta
y vive en una casa sin remos.
Yo comeré toda mi vida apestosa carne de león.
No pasaré hambre.
Mi oreja izquierda sabe a pez espada.

"De "Ballenas", 1988

 


 


El inventario de la muerte

Al alquimista una fuga lenta de soldados
solicito, un solo golpe para mí
con amigas almas que se incendian para nadie
y la fiera sorda del cuerpo
a veces ya patria o ya derrota que conozco
sin derribos.
      Puedes empezar a decir
                                        ¿y la intemperie?
             Puedes empezar a tocarte las manos.
Que no vendrá una guerra de treinta años a llevarte,
no vendrá mi voz con presagios y terrazas
a perderte.
                       Es la alegría de mis uñas sucias,
el olor de la piel y los zapatos de estratega
que no abandonaré, que no
abandonaré
en las llamas aunque ardas
para nadie
con un verso de urgencia y largo olvido en la garganta.

Al alquimista
dadle
el fuego, para mí el cuerpo extranjero
que no conoce mi país de penas
donde los cónsules del cieno se aburren libremente
con muchachos dulces que no saben
besar.

De "Los versos del Eunuco" 1986
 

 

 

El sueño de la muerte

I
Despiértame de este sueño de la muerte,
príncipe de mis días,
acércate,
encuéntrame tendida en este sueño de la muerte.

Tan bella como pueda serlo
aquella que ha cruzado huyendo un bosque
y se ha rendido,

así soy yo de bella. 

Muerta y llorada por pequeños amigos.

II
Despiértame de este sueño de la muerte.
Atiende toda señal del camino
y presta oídos al rumor de los árboles.
Ellos te guiarán.
Ábrete paso, príncipe de mis días,
encuéntrame aquí bella y dormida
y bésame.

Tanto
como puedas besar a aquella
que ha cruzado huyendo un bosque
perseguida y sin culpa
hasta perderse.

Así de bella soy.

III
Tu caballo,
escúchalo,
sabe hacia dónde va,
no lo reprendas.
Sus pequeñas y sensibles orejas
te guiarán.

Hasta este claro en el bosque.

Hasta mí,
que sabía que vendrías a caballo.

IV
Escondida
del filo mortal del malvado
hasta aquí he llegado.

Refugiada
de los venenos que acechan,
nadie
puede arrancarme el corazón.

Así de muerta estoy.

V
Pero la casa es pequeña
y las herramientas,
diminutas en mis manos.

La bondad de mis amigos,
un hermoso ataúd de cristal
y un entierro hermoso.

Y esa roja manzana
de piel resplandeciente
y maligna semilla,
no más dura y más bella que este fruto de mi muerte.

De "De mí haré una estatua ecuestre" 1997

 

 

 

Estoy haciendo pruebas de velocidad

Retrocede.

No soy yo, que conozco la cinta del tiempo
y navego
a sabiendas
de que en el mar las horas tienen otro arbitrio
y otra medida
las fuerzas.

Es el mundo,
que retrocede.

De "Los hábitos del artillero" 1990

 

 

 

Inocencia

Se acabó la inocencia.
Era una bebida empalagosa y breve,
una comida exótica,
ahora ya lo sé.

La probé.

De esas cosas que se toman un día
y siempre las recuerdas,
de esa gente que te encuentras
y no vuelves a ver.

Nunca sabrás lo que pasaría
en el banco de la inocencia.
Con los pies colgando
allí sólo vive la gente que no recuerdas,
lo que nunca ha pasado.

Te sentaste un momento
a escuchar desde lejos la orquesta.
Era duro y solitario
el banco de la inocencia.
Demasiada prisa en volver
como para no olvidarte algo.

Ahora ya lo sabes,
la inocencia es esa gente
que se quedó tu chaqueta.

De "De mí haré una estatua ecuestre" 1997

 

 

 

La amiga muerta

Averigua,
dulce corazón de hermana imperdonable,
cómo llegó hasta casa la discordia
y cómo nos estalló en las manos
un juguete que nunca deseamos, recuerda.

Nos estalló en las manos.
A ti te llevó la cara
y a mí la mano izquierda.
Ahora sólo puedo escribir
pensando en mi amiga muerta.
Ahora, dulce corazón de hermana imperdonable,
sólo puedo escribir. 


** 

Averigua,
dulce hermana que nada perdonas
ni a tus huestes eliges,
dónde prendió el mal
y qué he hecho y qué has hecho,
quién de todas las furias
(enmascarada, soberbia),
desbarató la obra que el tiempo había erguido
y se comió el papel donde quedaba escrito
para el hombre venidero,
aquel que te llamaba al fondo de la carretera
con los brazos abiertos y el color de los ojos
aún por determinar,
la forma en que habrías de reconocerlo:

Llegará de día con los rayos del sol,
no enturbiará su mirada
el frío del amanecer
ni los oscuros reclamos del bosque.

Pero cuando sea la hora tú ya no estarás. Estaré yo.
y en ese momento del baile
la muerte
cambiará de pareja.
 

***

Abre los ojos, es ella otra vez.
No tengas miedo, es
una cara amiga
y te hablará con las mismas palabras de siempre.
No deben sorprenderte
sus frases de agradecimiento por oírla ya muerta
ni sus gestos de disculpa por yacer en el suelo.

Sabes que no se irá
aunque tú te vayas
y tus ojos no quieran ver. 
Sabes que no se irá,
seguirá aquí,
por una eternidad seguirá aquí.
Eres tú la que ocupas su lugar.
Eres tú la que llenas su tiempo.

De "De mí haré una estatua ecuestre" 1997

 

 

 

La caída

Las montañas cristalizan en mil años
y el mar gana un centímetro a la tierra
cada dos milenios,
horada el viento la roca
en cuatro siglos
y la lluvia,
también la lluvia se toma su tiempo para caer.

Se paciente, con mi corazón
que suspira por una obra duradera.
Como el viento,
como la lluvia,
también mi corazón
se toma su tiempo para caer.

 

 


Los reyes del anochecer I

De comida del diablo me alimento.

Los reyes del anochecer
se abrigan
un paso atrás del puesto encomendado.

Voy hasta la esquina del moro
y allí pongo mi sonrisa, mi dinero.

Por siempre hombres armados
que saben decir no
y hombres desarmados que carecen de rutina
mezclados me perturban, me apasionan

con sus mesas de playa abiertas
en la noche,
con sus tres o cuatro cosas en venta.

El mismo perfume desde hace dos años,
mi amor hecho de pesas,
una forzosa condición para llegar hasta el final
y mucha gente que sepa
lo infelices que somos
viéndonos como uno más,
eso quisiera, sí.

Y que todo quede atrás, cuando salgo de este bar,
Con el último hueso de aceituna.

De "De mí haré una estatua ecuestre" 1997

 

 

 

Más que en el armador...

                    Más que en el armador.

Más que en el armador con cara de satisfecho.

Víctima
de tus caprichos.

De "Ballenas" 1988

 

 

 

Más que en las poteras...

                         Más que en las poteras.

Más que el calamar del color del coñac
que no conoces,
más que en el coñac donde mojo la potera
persiguiendo el calamar,
más que en la potera que me arrojas, que me espera
por las noches,
cuando bebo.

De "Ballenas" 1988

 

 

 

Más que en los anzuelos...

                             Más que en los anzuelos.

Aún más que en mi dedo gordo
con un anzuelo
en vez de robalizas.

Aún más que en el anzuelo que tengo en el corazón
en vez de robalizas.

Más aún que en la cabeza de robaliza que tengo
en vez de anzuelos.

Más, más que en los anillos que hago para ti
con anzuelos de robalizas.

De "Ballenas" 1988

 

 

 

Mediodía

I
Un almuerzo de averías y lutos instantáneos
detrás de las ventanas.
          La soledad es una mentira para acercarte
                   a los besos con premeditación.
Sólo esta sensación de pan lejano,
de hambre que no es, de transeúntes mojados en un día caliente,
sólo la certidumbre
de masticar el aire, de ver que todos
se han muerto de repente
en este mediodía abierto a los abismos.

Está bien,
todos comprenden que la vida es una cosa de siesta
postergada. Todos
se han marchado a amarse a los vertederos de la ciudad;
como si la vida fuera una cosa de siesta postergada
han cogido sus pertenencias y no han dicho me voy:
el éxodo de los baúles, los libros, las indigencias
y acaso un hombre conocido entre la muchedumbre,
un hombre con el cabello sucio y
en la boca
cierto resabio de siesta postergada.

II
Yo, mientras, cuento con paciencia las arenas que me habitan
y no estoy sola entre tanto caos
y esta fauna irreverente que me crece desde adentro
y me pregunto dónde podrás estar
cuando el naufragio llegue
y
que si vas a volver separando las aguas,
frenando
la lluvia de este día, comiéndote
los charcos tiempo
de mi casa,
instalando sin dolor
tu maldición
de aguacero.

Es pronto para decir que se han precipitado
las aguas.

Y el ángulo recto insostenible del amor,
del amor que comercia con los pasos lentos
de un elefante creciéndote en la boca.
Que si vas a venir con Abraham, con Josué,
habitando la fortuna de los dioses y
sus iras
o
subido sobre la arquitectura apretada de un poema
Con los hijos desheredados de la infancia.

(Querían verte con una sonrisa plana y
ensortijarte
el cabello en los cines de pueblo
y yo,
acercarte un poco más al lugar donde la palabra
es una mujer abierta de piernas, animal
gestante,
infinitamente divisible, una estructura
de miedo
laberíntica e infranqueable).

Es bastante pronto para afirmar
que se han precipitado
las aguas.
En todo caso vendrás, vendrás, amor,
porque el futuro cese.

III
Y debo preguntarme dónde estarás ahora,
entre qué destrucciones, entre qué cadáveres,
recordando qué malditas aventuras de niños,
sólo de niños, pero
temprano
es una palabra no muy bella,
y yo ya no puedo con viejas historias
de novios
que se besan en los puertos y hacen el amor
en los portales,
no puedo ya con las leyendas heroicas de
mi pueblo, no
tengo apenas un miedo que
devaste las canciones
              y no sé si es prematuro decir
              que casi te amo
cuando la palabra triste deja de pesar sobre
las conciencias.

                                 Imposibilidad
                                 del
                                 amor
                                 turco

sólo hay un pan inútil y trabajoso
y niños que se suicidan gentilmente
debajo de
la escalera, sangre
que desborda
el cuarto de las escobas, y
un muerto fragilísimo cayéndosenos
justamente
cuando una órbita se abre y olvida sus sucesiones,
cuando algo ha
perdido el
ritmo y
desconoce de pronto
sus herencias de engranaje.

IV
Bueno, mi amor, y luego todos los hijos
que no llegaron a tiempo para la celebración
del vino
y el espanto
de las ventanas tapiadas.

V
El sol inventa excusas y entonces tú
            tendrías que llegar,
irrumpir en los pasillos,
echar abajo las puertas,
preguntar por algún nombre y besar con amor
todos los maltratados brazos.
Tendrías que despojarte del cuchillo,
              de las artes
de la lucha y del polvo del combate
y amar como los hombres grandes
alzados en las estatuas,
amar brutal e impunemente
con altura de grito
que cierra todas las guerras.

Ya ves, en cambio yo admito tristemente
esta ubre soleada
que entra por las terrazas
mientras
espero en silencio
a que se cumplan la mayoría de las profecías
que anunciaban
tu llegada intempestiva
de fiera desconcertada y atroz
en medio de las alcobas.

Yo, la de los pechos más tristes,
la vestal de piedra y espuma
(Penélope no lo habría dicho entonces)
te esperaré, sí, con un poema siempre inmediato
en los ojos
y un cinturón de castidad a rayas,
detrás,
detrás,
aferrada al más hermoso mocharabiyeh.

De "Odisea definitiva" 1984

 

 

 

Mordiendo por las calles a los hombres que se aman

Algunas palabras para perder la vía,
algunas palabras, que no falten palabras,
quiero saber
el lugar
que
ocupa
mi
odio, quiero saber dónde se puede encontrar
una tienda del mejor
de los vinos
del vaso de la palabra.

Atentos al dolor, sí, sí,
atentos al dolor como en los huesos poderosos de mis
piernas,
atentos al regreso de los hombros
o la tierra hacia las ascuas.

Quiero saber cómo se cae a las llamas,
cómo se cae a la hoguera alta
y doble del
dolor mejor de todo dolor. Yo soy
un ángel falto de recursos, no me mires, voy
hecho lentamente
con el corazón pobre de pobreza de ángel,
con la indigencia en el centro
atento
como un noble mensajero del error
al dolor
de los mamíferos.

Cómo se me vierte el fuego en la raíz
de la lengua y la carne
empieza a oler a campana que no cesa. Es terrible,
es terrible
no conocer el mundo de las aves inferiores,
sus migraciones, vuelos,
averías, de las cornejas tan útiles, de las
golondrinas ignorantes y ciegas,
de las gaviotas tristes como
otoños.

Mirad, mirad, es tan terrible esto,
yo creo adivinar la sangre de
los míos, es larga, aguda, cruel, se necesitan
trajes
para verlo. Como mi sangre
que va
mordiendo viñas, que va
mordiendo
cuerpos, que va con dientes y con sangre
mordiendo por las calles a los hombres que se aman
saliendo de los cines.

Yo vivo en una ciudad pétrea y
a veces
somos pasos.

Se pueden ver arrastrando a nadie,
se pueden ver
lustrosas cabelleras,
tres o cuatro pasos solos,
duros,
precisamente amargos golpeando
la tarde y las cenizas
brillantes
como lluvia.

Y las mujeres que cuento en mi cabeza, que recuento,
que olvido,
sus vestidos azules que tendré que colgar, sus
dolorosas manos, vírgenes verdaderas.
Las mujeres que mi madre me abrió para que no empezase
todos los versos con su nombre. Para que no empezase
todos los versos con su vidrio de nombre.
Todas las mujeres que
recuerdo
buscando un duro cuenco donde albergar el vientre.
Todas las mujeres que mi madre me abrió.

Pero perdón, el mundo.

Pero perdón, la noche de los gendarmes
que me araña el pezón
Y me pide consuelo.

Todo eso, perdón, yo soy
un ángel.
                   Mi odio es infinito.
Mi odio espera el odio con olor a mantel
y derramado vinagre, ese odio
que se mea en el tacón de las bibliotecarias
hasta que nacen lirios
y la tierra empantana los taxis vigilando
una escuela.
Sí que conozco esa lluvia de dolor,
sí que conozco esa muñeca herida por el odio.

Y a veces las alas comienzan
a pesarme
y sobrevuelo el polvo
porque más allá de la muerte, más allá de la muerte
mi odio seguirá repoblando los bosques.

Puedo pensar que no, y entonces
hay un árbol.
Como un número blanco, como una ola de algas
tu cuerpo
largo y libre, algo lejano y mío, mío
hasta el desastre.
Un árbol con su techo delante de mi alma.

Será merced a mi alma que se va
con el primer ingrato de septiembre
o la milicia
que no espera
por una vez, por una sola vez,
para meterme en tu lengua ávida y rota
y perdonar al circo tanto asunto de valor,
tanto temblor,
tanta ruina con leones despeinados.

Mi amor, si digo esto mis ojos
crecen y
sonrío
pero, mi amor, si digo esto tu boca se parece a una tribu
roja que golpea cristales
y es el olor de las amigas que amé
tanto
detrás de un cementerio.
Mi amor, mi amor, y como este cuerpo que toco
alguna vez
una alegría sin centro me despierta en la noche
que no termina aún, que no acaba
y todo se ve azul
hasta morir
y yo habría de tener hierro en las manos
y quedarme. Tener
los pies, los días, las orejas,
los pechos y las alas
                con hierro
y quedarme.

Esta es una canción desaparecida
para cantar con los brazos extendidos y los ojos
cerrados
y las rodillas
en el fango tormentoso de la culpa
mientras cae una lluvia de arcos y volutas milenarias.

Es más dulce mi cuerpo;
aquí está con medallas y
caderas, con el verbo del tabaco y la hojarasca.
Es más dulce
así
con huellas diminutas de dientes de ave viva
en mi sexo como una ropa
antigua que devora
la sal, en los pechos enanos como pruebas, retenidos
y aún distantes, enemigos para siempre,
y en la cintura que ardió
con muertos, barricadas, botellas,
armaduras
y un almanaque inútil con la fecha del ocho
y los niños del valle, los perros y las cañas.

Ven, amor, a degollar conejos encima de mis
nalgas.
cuánto tiempo he de esperar, cuánto tiempo
he de esperar.

Además
el silencio de la tierra que
no dice
                palabras, que no dice
estertor,
que no dice
colegio ni cita mayo alguno.

Cuánto tiempo he de esperar.

De "Los versos del Eunuco" 1986

 

 

 

Peces de sangre fría...

Peces de sangre fría,
fríos peces de agonía intolerable
y deseos escasos.

Ambición sólo de respirar deslizándose
Con familias enteras que el océano asila
sin preguntar de qué cálido hábitat
vengo.

Siguiendo su rastro con convencionales artes
materiales informes,
mallas nuevas
querría manejar
sin que me impresionase su baile ciego en torno a la almadraba,
su turbia postración,
su fuga turbia.

De "Los hábitos del artillero" 1990

 

 

 

Recuento

Hoy tengo
veinticinco años.
Mi juventud se va
con mis mejores deseos.
La quiero, la veo marchar
sin una rozadura,
sin reproches espero a que esté lejos
para llorar su falta.
Nunca sabrá nada de mí.
Cambiaré de amistades, de lugares,
frecuentaré otros sitios
donde todo sea nuevo
y ella no pueda decirme te quiero nunca más
y yo nunca más pueda dejar de obedecerla.
Me esperan hombres que saben decir no,
mujeres que saben programar sus vacaciones
y soy feliz,
el futuro se descubre ante mí
lleno de hombres que saben decir no,
mujeres que saben decir no
me esperan en sus increíbles fiestas
con sus mejores deseos.

De "De mí haré una estatua ecuestre" 1997

 

 

 

Reflexiones hipnagógicas

I
Imposibilidad del amor turco,
del amor que se arrecia en una estampa de niña desnutrida,
en un candente gesto de impotencia acribillada,
en la necedad y en lo vacío de unas muertes gratuitas
con su odio de vejeces aceleradas bajo la tristeza más simple
que se nos iba perdiendo -otro abandono más para nuestras vidas
sin lirismo.
Porque es lo inaudito
amarse en las basuras de una noche de viento
confundiéndonos del delirio infantil
y perverso de los gatos, contagiando
nuestros cabellos de la perfección y
la morosidad de la piel de las patatas,
embelleciéndonos los trajes con el contacto de la sangre
púber
que derrocha este desorden nocturno de finales de guerra
y destrozos humanos.
                 Punto.                          El viento.


II
Para encontrar pronto la Henoc robustecida de tu estrofa
donde también tenga cabida el amor en toda su vastedad
de azules.
Temprano es una palabra no muy bella que exige mujeres
repentinas y constelaciones espontáneas.
Quizá no sea preciso hablar de una truncada estrella
en las alcobas cuando algún crimen corrobora
la lentitud y la paciencia de unas medias desmayadas sobre
el suelo.
Y luego el acento agudo de tu risa tónica
clavándoseme en unas sangres que destila mi tristeza
atareada con las cosas más urgentes
desbaratándome un verso con su imprudencia de pájaro
cosiéndome los labios a pares suicidas
mutilándolos para lo más dulce,
negándoles tus arañas.

 

III
Sobre ti, sobre todo. Sobre lo que es locura 
sobre todo en las mañanas necesarias del deseo,
en los tilos de un amor que se recupera de la desmesura
con un desayuno tardío
y el final de una historia mal mecanografiada de niños de ayer
que aún no sé, no sabes, si se han muerto, si van a
comprar la libertad de su poema
o si tienen que vivir
para una madre enferma de naufragios;
la historia siempre interrumpida por la inminencia
del dolor o del placer oscuro de los cuerpos, 
la historia siempre interrumpida, 
la historia siempre, siempre. Al final 
siempre aquella cosa del término y el cierre, 
la clausura, 
el final.

IV
Pero ahora vamos cayéndonos en este desagravio de las fuerzas
y una ordenación de paralelas fijas
entreteje nuestros tiempos
señalados, abocados a la causa de las calles más anónimas
y mares y atmósferas tumultuosas y suburbios de palabras,
arrabales de gestos imprecisos, atajos peligrosos de llegar
antes de las diez para atrapar las primeras uvas
que desgaja el día.
                       Es la guerra, ya.
         Atiende, esta es la hora
                       propicia
                       para decir cosas como levántate, te amo, es tarde,
mi amor, qué tomas, sólo queda café y leche,
y cómo
nos queremos, decir no quieres más, estás cansado,
mi amor, mi amor, atiende,
                       son ya las diez
                       (cómo te maldigo),
         la guerra ahí afuera,
                       y tú, etcétera, márchate. 
 


V
Habremos de volver, en todo caso, a la espesura,
a la concatenación de los días,
purgándonos el alma con dos soles de amianto,
haciéndonos las uñas con una suavidad de oficio
sin quebrantar las reglas de la moral que presiden los retratos
blanquinegros de las casas.

              Volveremos siempre,
aunque sea cierto que nunca se retorna,
aunque Nietzsche tenga o no la razón,
y nosotros
(indefensas criaturas de la fonética más ardua)
no sepamos escribirles el nombre a los filósofos, no sepamos
consumir
el goteo milenario y lentísimo de las estalagmitas,
aunque afuera, en el río callejero de los claxons
nos aturda un viento claro de poniente,
una confusión
de abreviaturas y escaparates.

 

VI
Pero ¿es necesario que te ausentes para el hambre? 
No, dime que no como se dicen las canciones, t
dí no como una canción apenas retenida,
duda no para que la canción sea más lírica y
romance.
               No vamos a volver al filo estrecho de los meses,
no vamos a ser la estatua de sal,
               la mujer de Lot,
la destrucción de un renunciar,
               de un abdicar,
de una puerta maltratada.

               Y el abandono delante de las ventanas encendidas,
el abandono de un hombre-sombra borrado de la historia,
un hombre que apenas es objeto oscuro, macizo,
recortado, opaco, impenetrable
tras la luz que desbarata y obstruye
los sentidos,
la luz mortificante de ver cosas,
la luz que destruye y minimiza
el horror
de ser un ave bajo tierra.
 

VII
Es mejor, mi amor, el cuarto oscuro de los juegos
malogrados de la infancia.
dejemos los mediodías abiertos para los últimos
pobladores de la noche,
apenas Se te ve ya entre tanto rayo creador
y tanta renuncia de larvas.

Renunciar es esto.

Un temblor de temores bajando las escaleras,
cayendo hacia los portales barridos
y solitarios,
un agolpamiento de polvo, de tierra fértil y de
frutos dibujados en el movimiento súbito
de tu paso meteórico y fugaz
como Una ausencia de niños pálidos.

Tanto hueco.

Ausentarse es esto.

Así,
es mejor, mi amor, el cuarto oscuro de los juegos
aunque tu recorrido dure lo que duran las abejas.

VIII
Cómo he de decirte que vengo de beber de tus sequías,
cómo voy a contarte mi febril búsqueda de rastros 
en tu cuerpo abandonado.
Otra cosa es la lluvia y los morteros patriarcales, 
las herencias seculares de comerse una manzana, 
las costumbres y atavismos de monedas insectívoras, 
tu rostro adaptado a la geografía universal del hombre ameba. 

Pero llego y se te borran los ojos,
las crines 
de semental confuso se te vuelan 
y ya no quedan en la superficie de tu cuerpo 
estigmas de raza, edad, sexo o condena a muerte
y sólo eres ya una cosa rosa mate de pesada traslación 
e ingente abrazo. 
Eres únicamente una carne ciega y útil,
una carne abierta que maneja mis palabras,
carne viva, animal puro, sin timbre humano,
aproximándose al ser-latido, al primer peldaño de tu
génesis
violácea,
recordando el primer árbol, la primera gota,
el primer silencio.
Y entonces es cuando te amo, ciertamente.
No hay un amor suicida para cada minuto de cada catástrofe,
otra cosa es el olor que dejas en los pasillos
cuando es necesario que te vayas a la guerra,
mi amor,
a la guerra callejera del inmueble y la agonía.
Ah, el amor de nunca
retenido en los estantes suntuosos de la tradición amable,
pisado de polvo, arañado, entristecido,
apenas soleado, a una esquina de la muerte,
alguna vez te diré que no me angustia
este amor tártaro,
que solamente preciso de tu cálida carne siberiana.

De "Odisea definitiva" 1984

 

 

 

Sobre ti, sobre todo. Sobre lo que es locura...

Sobre ti, sobre todo. Sobre lo que es locura,
sobre todo en las mañanas necesarias del deseo,
en los tilos de un amor que se recupera de la desmesura
con un desayuno tardío
y el final de una historia mal mecanografiada de niños de ayer
que aún no se, no sabes, si se han muerte, si van a
comprar la libertad de su poema
o si tienen que vivir
para una madre enferma de naufragios;
la historia siempre interrumpida por la inminencia
del dolor o del placer oscuro de los cuerpos,
la historia siempre interrumpida,
la historia siempre, siempre. Al final
siempre aquella cosa del término y el cierre,
la clausura,
El final.

De "Odisea definitiva" 1984

 

 

 

Todo me da vueltas...

Todo me da vueltas.
Irlanda está lejos, como tú,
equidistantes de mi corazón
que no os ama.

En la nevera del barco, entre julias,
olvidado en el palo mayor,
mi corazón se cuenta entre los animales más lentos del bosque.

No es su turno
y está todo tan difícil
como en los vestidos de las mujeres de Belfast.
Botón por botón
me hacen aún más desgraciado
y no debo rasgarlos como si esto fuera mi pasión
y aquello mi cerebro.

De lejos,
ni Irlanda ni tú:
mi estómago no os ama. Amanece con nudos
y eso es todo.

Es rápido, pero cobarde.

De "Ballenas" 1988

 

 

 

Visión de Cibeles

Yo era una bella mujer que pasaba sin mirar
y llegué hasta aquí y debí detenerme,
dormirme,
soñar con hojas y aves.

Otras vidas fugaces como hojas o aves
giran sin detenerse.
No envidio sus viajes.
Quieta,
me quedo aquí de piedra.
¿Cuánto tiempo ha pasado desde que soy de piedra?
¿Cuántas hojas y aves han caído y volado?
Cuantas vuelven
o llegan
como tú,
que me ves como nadie me ve,
que no buscas en mis ojos respuestas
ni haces preguntas,
que pasas y miras sin querer
lo que los otros no ven,
lo que sólo aquí se ve,
los ojos blancos y abiertos de las estatuas
que han llegado caminando de tan lejos
y se paran
y escuchan al vagabundo
mientras los hombres se cruzan
y se hacen preguntas
en estas calles donde un día debí detenerme,
dormirme,
soñar con hojas y aves.
 

**


Como tú me ves nadie me ve.

Con corazón de piedra
apacigüé a la madre,
liberé a aquel muchacho de la boca del tiempo
con corazón de piedra.
Frío y duro es mi corazón
y nada hallarás en él
del mundo conocido.

Mi trabajo es sencillo:
burlo al padre devorador de sus hijos
con un niño de piedra
y en mi sombra cobijo fugitivas muchachas
y apaciguo a las madres.
Te sonrío, es mi empleo.

Pero no te miro de frente
ni me vuelvo a mirar cuando pasas
ni pregunto quién eres a las aves vecinas
ni reclamo en tus ojos
vanas complacencias.

De "De mí haré una estatua ecuestre" 1997