Alvaro Figueredo, Uruguay, poemas

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Alvaro Figueredo, Uruguay

Alvaro ¿quién es Alvaro
qué turno
qué delirio qué número qué dulce
vez qué agria vez qué un
transformándose en él
en este en otro en ambos
sí pero no y mi mundo
mi alvaridad fluyendo
de calle en calle usándome
sobre mi voz girando su hoja turbia
de grada en grada el eco
invadiendo mis hábitos mi oficio
mis trajes mi alimento
mis retratos mi caja de cerillas
* Carreño, José María: Alfred Hitchcock. Ediciones JC, Madrid, 2ª. ed. 1984.
la piedra vitalicia donde escribo
silbando refugiándose en el único
señalando mi puerta designándome
abrilísimo pobre o desposando
jóvenes de oro de jacinto asiéndolas
alvarísimamente o extraviándome
circularmente azul como un insecto
como un rollo sin nombre
blancamente
como un plato de sopa atribulado
como el roído eco
quién es Alvaro?.
de Mundo a la vez.

 


Poesía de Álvaro Figueredo.

Sí, Polícrates...

Álvaro, adiós... anillo descuajado,
echo a la mar este Álvaro y lo olvido:
de mar en mar más Álvaro perdido,
cuando en mi adiós más Álvaro ganado.

Ah, pero el viento... anillo rechazado,
vuelve a la mar el aire, arrepentido,
un Álvaro de sal que nunca he sido.

Ah, pero el viento... anillo rechazado,
echa la mar a un aire sin sentido,
un Álvaro de sal que nunca he sido,
anillo azul aunque Álvaro varado.

Álvaro, ¿quién es Álvaro?
A mi dedo sacrificado vuelvo - Álvaro todo-
la sierpe fiel con que el amor anudo.

¿Quién es el mar, Polícrates?
Me quedo sin Mariblanca... Adiós, niños del yodo.
Viuda la mar de mí, yo de ella viudo...

Narciso enlutado.

Abro el umbral del Álvaro en que moro,
junto en mi voz el Álvaro que aspiro.
Doy un Álvaro al aire, si suspiro,
y arrojo al mar un Álvaro, si lloro.

Cae del cielo un Álvaro, si imploro,
nace en mi sombra un Álvaro si expiro,
y, Álvaro solo y sin razón, me miro
si Álvaro tanto, a solas, atesoro.

De Álvaro tanto, mas que dueño, avaro,
me voy llorando al Álvaro mas duro
para olvidar al Álvaro en que muero.

Mas sin quererlo, el Álvaro mas claro
le brindo el cáliz del Álvaro que apuro,
para escuchar los Álvaros que espero.

Teoría del suicida

Dadle un teatro una tribuna un pórtico
dadle un balcón de gala
dadle su frac su cátedra amarilla
quiere morir al alba
o a la hora del té
dictando su discurso
con su chaleco blanco
dadle un bastón un arpa una azucena
un espejo una góndola
devolvedle los yo que le usurparon
yo en el tranvía yo bajo los árboles
yo danzando es decir él y la luna
su yo su yo sus guantes de gamuza
el actor va a cesar está vacío
su guardarropa nadie
le llame Juan nombradle
el bienaventurado el almirante
de sus yo porque es él
quien rema besa canta se extasía
ante el atrio del templo
quiere ocultar sus yo bajo una loza
blanca a la izquierda en el jardín lo avistan
le denuncian el yo desguarnecido
y el trepa al campanario y se despeña.

Romance a Abel Martín.

Hace mil años, un día
al pie del mar de un espejo,
me quedé muerto mirando la sinrazón de mi sueño.
Desde mi voz descendían
gaviotas de pecho negro,
y el mar estaba de pie
temeroso de mi aliento.
Se ahogaba un niño de miel
en su fulgor pasajero
y me lloraba el cristal
donde yo me estaba viendo.
Mi mar era un niño azul
vestido de terciopelo,
con dos ojos desvelados
mirando mis ojos ciegos.
Le pregunté quien vivía
del otro lado del viento,
y el mar se burló de mi,
con sus razones de espejo.
Así me encontré una vez,
con Álvaro Figueredo,
en un rincón de mi casa
un crepúsculo de invierno.
Mi sombra estaba detrás
de la pared del espejo,
y era el espejo un carruaje
llevándose un niño muerto.

Otra vez me puse a hablar
con Álvaro Figueredo.
era un miércoles amargo
y al pie del mar verdadero.
Un ancho toro de espuma
con las pezuñas de fuego,
iba quebrando el crepúsculo
donde yo me estaba viendo.
El mar estaba sin ojos
ese miércoles de enero
y se trenzaban la barba
con los olvidos del tiempo.
Yo estaba solo y miraba
al mar con ojos ajenos.
Mis ojos lloraban lentas
gaviotas de pecho negro.
De mar en mar se escuchaba
el llanto del campanero.
El mar estaba en el mar
y el mar estaba en mis sueños.
Le pregunté quién vivía
del otro lado del viento,
y el mar se burló del mar
como si fuera un espejo.
Los dos quedamos al pie
del mar que nunca sabremos:
Mi voz un poco mas fría
y el mar un poco mas negro.
El mar estaba dormido
soñando un miércoles muerto.
Pero yo estaba soñando
durmiendo un miércoles ciego.
Ya nadie sabe quien soy
y en cuanto soy, solo veo
un mar que mira sin ver
las hojas de un mar eterno.
Si yo no fuera quién soy
Pensara que era un espejo.

 

ALVARO NUPCIAL

"Junto en mi voz un Alvaro y lo alejo
-hacha de miel- a darme el dulce gajo
donde pende el poema en que trabajo
mi eternidad con dócil entrecejo.
Junto en mi voz un Alvaro y lo dejo
-guija de miel- rodar, Alvaro abajo,
hasta la flor de Amalia en que agasajo
mi eternidad con amoroso espejo.
Si más poema que Alvaro, me escojo,
si más Amalia que Alvaro, me elijo,
junto en mi voz un Alvaro y lo empujo
hasta el celeste niño en que me alojo,
y vuelvo a hablar del término del hijo
mi eternidad con inocente lujo".
-----

"Memoria de mi calle" (1956)

"Hablo tan poco
buen día
cómo llueve
qué viento
que desgracia
o cada día cada noche un perro
comiendo el digo el te diré el decía
el hasta luego
el sí perdón vecina
y a veces tanto polvo
de automóvil
tan breve poco pájaro
o amable soledad
qué tarde linda
qué plateada
buen día
equivocado porque estoy tan bueno
porque todo esta ahí
como en la mano".

----

"Narciso enlutado". 1947.
"Abro el umbral del Alvaro en que moro,
junto en mi voz el Alvaro que aspiro.
Doy un Alvaro al aire, si suspiro,
y arrojo al mar un Alvaro, si lloro.

Cae del cielo un Alvaro, si imploro,
nace en mi sombra un Alvaro si expiro,
y, Alvaro solo y sin razón, me miro
si Alvaro tanto, a solas, atesoro.

De Alvaro tanto, mas que dueño, avaro,
me voy llorando al Alvaro mas duro
para olvidar al Alvaro en que muero.

Mas sin quererlo, el Alvaro mas claro
le brindo el cáliz del Alvaro que apuro,
para escuchar los Alvaros que espero."

----

"Romance a Abel Martín"

"Hace mil años, un día
al pie del mar de un espejo,
me quedé muerto mirando la sinrazón de mi sueño.
Desde mi voz descendían
gaviotas de pecho negro,
y el mar estaba de pie
temeroso de mi aliento.
Se ahogaba un niño de miel
en su fulgor pasajero
y me lloraba el cristal
donde yo me estaba viendo.
Mi mar era un niño azul
vestido de terciopelo,
con dos ojos desvelados
mirando mis ojos ciegos.
Le pregunté quien vivía
del otro lado del viento,
y el mar se burló de mi,
con sus razones de espejo.
Así me encontré una vez,
con Alvaro Figueredo,
en un rincón de mi casa
un crepúsculo de invierno.
Mi sombra estaba detrás
de la pared del espejo,
y era el espejo un carruaje
llevándose un niño muerto.

Otra vez me puse a hablar
con Alvaro Figueredo.
era un miércoles amargo
y al pie del mar verdadero.
Un ancho toro de espuma
con las pezuñas de fuego,
iba quebrando el crepúsculo
donde yo me estaba viendo.
El mar estaba sin ojos
ese miércoles de enero
y se trenzaban la barba
con los olvidos del tiempo.
Yo estaba solo y miraba
al mar con ojos ajenos.
Mis ojos lloraban lentas
gaviotas de pecho negro.
De mar en mar se escuchaba
el llanto del campanero.
El mar estaba en el mar
y el mar estaba en mis sueños.
Le pregunté quién vivía
del otro lado del viento,
y el mar se burló del mar
como si fuera un espejo.
Los dos quedamos al pie
del mar que nunca sabremos:
Mi voz un poco mas fría
y el mar un poco mas negro.
El mar estaba dormido
soñando un miércoles muerto
Pero yo estaba soñando
durmiendo un miércoles ciego.
Ya nadie sabe quien soy
y en cuanto soy, solo veo
un mar que mira sin ver
las hojas de un mar eterno.
Si yo no fuera quién soy
Pensara que era un espejo"

A. Figueredo

 

Sobre el autor:

Álvaro Figueredo, poeta uruguayo, nació en 1907 en Pan de Azúcar, departamento de Maldonado.
Ejerció como docente, colaboró con la revista escolar El Grillo y editó además el periodico literario Mástil. Escribió libros de poesía (Desvío de la estrella, Mundo a la vez), un libro de poesía infantil (Abc Del Gallito Verde) y una infinidad de ensayos (Lo faústico en la narrativa de Francisco Espínola, María Eugenia Vaz Ferreira y la soledad, Cómo aman los poetas, Visión de Martí, "María" la novela que hizo llorar "del Cauca del Plata, y ensayos autobiográficos como Destino y desatino de un Gallito Verde, Sentido del campo en mi vida y en mi poesía, La soledad del poeta en la tierra).
Gracias a su iniciativa se llevó a cabo el primer Congreso de Escritores del interior en 1938 y cincuenta años después volvió a repetirse, esta vez en la ciudad de Álvaro.
Se casó con la poeta fernandina, Amalia Barla, con la que tuvo dos hijos.
Falleció el 19 de enero de 1966 en su casa, la que hoy es un museo y biblioteca que lleva su nombre.

Tres sonetos

Tennis

Lanzo un Álvaro al cielo y lo abandono

-pompa del ser- al giro más liviano,

mas otra vez al turno de mi mano

vuelve, volante azul que no perdono.

Álvaro en dos, llorando lo destrono

de mí y lo boto al cielo meridiano

pero otra vez -alumno de verano-

torna a caer al cuenco de mi encono.

Malabarista de Álvaros, afino

el aire azul con mi suspiro bueno

si con mi mal suspiro lo importuno,

y al aire infiel del alto desatino

me doy (Leonor, el tennis!) tan sereno

que miento al cielo un Álvaro ninguno.

Álvaro nupcial

Junto en mi voz un Álvaro y lo alejo

-hacha de miel- a darme el dulce gajo

donde pende el poema en que trabajo

mi eternidad con dócil entrecejo.

Junto en mi voz un Álvaro y lo dejo

-guija de miel- rodar, Álvaro abajo,

hasta la flor de Amalia en que agasajo

mi eternidad con amoroso espejo.

Si más poema que Álvaro, me escojo,

si más Amalia que Álvaro, me elijo,

junto en mi voz un Álvaro y lo empujo

hasta el celeste niño en que me alojo,

y vuelvo a hablar del término del hijo

mi eternidad con inocente lujo.

Vergüenza de morir

A cara o cruz me moriré sin ganas

ni vocación para atizar mi duelo,

con mi gallitoverde en el pañuelo,

y el callejón al sur de Cantarrana.

Quiéralo o no, al trasluz de la mañana,

con mi corbata verdepinta al vuelo,

me moriré sin cátedra en el cielo

donde dictar el son de la campana.

Algún amigo, algunos, y el vecino

empujarán mi sombra hacia el collado

último, mío, hacia mi propia brizna.

Y yo, sin ver el miércoles ni el pino,

ocultaré mi muerte, avergonzado,

bajo un disfraz de césped y llovizna.

Ombú