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SAUL BRICEÑO FERNANDEZ desde VENEZUELA

EL ABUELO DEL CONUCO

El abuelo acostumbraba a sentarse por las tardes al lado del fogón, para tomar su desayuno y un café, cuyo aroma cataba en un pocillo de peltre. Su casa era rústica y sus paredes secas sobre tierra mojada, apisonadas sobre bahareque. Por las hendijas de la puerta mete la mañana sus luces pálidas.

En su jardín abundan las terrazas de terrín y arenilla que construían las hormigas para anunciar la llegada de las lluvias de marzo y abril. Se podía apreciar como el rocío empapaba gotas sobre el musgo convertido en epidermis rocosa. Se percibía un vaho agradable, que inundaba el ambiente de la cocina, el olor a eucalipto, café, arepa, panela, pan, convertía todo en un éxtasis de aroma y afecto muy propio de la vida campesina.

Allí estaba el viejo Pompilio -como de costumbre- poseído por delirios propios de su edad. No puedo entender -decía el abuelo- ahora el campesino cambió por una moto, su mula, yegua, caballo, burro. ¡Ah claro! llegó la tecnología sembrando el facilismo con una máquina que se mueve sólo con una botellita de gasolina.

Y les voy a decir -remató el abuelo- lo que viene es hambre pareja, peor que la que trajo la langosta! Ya en su declive físico sentía tristeza, en su conuco ya no se sembraba ni para llevar el sustento a su casa. Sus hijos Parmenio y Amenodoro no querían saber nada de siembra, siempre se les oía decir "El trabajo es para los burros", lo cierto es que se estaban muriendo de hambre.

Al frente de su conuco había unos campesinos prósperos que bajaban al pueblo a vender su cosecha, regresaban alegres con mercancías para su consumo familiar. Parmenio y Amenodoro siempre protestaban las cotidianas cantaletas bíblicas que el abuelo acostumbraba a vociferar en la estancia del fogón; pero un día apresurados por el hambre, oyeron que el viejo Pompilio, entonaba un aparte del Génesis que decía ¡Ah! os doy cuantas hierbas de semilla hay sobre la haz de la tierra toda, y cuantos árboles producen frutos de simiente, para que todos os sirvan de alimento.

Terminada la acostumbrada homilía del fogón, uno de sus hijos le dice ¡ tenemos que vender el conuco para poder comer! La sabiduría del abuelo no se dejó esperar:?El conuco no es el origen del hambre y la pobreza de ustedes, y los emplazó ¡Podrían ustedes venderse o hacerse esclavos a cambio de una comida?

Luego dirigiéndose a Amenodoro - le dice- Dios dota al hombre de voluntad e inteligencia , ustedes no quieren sembrar, nada recogerán! salgan y bajen al pueblo a vender piedras; así lo hicieron una y tres veces más. Los acusaban de locos.

Se venden piedras, se venden piedras -gritaban calle por calle-. Regresaron decepcionados y tiraron 2 sacos de piedras a los pies del abuelo -como signo de protesta- éste con la prudencia del sabio tomó una piedra del tamaño de su mano y le ripostó! ¡ Ustedes no vendieron estas piedras porque no tienen vida, están amorfas! vamos a darle vida, tomaron un cincel y un martillo y transformaron las piedras en verdaderas esculturas y obra de arte, fundaron un taller artesanal y fueron prósperos. Los tres siempre recuerdan aquel estribillo de una canción campesina de los serranitos que dice:

¡ Muchos hay en este mundo

quieren recoger sin sembrar

el que no siembra no cogeras,

lo dice el refrán.

FIN






Videocuento "Los tres cerditos", con dibujos originales de Pedro Vidal




 

 

 

 

 

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