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UNOS MONOS PARA RECORDAR EN TRUJILLO

Enviado por: Saul Briceño Fernández, de Venezuela, Trujillo

Hay historias que se viven y nadie las quiere contar; yo que no era cazador, me enrolé en las filas de un grupo de cazadores veteranos y expertos, entre los que recuerdo a Orlando Linares, el viejito "Tomoche" y Rómer Briceño, de este último se decía que le quitó la cría a una tigra parida, trío al que admirábamos porque cada uno tenía en sus casas un museo de mascotas momificadas: babillas, caimanes, monos cunaguaro, macacos, venados, guaches, rabipelados, culebras, lochitas, gatos de monte, loros e infinidad de especies, cuyos nombres se desconocían por su carácter exótico.

Un viernes Santo después de haber pasado una semana en plena selva del parque "El Guaramacal" del municipio Boconó, nos propusimos regresar, por cuanto no tuvimos la suerte esperada, éramos nueve cazadores; caminábamos selva abajo por debajo de inmensos e imponentes árboles y de pronto sentimos la presencia de varias bandas de monos entre araguatos y macacos cuyo aullido se escuchaba a 50 kilómetros.

Recuerdo que eran más de 50 monos que se movían entre los ramales en actitud amenazante, como insinuando que desocupáramos su hábitat así lo entendimos y apuramos el paso, pero un compañero para no regresar en blanco o para ahuyentar a los monos, cargó su escopeta y disparó dando en el blanco a un monito bebé que andaba a la diestra de su mona mamá.

Esto provocó la ira de toda la manada de monos y de otras que se agregaron por el instinto de supervivencia, corrimos por más de dos kilómetros, hasta llegar al sitio donde habíamos dejado aparcados los vehículos de regreso ( camión 350, camioneta Toyota y un viejo volkwagen modelo escarabajo); apenas pudimos entrar y cerrar los vidrios para protegernos de los monos enardecidos que en pocos minutos cubrían los capots de nuestros vehículos, todo era miedo, dolor y confusión, se nos vino el mundo abajo, no era para menos, la presencia de una madre mona que lloraba ante nuestros ojos con el monito bebé que yacía moribundo y ensangrentado entre sus brazos. Al mismo tiempo, infinidad de monos aullando golpeaban los parabrisas.

Se les observaba nerviosos y llorosos; la mona acurrucaba en su pecho su cría fallecida. Aquella escena nos dejó mudos y sin aliento, todo era dantesco.

Hoy, todavía esta en nuestros recuerdos aquella triste historia que nos dejó marcados como algo que no debió suceder. Por eso les dije "hay historias y relatos que no debieron suceder y que nadie las quier contar".


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