Cuento, Requiem


 



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Réquiem



Sin siquiera hacer la señal de la cruz caminó hacia el altar, la luminosidad de los vitrales le quemaban la cara y la alegoría de las imágenes se convertían en su propia pasión. Aturdido por los recuerdos desencajados de ésa noche, buscaba en el templo la redención de sus males. 


Su boca, pastosa, expulsaba un aliento pesado y los ácidos internos le subían por la garganta con los fermentos de la última cena.


Dudó en seguir con el sacrilegio de un alma impura que importuna en los dominios del señor; solo dudó.


Mientras avanzaba miró a los lados para apoyarse en las bancas atestadas de fieles; sentía como una inquisición de miradas le quitaba las fuerzas aflojándole las piernas. Un sudor frío le brotaba por la frente y la espalda. Debilitado, con un atisbo de conciencia llegó a la penúltima banca antes del altar donde podría aliviarse. 
Sin seguir la ceremonia, se arrodilló con el gesto de elevar una plegaria. El réquiem del coro alzaba sus voces angelicales, él, pedía calmar su martirio.


Lidió con la situación tortuosa que agobia a los infieles, llevó el suplicio como cristo con su cruz hasta el último aliento, cuando un nauseabundo mareo lo sorprendió en el saludo de la paz. El feligrés que estaba a su lado intentó besarlo como parte del ritual, pero Miguel, con su piel pálida, como un alma poseída, le devolvió un pestilente líquido púrpura sobre la pulcra humanidad.

Landriel




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