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SAUL BRICEÑO FERNANDEZ desde Venezuela

CUENTOS DE INMIGRANTES

Se sabe dónde se nace pero no dónde se muere, esa frase es como un rio que navega en nuestra mente, en nuestros recuerdos a la hora del asomo de esas brisas o vientecitos, que ululan desde recónditos mares hacia nuestras costas, puertos y aeropuertos; vienen como abriendo ventanitas; llegaban como semillitas humanas, echando raíces físicas y espirituales, agrandando ese mestizaje que llegó a complementar nuestra identidad como pueblo, a través de sus usos y costumbres.

No está de más, recordar a Vicente Gerbasi en su obra Mi padre el Inmigrante, poema dedicado a su padre Juan Bautista, nacido en una aldea vinatera de Italia, a orillas del mar Tirreno, y murió en Canoabo, pueblo del estado Carabobo, obra que esboza la nostalgia del terruño quedo:

Venimos de la noche y hacia la noche vamos

atrás quedan las tumbas al pie de los cipreses

atrás quedan las glorias que apagan ráfagas seculares.

En la década de los sesenta, tuvimos la dicha de conocer las colonias de italianos, españoles, portugueses y sirios, que recibieron abrigo en nuestra Venezuela, siempre solidaria y acogedora. Recuerdo, que los primeros hoteles y restaurantes fueron obra de su ingenio. Siempre nos interesaba conocer de sus historias, costumbres, cultura; en ese afán conocimos al sirio Manuel; nos contó una historia sobre las contradicciones entre el poder, la vanidad y los delirios de grandeza del ser humano. Comenzó a contar la historia de un niño llamado Ransem, era un muchacho de 14 años, hijo huérfano de unos padres beduinos nómadas, que habitaron en los desiertos de Arabia.

Un día se escapó de su tribu y luego de merodear un oasis de un rico pastor, para saciar su sed y hambruna, continuó su peligrosa aventura por el desierto, orientándose por la postura de los astros y de la luna; tenía que apresurar sus pasos porque presentía que lo buscaban para castigarlo.

Así anduvo errante noche tras noche, sin rumbo, hasta que vio aparecer un anciano vendedor de dromedarios, éstos se caracterizaban por tener una sola joroba, a diferencia de los típicos camellos; el anciano era de aspecto flaco, algo quijotesco, de piel curtida por el sol del desierto, era de carácter recio pero noble. Para Ransem este encuentro le volvió el espíritu, olvidándose de su condición de prófugo; captó en el decano un afecto paternal; dijo llamarse Asef, de origen jordano; acamparon por tres lunas, compartieron leche y miel con medruscos de pan.

En tres dias y tres noches le contó historias sobre reyes, origen del mundo, el origen de ricos y pobres, la avaricia, el egoísmo y el don del poder. Ransem sentía deleite al oír al pastor y se atrevió a preguntar: "Qué se necesita para ser rey". Se necesitan muchas cosas, contestó el abuelo pero a tu edad no vas a entender, pero pon oído a esta pequeña historia sobre un rey que invadió un feudo, convirtiendo a sus habitantes en esclavos, convirtiéndose en un cruel vendedor de esclavos, implantó la pena de muerte, llegó a tener trece harenes, un palacio imperial construido en marfil y mármol blanco, acumuló una inmensa riqueza en oro y diamantes, no le faltaba nada, creía tenerlo todo.
En sus ansias de poder invade feudos cercanos a su reinado, en uno de ellos hace prisionero a un rey y lo condena a la horca, no sin antes despojarlo de un misterioso anillo, cuyo orfebre fue asesinado para asegurar su secreto. El anillo tuvo en manos de muchos reyes, pero ninguno pudo desvelar el enigma perdido desde los ancestros. Todos murieron de manera trágica. El cruel rey se hizo famoso en todos los confines de Africa, pero como dice el sabio todo tiene un principio y un fin.

Un día por la mañana, su jefe de la guardia pretoriana ve venir un ejército invasor, bien armado, que quintuplica a sus soldados; en la refriega su ejército es aniquilado, las fuerzas vienen por el rey y algo más. Un esclavo negro, el más leal del palacio saca al rey por una catacumba y lo conduce entre montaña y montaña. El rey fugitivo lleva la corona, el anillo y una túnica de seda y algodón, con hilillos de oro, que pronto el sol y la lluvia lo convierten en un auténtico harapo; se ve vencido, humillado; víctima de todo tipo de pesadillas, ya casi extenuado exclama ¡Qué ironía! Yo que fui rey, que tuve el deleite de todos los placeres de la vida, ahora deambulo como un pordiosero.

Su esclavo en un gesto de piedad le dice: Usted es mi rey y yo su esclavo, antes éramos esclavos, usted del poder y yo de su imperio; ahora somos libres. El esclavo logra sacar al rey por el mar, constatando una embarcación cuyo dueño recibe como pago el anillo; cada vez el rey se siente menos rey y en las vísperas de su muerte se le oyó esta máxima: El poder dura poco menos que el reflejo de un lucero y la vida es un tejido de ilusiones.

El viejo terminó su cuento y se despidió del muchacho diciéndole: Luego de tres lunas me esperas de regreso y te mostraré una alfombra y un tapete que hallé en mi infancia y donde aparece en jeroglíficos la clave para desentrañar el enigma del misterioso anillo que abre todas las puertas de la sabiduría.

Ransem recuperó el anillo y fue rey hasta su muerte a los 90 años.






 

 




Videocuento "Los tres cerditos", con dibujos originales de Pedro Vidal




 

 

 

 

 

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