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Cuentos populares rusos - Aleksander N. Afanasiev

La zorra, la liebre y el gallo

Éranse una liebre y una zorra. La zorra vivía en una cabaña de hielo y la liebre en una choza de líber. Llegó la primavera, y los rayos del Sol derritieron la cabaña de la zorra, mientras que la de la liebre permaneció intacta. La astuta zorra pidió albergue a la liebre, y una vez que le fue concedido echó a ésta de su casa.

La pobre liebre se puso a caminar por el campo llorando con desconsuelo, y tropezó con unos perros.

— ¡Guau, guau! ¿Por qué lloras, Liebrecita? — Le preguntaron los Perros.

La Liebre les contestó:

— ¡Dejadme en paz, Perritos! ¿Cómo queréis que no llore? Tenía yo una choza de líber y la Zorra una de hielo; la suya se derritió, me pidió albergue y luego me echó de mi propia casa. — No llores, Liebrecita — le dijeron los Perros—; nosotros la echaremos de tu casa.

— ¡Oh, no! Eso no es posible.

— ¿Cómo que no? ¡Ahora verás!

Se acercaron a la choza y los Perros dijeron:

— ¡Guau, guau! Sal, Zorra, de esa casa. ¡Anda!

Pero la Zorra les contestó, calentándose al lado de la estufa:

— ¡Si no os marcháis en seguida, saltaré sobre vosotros y os despedazaré en un instante!

Los Perros se asustaron y echaron a correr. La pobre Liebre se quedó sola, se puso a andar llorando desconsoladamente, y se encontró con un Oso.

— ¿Por qué lloras, Liebrecita? — Le preguntó el Oso.

— ¡Déjame en paz, Oso! — Le contestó—. ¿Cómo quieres que no llore?

Tenía yo una choza de líber y la Zorra una cabaña de hielo; al derretirse la suya, me pidió albergue y luego me echó de mi propia casa.

— No llores, Liebrecita — le contestó el Oso—; yo echaré a la Zorra.

— ¡Oh, no! No podrás echarla. Los Perros intentaron hacerlo y no pudieron; tampoco lo lograrás tú.

Se encaminaron hacia la choza y el Oso dijo:

— ¡Sal, Zorra, de la casa! ¡Anda!

Pero la Zorra contestó tranquilamente:

— ¡Espera un ratito, que saldré de casa y te despedazaré en un instante!

El Oso se asustó y se marchó. Otra vez se puso a caminar la Liebre llorando, y encontró a un Toro, que le dijo:

— ¿Por qué lloras, Liebrecita?

— ¡Oh, déjame en paz, Toro! ¿Cómo quieres que no llore? Tenía yo una choza de líber y la Zorra una de hielo; después de derretirse la suya, me pidió albergue y luego me echó a mí de mi propia casa.

¡Por qué poco lloras! Vamos allá, que yo la echaré de tu casa. — ¡Oh, no, Toro! No podrás echarla. Los Perros quisieron echarla y no pudieron; luego el Oso intentó hacerlo y no pudo; tampoco tú lo conseguirás.

— ¡Ya verás!

Se acercaron a la choza y el Toro gritó:

— ¡Sal de casa, Zorra!

Pero ésta le contestó, sentada al lado de la estufa:

— ¡Aguarda un poquito, que saldré de casa y te despedazaré en un abrir y cerrar de ojos!

El Toro, a pesar de su valentía, tuvo miedo y se marchó. Otra vez quedóse sola la pobre Liebre y se puso a caminar vertiendo amargas lágrimas, cuando tropezó con un Gallo que llevaba consigo una guadaña.

— ¡Quiquiriquí! ¿Por qué lloras, Liebrecita?

— ¡Déjame en paz, Gallo! ¿Cómo quieres que no llore? Tenía yo una choza de líber y la Zorra una de hielo; después de derretirse la suya, me pidió albergue y luego me echó a mí de mi propia casa.

— ¡Vámonos, que yo la echaré de allí!

— No, Gallo, no podrás echarla. Los Perros quisieron echarla y no pudieron; el Oso quiso hacerlo y no pudo; al fin el Toro lo intentó, pero sin resultado; tampoco tú podrás hacerlo.

— Ya verás como sí. ¡Vamos!

Se acercaron a la choza y el Gallo cantó:

— ¡Quiquiriquí! ¡Llevo conmigo una guadaña y quiero despedazar a la Zorra! ¡Sal en seguida de casa! ¡Anda!

La Zorra oyó el canto y se asustó.

— Aguarda un ratito — dijo—; estoy vistiéndome.

El Gallo cantó por segunda vez.

— ¡Quiquiriquí! ¡Llevo conmigo una guadaña y quiero despedazar a la Zorra! ¡Sal de la casa! ¡Anda!

La Zorra, asustándose aún más, le contestó:

— Estoy ya poniéndome el abrigo.

El Gallo cantó por tercera vez:

— ¡Quiquiriquí! ¡Llevo conmigo una guadaña y quiero despedazar a la Zorra! ¡Sal de la casa! ¡Anda!

La Zorra tuvo un miedo tan grande que salió de la casa, y entonces el Gallo la mató con la guadaña. Luego se quedó a vivir con la Liebre en su choza y ambos pasaron la vida en paz y concordia.

Fin







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