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La hermana y sus siete hermanos

Cuento


La hermana y sus siete hermanos

 

Érase una vez un hombre y una mujer muy pobres, que estaban muy agobiados por sus hijos. Tenían siete niños. Cuando ellos hubieron crecido un poco le dijeron a su madre que sería mejor que se fueran por su propio camino, que así se llevarían mejor. La madre les dejó irse con gran pesar. Después de su marcha ella dio a luz a una niña, y cuando esta creció un poco se fue un día con el vecino para entretenerse, y mientras jugaban a algún juego infantil el vecino le dijo:

—Tú serás una buena chica, como tus hermanos lo fueron.

La niña volvió a casa y le dijo a su madre:

—Madre, ¿acaso tengo hermanos?

Ella le contestó que sí.

—¿Y dónde están?

—Se fueron a algún lado.

Entonces la hija le dijo:

—Debo ir con ellos, entonces. Dame un poco de lino, suficiente para hacer siete camisas.

Y partió al instante. La madre se lamentó mucho por esto, teniendo ya siete hijos lejos de casa, y ahora la única hija que había tenido deseaba irse. Así que la dejó marchar.

Esta joven chica se fue muy, muy, muy lejos. Preguntó en un pueblo si alguien sabía dónde se encontraban los siete hermanos que trabajaban juntos. La gente le contestó que «no».

Entonces se fue hacia una montaña, y también preguntó allí, y le dijeron en qué casa vivían. Fue allí, y vio que todas las tareas el hogar estaban sin hacer, y que no había nadie en casa. Ella hizo las camas y lo limpió y ordenó todo. Luego preparó la cena y se escondió en el agujero del polvo.

Sus hermanos llegaron a casa, y se quedaron impresionados cuando vieron todas las tareas de la casa hechas y la cena preparada. Comenzaron a mirar si es que había alguien en la casa, pero nunca pensaron en mirar en el agujero del polvo, y se marcharon otra vez a trabajar. Antes de la noche esta joven había realizado el resto de las tareas, y tenía de nuevo la cena lista para la llegada de sus hermanos, y se escondió de nuevo en el agujero. Sus hermanos, de nuevo asombrados, volvieron a mirar por la casa, pero no encontraron nada.

Se fueron a la cama, y la joven comenzó a coser una camisa. Se la dio al hermano mayor, y de esta misma manera tejió una camisa cada noche, y fue dándoselas una por una a sus hermanos. Ellos no podían entender cómo estaba pasando aquello. Siempre decían que se tenían que quedar despiertos para descubrirlo, pero se dormían tan rápido como tocaban la cama.

Cuando llegó el turno del hermano más joven él les dijo:

—Definitivamente no me quedaré dormido.

Después de meterse en la cama la joven fue y le dijo, creyendo que dormía:

—Tu turno al fin ha llegado, mi querido hermano.

Y comenzó a ponerle la camisa en la cama, cuando el hermano le contestó:

—¿Eres entonces mi hermana?

Y la besó. Ella le contó cómo había oído que tenía hermanos, y cómo había deseado ir a ayudarles. Los otros se despertaron y regocijaron, entendiendo que era su hermana la que había hecho todo el trabajo.

Los hermanos le prohibieron volver jamás con el vecino, no importara lo que ocurriera. Pero un día, sin pensar en ello, cuando ella se encontraba retrasada en sus tareas, fue corriendo a la casa a pedir algo de fuego, para poder tener la cena preparada a tiempo. Fue muy bien recibida; la mujer le ofreció darle todo lo que quiso, pero le contestó diciendo que con algo de fuego le bastaba.

Aquella mujer era una bruja, y le dio un ramo de hierbas, diciéndole que las pusiera dentro del pedilubio, ya que aliviaban mucho la fatiga. Cada noche los siete hermanos se lavaban los pies a la vez en la misma gran caldera. Ella puso allí las hierbas, y tan pronto como ellos sumergieron los pies se convirtieron en seis vacas, y el séptimo en una vaca bretona.

La pobre chica se encontraba en el mayor problema que se podía esperar. Las pobres vacas solían besar a su hermana, pero la joven prefería con diferencia la que era bretona. Cada día las miraba en el campo y se quedaba a vigilarlas.

Un día el hijo de un rey pasaba por allí cerca y se quedó prendado de la belleza de la joven. Le habló, y le dijo que deseaba casarse con ella. La joven le explicó que era muy pobre y que no podría ser.

—Sí, sí, sí —insistió el rey—. Eso no hace ninguna diferencia.

La joven puso entonces la condición de que si se casaba con él, jamás se debería matar a ninguna de esas siete vacas, en especial a la más pequeña, la bretona. El rey se lo prometió y se casaron.

La princesa se llevó esas siete vacas a casa con ella, y siempre fueron bien tratadas. La princesa se quedó embarazada, y dio a luz mientras el rey estaba ausente. La bruja llegó, y se la llevó de la cama, y la arrojó por un precipicio que se encontraba en las tierras del rey, y luego se metió ella misma en la cama de la princesa.

Cuando el rey volvió la encontró muy cambiada, y le dijo que no la reconocía. La princesa le dijo que los dolores la habían dado ese aspecto, y para curarse más rápidamente, le dijo que debía matar a la vaca bretona.

 El rey le dijo entonces:

 —¿Qué? ¿Acaso no me hiciste prometer que nunca jamás debería matarla? ¿Cómo es que me pides eso ahora?

 La bruja la consideraba su mayor enemiga; y, como ella no le dejaba en paz, él mandó a un sirviente a buscar las vacas. Las encontró todas en el precipicio; estaban mugiendo, y trató de dirigirlas a la casa, pero no se fueron a ninguna parte. Entonces oyó una voz que decía:

 —No es por mí por lo que me aflijo tanto, sino por mi hijo, y por mi marido, y por mis amadas vacas. ¿Quién cuidará de ellos?

El muchacho no tuvo éxito con las vacas, así que fue a contarle al rey lo que estaba sucediendo. El mismo rey fue al precipicio y oyó la voz. Rápidamente arrojó una larga cuerda y, cuando creyó que ella había tenido tiempo para cogerla, tiró de ella y vio que la princesa estaba allí. Todos fueron testigos de la gran alegría del rey. Ella le relató todo lo que había pasado y lo que le había hecho la bruja, tanto antes como entonces.

El rey fue a la cama de la bruja y le dijo:

—Ahora sé que eres una villana; y, si no conviertes inmediatamente a esas vacas, tal y como eran antes, en chicos, te arrojaré al horno de hierro.

La bruja hizo lo que le ordenó, y, sin ser eso suficiente, el rey la quemó en un horno al rojo, y arrojó sus cenizas al aire.

El rey vivió feliz con su mujer, y los siete hermanos de ella se casaron con damas de la corte, y mandaron a buscar a su madre, y así todos vivieron felices juntos.

fin

Texto original en The Sister and Her Seven Brothers 






Cuentos Hermanos Grimm



OT 2017 TVElogo rtve. OT 2017

Biografía
Los hermanos Grimm, Jacob Grimm (1785-1863) y su hermano Wilhelm (1786-1859) nacieron en Hanau, Hesse (Alemania). A los 20 años de edad, Jacob trabajaba como bibliotecario y Wilhelm como secretario de la biblioteca. Ambos catedráticos de filología alemana, ya antes de llegar a los 30 años habían logrado sobresalir gracias a sus publicaciones y cuentos.
Conocidos sobre todo por sus colecciones de canciones y cuentos populares, así como por los trabajos de Jacob en la historia de la lingüística y de la filología alemanas, eran los dos hermanos mayores de un total de seis, hijos de un abogado y pastor de la Iglesia Calvinista.
Siguiendo los pasos de su padre, estudiaron derecho en la Universidad de Marburgo (1802-1806), donde iniciaron una intensa relación con C. Brentano, quien les introdujo en la poesía popular, y con F. K. von Savigny, el cual los inició en un método de investigación de textos que supuso la base de sus trabajos posteriores. Se adhirieron además a las ideas sobre poesía popular del filósofo J.G. Herder.
Entre 1812 y 1822, los hermanos Grimm publicaron los Cuentos infantiles y del hogar, una colección de cuentos recogidos de diferentes tradiciones, a menudo conocida como Los cuentos de hadas de los hermanos Grimm. El gran mérito de Wilhelm Grimm fue el de mantener en esta publicación el carácter original de los relatos. Siguió luego otra colección de leyendas históricas germanas, Leyendas alemanas (1816-1818). Jacob Grimm, por su parte, volvió al estudio de la filología con un trabajo sobre gramática, La gramática alemana (1819-1837), que ha ejercido gran influencia en los estudios contemporáneos de lingüística.
Fueron profesores universitarios en Kassel y Göttingen. Siendo profesores de la Universidad de dicho lugar, los despidieron en 1837 por protestar contra el rey Ernesto Augusto I de Hannover. Al año siguiente fueron invitados por Federico Guillermo IV de Prusia a Berlín, donde ejercieron como profesores en la Universidad Humboldt y como miembros de la Real Academia de las Ciencias.

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