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La bella y la bestia, versión de Jeanne-Marie LePrince de Beaumont.

Escritora francesa que vivió entre los años 1711 y 1780

 

-Érase una vez un mercader muy rico que tenía seis hijos, tres varones y tres mujeres; y como era un hombre de muchos bienes y de vasta cultura, no reparaba en gastos para educarlos y los rodeó de toda suerte de maestros. Las tres hijas eran muy hermosas; pero la más joven despertaba tanta admiración, que de pequeña todos la apodaban “la bella niña”, de modo que por fin se le quedó este nombre para envidia de sus hermanas.

No solo era la menor mucho más bonita que las otras, sino también más bondadosa. Las dos hermanas mayores ostentaban con desprecio sus riquezas antes quienes tenían menos que ellas; se hacían las grandes damas y se negaban a que las visitasen las hijas de los demás mercaderes: únicamente las personas de mucho rango eran dignas de hacerles compañía. Se lo pasaban en todos los bailes, reuniones, comedias y paseos, y despreciaban a la menor porque empleaba gran parte de su tiempo en la lectura de buenos libros.

Las tres jóvenes, agraciadas y poseedoras de muchas riquezas, eran solicitadas en matrimonio por muchos mercaderes de la región, pero las dos mayores los despreciaban y rechazaban diciendo que sólo se casarían con un noble: por lo menos un duque o conde

Bella —pues así era como la conocían y llamaban todos a la menor— agradecía muy cortésmente el interés de cuantos querían tomarla por esposa, y los atendía con suma amabilidad y delicadeza; pero les alegaba que aún era muy joven y que deseaba pasar algunos años más en compañía de su padre.

Un fatídico día él perdió todos sus bienes, y no le quedó más que una pequeña casa de campo a buena distancia de la ciudad. Lleno de tristeza no les quedó otro remedio que mudarse todos allí para trabajar como campesinos. Las dos hermanas mayores quisieron quedarse en la ciudad por sus enamorados, pero éstos perdieron el interés al ver que se habían vuelto pobres, y debido a su soberbia nadie había llegado a simpatizar con ellas. Con Bella no pasó lo mismo, pues sobraban caballeros que querían casarse con ella, pero se mantuvo firme en su primera decisión de no abandonar a su padre, y aún menos en esas condiciones de miseria.

Así pues se asentaron en esa casita y mientras los tres hermanos y el padre labraban la tierra, Bella se ocupaba de las tareas del hogar, ya que sus dos hermanas mayores se negaban a mancharse las manos de tierra y polvo. Pasó así un año de soledad para la familia hasta que un buen día le llegó al mercader la noticia de que un barco había llegado a puerto con mercancía para él. Las dos hijas mayores ya se vieron ricas de nuevo y pidieron joyas y caros vestidos a su padre como regalo. Bella se mantuvo callada, y cuando su padre fue a preguntarle qué regalo quería, ella se limitó a responder:

—Ya que tienes la bondad de preguntar qué me gustaría tener, tráeme una rosa, padre, que aquí no crecen.

El mercader partió a la ciudad, pero tras muchas ventas se encontró, debido a las deudas, tan pobre como antes, y tuvo que volver a casa sin nada, triste y abatido. Cometió el error de tomar un atajo por un bosque para acortar las treinta millas que lo distanciaban de su casa, y se perdió entre la espesura. Al llegar una violenta tormenta el viento lo tiró del caballo, y se vio de pronto solo en la negrura. Creyó que moriría de hambre y frío aquella misma noche, pero sus ojos encontraron un foco de luces provenientes de un lujoso palacio oculto tras la maleza.

Se encaminó hacia allá para pedir refugio tan solo por una noche. Una vez llegado a la puerta se la encontró abierta, y se atrevió a entrar. Llegó a un lujoso salón donde la cena estaba servida. Como no encontró a nadie y estaba hambriento se aventuró a cenar. Tras cenar esperó a que llegase alguien para pedir explicaciones, pero siguió estando solo, por lo que se levantó de la silla y recorrió los aposentos en busca de alguien. En uno de ellos halló una cama hecha, y no pudo evitar caer rendido en ella, pensando que ya daría explicaciones por la mañana.

Sin embargo, a la mañana siguiente, siguió estando solo, pero encontró sobre su cama un traje a medida listo para él. Volvió al salón de la noche anterior y halló su desayuno caliente. Tras comer decidió que era hora de volver a casa, pero pasando por el jardín de aquel palacio vio que estaba todo lleno de rosales que sobrevivían misteriosamente al frío, y se acordó de su hija Bella. Aún podía cumplir la promesa de regalarle una rosa, así que se acercó a una de las flores y la cortó.

Pero de repente, al darse la vuelta, halló una enorme bestia que bufaba y lo miraba con odio y desprecio. El mercader se vio muerto en ese instante de puro terror.

—¡Ah, ingrato! —bramó la Bestia—; ¡Te doy cobijo y refugio, comida y lecho, velando por tu vida en una noche de tormenta, y me lo pagas arrebatándome una de mis preciadas rosas! ¡Pagarás esta falta con tu muerte!

El mercader se arrodilló ante la criatura y suplicó:

—Oh, Monseñor, disculpad mi osadía. La rosa es para una de mis hijas, que me la había pedido.

—Yo no me llamo “Monseñor”, sino Bestia —le corrigió el animal—. Pero estoy dispuesto a perdonar tu ofensa si partes en busca de tu hija para que muera en tu lugar. Si al cabo de tres meses ellas rehúsan morir por ti, vuelve para pagar tu delito. Ahora vuelve a la habitación donde dormiste y recoge el cofre lleno de oro. Un coche te dirigirá a tu casa.

El mercader, que no estaba dispuesto a sacrificar a una de sus hijas, obedeció a Bestia y decidió ir, aunque fuese, a despedirse de su familia. Una vez en casa lo recibieron con abrazos y besos. El mercader le dio a su hija la rosa que le había cortado diciéndole que la disfrutase, pues ese regalo le había costado la vida, y les contó la historia que le acababa de ocurrir. Las hermanas mayores blasfemaron contra la mala voluntad de Bella y ella, dolida por el cruel destino de su padre, decidió ir a pagar su deuda, ya que había sido culpa de ella en el fondo.

No hubo manera de convencerla de lo contrario, así que la dejaron ir. Al día siguiente todos los enamorados de la joven le suplicaron casarse para así no tener que partir, y hasta su padre se lo pidió, pero aun así no pudieron cambiar su decisión. En su despedida todos lloraron, pero sus hermanas tuvieron que hacerlo con ayuda de unas cebollas, ya que en el fondo se alegraban de su partida.

El mercader acompañó a su hija al palacio de Bestia, y una vez allí él los recibió y les permitió pasar allí la noche, pero el mercader debía marcharse a la mañana siguiente y no volver jamás. Tras tomar la cena se retiraron a dormir, y a la mañana siguiente se separaron padre e hija entre grandes sollozos.

Una vez marchado el mercader, Bella se puso a andar por el palacio hasta que encontró un dormitorio con un cartel dorado en la puerta donde aparecía escrito Aposentos de Bella. La abrió y se maravilló al ver una hermosísima habitación provista de biblioteca y clavicordio, lo que necesitaba para una vida placentera. Bella, pese a la grandiosidad de su habitación, se sintió triste por el destino que la aguardaba. Curiosa se puso a ojear los libros de la biblioteca hasta que encontró uno titulado Disponga, ordene. Aquí es usted reina y señora.

—Pero lo que yo realmente deseo es ver a mi padre —suspiró la joven.

Y para su sorpresa apareció ante ella un magnífico espejo donde se veía reflejado en vez de su rostro, su casa y su familia. Vio la llegada de su padre con la feliz acogida de sus hermanos. Luego vio la imagen de su padre en la cama, roto de dolor. Entonces Bella comenzó a pensar que Bestia era muy complaciente y que nada debía temer por su parte.

A mediodía bajó a comer y se encontró con la mesa puesta para ella. Escuchó al tiempo un concierto, pero no pudo ver músico alguno. Mientras comenzaba a comer se acercó Bestia, a lo que ella se asustó.

—¿Me permite que la vea comer, Bella? —preguntó Bestia.

—Usted es el dueño de la casa —respondió ella.

—No, aquí no hay otra dueña sino usted —la corrigió—. Pero dígame, ¿no me encuentra usted feo?

—Así es, pero tiene buen corazón.

—No soy más que una bestia.

—Pero hay hombres más bestiales que usted, y sin embargo es bueno.

—Entonces, ¿querría usted casarse conmigo?

Ella, ante el asombro, sólo pudo articular una palabra:

—No.

Y a su respuesta, Bestia no pudo hacer otra cosa que levantarse de la mesa y despedirse. Bella suspiró, una vez sola, pensando que siendo tan bueno, era una apena que fuese tan feo.

Así pasaron tres apacibles meses en los que durante el día Bestia entretenía a la joven y la observaba comer. Entre conversación y conversación ella se dio cuenta de todas las bondades de la criatura hasta el momento de llegar a verlo como un ser hermoso. Sin embargo, todas las noches se repetía la misma conversación en la que Bestia le pedía matrimonio y Bella contestaba un seco «no».

Un día, debido a la tristeza que le producía a Bella rechazarlo cada noche, ella le dijo:

—Me das mucha pena, Bestia. Siendo tú tan bueno, que tengas que oír mi rechazo cada noche, es muy triste. ¿No podrías conformarte con que fuese tu amiga?

—Me resultará difícil, pues yo te amo; pero espero entonces que, siendo yo tu amibo, no me abandones nunca. Me siento feliz contigo.

Bella enrojeció ante sus palabras, pero recordó la imagen de su padre enfermo en su cama y se entristeció.

—Yo nunca te abandonaría —comenzó a decir—, si no fuera porque muero de ganas de volver a ver a mi familia, y a mi padre enfermo.

—Entonces te enviaré a casa de tu padre, y mientras tanto moriré yo de pena.

—¡Oh, no! —se levantó ella de la mesa—. ¡No puedo tolerarlo! Te quiero demasiado como para permitir que mueras. Prometo regresar en ocho días. Me has dicho que mis hermanas están casadas y mis hermanos en el ejército. ¡El está solo! Tan solo quiero darle un poco de compañía.

—Entonces mañana estarás con él —dijo Bestia—. Pero acuérdate de tu promesa. Cuando quieras regresar no tienes más que poner tu sortija sobre la mesa a la hora del sueño. Adiós, Bella.

Y como todas las noches, se fue, suspirando en su tristeza. Bella, algo abatida, se acostó también, y cuando despertó a la mañana siguiente se halló en su cama, en casa de su padre. Llamó a la campanilla y asistió enseguida la sirvienta, que dio un grito al verla de repente en casa. Bella corrió a la cama de su padre y él, al verla, comenzó a llorar de alegría y a besarla.

Tras una hora de abrazos Bella quiso vestirse, y encontró en su cuarto un magnífico cofre lleno de caros y elegantes vestidos. Bella prefirió regalárselos a sus hermanas y vestirse ellas con las ropas modestas que dejó un día en casa. Sin embargo, en cuanto pronunció las palabras, el cofre desapareció. Su padre observó que Bestia quería que se quedase los regalos para sí, y en ese momento volvió el cofre.

Vestida Bella llegaron sus hermanas con sus esposos, y ella observó que eran desdichadas en sus matrimonios. El marido de una era narcisista y despreciaba la belleza de todos, empezando por su esposa; el marido de la segunda era un malhumorado que menospreciaba a todos los de su alrededor, en especial a su esposa. Cuando las hermanas vieron a Bella vestida como una princesa y reluciendo como el sol sintieron morir de envidia y odio, y al oír lo feliz que se sentía, no pudieron hacer otra cosa que bajar al jardín a llorar a sus anchas pese a que la hermana más pequeña se sentía muy feliz al verlas de nuevo.

—¿Por qué es tan afortunada ella, que lo merece menos que nosotras? —preguntó una llena de celos.

—¡Ya sé! —respondió la otra—. Retengámosla aquí más del tiempo acordado para que cuando ella vuelva a casa Bestia la devore de puro odio.

Y así las hermanas volvieron junto a Bella y la elogiaron durante ocho días, diciendo continuamente lo mucho que la habían añorado y lo mucho que querían que se quedara. Sin embargo Bella cada día sentía más amor hacia su monstruo, al que echaba de menos. La décima noche en casa de su padre Bella soñó que Bestia yacía muerto en su jardín, entre sus rosas, y ella, asustada, decidió que debía regresar con él.

Pensó que era ella la más perversa, pues viendo que pese a su fealdad, de la que él no tenía la culpa, lo amaba, no tenía ningún sentido seguir lejos de él, y rechazarlo. Así que se quitó la sortija, la colocó sobre su mesilla y se acostó de nuevo, deseando con todas sus fuerzas volver al palacio.

Se levantó a la mañana siguiente en él, y feliz de verse de nuevo allí se vistió con sus mejores galas para darle el gusto a Bestia y lo esperó durante todo el día tocando el clavicordio y leyendo. Pero dieron las nueve de la noche y él no había aparecido. Sintiendo que moría de impaciencia se preguntó si realmente lo había matado y, siguiendo su sueño, lo buscó en el jardín, donde lo halló tendido en la hierba con los ojos cerrados. Cuando ella se acercó a él, llorando, Bestia abrió los ojos y le dijo:

—Olvidaste tu promesa, y el dolor de haberte perdido me llevó a dejarme morir de hambre. Pero ahora moriré contento, pues tuve la dicha de verte una vez más.

—No, Bestia, no morirás. Debes vivir para ser mi esposo, pues desde este momento te prometo mi mano y juro no volver a abandonarte. Me he dado cuenta de que no puedo estar contigo en una simple amistad porque te amo, y siempre te amaré.

Apenas pronunciadas estas palabras el monstruo desapareció, y en su lugar quedó un apuesto príncipe. En ese momento todo el palacio se iluminó de luz, las fuentes empezaron a echar agua, salió el sol los pájaros cantaron. Bella miró al príncipe con sorpresa.

—Un hada maligna me encerró en el cuerpo de una bestia privándome de mi inteligencia a la espera de que una joven pudiese encontrar la bondad de mi corazón pese a mi forma, y tú lo has logrado. Has deshecho el hechizo, y ni mi corona ni todas las joyas del mundo podrán pagar mi deuda contigo. Gracias, Bella.

Ella, agradablemente sorprendida, tomó su mano y entraron juntos en el palacio, donde comenzaba una gran fiesta con mucha gente, y entre los invitados se hallaba toda la familia de Bella. Su padre, sus hermanas con sus esposos y sus hermanos. Una poderosa hada se acercó a la muchacha sonriendo y la tomó de la mano.

—Bella, tú que has encontrado la bondad, la inteligencia y la belleza en el interior de una bestia mereces obtener todas esas virtudes. Serás una gran reina, y espero que tus virtudes no se desvanezcan en el trono. Y en cuanto a vosotras —se dirigió a las hermanas—, vuestro castigo por haber intentado estropear la felicidad de vuestra hermana por vuestra envidia y soberbia será ser convertidas en estatuas a las puertas del palacio, y observar la dicha de vuestra hermana para siempre sin poder estropearla.

Y dicho esto dio un golpe al suelo con los pies y todos se transportaron al reino del príncipe, donde sus súbditos lo recibieron con júbilo, y celebraron sus bodas con Bella por todo lo alto. Ellos vivieron muy felices durante toda su vida, pues esta estaba fundad en la virtud.

fin

 

fin










Hermanos Grimm


 

Biografía
Los hermanos Grimm, Jacob Grimm (1785-1863) y su hermano Wilhelm (1786-1859) nacieron en Hanau, Hesse (Alemania). A los 20 años de edad, Jacob trabajaba como bibliotecario y Wilhelm como secretario de la biblioteca. Ambos catedráticos de filología alemana, ya antes de llegar a los 30 años habían logrado sobresalir gracias a sus publicaciones y cuentos.
Conocidos sobre todo por sus colecciones de canciones y cuentos populares, así como por los trabajos de Jacob en la historia de la lingüística y de la filología alemanas, eran los dos hermanos mayores de un total de seis, hijos de un abogado y pastor de la Iglesia Calvinista.
Siguiendo los pasos de su padre, estudiaron derecho en la Universidad de Marburgo (1802-1806), donde iniciaron una intensa relación con C. Brentano, quien les introdujo en la poesía popular, y con F. K. von Savigny, el cual los inició en un método de investigación de textos que supuso la base de sus trabajos posteriores. Se adhirieron además a las ideas sobre poesía popular del filósofo J.G. Herder.
Entre 1812 y 1822, los hermanos Grimm publicaron los Cuentos infantiles y del hogar, una colección de cuentos recogidos de diferentes tradiciones, a menudo conocida como Los cuentos de hadas de los hermanos Grimm. El gran mérito de Wilhelm Grimm fue el de mantener en esta publicación el carácter original de los relatos. Siguió luego otra colección de leyendas históricas germanas, Leyendas alemanas (1816-1818). Jacob Grimm, por su parte, volvió al estudio de la filología con un trabajo sobre gramática, La gramática alemana (1819-1837), que ha ejercido gran influencia en los estudios contemporáneos de lingüística.
Fueron profesores universitarios en Kassel y Göttingen. Siendo profesores de la Universidad de dicho lugar, los despidieron en 1837 por protestar contra el rey Ernesto Augusto I de Hannover. Al año siguiente fueron invitados por Federico Guillermo IV de Prusia a Berlín, donde ejercieron como profesores en la Universidad Humboldt y como miembros de la Real Academia de las Ciencias.

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