Poesías Cortas

Francisco de la Torre

 



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Biografia Gustavo Adolfo Bécquer



Leyenda: Maese Perez el organista



Leyenda: Los ojos verdes



Leyenda: Tres fechas



Colección de Rimas



Quince poemas Adolfo Gustavo Bécquer








FRANCISCO DE LA TORRE
(¿1534 - 1594?)

Nació en Torrelaguna, Madrid. Estudió leyes canónicas en Alcalá de Henares. Antes de un viaje a Italia, a donde había ido como militar, se había enamorado locamente de Filis. De regreso, la encontró casada con un viejo adinerado que, irónicamente, había sido mecenas del poeta. Profundamente desilusionado, se retiró a las orillas del Duero. Vivió paupérrimamente y sin olvidarse de su pasión por Filis. Parece ser que, al final, se hizo sacerdote.

El tema principal de su poesía es el amor. Su poesía se caracteriza por los siguientes rasgos: delicadeza en el tratamiento del tema, ternura inefable, sencillez en la expresión y viva fantasía. Posee un tono triste y melancólico, fácil de reconocer. A este tono se une un sentimiento de resignación nostálgica.

Sus modelos fueron sobre todo los clásicos latinos y los renacentistas italianos. Luchó contra el incipiente culteranismo. Sus obras fueron publicadas por primera vez por Francisco de Quevedo quien, al hacerlo, cometió un error: en lugar de escribir el nombre de Francisco, lo sustituyó por el de Alonso. Pero pronto Lope de Vega desmintió el error.

índice

SONETOS
ODAS
CANCIONES

Soneto 1

Si lo que el alma me reuela, quando,
Filis, contemplo la diuina y rara
beldad al mundo más que el cielo clara,
que adoro ardiendo y reuerencio ama[n]do,

con el acento doloroso y blando
que me quexo de ti, significara,
parara el Sol, las fieras humillara,
arrebatara el cielo contemplando.

Mas como el rayo de tus bellos ojos
otras tinieblas amanece agora
en el que fué mi ocaso escurecido,

silencio eterno esco[n]de el que te adora,
a quien los rayos de tu Oriente rojos
encubren nubes de perpetuo oluido.

 

Soneto 2

La fatal influencia que recibo
del mouimiento de las dos estrellas
al cielo más diuinas, y más bellas
al mundo que de Febo el rayo viuo;

la escura nube del desdén altiuo
impide que resulte agora dellas
bien a mi mal, aliuio a mis querellas,
fin al dolor y fin al llanto esquiuo,

Suspiro de contino y, suspirando,
apenas desminuyo la cerrada
niebla que esconde mi diuina lumbre.

Venus, si agrauios mueuen tu hijo blando,
assegura tu Reyno y de passada
haz que pierdan altiuos gloria y cu[m]bre.

 

Soneto 3

Lexos Amintas de su fiel ganado,
toro viejo y fortíssimo buscando,
por la espessura de la selua errando,
en la manada de Damón prendado,

bella cabra perdida, el enriscado
cerro paciendo, Cytiso mirando,
su cayado le tira, y, en llegando,
cayó mortal al florecido prado.

Halló dos cabritillos en la dura
concauidad del monte, diólos luego
a su Filis y della vna comida;

y las armas, los pies, la vestidura
y el matador cayado, buelto en fuego,
Pan, dexaron tu planta enriquezida.

 

Soneto 4

Ay, no te alexes, Fili, ay, Fili, espera
el tu Damó[n], que más q[ue] a su ganado
te reuerencia y ama; y si el osado
curso prosigues, tiempla la carrera.

Ya no te sigo; Fili, la ligera
planta refrena, que el temor elado
de tu mal me detiene y tú el amado
Damón huyes cruel, qual cruda fiera.

Detén, Filis cruel, detén el passo;
no te ofenda la planta riguroso
cardo cruel de tierra no labrada.

Diziendo aquesto triste y doloroso,
esquiuando la vida desdichada,
cayó Damón al Sol del campo raso.

 

Soneto 5

Viua yo siempre ansí con tan ceñido
laço, Filis, contigo, como aquesta
yedra inmortal en esta enzina puesta,
que le enreda su tronco envejecido.

Mira allí vn olmo seco y vn florido
junto a la fuente, que vna vid le presta
hermosura y valor; y tú dispuesta
a perseguirme, pónesme en oluido.

Por ti, cruel, oluido mi ganado,
y le dexo sin guarda del ardiente
lobo cruel, ganado que tú amaste.

Vn cabritillo deste coronado
monte, vi yo lleuar; lloré, y, presente
a mi dolor, soberuia te gozaste.

 

Soneto 6

De yedra, roble y olmo coronado,
al pie de vna copiosa y verde enzina
por cuyo tronco y ramas encamina
dorada vid su laço enamorado,

Damón del Tajo, a ti Padre sagrado
Baco, consagro aquesta cabra; inclina
tu rostro agora, si la faz diuina
boluiste al deshojar tu tronco amado.

Esta cabra te ofrezco que solía
agora con el diente y con el cuerno
descomponer tus vides sin sossiego.

Dixo Damón, y, haziendo vn ancha vía
al cuello, cayó en tierra y con el tierno
olor de Arabia, al cielo subió el fuego.

 

Soneto 7

Ésta es, Tirsis, la fuente do solía
contemplar su beldad mi Filis bella;
éste el prado gentil, Tirsis, donde ella
su hermosa frente de su flor ceñía.

Aquí, Tirsis, la vi quando salía
dando la luz de vna y otra estrella;
allí, Tirsis, me vido, y tras aquella
haya se me escondió, y assí la vía.

En esta cueua deste monte amado
me dió la mano y me ciñó la frente
de verde yedra y de violetas tiernas.

Al prado, y haya, y cueva, y mo[n]te, y fue[n]te,
y al cielo desparciendo olor sagrado,
rindo de tanto bien gracias eternas.

 

Soneto 8

Filis, más bella y más resplandeciente
que el claro cielo y q[ue] el ameno prado:
este gamo de flores coronado
que a su madre quité, te ofrezco ausente.

Riyéndoseme agora dulcemente,
me lo pidió Testilis; mas cansado
me tienen ya sus risas; que tu elado
zeño me ha de perder eternamente.

A ti le doy y a ti también te guardo
dos tórtolas hermosas y vna bella
garza que ayer cogí del monte al río.

Y si el amor de Tirsis por el mío
quieres dexar, escoge tú de aquella
manada mía vn toro blanco y pardo.

 

Soneto 9

«Quando Filis podrá sin su querido
Damón viuir ausente y apartada,
la corriente del Tajo acelerada
buscará su principio conocido.»

Leyendo aquesto escrito en vn florido
tronco de vn haya de vna vid cercada,
Tirsis, perdida su color rosada,
cayó llorando en tierra sin sentido.

Después, lleno de rabia el desdichado,
quebrando su zampoña, y en aquella
y en esta rama dando, su mal mira.

Y hablando con el árbol deshojado,
dixo llorando: Filis, dura y bella...
Mas no pudo acabar, vencido de ira.

 

Soneto 10

Pastor, que lees en esta y en aquella
planta Fili y Damón, que Fili adora,
sabe que tanto fué piadosa agora
Fili a Damón, quanto es terrible y bella.

¡Ay!, yo la llamo, yo la ruego, y ella
mísero no me escucha y huye a la hora,
y quanto me huye más, más me enamora:
que en ella puso su crueldad mi estrella.

Ayer, lleuando mi ganado al río,
al pie de vn verde Mirto, entretexiendo
Violetas y Amaranto la vi sola.

Ladró Melampo, y ella cruel huyendo,
desamparando monte y valle vmbrío,
huyó de mí y el viento socorrióla.

 

Soneto 11

Mi propio amor entie[n]do q[ue] es la cierta
causa que mi ganado sin contento
se rige apena en pie; no lluuia o viento,
ni pasto amargo de montaña yerta.

Mas ¿qué cuydado es éste, si la incierta
muerte luchando con el alma siento,
y, Filis cruda, nunca me arrepiento
de verte siempre de piedad desierta?

¡O, si al menos sobre este monte yerto,
adonde lloro de contino llanto,
aquel pino cubriesse el cuerpo mío,

y pasando por este valle vmbrío
dixesses, Filis, con amargo llanto:
Allí yaze mi triste amante muerto!

 

Soneto 12

Santa madre de amor, q[ue] el yerto suelo
vistes de los colores del Oriente,
sereno el cielo y quieto el viento ardie[n]te,
rota la nieue y desligado el yelo,

mientras al descubierto y raso cielo
pacen mus vacas yerua floreciente,
Tirsis, pastor de toros, humilmente
te esparce aquellas flores sin consuelo.

Y quanto puede te suplica y ruega,
con la voz y el espíritu cuytado,
que entienda el cielo su dolor estrecho.

Que Filis, por quien viue apassionado,
no le aborrezca tanto y desta ciega
ligadura de amor lo libre el pecho.

 

Soneto 13

Títiro, al assomar de dos hermosos
luzeros, con quie[n] haze amor temerse,
vi los ojos de Tirsis encenderse
y andar tirando amor rayos furiosos.

Espera Tirsis, y ellos con piadosos
pero falsos descuydos dexan verse;
arde Tirsis y ciega, y, sin valerse,
entran su alma enemigos engañosos.

¡Ay del estrago que el pastor cuytado
padeció sin razón mirando a Filis!
Oluida el prado y aun a sí se oluida.

Quéxase al cielo, y quéxase Amarilis
también al cielo, su pastor trocado,
sin esperança y con segura vida.

Soneto 14

Títiro, voy por esta solitaria
senda siguiendo mi fortuna sola;
que como el cielo pudo leuantóla
de muy cleme[n]te y ma[n]sa en muy co[n]traria.

Voy tan co[n]fuso y mustio, q[ue] ordinaria-
mente me llaman y me gritan: ¡Ola.
que se despeña tu ganado, Iola!
Yo lloro y sigo mi fortuna varia.

Tal es la deuda que a mis ojos deuo,
que con menos passión de la que passo
no pagaré la gloria que recibo.

¡Ay, yo la dexo y el aduerso caso
que se me da por enemigo nueuo,
sin ella quiere sustentarme viuo!

 

Soneto 15

Noche, q[ue], en tu amoroso y dulce oluido,
escondes y entretienes los cuydados
del enemigo día, y los passados
trabajos recompensas al sentido.

Tú, que de mi dolor me has conduzido
a contemplarte y contemplar mis hados,
enemigos agora conjurados
contra vn hombre del cielo perseguido,

assí las claras lámparas del cielo
siempre te alumbren y tu amiga frente
de veleño y ciprés tengas ceñida.

Que no vierta su luz en este suelo
el claro Sol, mientras me quexo ausente
de mi passión. Bien sabes tú mi vida.

 

Soneto 16

Quantas estrellas tiene el firmame[n]to,
la selua flores y el Euxino arenas,
tantas y más son, Títiro, mis penas,
si yo me entiendo con el mal que siento.

Bien es que la ocasión de mi torme[n]to
tiene principio de las más serenas
lumbres del cielo; mas de dos agenas
voluntades jamás viene contento.

Vos que miráis del puerto la torme[n]ta
y descubrís en su rigor el claro
norte que os hizo descubrir la tierra,

mirad mi luz, a quien el cielo auaro
con turbias nubes cubre, porque sienta
quánto mal haze, si vna vez se cierra.

 

Soneto 17

Solo, y callado, y triste, y pensatiuo,
huyo la gente, con los ojos llenos
de dolor y de llanto, los serenos
ojos huyendo que me tienen viuo.

Allá queda mi espíritu cautiuo
penando su passión; y ellos, agenos
de su primero amor, los bellos senos
humedecen, llorando su hado esquiuo.

Yo, que aguardé la luz de su belleza,
dentro del alma lleua el golpe fiero,
y allí me sigue donde voy su ira.

Gra[n] bie[n] quito a mis ojos; y el primero,
por quien llora mi alma su dureza,
es ver la pena que en su rostro mira.

 

Soneto 18

Este Enzélado altiuo pensamiento,
por otro atreuimiento derribado,
en este pecho, mongibel tornado,
tal fuego lança, que abrasarme siento.

Y sin memoria del soberuio intento,
por quien en vida viue sepultado,
tan furioso rebuelue mi cuydado,
que mueue guerra al estrellado assiento.

Padece el desdichado eternamente,
y padeciendo a libertad espira;
procuro de ayudalle lo que puedo.

Mas si miro mi cielo reluziente,
tales y tan ardientes rayos tira,
que como el triste pensamiento quedo.

 

Soneto 19

Camino por el mar de mi tormento
con vna mal segura lumbre clara,
falta la luz de mi esperança cara,
y falta luego mi vital aliento.

Lléuame la tormenta en el momento
por adonde viuiente no lleuara,
si rigurosamente no trazara
dar fin en vna roca al mal que siento.

Espántame del crudo mar inchado
la clemencia que tiene de matarme
y en el punto me gozo de mi muerte.

Caí; la mar, en auiéndome gozado,
y porque era matarme remediarme,
a la orilla me arroja y a mi suerte.

 

Soneto 20

Tirsis, la naue del cuytado Iolas,
hecha tablas, la buelca mar furioso;
cuerpo muerto y espíritu penoso
le train fiera Leucipe y fieras olas.

Dió mil vozes al cielo y escondiólas
crudo cielo en el manto tenebroso
de la callada noche; y el rauioso
Bóreas le apresuró la muerte a solas.

Salieron a la playa deseada
Lícidas y Damón, del mar echados;
oyéronle, mas no le socorrieron.

¡Ay, teme, Tirsis, la tormenta airada,
que en el lugar donde otros perecieron,
mal te pueden valer tus crudos hados!

 

Soneto 21

Tirsis, aquí donde los ojos bellos;
de tu Amarilis bella deshizieron
las turbias nubes, que otro tiempo fuero[n]
ira del crudo cielo y rigor dellos,

aquí me tiene amor de los cabellos,
forçando el alma y cuerpo, que se dieron
a enemigos estraños, que truxeron
nueua trayción para matar sin vellos.

Tal me tienen mis ojos engañosos,
dando camino al alma a mis contrarios,
que conozco mi mal y temo el daño.

Yo los trairé por valles solitarios,
entre salces y espinos escabrosos,
para pagar mi bien y ver su engaño.

 

Soneto 22

Ya quebradas prisiones, ya cadenas
reforçadas amor arrastra, en tanto
que, de tu sinrazón y de mi llanto,
tomas seguro para darme penas.

No son de menos fuerça las serenas
lumbres del cielo que idolatro, quanto
las ligaduras del furioso encanto
con que de mi sentido me enagenas.

No, amor, no dexaré tu real vandera,
menos que con la vida y alma triste;
cantaré donde fuere tu grandeza.

Dame seguro tú de vna firmeza
que vacila en mi daño, que, aunq[ue] muera,
no dexaré de amar lo que me diste.

 

Soneto 23

La blanca nieue y la purpúrea rosa,
que no acaba su ser calor ni inuierno,
el Sol de aquellos ojos, puro, eterno,
donde el amor como en su ser reposa;

la belleza y la gracia milagrosa
que descubren del alma el bien interno,
la hermosura donde yo dicierno
que está escondida más diuina cosa;

los lazos de oro donde estoy atado,
el cielo puro donde tengo el mío,
la luz diuina que me tiene ciego;

el sossiego que loco me ha tornado,
el fuego ardiente que me tiene frío,
yesca me han hecho de inuisible fuego.

 

Soneto 24

Este vital aliento que respiro,
que parece la vida que sustento,
quando, con presuroso y presto aliento,
el fuego ardiente que me yela espiro,

si fuera parte de mortal suspiro,
ya huuiera consumido mi tormento.
Fuego deue de ser, que yo lo siento
quando vencido de mi mal suspiro.

Las lágrimas ta[m]bién, q[ue] ardiendo vierto,
si son lo que parecen solamente
de elado fuego y abrasado yelo,

¿qué ordena tras mi graue pena el cielo,
si de los daños de mi estado incierto
alcanço el orden de mi mal ardiente?

 

Soneto 25

Ninfas, de los Arabios y Sabeos
olores de jazmín, acanto y nardos,
quaxad los aires y cubrid los cardos
destos lugares de sepulcros feos.

Después que derribaron mis trofeos
las prestas Parcas y los hados tardos,
no parecen los cielos, de mil pardos
turbios velos que quaxan mis deseos.

Quiera la magestad del que gouierna
la diuina y humana pesadumbre,
que adorne su beldad tu simulacro.

Dixo Damón, y oyó su endecha tierna
Iúpiter, y, tronando en la alta cumbre,
Iris resplandeció y el cielo sacro.

 

Soneto 26

Al assomar del Sol por el Oriente
de oro su frente y de cristal ornada,
al pie de vn verde mirto, que colgada
tiene vna lyra inútil aún ausente,

Tirsis rompió el silencio, la doliente
voz desligando al alma encadenada
de los rebueltos Áspides, que atada
tienen la fuerça de su pecho ardiente.

Cielo, dize, si es fuerça que yo muera,
como a muchos han muerto sus intentos
atreuidos, sin nombre y engañados,

vn ho[m]bre triste soy como qualquiera;
pero los de tan altos pensamientos
siempre han sido del cielo derribados.

 

Soneto 27

Silencio mudo, q[ue] en tu ma[n]to embuelto,
me conduzes al punto riguroso
de mi dolor, mi espíritu penoso
en dolorosas lágrimas resuelto,

si como le contemplo agora buelto
pronóstico y agüero temeroso
de la vida, que temo, tenebroso
monstruo le viera por tus sombras suelto

no llorara rezelos inhumanos
antes de ver trocada la ventura
que ha de ser ocasión de mi tormento.

Ya se han hecho temer los soberanos
claros ojos que adoro, que vn contento
quando más enriqueze menos dura.

 

Soneto 28

Clara luna, que altiua y arrogante
vas haziendo reseña por el cielo
de tu hermosura, que el neuado yelo
de tus cuernos la torna rutilante,

si en la memoria de tu dulce amante
no se ha muerto la gloria y el consuelo,
que recebiste amando, y el rezelo
con que le adormeziste en vn instante,

buelue a mirar de la miseria mía
la sinrazón, si acaso graues males
hallan blandura en tus serenos ojos.

Que ya -culpa del cielo- los veo tales,
que apartarán la amarga compañía
destos tristes y míseros despojos.

 

Soneto 29

Bueluo los ojos graues y caydos
al dolor, que el espíritu congoxa,
y apenas mi piadoso llanto afloxa
el lazo al cuello, al alma los sentidos.

Ellos mal concertados y auenidos
acrecientan al alma su congoja,
y ella apremiada, como puede, arroja
la graue carga que los tray rendidos.

No se puede valer con su fortuna,
que ha mucho que la sigue, procurando
dar vn fin desastrado a su contento.

Dexa el cuerpo mortal, si estás penando,
alma doliente, que sin duda alguna
morirás, que te cerca gran tormento.

 

Soneto 30

Agora que de nubes la cabeça
o, Rey de montes, tienes coronada,
la frente yerta y de turbada elada
destilando del Tajo la braueza,

cuya vejez temprana, la belleza
del rostro de la tierra despojada,
encaneciendo con tu faz neuada,
todo mi bien conuiertes en tristeza,

yela mi pecho, y endurece mi alma;
no consuman agrauios vna vida
con tanto riesgo de perderse amando.

Y el triunfo rico de corona y palma,
que lleua vna dureza encruelezida,
consagraré al lugar que estás bañando.

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Oda 1

Sale de la sagrada
Cipro la soberana ninfa Flora,
vestida y adornada
del color de la Aurora,
con que pinta la tierra, el cielo dora.

De la neuada y llana
frente del leuantado monte arroja
la cauellera cana
del viejo inuierno, y moja
el nueuo fruto en esperança y hoja.

Deslízase corriendo
por los hermosos mármoles de Paro,
las alturas huyendo,
vn arroyuelo claro,
de la cuesta beldad, del valle amparo.

Corre bramando y salta
y, codiciosamente procurando
adelantarse, esmalta
de plata el cristal blando,
con la espuma que quaxa golpeando.

Viste y ensoberueze
con diferentes hojas la corona
de plantas y floreze
las que apenas perdona
furioso rayo de la ardiente Zona.

El regalado aliento
del bullicioso Zéfiro, encerrado
en las hojas, el viento
enriqueze, y el prado
éste de flor y aquél de olor sagrado.

Y reduzido, quanto
baña el mar, tiene el suelo, el cielo cría,
a más bien, con el llanto,
que al assomar del día,
viene haziendo la Aurora húmida y fría.

Todo brota y estiende
ramas, hojas y flores, nardo y rosa;
la vid enlaza y prende
el olmo y la hermosa
yedra sube tras ella presurosa.

Yo, triste, el cielo quiere
que yerto inuierno ocupe el alma mía
y que si rayo viere
de aquella luz del día,
furioso sea, y no como solía.

Renueua, Filis, esta
esperança marchita, que la elada
Aura de tu respuesta
tiene desalentada.
Ven, Primavera, ven, mi flor amada.

Ven, Filis, y del grato
inuidiado contento del aldea
goza, que el pecho ingrato,
que tu beldad afea,
aquí tendrá el descanso que desea.

 

Oda 2

Amintas, ni del graue mal que passas
dexes ve[n]certe, ni, boluiendo el rostro
a tu fortuna, te acobardes tanto
que sienta tu flaqueza.

Esta cruel y variable diosa,
en sola su mudança perdurable,
ha de mudar tu estado riguroso
por hazer nouedades.

Antigua y empinada roca, donde
quiebra la mar su ímpeto, refrena
la soberuia marina, leuantando
su sacudida frente.

Alta y envejecida planta, quando
se encastillan en Pindo y Apenino
Bóreas y Noto, con sus hojas solas
resiste su potencia.

Si los dolientes y piadosos ojos
que han llorado tu mal, eternamente
a las hazañas del amor boluiesses,
tu mal aliuiarías.

Que la cansada y aflixida vida,
de lágrimas y penas sustentada,
q[ue] en vez de eterna muerte te da el cielo,
peor es que la muerte.

Tiene en la miseria de tu estado
duro cielo, temiendo y esperando;
dilatado contento de fortuna
nunca viene seguro.

¿Quántas vezes te dió seguro el cielo?
¿Quántas se te ha reído la fortuna
y a la necessidad del punto crudo
te boluieron la cara?

De tan prouados enemigos tuyos
ni esperes bien, ni temas lo contrario;
que aquesta fortaleza de tu pecho
ha de amansar tu daño.

En el arena siembra, y el preciso
reboluer de los hados lamentando,
quiere torcer quien pone su esperança
en la fortuna suya.

 

Oda 3

¡O, tres y quatro vezes venturosa,
aquella edad dorada,
que de sencilla, pura y no inuidiosa,
vino a ser inuidiada!

Sobre la bien nacida yerua daua
aliuio a sus cuydados
Tirsis, en tanto que la tierra esclaua
vió abiertos sus dos lados.

Y con Amintas y con Bato hablando,
a la sombra tendidos,
no de trabajos largos descansando,
cansauan sus sentidos.

Ya por el monte solitario dauan
al cieruo enamorado
muerte, y con sus despojos adornauan
mirto y pino sagrado.

Ya la ribera del sagrado Anfriso
con su canto alagando,
refrenauan el ímpetu que quiso
Febo amansar llorando.

Y por la tierra que le ciñe amena
de obas, sauzes y cañas,
desamparauan su caberna, llena
de juncos y espadañas.

Y sus mortales ojos y su humana
mortal presencia, digna
hazía de la vista soberana
de su cara diuina.

La madre vniuersal de lo criado
no era madrastra dura,
como después que Enzélado abrasado
cayó en la gruta escura.

Este deseo de vengança hizo
descubrir a la tierra
el seno de metal, que satisfizo
a la enconada guerra.

El pino enuejecido en la montaña,
la haya honor del soto,
nunca nacieron a turbar la saña
del alterado Noto.

Salue, sagrada edad, salue dichoso
tiempo, no conocido
deste nuestro, alabado por glorioso,
pero no apetecido.

Si la beldad idolatrada que amo
como yo conocieras,
la Arabia sacra en flor, en humo, en ramo,
ardiendo le ofrecieras.

Salue, sacra beldad, cuya diuina
deydad haze dichosa
nuestra infamada edad, en quien destina
cielo luz tan hermosa.

 

Oda 4

¡Tirsis!, ¡ah, Tirsis! Buelue y endereza
tu nauecilla contrastada y frágil
a la seguridad del puerto; mira
que se te cierra el cielo.

El frío Bóreas y el ardiente Noto
apoderados de la mar insana
anegaron agora en este piélago
vna dichosa naue.

Clamó la gente mísera y el cielo
escondió los clamores y gemidos
entre los rayos y espantosos truenos
de su turbada cara.

¡Ay, que me dize tu animoso pecho
que tus atreuimientos mal regidos
te ordenan algún caso desastrado
al romper de tu Oriente!

¿No ves, cuytado, que el inchado Noto
tray en sus remolinos poluorosos
las imitadas mal seguras alas
de vn atreuido moço?

¿No ves que la tormenta rigurosa
viene del abrasado monte, donde
yaze muriendo viuo el temerario
Enzélado y Tipheo?

Conoce, desdichado, tu fortuna
y preuén a tu mal, que la desdicha
preuenida con tiempo no penetra
tanto como la súbita.

¡Ay, q[ue] te pierdes! Buelue, Tirsis, buelue,
tierra, tierra, que brama tu nauío,
hecho prisión y cueua sonorosa
de los inchados vientos.

Allá se auenga el mar, allá se auengan
los mal regidos súbditos del fiero
Eolo con soberuios nauegantes,
que su furor desprecian.

Miremos la tormenta rigurosa
dende la playa, que el airado cielo
menos se encrueleze de contino
con quien se anima menos.

 

Oda 5

Claras lu[m]bres del cielo y ojos claros
del espantoso rostro de la noche,
corona clara y clara Casiopea,
Andrómeda y Perseo,
vos, con quien la diuina Virgen hija
del Rector del Olimpo inmenso passa
los espaciosos ratos de la vela
nocturna que le cabe,
escuchad vos mis quexas, q[ue] mi llanto
no es indicio de no rabiosa pena;
no vayan tan perdidas como siempre
tan bien lloradas lágrimas.

¡Quántas vezes me vistes y me vido
llorando Cintia, en mi cuydado el tibio
zelo con que adoraua su belleza
vn su pastor dormido!

¡Quá[n]tas vezes me halló la clara Aurora
espíritu doliente, que anda errando
por solitarios y desiertos valles,
llorando mi ventura!

¡Quántas vezes mirándome tan triste
la piedad de mi dolor la hizo
verter amargas y piadosas lágrimas,
con que adornó los flores!

Vos, estrellas, también me vistes solo,
fiel compañero del silencio vuestro,
andar por la callada noche lleno
de sospechosos males.

Vi la Circe cruel que me persigue,
de las hojas y flor de mi esperança,
antes de tiempo y sin razón cortadas,
hazer encantos duros.

Cruda visión, donde la gloria, vn tie[m]po
adorada por firme, cayó, y donde
peligró la esperança de vna vida
de fortuna inuidiada.

¡Ay, déxenme los cielos, que la gloria,
que por fortuna y por su mano viene,
no será deseada eternamente
de mi aflixido espíritu!

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Canción 1

Verde y eterna yedra,
viuda y deslazada
de las ramas del olmo, honor del prado,
a la desierta piedra
del yerto monte dada,
tu bellíssimo tronco en flor cortado,
si del dichoso estado,
en que vn tiempo viuiste
conserua la memoria
algún rastro de gloria
en la dureza déste crudo y triste,
lloremos juntamente
tu bien passado y tu dolor presente.

Lloremos, desdichada,
lágrimas piadosas,
pues que le place por tu mal al cielo.
Tú, por la tierra echada,
como las escabrosas
yeruas, que sin honor produze el suelo,
muestras tu desconsuelo
no leuantando arriba
la corona gloriosa,
con quien la cumbre hermosa,
vencida y humillada, viuió altiua,
la cumbre de tu planta,
de Venus y de amor ofrenda santa.

Agora, derribada,
con tus hojas enlazas
la seca tierra que tu bien encierra.
Agora, desdichada,
la yerta tierra abrazas
oluidando tu cielo por tu tierra;
y de tu amarga guerra,
lleuando la vitoria,
coronas y enguirnaldas
de oscuras esmeraldas
el ara donde amor quemó tu gloria,
ya de Damón cubierta
de leche, y vino, y lla[n]to, y cierua muerta.

¡O!, permitan los cielos
que el siempre color viuo
que en tus hermosas hojas resplandece
Austro con fríos yelos,
Euro con fuego estiuo
yele, ni queme el lustre que en él crece;
y el llanto que florece
tus lazos intricados,
y tus marchitas hojas,
ya de abrasadas rojas,
vn tiempo indignación de tus cuydados,
humilde ofrenda sea
de quien tu nombre idolatrar desea.

Cayó tu gloria, y ella
leuantó el fundamento
que te tiene rendida y derribada;
y la corona bella
premio de su tormento
a la tierra desierta fué entregada.
Lloraste, desdichada;
no te valieron llantos,
que los injustos cielos
ni aliuian desconsuelos,
ni remedian tormentos y quebrantos;
tú, viuda entristezida,
dióte el cielo dolor y dióte vida.

Tú, cuya verde cara
auía florecido
sobre quanta beldad adorna el prado.
Cuya belleza rara
auía siempre sido
ornamento del Tajo celebrado;
mustio color violado,
amarillez cayda
ocupa tu belleza,
del dolor y terneza
de tu doliente y lastimada vida;
que el hado que te sigue
más que con vna muerte te persigue.

Pero bien puede el cielo
acrecentar tu daño
sobre quanto se alarga su potencia,
y que tu desconsuelo se haga tan estraño,
que de su sinrazón tenga clemencia.
Tu gloriosa presencia,
que ha ceñido las sienes
de los tristes amantes
que han passado constantes
por la dureza cruel de tus vaybenes,
siempre será la palma
del que rindiere lamentando el alma.
De Filomena o tórtola doliente,
Canción, buscad la harpada
lengua, y allí llorad mi vida ansiada.

 

Canción 2

Doliente cierua, que, el herido lado
de ponçoñosa y cruda yerua lleno,
buscas la agua de la fuente pura,
con el cansado aliento y con el seno
bello de la corriente sangre inchado,
débil y descayda tu hermosura,
ay, que la mano dura,
que tu neuado pecho
ha puesto en tal estrecho,
gozosa va con tu desdicha, quando,
cierua mortal, viuiendo, estás penando,
tu desangrado y dulce compañero,
el regalado y blando
pecho passado del veloz montero:

Buelue, cuytada, buelue al valle donde
queda muerto tu amor, en vano dando
términos desdichados a tu suerte;
morirás en su seno reclinado
la beldad que la cruda mano esconde
delante de la nube de la muerte.
Que el passo duro y fuerte,
ya forçoso y terrible,
no puede ser possible
que le escusen los cielos, permitiendo
crudos astros que mueras padeciendo
las asechanças de vn montero crudo,
que te vino siguiendo
por los desiertos deste campo mudo.

Mas, ay, que no dilatas la inclemente
muerte q[ue] en tu sangriento pecho lleuas,
del crudo amor vencido y maltratado;
tú, con el fatigado aliento, prueuas
a rendir el espíritu doliente,
en la corriente deste valle amado.

Que el cieruo desangrado
que contigo la vida
tuuo por bien perdida,
no fué tan poco de tu amor querido,
que, auiendo tan cruelmente padecido,
quieras viuir sin él, quando pudieras
librar el pecho herido
de crudas llagas y memorias fieras.

Quuando por la espesura deste prado
como tórtolas solas y queridas
solos y acompañados anduuistes;
quando de verde mirto y de floridas
violetas, tierno acanto y lauro amado
vuestras frentes bellíssimas ceñistes;
quando las horas tristes
ausentes y queridos,
con mil mustios bramidos,
ensordecistes la ribera vmbrosa
del claro Tajo, rica y venturosa
con vuestro bie[n], con vuestro mal sentido,
cuya muerte penosa
no dexa rastro de contenta vida;

agora el vno cuerpo muerto lleno
de desdén y de espanto quien solía
ser ornamento de la selua vmbrosa:
tú, quebrantada y mustia, al agonía
de la muerte rendida, el bello seno
agonizando, el alma congoxosa,
cuya muerte gloriosa,
en los ojos de aquellos,
cuyos despojos bellos
son vitorias del crudo amor furioso,
martirio fué de amor, triunfo glorioso
con que corona y premia dos amantes,
que del siempre rabioso
trance mortal, salieron muy triunfantes.

Canción, fábula vn tie[m]po y caso agora
de vna cierua doliente, que la dura
flecha del cazador dexó sin vida,
errad por la espessura
del monte, que de gloria tan perdida,
no ay sino lamentar su desventura.

 

Canción 3

Dexa el Palacio cárdeno de Oriente
dorado Febo, de abrasado y rojo
rayo sutil bordando cielo y tierra.
Muestra su luz y el claro y luzie[n]te ojo
de la serena noche sale ardiente
por la llanura de vna inmensa sierra;
y al punto que la encierra
en su concha espaciosa
Glauco, y Tetis hermosa,
sobre la verde yerua reclinado,
mísero labrador descansa y tiempla,
del trabajo passado,
vn alma triste que en su mal contempla.

Mas yo, cuytado, todo aquel tormento
que el solo día me ha dado,
la noche aprieta más su sentimiento.
Enciéndense las nubes de Occidente
del cansancio y ardor que Apolo lleua
al acabar su curso presuroso;
cay la noche tras él, y, en valle o cueua,
cansado caminante oluida y siente
la dureza del día trabajoso,
y al seguido reposo
boluiendo el pensamiento
del passado tormento,
con la memoria de su mal descansa
y en el dolor se alegra del trabajo.

Yo, cuytado, a quien cansa
el día si el Sol se alza y si está bajo,
más crece mi tormento endurecido
quando más se le amansa
a quien passiones fieras han rendido.

Mísero ganadero, a quien fortuna
tiene por conduzido jornalero,
al trabajoso oficio del ganado,
si la más clara luz del hemisferio
dando lugar a la encantada luna,
que de su luz esconde la que ha dado,
en cueua, monte o prado,
donde noche le halla,
da tregua a la batalla
de su afanada y trabajosa vida,
premiando la fatiga rigurosa
del día recebida,
de la noche pagada: yo, no ay cosa
que aliuuie mi ánimo doliente,
quando la esclarecida
luz del Sol da en Ocaso y en Oriente.

Cansado y aflixido nauegante,
dexa la mar y dexa la tormenta,
los fatigados miembros recreando;
y en la segura playa llora y cuenta
quántas vezes vió a Iúpiter triunfante,
quántas en su dolor piadoso y blando;
y tal está llorando,
que aumenta con su llanto
a la tormenta espanto
y al espíritu libre gozo inmenso
del passado dolor del bien seguido.

Yo, si en mis males pienso,
nueuo daño lastima mi sentido,
que el hado fiero que mi vida sigue,
con mi tormento intenso,
si no puede con otro, me persigue.

Vase acercando al fin de su jornada,
entre inflamadas nubes, Febo ardiente,
dorando el Norte y el Ocaso hiriendo;
tornan los bueyes sueltos la corriente
mansa, buscando la campaña harada,
libres del yugo a descansar paciendo;
y quanto están gimiendo,
tanto la noche amiga
aliuuia su fatiga
de la lucha, que el día riguroso
tray, con la noche llena de alegría.

Yo, triste, a quien rabioso
y eterno mal persigue noche y día,
si qua[n]do está en el cielo el Sol me acaba
mi estado trabajoso,
más carga si en el mar su frente laua.
Canción, a tanto daño y desventura
el remedio ha de ser el no buscalle:
Hazeos habitadora destas cueuas,
quedaos en este valle,
no deis al mundo de mi estado nueuas,
pues puede el cielo apena remedialle.

 

Canción 4

Solo y desierto abrigo,
vn tiempo compañía
al solitario y triste ánimo mío,
agora fiel testigo
de la congoxa mía,
secreto valle, monte, soto y río,
si el pecho elado y frío,
vn tiempo ardor y herida
de dos almas vencidas,
cuyos pechos y vidas
fueron vn pecho, vn fuego y vna vida,
de su beldad me aparta
fortuna cruda de ayudarme harta.

¿De qué me siruen quexas,
si del quexarme viene
mayor indignación a quien me sigue?
Tú, Filis, que me dexas,
y el cielo, que me tiene
en el rigor del mal que me persigue,
hazéis que no mitigue
el llanto su corriente
y el alma sus cuydados,
y su furor los hados,
-dura carga de vn ánimo doliente-
por quien mi suerte amarga
mi bien abreuia y mi tormento alarga.

Tan descaído siento
el fundamento flaco
a quien se atiene mi passada vida,
que, si del sufrimiento
qualquiera fuerça saco,
luego se me trasluze que es perdida;
que alma tan combatida,
si de otra que su fuerça
no la remedia el cielo,
ella contra su duelo
vanamente se anima si se esfuerça;
cuyo ánimo perdido
en nueuo daño queda conuertido.

Después que de los ojos
en quien hallé mi vida
cruda estrella del cielo me diuide;
los siempre rayos rojos
del Sol, escurecida
nube mirar su claridad me impide;
y en quanto espacio mide
clara y hermosa Luna,
no se descubre estrella
que muestre su luz bella,
sino la que denota mi fortuna,
que ésta con llama ardiente
amenaza mi vida eternamente.

Qualquier lugar me cansa
donde no veo los ojos
adonde tiene amor su gloria y pena:
que la presencia mansa,
como ha causado enojos,
también, si turba vn alma, la serena;
vna esperança buena
y vna gloria mal firme
sustentan vna vida
del cielo perseguida;
mas vna ausencia concluyó de hundirme,
que pudiendo acabarme
no se contentará con lastimarme.

¡Quántos montes y ríos,
quánta agua y quánta tierra
me esconden vnos ojos soberanos,
que de los tristes míos
leuantaron la guerra,
por quie[n] triunfaron mis vencidas manos!
¡Quántos respetos vanos,
quántos inconuenientes
de bienes mal seguidos
me tienen escondidos
los luzeros del cielo transparentes!
Mas como pueda el hado,
crudo enemigo tengo en él prouado.

Tal estoy, que mirando
la lumbre de Diana
entre los ojos de la noche escura,
con mi mal regalando
alguna estrella humana,
a quien aflixe amor con flecha dura,
digo, si en tu luz pura,
o Luna, honor del cielo,
tiene sus ojos puestos
-quando te miran estos
tristes míos- la causa de mi duelo,
más amorosamente
miraré tu hermosura transparente.

Aqueste nueuo zelo
puede tanto conmigo,
que vn nueuo amante tiene en mí la Luna:
yo la rondo y la zelo,
yo la miro y la digo
mis passiones y quexas de vna en vna;
mas como mi fortuna
azecha mis contentos,
por acabar mi vida,
con nube escurecida
su blanca imagen cubre por momentos;
de cuyo agrauio indino
nace vn dolor que ablanda mi destino.

Canción, yo veré presto si es possible
mi alibio soberano,
espíritu doliente o cuerpo humano.

 






















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